Presa (13 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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—¿De verdad piensas eso?

—No lo sé, esa es la duda —respondí—. Pero debo averiguarlo.

—¿Y cómo vas…?

—Haciendo unas cuantas llamadas. Quizá presentándome por sorpresa en la fábrica mañana.

—Muy bien. Eso me parece correcto.

—Me alegra contar con tu aprobación. —No pude evitar cierta irritación en mi tono de voz.

—Jack —dijo. Se levantó y me abrazó—. Estoy preocupada por ti, eso es todo.

—Te lo agradezco. Pero así no me ayudas.

—Está bien. ¿Cómo puedo ayudarte, pues?

—Cuida de los niños mientras yo hablo por teléfono.

Pensé que lo mejor era telefonear primero a Ricky Morse, el tipo que me había encontrado en el supermercado comprando pañales. Conocía a Ricky desde hacía mucho tiempo; trabajaba en Xymos y era lo bastante despreocupado respecto a la información, para explicarme qué estaba sucediendo allí. El único problema era que Ricky estaba en las oficinas de Silicon Valley, y él mismo me había dicho que la verdadera acción tenía lugar en la fábrica. Pero era un buen punto de partida.

Telefoneé a la oficina, pero la recepcionista contestó:

—Lo siento, el señor Morse no está.

—¿Cuándo volverá?

—No sabría decirle. ¿Quiere dejarle un mensaje de voz?

Dejé a Ricky un mensaje. Luego telefoneé a su casa.

Contestó su esposa. Mary estaba doctorándose en historia francesa; me la imaginé con un libro abierto sobre la falda, estudiando y meciendo al bebé. Dije:

—¿Qué tal, Mary?

—Bien, Jack.

—¿Cómo está el bebé? Ricky me ha contado que nunca se irrita por los pañales. Os envidio.

Intenté hablar con naturalidad, como si fuera solo una llamada de cortesía.

Mary se echó a reír.

—Es buena niña, y no ha tenido cólicos, gracias a Dios. Pero Ricky no estaba aquí cuando tuvo erupciones —dijo—. Ha tenido algunas.

—De hecho, quería hablar con Ricky. ¿Está en casa?

—No, Jack. Ha pasado fuera toda la semana. En Nevada, en la fábrica.

—Ah, claro. —Recordé entonces que Ricky me lo había mencionado cuando coincidimos en el supermercado.

—¿Has visitado alguna vez la fábrica? —preguntó Mary.

Me pareció advertir cierta inquietud en su voz.

—No, no he estado, pero…

—Julia pasa mucho tiempo allí, ¿no? ¿Qué te cuenta?

Obviamente estaba muy preocupada.

—No gran cosa. Por lo que he deducido, tienen una nueva tecnología que exige máximo secreto. ¿Por qué lo dices?

Vaciló.

—Quizá sean imaginaciones mías…

—¿A qué te refieres?

—Bueno, a veces cuando Ricky llama, lo noto un tanto raro.

—¿En qué sentido?

—Sé que está distraído y trabaja mucho, pero hace comentarios extraños. A veces dice cosas que no tienen sentido. Y habla con evasivas, como si, no sé… ocultara algo.

—¿Como si ocultara algo?

Rió como si se reprochara algo.

—Incluso he pensado que quizá tenga una aventura con otra. Esa tal Mae Chang está allí, ¿sabes?, y a él siempre le ha gustado. Es tan guapa…

Mae Chang trabajaba antes en mi departamento en MediaTronics.

—No sabía que estuviera en la fábrica —dije.

—Sí. Creo que ahora están allí muchos de los que trabajaban contigo.

—Mira, no creo que Ricky tenga una aventura, Mary. No es propio de él. Y no es propio de Mae.

—Es a los más callados a quienes hay que vigilar —comentó, aludiendo aparentemente a Mae—. Y yo todavía estoy dando el pecho, así que aún no he recuperado mi peso anterior, o sea, que aún estoy como una vaca.

—No creo que…

—Me pesa el culo cuando ando.

—Mary, estoy seguro de que…

—¿Julia está bien, Jack? ¿No actúa de una manera extraña?

—No más que de costumbre —contesté, intentando hacer un chiste. Me violentó mi propio comentario. Desde hacía días deseaba que la gente me hablara con franqueza respecto a Julia, pero ahora que tenía una preocupación a compartir con Mary, yo no le hablaba con franqueza a ella. Me guardaba mis propias dudas. Añadí—: Julia está trabajando mucho, y a veces la noto un poco rara.

—¿Te ha dicho algo sobre una nube negra?

—Esto… no.

—¿Sobre el nuevo mundo? ¿Sobre la oportunidad de estar presente en el nacimiento del nuevo orden mundial?

Aquello me sonaba a conspiración, como esa gente a la que le preocupaba la Trilateral y pensaba que los Rockefeller controlaban el mundo.

—No, no me ha dicho nada de eso.

—¿Te ha mencionado una capa negra?

De pronto tuve la sensación de que todo empezaba a ocurrir a cámara lenta, moviéndose muy despacio.

—¿Cómo?

—La otra noche Ricky me habló de una capa negra, una capa negra que lo cubría. Era tarde y estaba cansado. Prácticamente balbuceaba.

—¿Qué te dijo de esa capa negra?

—Nada. Solo eso. —Guardó silencio por un instante—. ¿Crees que allí toman drogas o algo así?

—No lo sé —contesté.

—Están bajo mucha presión, ¿sabes? Trabajan día y noche y apenas duermen. Me he preguntado si estarán tomando algo.

—Déjame telefonear a Ricky —dije.

Mary me dio el número del móvil de Ricky, y lo anoté. Estaba a punto de marcarlo cuando oí cerrarse la puerta, y Eric dijo:

—Hola, mamá. ¿Quién es ese hombre que venía en el coche contigo?

Me levanté y miré por la ventana. El BMW descapotable de Julia estaba aparcado en el camino de acceso, con la capota bajada. Consulté mi reloj. Eran solo las cuatro y media.

Salí al pasillo y vi a Julia abrazar a Eric.

—Debía de ser el reflejo del sol en el parabrisas —decía—. No hay nadie en el coche.

—Sí, había alguien. Lo he visto.

—¿Ah, sí? —Abrió la puerta de la entrada—. Ve a mirarlo tú mismo.

Eric salió al jardín. Julia me sonrió y dijo:

—Cree que hay alguien en el coche.

Eric volvió a entrar encogiéndose de hombros.

—Bueno, pues parece que no.

—Claro que no, cariño. —Julia se acercó hacia mí por el pasillo—. ¿Está Ellen?

—Acaba de llegar.

—Estupendo. Voy a ducharme, y luego hablamos. Abramos una botella de vino. ¿Qué quieres hacer con la cena?

—He comprado ya unos filetes.

—Estupendo. Me parece bien.

Y con un alegre gesto, se alejó por el pasillo.

La tarde era cálida, y cenamos en el jardín trasero. Puse el mantel de cuadros y asé los filetes en la barbacoa, ciñéndome el delantal de cocinero donde se leía LA PALABRA DEL CHEF ES LA LEY. Y disfrutamos de una especie de típica cena familiar americana.

Julia estuvo encantadora y locuaz, concentrando la atención en mi hermana, hablando de los niños, el colegio y los cambios que quería hacer en la casa.

—Esa ventana ha de quitarse —explicó, señalando hacia la cocina—, pondremos puertaventanas que abran hacia el exterior. Quedará fantástico.

Me asombró la actuación de Julia. Incluso los niños la miraban atónitos. Julia mencionó lo orgullosa que estaba de Nicole por el gran papel que interpretaría en la obra del colegio. Nicole dijo:

—Mamá, tengo un mal papel.

—No, cariño, no es verdad —contestó Julia.

—Sí, sí es verdad. Solo diré dos frases.

—Vamos, cariño, estoy segura de que…

Eric intervino.

—«Mira, ahí viene John». «Eso parece bastante grave».

—Cállate, mierdecilla.

—La repite en el cuarto de baño una y otra vez —anunció Eric—. Como un millón de veces.

—¿Quién es John? —preguntó Julia.

—Esas son las frases de la obra.

—Ah. Bueno, en todo caso estoy segura de que lo harás muy bien. Y Eric está mejorando mucho en fútbol, ¿verdad, cariño?

—La liguilla se acaba la semana que viene —dijo Eric, malhumorado. Julia no había ido a ninguno de sus partidos ese otoño.

—El fútbol le ha ido muy bien —comentó Julia, dirigiéndose a Ellen—. Los deportes de equipo fomentan la cooperación, especialmente en los niños; les ayuda a controlar la competitividad.

Ellen, callada, se limitaba a asentir y escuchar.

Esa noche Julia había insistido en dar de comer a Amanda y había colocado la sillita junto a ella. Pero Amanda estaba acostumbrada a jugar al avión en todas las comidas. Esperaba que alguien moviera la cuchara hacia ella imitando el ruido de un avión y diciendo: «Aquí llega el avión… abrir compuertas». Como Julia no lo hacía, Amanda mantenía la boca firmemente cerrada, lo cual también formaba parte del juego.

—En fin, parece que no tiene hambre —comentó Julia con un gesto de indiferencia—. ¿Se ha tomado un biberón hace poco, Jack?

—No —contesté—. No lo toma hasta después de la cena.

—Sí, eso ya lo sé. Me refería a antes.

—No, antes no ha tomado ningún biberón —dije. Señalando a Amanda, pregunté—: ¿Lo intento yo?

—Claro.

Julia me entregó la cuchara, y yo me senté al lado de Amanda y empecé a jugar al avión. En cuanto imité el ruido del motor, Amanda sonrió y abrió la boca.

—Jack ha hecho maravillas con los niños, maravillas —dijo Julia a Ellen.

—En mi opinión —comentó Ellen—, la experiencia de la vida doméstica es buena para un hombre.

—Sí, lo es. Lo es. Jack me ha ayudado mucho. —Julia me dio una palmada en la rodilla—. Lo digo sinceramente, Jack.

Saltaba a la vista que Julia estaba demasiado animada, demasiado alegre. Tenía los nervios a flor de piel, hablaba deprisa, y obviamente intentaba dejar claro a Ellen que era ella quien estaba al frente de la familia. Advertí que Ellen no se creía una sola palabra, pero Julia estaba tan acelerada que no se daba cuenta. Comencé a preguntarme si se hallaba bajo los efectos de alguna droga. ¿Era esa la causa de su extraño comportamiento? ¿Tomaba acaso anfetaminas?

—Y últimamente estoy entusiasmada con mi trabajo —continuó Julia—. Xymos está haciendo verdaderos avances, la clase de avances que la gente lleva esperando desde hace más de diez años. Pero por fin han llegado.

—¿Como la capa negra? —pregunté, sondeando.

Julia parpadeó.

—¿La qué? —Movió la cabeza en un gesto de perplejidad—. ¿De qué estás hablando, cariño?

—Una capa negra. ¿No dijiste el otro día algo sobre una capa negra?

—No… —Negó con la cabeza—. No sé a qué te refieres. —Se volvió hacia Ellen—. En todo caso esa tecnología molecular ha llegado al mercado mucho más despacio de lo que preveíamos. Pero por fin ya está aquí.

—Se te ve muy entusiasmada —comentó Ellen.

—Es emocionante, Ellen, te lo aseguro. —Bajó la voz—. Y encima probablemente ganemos una pasta.

—Eso estaría bien —dijo Ellen—. Pero supongo que habrás tenido que dedicarle muchas horas.

—No tantas —contestó Julia—. En conjunto, ha sido llevadero. Excepto la última semana, más o menos.

Vi que Nicole abría los ojos de par en par. Eric miraba asombrado a su madre mientras comía. Pero no dijeron nada. Yo tampoco.

—Es solo un período de transición —prosiguió Julia—. Todas las empresas pasan etapas como esta.

—Claro —dijo Ellen.

El sol se ponía y empezaba a refrescar. Los niños dejaron la mesa. Me levanté y comencé a recoger los platos. Ellen me ayudaba. Julia siguió hablando, y de pronto dijo:

—Me encantaría quedarme, pero tengo un asunto pendiente y debo volver un rato a la oficina.

Si Ellen se sorprendió al oírlo, no lo exteriorizó.

—Trabajas muchas horas —se limitó a decir.

—Solo durante esta etapa de transición. —Julia se dirigió a mí—. Gracias por quedarte al pie del cañón, cariño. —En la puerta, se volvió y me lanzó un beso—. Te quiero, Jack.

Y se fue.

Observándola marcharse, Ellen frunció el entrecejo.

—Un tanto repentino, ¿no te parece?

Me encogí de hombros.

—¿Se despedirá de los niños?

—Probablemente no.

—¿Saldrá a toda prisa, sin más?

—Sí.

Ellen movió la cabeza en un gesto de asombro.

—Jack —dijo—, no sé si tiene un amante o no, pero… ¿qué toma?

—Nada, que yo sepa.

—Toma algo, de eso estoy segura. ¿No ha perdido peso?

—Sí, un poco.

—Y duerme poco. Y es evidente que está acelerada. —Ellen volvió a mover la cabeza—. Muchos de estos ejecutivos que trabajan bajo tensión se drogan.

—No sé —dije.

Se limitó a mirarme.

Regresé a mi despacho para telefonear a Ricky, y desde la ventana vi a Julia en el coche echar marcha atrás por el camino de acceso. Hice ademán de despedirme de ella con la mano, pero tenía la cabeza vuelta hacia atrás mientras retrocedía. En la luz vespertina vi reflejos dorados en el parabrisas, producto de las ramas de los árboles. Casi había llegado a la calle cuando creí ver a alguien en el asiento contiguo. Parecía un hombre.

Con el coche alejándose camino abajo, no vi claramente sus facciones a través del parabrisas. Cuando Julia, aún marcha atrás, se situó en la calle, el pasajero quedó oculto por ella. Pero me dio la impresión de que Julia conversaba animadamente con él. A continuación cambió la marcha y se reclinó contra el respaldo, y por un momento tuve una clara visión de su acompañante. El hombre estaba a contra luz, su rostro en sombras, y debía de estar mirándola directamente porque tampoco ahora distinguí sus rasgos; no obstante, por el modo en que estaba sentado tuve la impresión de que era joven, quizá de poco más de veinte años, aunque no podía estar seguro. Fue sólo un vislumbre. El BMW aceleró y se alejó por la calle.

Pensé: al diablo. Salí corriendo y bajé por el camino. Llegué a la calle en el preciso instante en que Julia se acercaba al stop del cruce, con los indicadores de freno ya encendidos. Se hallaba probablemente a unos cincuenta metros, bajo la luz amarilla, tenue y oblicua de las farolas. Parecía que estaba sola en el coche, pero en realidad yo no veía bien. Por un momento sentí alivio, y me abrumó mi propia estupidez: allí estaba, de pie en medio de la calle sin motivo alguno. La mente me jugaba malas pasadas. No había nadie en el coche.

De pronto, cuando Julia dobló a la derecha, el tipo volvió a asomar, como si hubiera estado agachado, cogiendo algo de la guantera. Y de inmediato el coche desapareció. Y al instante me invadió de nuevo el malestar, como un intenso dolor que se propagara por mi pecho y por todo mi cuerpo. Sentí que me faltaba el aliento y me dio vueltas la cabeza.

Había alguien en el coche.

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