—Ya sabéis todos que no creo en las casualidades… —dijo con voz firme, y se fijó en que Boggs contrajo el rostro—. Estoy casi seguro de que estos eventos están relacionados. El origen tiene que encontrarse en el seno de este proyecto, pero no puedo demostrarlo de ninguna forma, ni siquiera tengo una teoría de por qué puede estar ocurriendo —mintió, pensando que no era el momento de exponer la vaga idea que se le acababa de ocurrir—, así que tampoco puedo recomendar que se detenga el proyecto.
Boggs volvió a respirar, evidentemente aliviado, incluso se le escapó una leve sonrisa. Estaba claro que esperaba que saliera a su rescate, y así lo había hecho, lo curioso era que no habían necesitado ni hablarlo. Mucho más complicada, pensó, iba a ser la reacción de Lia. Al mirarla, vio que le estaba atravesando con la mirada.
Genial
, pensó irónicamente.
—¿Estás seguro? —le preguntó Boggs.
—Completamente —contestó él—. Insisto en que no puedo recomendar que se detenga, pero en caso de que sigamos adelante creo que debemos adoptar ciertas medidas preventivas. Además —dijo devolviéndole la mirada de soslayo a Chen—, creo que debemos empezar a trabajar en la parte del proyecto sobre la que menos control tenemos.
—¿A qué te refieres? —dijo Boggs, enarcando las cejas.
—Hemos repasado el software y las pautas de respuesta que este genera. Todo parece correcto, y aunque
Predator
ha encontrado anomalías, es importante destacar algo: que
no
las localiza en el código. Es un detalle fundamental que no quiero que se pase por alto. Por su parte, Mark afirma que sus equipos funcionan perfectamente, y acaba de señalar que no hay emisiones incontroladas de ningún tipo. Sin embargo, hay una parte que ni Mark, ni ninguno de nosotros, controlamos —hizo una pausa para captar la atención de todo el equipo—: el chip del procesador central, el que nos han cedido para que probemos el dispositivo. Este escapa a nuestro desarrollo, es la parte que menos conocemos y controlamos, y, por exclusión, en la que deberíamos centrarnos ahora.
La expresión de sorpresa de sus compañeros fue más que evidente.
—¿El chip? —preguntó Lia, con evidente gesto de sorpresa—. Pero, ¿qué tiene que ver…?
—Stephen —dijo Alex interrumpiéndola, pero satisfecho por haber atraído su atención—, ¿estamos completamente seguros de que este chip está libre de código y que se limita a procesar el que le enviamos nosotros?
—Entiendo tus dudas acerca del chip —respondió Boggs, con lentitud—, pero tenemos unas condiciones para su uso.
—¡Al cuerno con las condiciones! —dijo el neurólogo, levantándose—. No te estoy pidiendo que subas su foto a
Facebook
, ni que lo abras como si fuera un libro…, ¡solo quiero saber si tiene código en su interior! ¡Y no creo que las cláusulas de confidencialidad que todos hemos firmado sean un impedimento para responder con un «sí» o un «no» a esa sencilla pregunta!
Todos se volvieron hacia Boggs, que había palidecido. Este habló con voz calmada, a pesar de que su nerviosismo era evidente. Alex admiró su capacidad de autocontrol.
—De acuerdo, tranquilicémonos. Había pensado en detener el proyecto de forma inmediata, pero creo que podemos demorar la decisión unas horas.
—Stephen, debes detenerlo ahora mismo —dijo Lia, con voz gélida.
Sin embargo, Boggs no contestó. Los ojos de la neuróloga brillaron, furiosos, y mantuvo la mirada del americano durante unos segundos que se le hicieron eternos a todos, especialmente a Alex. Este notó cómo el color de los labios de su compañera cambiaba del rojo al blanco. Finalmente, Boggs habló:
—Lia, necesito unas horas para lo siguiente: voy a tratar de organizar una reunión urgente con los desarrolladores del chip —dijo, para sorpresa de todos—. Esto es alto secreto, ni siquiera vosotros deberíais saber que vienen. Alex —añadió, volviéndose hacia él—, tú eres el que has mostrado dudas acerca del chip, y ellos son los que nos lo proporcionaron, así que pediré permiso para que estés presente. Propongo celebrar esa reunión, y en función de lo que se acuerde en ella, y de lo que opine Alex, decidiremos si seguimos adelante o no.
Alex se quedó sorprendido por la idea de Stephen, sin saber qué decir. Se dio cuenta de que, poco a poco, todos empezaron a asentir con la cabeza, aprobando su propuesta, salvo Lia, que le miraba con los labios contraídos. Al final, todos se volvieron hacia él, expectantes.
—Por mí, perfecto —dijo él en voz alta, y asintiendo también.
Todos le sonrieron excepto Lia.
Lo primero que vio Alex al bajar del vehículo fue una hilera de camiones de las principales cadenas de televisión. Se alineaban alrededor del estadio de fútbol de la ciudad. Su equipo jugaba en Primera División, y esa noche el visitante era el Fútbol Club Barcelona. Por suerte aún era temprano y apenas se veían unos pocos seguidores. Unas horas más tarde eso sería un hervidero de gente, pensó Alex. Vio que Boggs le señalaba hacia el restaurante ubicado frente al estadio, era uno de los más elitistas y reservados de Almería.
—Solo una pregunta —dijo, antes de entrar—. ¿Cómo has podido organizar esta reunión tan rápidamente? Apenas hace unas horas que ha ocurrido la última muerte.
—Pensaba que lo habrías intuido —contestó Boggs, sonriendo—. Ya la tenía organizada.
—Espera un momento —Alex se detuvo—. ¿Estas personas ya estaban de camino mientras nosotros hablábamos en el laboratorio?
—A punto de aterrizar, para ser más exactos. Alex, es más sencillo de lo que piensas —dijo Boggs, poniéndole las manos sobre los hombros—. Hay mucho dinero en juego aquí, bastante más del que te puedas imaginar, pero han muerto tres personas, y otra está en coma, y ni siquiera
nosotros
, que conocemos el proyecto a fondo, conseguimos ponernos de acuerdo sobre si esos sucesos están relacionados con él o son pura casualidad. Y eso que se supone que somos unas mentes privilegiadas… —al decir esto último sonrió de forma irónica—. ¿Crees que me ha costado mucho deducir que iba a ser necesario organizar esta reunión? Simplemente me he adelantado al último de los acontecimientos, una habilidad que siempre he tenido y por la que supongo estoy aquí. Ahora vamos dentro, llegamos tarde.
Boggs entró en el lujoso local y Alex le siguió. Tenía una sensación creciente de que le ocultaban algo y no sabía si podía fiarse de Boggs. Molesto, se prometió a sí mismo empezar a tomar la iniciativa en ese asunto, y decidió que esa conversación iba a ser un buen momento para empezar a hacerlo.
Smith les acompañó, aunque se quedó junto a la pequeña barra de la entrada, con las manos cogidas por delante. En esa postura, Alex pensó que se asemejaba mucho más a un agente de la CIA que a un simple chófer. Todo aquello empezaba a recordarle a los
thrillers
que tanto le gustaba leer. Los dos últimos que había leído, precisamente, estaban protagonizados por un sacerdote ex agente de la Agencia, el padre Anthony Fowler. En ese momento le hubiera gustado parecerse a él.
Ese sí que sabe desenvolverse
, pensó con fastidio,
no como yo, incapaz de distinguir un chófer de un espía
.
Sumido en esos pensamientos siguió al
maître,
que les condujo a un reservado donde esperaban, ya sentadas, dos personas. Una era un varón blanco, de unos cincuenta años, con evidente sobrepeso, gafas amplias y con un impecable traje gris a rayas. Se presentó a sí mismo como John Cobitz, y Alex lo catalogó inmediatamente como el típico ejecutivo americano, rico y pagado de sí mismo. El otro tipo parecía ser más joven, tenía el pelo alborotado y unos pequeños ojos verdes que escondía tras unas gruesas gafas. Podía tener unos cuarenta años, y daba la sensación de que le habían sacado de la cama a patadas para meterle en el avión. Stephen lo presentó como Adam Stokes, ingeniero informático, y a Alex le inspiró bastante más confianza que el otro.
Una vez que estuvieron todos sentados, tras unas breves palabras de cortesía de Boggs, Alex dijo:
—Señores, creo que ya me conocen, así que no les haré perder su precioso tiempo. No confío en su chip.
Un silencio glacial se apoderó de la sala. De reojo, Alex vio que una gota de sudor asomó por el borde superior de la frente de Cobitz. Estaba claro que por fin había tomado la iniciativa, pensó. Lo que le sorprendió fue ver una fugaz sonrisa en el rostro del informático, que parecía estar divirtiéndose, algo que, evidentemente, le llamó la atención.
—Señor Portago… —comenzó a decir Cobitz, aprovechando su breve momento de despiste.
—«Doctor» Portago. Y si me permite, aún no he finalizado mi exposición —dijo Alex rápidamente, para sorpresa del ejecutivo, que se quedó callado—. No tengo ninguna prueba objetiva de que los sucesos que nos han traído hasta aquí estén relacionados, así que no puedo pedir que se paralice el proyecto. Sin embargo, sería estúpido no suponer, al menos, que dichos eventos pudieran tener algo que ver, ya que
todos
se han producido después de la llegada de su chip.
—¿Y la epilepsia de Cole o la depresión de Alexis? —protestó el ejecutivo—. Por no hablar de…
—Sí, el consumo de cocaína de Connor —se adelantó Alex, satisfecho de ver las nuevas expresiones de sorpresa, incluida la de Boggs—. ¿Acaso piensan que soy idiota? Investigo, señores, ustedes me pagan para eso. Y sin embargo, se me ha ocultado información. De momento, obviaremos esta parte, ya que es intrascendente para lo que deseo transmitirles. —Alex se dio cuenta de que realmente estaba disfrutando—. Lo importante es que, si bien esos antecedentes existían, ¿por qué nadie había sufrido ningún percance hasta la llegada de su chip?
—Supongo que el estrés acumulado… —intentó contestar Cobitz, con la frente perlada de gotitas.
—¡Se lo advierto, no juegue conmigo! —saltó Alex—. Le recuerdo que no tengo nada que demuestre que debamos parar el proyecto, pero tampoco garantías para poder seguir. ¡Hoy mismo ha muerto otra persona! Si de nuevo ha sido por un proceso neurológico, les aseguro que va a ser muy difícil defender ante un tribunal que decidimos seguir con el proyecto, así que solo lo preguntaré una vez: ¿pueden garantizarnos que ese chip es seguro?, ¿que no contiene código?, ¿que no altera el software?
De nuevo la sala quedó en silencio. Alex respiraba algo más agitado de lo que hubiera deseado, y vio que Boggs tenía los ojos desencajados. Tras unos segundos, Cobitz por fin habló:
—Doctor Portago —balbuceó, como si estuviera midiendo cada palabra—, entienda que trabajamos para una empresa de gran renombre en el panorama internacional, que ni siquiera puedo citar. Estas muertes son un inconveniente, pero…
Alex puso los ojos en blanco, dándose cuenta de que ese cretino estaba enrocado en un papel del que jamás podría salir. Le habían mandado un interlocutor no válido para esa conversación. Sintió la sangre hervir en sus venas, al recordar la oferta de Jules y las miradas de desprecio de Lia. Quizá se había equivocado de equipo, pensó, aunque a lo mejor aún estaba a tiempo de arreglarlo.
—¡Le dije que no me tomara por idiota! —dijo, levantándose bruscamente—. Señores, abandono el proyecto.
En ese momento el ingeniero habló por primera vez:
—Doctor Portago, había oído hablar de usted —dijo con voz suave y gestos conciliadores de manos—, e incluso he leído alguno de sus trabajos. Me halaga conocer, en primera persona, que su reputación es tan cierta como imaginaba. Es usted un hombre de principios —dijo, con una sonrisa que parecía sincera—. Por favor, le ruego que se siente, si es tan amable. Si me lo permite, le explicaré por qué creemos que nuestro chip no es el causante de los sucesos de su equipo, y por qué puede usted confiar en él. Le garantizo que tras esta explicación va a desear continuar trabajando en el proyecto. Yo mismo no estaría aquí si no creyera en mi trabajo, que ahora también es el suyo.
—Adam —dijo el ejecutivo—, no creo que debas…
—Creo que
sí
debo, John —contestó el informático, sin perder su atractiva sonrisa—. Me has hecho venir hasta aquí, de forma urgente, por si necesitabas ayuda, ¿no? Pues a mí me parece que
sí
la necesitas.
Sin dejar de sonreír miró de nuevo a Alex, invitándole a sentarse con un gesto de la mano.
Alex llamó al timbre de la casa de Owl por segunda vez ese día. Aún le daba vueltas a la conversación, ahora más tranquilamente, que había mantenido con Stokes, el ingeniero. Este le había explicado incluso los fundamentos sobre los que habían desarrollado el chip. Al parecer, el problema que limitaba la potencia de los procesadores era el calor que generaban al funcionar. Este, a su vez, era debido a la energía que se perdía, disipada, por la mala conductividad de los materiales de los chips. La mayoría de los fabricantes optaba por utilizar aparatosos sistemas de refrigeración externos, desde inmensos disipadores hasta circuitos de refrigeración líquida. Pero ellos habían emprendido un camino distinto basado en la miniaturización y los materiales superconductores. Con ello habían conseguido reducir las pérdidas de energía y, por lo tanto, la generación de calor.
—Así que en teoría han resuelto el principal escollo que había a la hora de aumentar la potencia de los procesadores actuales —dijo Alex, asintiendo.
—Sí, pero con matices —respondió el ingeniero con una sonrisa—.
Siempre
habrá pérdida de calor, evitarla es físicamente imposible. Pero si esta es mínima entonces podemos reducir la importancia de su disipación de la energía. Lo importante es que esta, como intuyes, depende de la superficie del chip.
—Exacto, se necesita superficie para disipar el calor. Cuanta más, mejor —añadió Alex—. Así que si el calor no es un problema, os podéis centrar en reducir su tamaño. Y al hacer esto, la energía eléctrica que hace funcionar el chip a su vez recorre menos distancia…
—Por lo que se pierde menos —continuó Stokes—, generando a su vez menos calor y aumentando su eficiencia energética.
—¡Y así habéis invertido un círculo vicioso, convirtiéndolo en beneficioso! —exclamó Alex—. Habéis desarrollado un procesador que pierde poca energía gracias a los superconductores, lo que hace que no se caliente, y posibilita el reducir su tamaño. Con ello, habéis utilizado el mínimo de energía para hacerlo funcionar… ¡brillante!
—Gracias —exclamó el ingeniero—. Las malas noticias son dos: la primera, que el desarrollo ha sido carísimo; la segunda, la tremenda complejidad que requiere el proceso de ensamblaje del chip. Es una obra maestra de ingeniería moderna.