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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico, Juvenil e Infantil

Raistlin, el aprendiz de mago (11 page)

BOOK: Raistlin, el aprendiz de mago
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—Me contó algo acerca de ti —se apresuró a continuar el archimago para no darle tiempo a que hiciera más preguntas—. Dijo que cuando tu padre te trajo aquí por primera vez, a la escuela, viniste a este cuarto y cogiste uno de los libros de magia de las estanterías, y que te sentaste y empezaste a leerlo.

Al principio Raistlin pareció sobresaltado, pero después sonrió. No la mueca burlona, sino una sonrisa traviesa que le recordó a Antimodes que este niño sólo tenía realmente seis años.

—Eso sería imposible —dijo Raistlin, que lanzó una mirada de reojo al archimago—. Estoy empezando ahora a aprender a leer y escribir el lenguaje de la magia.

—Sé que es imposible —replicó Antimodes, sonriendo para sus adentros. El niño podía ser encantador cuando se lo proponía—. Entonces ¿de dónde sacaría tu hermana esa historia?

—De mi hermano. Estábamos en la clase y mi padre y el maestro hablaban sobre mi ingreso en la escuela. El maestro no quería admitirme.

Antimodes arqueó las cejas, estupefacto.

— ¿Cómo lo sabes? ¿Acaso lo dijo?

—No con esas palabras, pero sí dijo que no estaba bien educado, que debería hablar sólo cuando se dirigiera a mí, que tendría que mantener gacha la vista y no «mirarlo con descaro». Eso dijo.

Y que era «impertinente» y «deslenguado» e «insolente».

—Y lo eres, Raistlin —lo reprendió, creyendo que debía hacerlo—. Deberías mostrar más respeto a tu maestro y a tus condiscípulos.

Raistlin se encogió de hombros, y con ese gesto se desentendió de todos.

—Me cansé de oír a papá disculpándose en mi nombre —continuó con el relato de lo ocurrido—, así que Caramon y yo nos pusimos a explorar y vinimos aquí. Cogí un libro de las estanterías, uno de los de conjuros, pero sólo de prácticas. El maestro guarda los de verdad cerrados bajo llave en el sótano. Lo sé.

La voz del niño era serena, seria; sus ojos tenían un brillo anhelante. Antimodes se sintió alarmado y tomó nota mentalmente para advertir a Theobald que sus preciados libros de hechizos podrían no estar tan a salvo como imaginaba. Entonces Raistlin volvió a ser un niño de seis años.

—Quizá
le dije a Caramon que el libro de hechizos era de verdad —dijo, reaparecida la sonrisa traviesa—. No lo recuerdo. En fin, el maestro entró disparado, resoplando y he cho una furia. Me reprendió por deambular por ahí curioseando e «invadiendo su intimidad», y cuando me vio con el libro se puso aun más furioso. Yo no estaba leyendo un conjuro, porque no sabía hacerlo.

»Pero —Raistlin lanzó una mirada astuta a Antimodes— hay un ilusionista en la ciudad que se llama Waylan. Le he oído utilizar fórmulas mágicas y aprendí de memoria algunas. Sé que los conjuros no funcionan así, pero las utilizaba para divertirme cuando los otros chicos jugaban a la guerra.

Dije algunas palabras haciendo que las leía del libro, y Caramon se puso muy excitado y le dijo a papá que iba a invocar a un demonio del Abismo. El maestro se puso congestionado, todo rojo, y me quitó el libro bruscamente. Sabía que realmente no lo estaba leyendo —añadió fríamente Raistlin—. Sólo buscaba una excusa para librarse de mí.

—Pero maese Theobald te admitió en la escuela —apuntó el archimago severamente—. No se «libró de ti», como dices tú. Y lo que hiciste no estuvo bien. No debiste coger el libro sin su permiso.

—Tuvo que admitirme —acotó el niño, impasible—. Mi ingreso y enseñanza habían sido pagados ya. —Contempló duramente a Antimodes, quien, habiendo previsto algo así, estaba preparado y le sostuvo la mirada con afable inocencia.

El niño había encontrado la horma de su zapato. Apartó los ojos y los enfocó de nuevo en las estanterías de libros. Hubo una leve crispación en la comisura de sus labios.

—Caramon debió de contárselo a Kitiara. Creyó de verdad que iba a invocar a un demonio, ¿comprendéis? Caramon es como un kender, que cree cualquier cosa que le dicen.

—¿Quieres a tu hermano? —preguntó impulsivamente el archimago.

—Por supuesto —contestó Raistlin con suavidad—. Es mi gemelo.

—Sí,
sois
gemelos, ¿verdad? —Antimodes se quedó pensativo—. Me pregunto si tu hermano tendrá talento para la magia. Sería lógico que...

Se interrumpió, desconcertado, enmudecido por la mirada que Raistlin le asestó. Fue un impacto, como si el niño lo hubiera golpeado con los puños. Con una daga. El archimago se echó hacia atrás, desagradablemente sorprendido por la malévola expresión del chiquillo. El comentario había sido inofensivo, superficial, y por supuesto no había esperado una reacción así.

— ¿Puedo regresar ya a clase, señor? —preguntó cortésmente Raistlin. Su semblante estaba relajado, aunque algo pálido.

—Mmmm, sí. Yo... eh... He disfrutado con nuestra conversación —dijo Antimodes.

Raistlin no hizo comentario alguno; inclinó la cabeza en un saludo educado, como les enseñaban a todos los niños, y se dirigió hacia la puerta, que abrió para regresar a la clase.

Una oleada de ruido y calor, que traía el olor a niños pequeños, col cocida y tinta, penetró en la biblioteca y le recordó a Antimodes la marea que entraba en las sucias playas de Flotsan. La puerta se cerró detrás del pequeño.

Antimodes se quedó sentado un rato en silencio, recobrando la serenidad. Al principio no le resultó fácil porque seguía viendo aquellos azules ojos, acerados, relucientes de rabia, hincándose en su carne. Finalmente, al caer en la cuenta de que la luz del día empezaba a menguar, y como estaba dispuesto a llegar a la posada El Ultimo Hogar antes de que se hiciera de noche, Antimodes se sacudió de encima las secuelas de la infortunada escena y regresó a la clase para despedirse de maese Theobald.

El archimago advirtió que Raistlin no levantó la cabeza al entrar él.

El trayecto a lomos de su plácida burra,
Jenny,
a través de los verdes campos salpicados con la primera floración de principios de verano, actuó como un sedante en el espíritu de Antimodes.

Para cuando llegó a la posada, fue capaz incluso de reírse de sí mismo, admitir que había sido un error por su parte hacer una pregunta tan personal, y encogerse de hombros desentendiéndose del incidente. Dejó a
Jenny
en el establo público y subió hacia la posada, donde alivió sus problemas con el aguamiel de reserva de Otik. Durmió profundamente por primera vez desde hacía un mes.

Aquella entrevista fue la última vez que Antimodes vería a Raistlin durante muchos años. El archimago siguió interesado en el chico y se mantuvo al corriente de su marcha en los estudios.

Cada vez que había una asamblea de magos, ponía empeño en encontrar a Theobald y le hacía preguntas sobre él. También siguió pagando la educación de Raistlin, y, al saber los progresos del alumno, daba por bien empleado el dinero.

Pero no se olvidaría de su pregunta respecto al hermano gemelo.

Y tampoco de la reacción de Raistlin.

Libro 2

«Esto será mi vida, porque es lo único importante en ella. Este instante lo es todo, porque he nacido para él. Y si fracaso, moriré, porque para mi no existe nada más».

Raistlin Majere

1

¡Raist! ¡Aquí! —Caramon hizo señas a su hermano desde el pescante de la carreta del granjero que iba conduciendo. Con trece años, pero tan alto, fornido y musculoso que a menudo pasaba por ser mucho mayor, Caramon se había convertido en el mejor peón de la granja de Juncia.

El cabello le caía sobre la frente en suaves rizos de un tono castaño claro, y sus ojos eran alegres, amistosos y francos: crédulos. Los niños lo adoraban, como lo hacían todos los trapisondistas, mendigos y timadores que pasaban por Solace. Era increíblemente fuerte para la edad que tenía, y también insólitamente tierno. Tenía un genio formidable cuando lo sacaban de sus casillas, pero la mecha detonante estaba enterrada tan profundamente y tardaba tanto en quemarse que, por lo general, Caramon se daba cuenta de que estaba furioso cuando la disputa había terminado hacía mucho.

Solamente explotaba cuando alguien amenazaba a su gemelo.

Raistlin levantó la mano para que su hermano viera que lo había oído. Se alegraba de ver a Caramon, de ver una cara amistosa.

Siete inviernos atrás, Raistlin decidió que debía instalarse en la escuela de maese Theobald durante los meses más crudos de esa inclemente estación, un arreglo que significaba que los gemelos estarían separados por primera vez en su vida.

Habían pasado siete inviernos en los que Raistlin estuvo ausente del hogar. Al llegar la primavera, como ahora, cuando el sol derretía el hielo de las calzadas y traía los primeros brotes verdes y dorados a los vallenwoods, los gemelos se reunían.

Hacía mucho tiempo que Raistlin había renunciado a su secreta esperanza de que algún día se miraría en un espejo y vería un reflejo de la imagen de su apuesto gemelo. Con la fina estructura ósea de su rostro y sus grandes ojos, su rojizo y suave cabello que le llegaba a los hombros, Raistlin habría sido el más guapo de los dos de no ser por sus ojos. Sostenían la mirada con demasiada insistencia, miraban con demasiada fijeza y demasiado hondo, percibían demasiado, y en ellos había siempre un atisbo de desdén porque veía claramente todo cuanto había de fingimiento, de artificio y de absurdo en las personas, y ello lo divertía y lo asqueaba por igual.

Caramon bajó de la carreta de un salto y le dio a su hermano un rudo abrazo que Raistlin no devolvió. Se valió del hatillo de ropa que sostenía en los brazos como excusa para evitar una demostración de afecto abierta, cosa que Raistlin consideraba indecorosa y enojosa. Su cuerpo se puso tenso entre los brazos de su hermano, pero Caramon estaba demasiado excitado para advertirlo. Le cogió el hatillo y lo echó en la parte trasera de la carreta.

—Vamos, te ayudaré a subir —ofreció. Raistlin empezaba a pensar que no se alegraba tanto de ver a su gemelo como imaginó al principio. Había olvidado lo irritante que podía ser Caramon.

—Soy perfectamente capaz de subir a una carreta sin ayuda —contestó. —Oh, claro, Raist. —

Caramon sonrió, en absoluto ofendido.

Era demasiado necio para ofenderse. Raistlin subió al pescante y Caramon se encaramó de un salto en el lado del conductor. Cogió las riendas, chasqueó la lengua al tiempo que hacia dar media vuelta al caballo y condujo el vehículo por el camino que llevaba hacia Solace.

¿Qué es eso? —Caramon volvió bruscamente la cabeza hacia atrás y miró en dirección a la escuela.

—No les hagas caso, hermano mío —dijo quedamente Raistlin.

Las clases habían terminado, y el maestro solía aprovechar esta hora del día para «meditar», lo que significaba que se lo podía encontrar en la biblioteca con un libro cerrado y una botella abierta del vino que daba fama a Ergorth del Norte. Permanecería en ese estado meditativo hasta la hora de la cena, cuando el ama de llaves entrara a despertarlo. Se suponía que los chicos empleaban ese tiempo para estudiar, pero maese Theobald nunca los controlaba, de modo que los alumnos hacían lo que les venía en gana. Hoy, un grupo se había reunido en la parte trasera de la escuela para despedir a Raistlin.

— ¡Adiós, Taimado! —gritaban al unísono, dirigidos por el instigador, un chico alto, pecoso y con el cabello del color de las zanahorias, que era nuevo en la escuela.

— ¡Taimado! —Caramon miró a su hermano—. Se refieren a ti, ¿verdad? —Sus cejas se fruncieron en un ceño iracundo—. ¡Eh, so! —Hizo frenar al caballo.

— Caramon, déjalo estar —pidió Raistlin, poniendo la mano en el musculoso brazo de su gemelo.

—Ni hablar, Raist —replicó Caramon—. ¡No deberían llamarte esas cosas! —Apretó los puños, que eran formidables para un muchacho de su edad.

— ¡Caramon, no! —ordenó duramente Raistlin—. Yo me encargaré de ellos a mi modo y cuando lo crea oportuno.

— ¿Estás seguro, Raist? —Caramon miraba, furibundo, a los burlones muchachos—. No te llamarían esas cosas si tuvieran los labios partidos.

— Quizás hoy no —dijo Raistlin—. Pero tengo que volver con ellos mañana. Y ahora, por favor, sigue conduciendo. Quiero llegar a casa antes de anochecer.

Caramon obedeció. Siempre hacía lo que mandaba su gemelo. Raistlin era el inteligente de los dos, cosa que Caramon admitía alegremente; había llegado a depender de la guía de su hermano para casi todo en las cosas cotidianas, incluso hasta en los juegos que compartían con los otros chicos, tales como la pelota goblin, el kender fuera y el thane bajo la montaña. A causa de su frágil salud, Raistlin no podía participar en juegos que implicaban un gran desgaste físico, pero los observaba con gran atención y su mente despierta ideaba estrategias para ganar que transmitía a su hermano.

Cuando le faltaba la tutela de Raistlin, Caramon anotaba tantos por error a favor de sus adversarios en la pelota goblin, casi siempre terminaba siendo el kender en el kender fuera, y constantemente caía víctima de las tácticas militares de su amigo de mayor edad, Sturm Brightblade, en el thane bajo la montaña. Cuando su gemelo estaba allí para recordarle qué lado del campo era cuál, para sugerirle astutas artimañas con las que engañar a sus adversarios, Caramon era e vencedor las más de las veces.

Volvió a chasquear la lengua para que el caballo arrancara, y la carreta empezó a rodar por el sendero de marcados surcos. La rechifla cesó ya que los chicos se aburrieron de lanzar pullas y se dedicaron a otro pasatiempo.

—No entiendo por qué no me dejaste que los breara a mamporros —protestó Caramon.

«Porque —repuso Raistlin para sus adentros—, sé lo que ocurriría y cómo terminaría. Los "brearías a mamporros", como tan elegantemente lo has expresado, hermano mío, y a continuación los ayudarías a levantarse, les darías palmadas en la espalda y les dirías que sabías que no lo habían hecho con mala intención. Y todos acabaríais como buenos amigos.

«Exceptuándome a mí, el "Taimado". No, seré yo quien les dé una lección, quien les enseñe el significado de la palabra taimado.»

Habría seguido rumiando, tramando y dando vueltas a tales agravios de no ser por que su hermano charlaba por los codos sobre sus padres, sus amigos y el día tan estupendo que hacía.

Soplaba una suave y cálida brisa que olía a cosas en crecimiento, a caballo y a hierba recién segada, unos olores mucho más agradables que el de col cocida y el de chicos que sólo se bañaban una vez a la semana.

Raistlin inhaló profundamente el aire fragante y no tosió. El sol le daba un agradable calorcillo, y el muchacho escuchó con verdadero deleite la conversación de su hermano.

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