Para ese momento, ya habré elegido a alguien que resulte conveniente como director, preparando otro de reserva para el caso de que el Presidente ponga alguna objeción al primer candidato. Hablaré con ambos, con las cartas sobre la mesa, y quedará bien claro para cada uno de ellos que si les recomiendo para tal cargo importante será a cambio de prometerme que el nombre de la persona que yo sugiera como superintendente, será intangible, pues de lo contrario, no será nombrado como director del Proyecto Júpiter.
Ni que decir que tendré esa promesa; he trabajado en ese decreto mucho y el cargo de director estará bien pagado. Creo tenerlo todo bien dispuesto y que no surgirá ningún otro inconveniente. Las cosas van sobre ruedas, cariño y pronto veremos su resultado. Espero que te alegren estas noticias. Ya sabes lo mucho que te quiere tu Ellen.
* * *
Y levanté el corazón al entusiasmo. La carta de Ellen me había llegado por avión cohete con entrega de urgencia y llegó a mis manos en la tarde del mismo día que la había escrito, el martes.
Así tuve dos días de esperanza y de incertidumbre a la vez, de cara al resultado final de la votación del jueves, o tres, si llegaba al viernes. Me sentía intensamente preocupado de nuevo, casi aterrado, ahora que todo estaba ya tan próximo. Porque podían ir mal muchas cosas en la política.
¿Qué pasaría de suceder otra catástrofe con un cohete? No había vuelto a producirse desde el que se estrelló en Deimos, una de las dos lunas de Marte, y que tanto problema causó en el Senado además de la conmoción de la opinión pública. Cada noche esperaba con los nervios tensos, las últimas noticias de la televisión para estar seguro. Pero, ¿qué sucedería si aquello se repitiese en aquellos últimos días antes de que el decreto fuese aprobado? Por seguro que no habría que pensar en hablar del asunto hasta la próxima sesión del Senado y difícilmente se olvidarían las consecuencias. Cuando menos, significaba la demora de otro año entero. Yo no era ya tan joven como para esperar, ya acababa de cumplir los cincuenta y nueve años. Los sesenta los tenía en perspectiva.
Durante aquellos días solía tener un aparato de televisión portátil sobre la mesa de mi despacho, pendiente de cualquier boletín de noticias. Especialmente el jueves, mientras esperaba la llamada de Ellen. Después de todo, tal vez ella pudo haber encontrado inconvenientes en conseguir una llamada de larga distancia, y mediante el aparato pudiera tener las noticias que tan apasionadamente esperaba. Apenas si me movía de mi oficina, sin asegurarme de que mi secretaria supiese de qué forma pudiera localizarme exactamente en el caso de recibirse una llamada desde Washington. Pero no llegó.
Esperé hasta hallarme de nuevo en mi apartamento para llamarla yo, serían entonces las nueve, hora local de Washington y debería hallarse en casa. Y allí estaba.
—¿Todo va bien, cariño? —la pregunté.
—Muy bien, Max. El decreto está en la orden del día de mañana, el tercero en la agenda. Los dos primeros son asuntos de rutina; por tanto espero que llegará sobre las once de la mañana, es decir, las ocho de tu hora local en esa. ¿Estarás todavía en tu apartamento, verdad?
—Sí; pero si llamas más tarde, a lo mejor me llega mientras estoy camino de la oficina. Lo que haré será irme allí temprano, a las siete. Así, llames cuando llames, podré recibir tu llamada inmediatamente.
Su graciosa sonrisa me llegó a través del teléfono.
—Está bien, cariño, te llamaré entonces a la oficina. Pero no es preciso que vayas hasta las siete y media, estoy segura que el decreto no se presentará más temprano de esa hora. Y hay que tener en cuenta que puede producirse algún debate, que procuraremos evitar.
—De acuerdo. Estaré en la oficina desde las siete y media hasta hablar contigo. Ellen, te siento cansada. ¿Te encuentras bien?
—Sí, estoy cansada. Aparte de esto, me encuentro perfectamente.
—¿No has sufrido más jaquecas?
—Tampoco. Ahora descanso bastante. Me iré temprano esta noche a la cama. Mañana no iré al Senado. Estaré en las galerías de la Cámara de Representantes, esperando hasta que te llame al teléfono. Y pasaré fuera el resto del día.
—¿Descansarás?
—Te lo prometo. Bueno, puede que a la tarde tenga algún compromiso, que me serviría de relajamiento, si el decreto pasa en la sesión de la mañana. Te diré lo que voy a hacer. Iré al Zoológico y me entretendré en mirar los monos. Tras toda una mañana de observar a la gente de la Cámara de Representantes, eso creo que calmará mis nervios. Y puede que restaure mi fe en la naturaleza humana. O en la naturaleza simiesca, si es que hay diferencia. Querido, me gustaría tener tu fe en el género humano.
—La tienes en mayor medida que yo. Creo que estás excesivamente fatigada. No quiero molestarte más. Buenas noches, amor.
Intenté irme temprano a la cama aquella noche; pero estaba demasiado preocupado para poder dormir. Tras un buen rato de fumar cigarrillos y de indecisión, me puse una bata y me subí al techo del edificio con el telescopio. Júpiter estaba ya bajo el horizonte pero Saturno aparecía bellísimo aquella noche, en su punto ideal de ángulo de inclinación para la contemplación de sus anillos
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. Aquel Saturno tan espectacular, mucho más alejado de Júpiter, el planeta que debería constituir nuestro próximo paso en la exploración del sistema solar, tras Júpiter. Al día siguiente, se sabría si el proyecto Júpiter sería una realidad o resultaba un fracaso…
* * *
Pero no se produjo. Ellen me llamó unos minutos antes de las nueve.
—Todo va bien, querido. El asunto está en marcha.
—¡Maravilloso!
—Sí, con un margen desahogado de votos. La votación aún continúa, sólo han votado las tres cuartas partes de la Cámara; pero ya contamos con la mayoría, quiero decir con la mayoría de los votos emitidos. Por tanto podemos contar con el éxito de la moción. Si estás interesado en el resultado final, podré volver a telefonearte dentro de veinte minutos.
—No importa —repuse yo—. Lo que sí me preocupa, querida Ellen es que sigues pareciendo muy fatigada. Creo que lo mejor será que te vayas a casa y descanses. O hablabas en serio de ir esta tarde a ver los monos al Zoo?
—Lo decía medio en serio, medio en broma; pero creo que será mejor que me vaya a casa y trate de dormir. Tengo una cita para cenar esta noche. Ha llegado el momento de que emplee mis influencias para tu nombramiento de director.
—¿Y con quién vas a cenar?
—Con William J. Whitlow. Es mi primer objetivo como político. ¿No te recuerda nada ese nombre?
—Pues me suena algo familiar; pero no consigo localizarlo.
—Se trata de un ex-miembro del Congreso por el Estado de Wisconsin. Pertenece al mismo partido del Presidente Jansen. Perdió la última elección, pero no fue por culpa suya, ya que contaba con más votos que el propio Presidente. Pero ya recordarás el escándalo que se produjo con los sobornos. El propio Whitlow no estuvo implicado personalmente, aunque sí muchos de los hombres de su partido, lo que hizo que al final se perdiesen muchos votos en su favor. Mientras permaneció en la Cámara, hace dos años, capitaneó el grupo político que defendió el decreto sobre Alaska y su incorporación a la Unión. Es posible que recuerdes el nombre, el Acta Burns-Whitlow. Por eso supongo que habrás oído hablar de él.
—¿Y qué hace ahora?
—Es uno de los Subsecretarios de Estado. Fue el mejor puesto que el Presidente Jansen pudo proporcionarle, tras su elección; pero en realidad no es tan importante como la dirección del Proyecto Júpiter. Esto le proporcionará mejores ingresos y mayor publicidad. Es un hombre para llevarlo a cabo políticamente. Y el Presidente Jansen estará encantado de ofrecerle esa oportunidad, de eso estoy segura.
—¿Y no surgirán inconvenientes contra él cuando el Senado tenga que aprobar su nombramiento?
—No lo creo, en absoluto. Es un hombre intachable. Es casi molestamente honesto en sus cosas. No encontrará dificultades en el Senado. Es natural, Max.
—Eso me parece excelente. Pero, ¿qué pasará con la oposición conservadora?
—He comprobado su votación cuidadosamente. Es un hombre prudente y si bien es cierto que no ha hecho nada especialmente en favor de cualquier proyecto expansionista, jamás ha votado contra cualquier moción en favor de la construcción de un cohete o de cualquier colonia planetaria. Esto le irá muy bien y en tal puesto, se verá políticamente más aceptable por la Cámara que si fuese personalmente un fanático expansionista.
—Magnífico, Ellen. Y personalmente, ¿qué tal es?
—Bien, tal vez un poco presuntuoso, según me temo. Pero no te preocupes, te creo capaz de manejarle y desde luego no se interferirá en tus asuntos. No tiene la menor idea de la ingeniería sobre los cohetes espaciales y mucho menos de su construcción. Estará contento con suponer que para él será la gloria de supervisar todo el papeleo del Proyecto mientras que tú harás el trabajo, en realidad. Creo que hago un buen negocio con captarlo esta misma noche a nuestra causa. Conseguiré su promesa irrevocable de que haga de la persona que le indique su ayudante, en reciprocidad por haberle recomendado para la dirección del Proyecto Júpiter.
¿Y por qué has de hacerlo así?
—Me he trazado un programa para estar doblemente segura del éxito. Realmente maquiavélico políticamente considerado. Si mantengo secreto tu nombre hasta después de que haya hablado con Jansen respecto al asunto, lo más natural es que el Presidente recuerde alguna de las cosas que yo le dije respecto a ti, y le sugiera tu nombre. Y una recomendación del Presidente significaría para Whitlow tal vez una situación embarazosa frente a mí, a causa de la promesa que me haya hecho. Y después, cuando yo le recomiende al mismo hombre que cite el Presidente, ¡figúrate la alegría que le dará y lo que habrás ganado a los ojos de Whitlow! Se considerará feliz de cumplir la palabra que me ha dado y simultáneamente de haber aceptado la sugerencia del Presidente, por lo que te dejará absolutamente libre en todo lo relativo al Proyecto. Y en el caso de que el Presidente no cite tu nombre, nada se habrá perdido.
—Buena chica —le dije entonces—. Procura que no te retenga demasiado tiempo esta noche.
—Desde luego que no lo haré. Voy a ofrecerle una especie de trato que le conviene y no a empujarle ni a obligarle a nada. No tendré ni siquiera que mostrarme encantadora con él, sino simplemente seducirle políticamente.
—Creo que es estupenda tu idea. Pero esto me recuerda… ¿no crees que todo esto se merece celebrarlo? Hoy es viernes, puedo arreglar las cosas para estar libre el domingo. Si duermes toda esta tarde y toda esta noche y además, mañana por todo el día, o al menos descansas bien, estarás en condiciones de que podamos celebrarlo nosotros solos, digamos mañana noche. ¿Qué te parece? Podría tomar un estratorreactor mañana tarde y volver domingo por la tarde.
—Eso me parece maravilloso…, pero Max, esperemos hasta que podamos celebrarlo realmente, hasta que tu nombramiento sea un hecho real y efectivo. Si yo consigo que las cosas vayan lo suficientemente bien como para que estén terminadas al final de la semana próxima, ¿no crees que vale la pena esperar hasta entonces?
Yo dejé escapar un suspiro de resignación.
—Bien, supongo que sí. Pero estoy condenadamente solo aquí, faltando además la presencia de Klocky. Veo a M’bassi de tarde en tarde y este fin de semana creo que no podré verle tampoco ni celebrarlo con nada. M’bassi apenas si bebe vino y si acaso, un vasito de compromiso.
Ellen rió al otro extremo del teléfono.
—No resulta muy divertida la perspectiva, ¿verdad, querido? ¿Por qué no te marchas mañana noche a Berkeley y vas con Bess y Rory? Son una gente maravillosa…
—Es cierto, Ellen y lo haré encantado.
—Bien, cariño. Ah, y no te pierdas los periódicos de esta noche. Tenemos una excelente publicidad de un especialista en la materia y está haciéndolo a través de la mejor prensa del país. Hemos aguantado todo, pero una vez pasado por la Cámara de Representantes, saldrá a la luz pública esta tarde.
—Los esperaré con impaciencia. De acuerdo, cariño. Bien, no quiero cansarte más. Espero verte en el próximo fin de semana y tenme al corriente de todo.
—Te lo diré en el momento en que ocurra cualquier cosa interesante. Y ahora, hasta la vista, amor mío.
* * *
Intenté telefonear a Rory aquella noche para estar seguro de que Bess estaría en casa y libre de compromisos para la noche siguiente y de que me recibirían bien. Pero Rory me ganó la partida. Antes de abandonar la oficina fue Rory quien me llamó al teléfono.
—Max, ¿puedes venir a casa mañana tarde?
Le dije que sí.
—Haremos una pequeña fiesta para celebrar el Proyecto Júpiter. Estaremos unos cincuenta más o menos, la mayor parte muchachos de la Isla del Tesoro, aunque puede que haya más. Vamos a tomar varias habitaciones en el Hotel de las Pléyades y creo que armaremos una buena juerga. Esto hay que celebrarlo como Dios manda.
Y así fue. La juerga duró hasta el amanecer. Me encontré siendo el invitado de honor, porque los periódicos habían difundido por todas partes mi nombre como verdadero promotor del Proyecto. Tuve que pronunciar un pequeño discurso. Creo que dije algunas tonterías; pero nadie pareció darse cuenta.
* * *
La publicidad no había dañado mi reputación personal en el Aeropuerto de Cohetes de Los Ángeles. Lo pude comprobar en la mañana del domingo cuando volví al trabajo. Si había existido algún resentimiento, que yo tenía como cosa segura por la forma en que Klockerman me había ensalzado por encima de otros personajes, había desaparecido del ambiente. Era entonces el héroe del día y todo parecía ir como sobre ruedas. Podía apreciar la diferencia en mi entorno.
Ni la menor noticia de Ellen, ni lunes ni martes. Por supuesto que no existía tal razón para que telefonease o escribiese. Un boletín de noticias, difundió el martes por la tarde que el Presidente Jansen había firmado el decreto del Proyecto Júpiter, aunque oficialmente no se hubiese dado a conocer. Pero se había anticipado tan interesante noticia; por lo que comprendí que Ellen tampoco hubiese tenido que llamarme.
Pero el miércoles era su cita con el Presidente y sabía que debería llamarme, o al menos, enviarme un telegrama, en cuanto terminase su entrevista. Si Ellen hubiese llevado a cabo su convenio con Whitlow y éste iba a conseguir definitivamente su nombramiento, entonces ya podía considerarme dentro del Proyecto.