—¡Un momento! —dijo Gekko, levantándose del sillón—. Si está insinuando que alguno de mis hombres ha metido la pata… —gritó, señalándole con el dedo—, ¡por ahí no paso! ¿Se le ha olvidado que he perdido a dos de ellos? ¿O que todavía no sé si ha sido por el estrés, o por un fallo de esos listos de software? ¿De verdad piensa que… —respiró agitadamente— mis hombres han matado a dos de sus compañeros?
Gekko tenía la cara congestionada y el labio inferior le temblaba. Alex contestó con voz calmada. Apeló a su experiencia en tratar con pacientes que no reaccionaban bien frente a los diagnósticos.
—No digo que os hayáis equivocado vosotros, y por ello provocado la muerte de uno… o potencialmente dos hombres. Mi hipótesis es otra.
Mark respiró hondo varias veces, aunque más despacio que unos instantes antes.
—¿A qué se refiere? —preguntó, con las cavidades nasales dilatándosele.
Alex trató de contener sus propios nervios y de que su voz sonara convincente.
—Sé que estáis trabajando muy duro en esto, más que el resto, de hecho, ya que las personas afectadas eran compañeros vuestros.
—Sabe Dios que eso es cierto… —dijo Mark, con el rostro menos rubicundo.
—El nuevo chip —siguió Alex, más confiado—, ese que aportó la empresa que financia el proyecto, ¿seguro que no contiene ningún tipo de código?
Gekko pareció comprender por dónde iban sus pesquisas y dio la impresión de relajarse, aunque solo en parte.
—Esa pregunta ya nos la hicimos en su momento. En realidad fue Lee quien se la formuló al propio Stephen. Algunos procesadores llevan código integrado, sería algo normal que este hubiera podido contenerlo.
—¿Y…? —preguntó Alex, sintiendo una punzada en el pecho.
—Pues que Boggs dijo que le habían garantizado que el procesador estaba limpio de código. De hecho, nos recordaron que no podíamos abrirlo ni manipularlo, ya que tan solo podíamos utilizar con él el software.
Un piloto empezó a parpadear en lo más hondo del cerebro de Alex: algo no encajaba.
¿Por qué esa insistencia?
, se preguntó.
—¿Y lo comprobó alguien? —inquirió, en tono desconfiado.
—¡Por supuesto! —respondió Gekko, sentándose de nuevo—. Lee ejecutó unos cuantos programas rastreadores, ya sabe, de esos que intentan extraer información digital del procesador, como número de serie, versión… y rastros de código. Y con ello no violó las premisas de la compañía. Ya sabe, la prohibición de abrir o manipular el chip.
—¿Encontró algo? —preguntó Alex, dejando su café a medio sorber.
—¡Absolutamente nada! —respondió Mark—. Ni siquiera un número de serie, algo que nos pareció extraño, desde luego, pero que Boggs entendió que podía ser normal.
—¿No le dio importancia? —preguntó Alex, arrugando el entrecejo.
—Ninguna. Dijo que era normal, al tratarse de un prototipo secreto del que no querían que nadie supiera nada. Esto es muy propio de las grandes corporaciones.
—Ya… —murmuró Alex, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. En fin, era solo una teoría.
Sin embargo, la luz roja de alarma de su cerebro parpadeaba con intensidad.
—No dude en preguntarme sobre cualquier otra que se le ocurra —añadió Gekko.
En la mente de Alex surgió una asociación de ideas:
—Solo una cosa más: Connor era uno de tus hombres, ¿le conocías bien?
—Sí —respondió Mark, perdiendo la sonrisa—. ¿Por qué?
—Porque Stephen está convencido de que su accidente no tiene nada que ver con el proyecto. ¿Es eso cierto?
—Sí, rotundamente —respondió inmediatamente, haciendo que la alarma de Alex aumentara en intensidad.
—¡Estupendo! —dijo él, fingiendo optimismo—. ¡Eso es una buena noticia! Lo contrario hubiera podido repercutir negativamente en la moral del equipo.
En el momento en que se disponía a despedirse, Mark le hizo un gesto para que se acercara. Sorprendido, Alex obedeció y el ingeniero habló en voz baja:
—Lo de Connor era un secreto, pero… se lo relataré. Siéntese —dijo, mirando de reojo hacia la puerta, y Alex le obedeció—. El chico llevaba años esnifando cocaína, y hará unos seis meses que su novia le dio un ultimátum. Él me contó, en confianza, que lo había dejado, pero ya sabe cómo son esas cosas…
—No, no lo sé —dijo Alex, fastidiado por ser el último en enterarse de la adicción del técnico—. ¿Qué ocurrió?
Gekko resopló.
—Verá, yo nunca me tragué del todo que ya no estuviera esnifando, y menos después de lo que pasó hace unos días. Ya sabe, lo de su hemorragia cerebral. Tenga en cuenta que él no ha hecho pruebas con el simulador, así que la rotura de ese jodido aneurisma solo puede deberse a su adicción.
—Sí, es posible —dijo—. Pero no por ello debemos descartar ninguna posibilidad, Mark.
—¡Vamos, doctor! —protestó Gekko—. No me irá a decir ahora que el aparato, o el software, le ha roto el aneurisma a Connor. Sería tan absurdo como pensar que eso también fue lo que provocó el ataque de epilepsia que sufrió Cole, y que hizo que se estrellara con el coche. ¡Casi rozaría la mayor de las paranoias!
—¿Qué? —dijo Alex, sintiendo cómo la sangre se le agolpaba en la cabeza—. ¿Otra víctima más?
—Sí, un accidente de tráfico. Fue por culpa de un ataque de epilepsia —dijo Gekko—, nada que ver con el proyecto.
—¿Cómo que no…? —contestó Alex, aunque enseguida tuvo otra idea—. ¿Sería complicado poder conocer cuántas personas relacionadas con el proyecto han muerto
ya
?
—Doctor, nadie le ha ocultado nada. Simplemente, usted… —tartamudeó el ingeniero, echándose hacia atrás. Al percibir la furiosa mirada de Alex, comenzó a enumerar contando con los dedos—: Alexis se suicidó tras usar el simulador, de acuerdo, pero aún no está claro que haya una relación causal directa. De hecho, todos creemos que ya tenía decidido matarse antes de realizar la prueba. En el caso de Connor, tras haber esnifado cocaína durante años, parece lógico pensar que esa es la causa más probable de que le haya reventado un aneurisma, ¿no?
—No he pedido una justificación de los accidentes, sino conocerlos todos —dijo Alex, en un tono ácido—. Ahora, ¿me podrías explicar
quién
es ese tal Cole y, sobre todo,
qué
le pasó?
—Lo de Cole fue un accidente… —respondió Mark, esquivando su mirada—, de eso no hay ninguna duda.
Alex levantó una ceja y cruzó los brazos sobre el pecho, en actitud desafiante.
—Soy todo oídos…
Mark suspiró, resignado.
—Ocurrió nada más empezar a hacer las pruebas con los módulos de respuesta mental; creo que estábamos usando la versión 1.25. El hombre era un técnico de software de Lee. Ese día estaba muy nervioso, y discutió con un compañero sobre unos algoritmos que no le cuadraban, así que Lee le relegó a analizar código en solitario. Ya sabe, para que se calmara. Según los registros de salida se quedó en el laboratorio hasta tarde. Debió de sentir remordimiento, no lo sé. El caso es que, y nadie sabe por qué, se quedó trabajando muchas horas.
Una teoría comenzó a tomar forma en la mente de Alex.
—Y ese tal Cole, ¿tenía antecedentes de epilepsia conocidos? —preguntó.
—Pues sí… —respondió Mark, alzando las cejas—. Figuraba en su ficha, aunque es obvio que no resultaron un inconveniente para su incorporación. Llevaba años sin padecer crisis, creo que ni siquiera necesitaba medicación. Se le hicieron las preceptivas revisiones médicas al entrar, como a todos. Estaba tan sano como cualquiera de los demás integrantes del equipo. O, al menos, eso me dijeron…
—Sí, todo maravilloso —ironizó Alex, y continuó, alzando la voz conforme hablaba—. ¡Salvo por sus
antecedentes
de epilepsia, claro! Un pequeño detalle que, si no se tiene en cuenta, puede hacer que se exponga a estrés, sobrecarga de trabajo y falta de sueño a una persona que en cualquier momento puede sufrir un ataque, ¿no es así?
—Doctor Portago, por favor… —respondió Mark, bajando la vista—, no me haga sentir peor. Cole estaba irritable ese día, sí, pero nadie le había exigido nada especial. Fue él quien inició la discusión con su compañero. Chen lo relegó, para evitarle estrés, y él se quedó hasta tarde, pero fue de forma voluntaria. Si tuvo un ataque de epilepsia mientras conducía de vuelta a casa esa noche, creo que ninguno debemos echarnos la culpa. Pudo haberle ocurrido en cualquier otro momento.
Las luces de alarma se multiplicaron en lo más profundo de la mente de Alex. Intentaban decirle que todo eso no podía ser casual, y él captó el mensaje sin ningún problema. Seguro que su ataque de epilepsia estaba relacionado con lo que allí estaba pasando.
—Mark, ¿cuándo probó Cole el simulador?
El ingeniero movió la cabeza de lado a lado, parecía que se iba a derrumbar en cualquier momento. De repente alzó la mirada y clavó sus ojos en los de Alex. Estaban congestionados.
—¿Es que no lo entiende? —dijo el ingeniero con voz temblorosa—. ¡Cole
tampoco
había usado nunca el simulador!
—¿Se puede saber por qué nadie me había dicho que había otra víctima relacionada con el proyecto? —preguntó Alex, resoplando.
Había irrumpido en el despacho de Lia, concentrada en su monitor. Al oír su pregunta alzó la cabeza, con evidente gesto de sorpresa. Tras unos segundos pareció recomponerse, y respondió:
—Veo que no has cambiado nada, sigues viendo fantasmas por todas partes.
Otra vez más, el neurólogo se preguntó qué era lo que podía atraerle de esa mujer, que tan extraña le resultaba a veces. No solo no había respondido a su pregunta, sino que, una vez más, le atacaba a él personalmente.
Esa maldita forma suya de reaccionar, haciéndome daño
, pensó. Se dio cuenta de que estaba muy tenso, e intentó calmarse, sin éxito, antes de hablar.
—¿Acaso veo fantasmas cuando descubro que soy contratado para averiguar por qué muere gente en un proyecto…? —inspiró aire profundamente—. ¡Y se me oculta una de esas muertes!
—No seas paranoico —contestó ella, sin perder su serenidad—, nadie te ha ocultado nada. Si no se te ha informado de la muerte de Cole, que es a quien supongo que te refieres, es porque no ha tenido absolutamente nada que ver con el proyecto. Murió en un accidente de tráfico desencadenado por un ataque de epilepsia.
—¿Y cómo podéis estar todos tan seguros de eso? —preguntó él—. ¿Cómo sabéis que no fue al revés, que murió primero y por eso tuvo el accidente?
Ella puso los ojos en blanco.
—Intentaré que hasta tú lo comprendas… —dijo Lia, perdiendo parte de su compostura—. Era epiléptico, por si no lo sabías, aunque aparentemente estaba completamente sano. Tras un día de intenso trabajo sufrió una crisis mientras iba conduciendo a su casa. El conductor que circulaba detrás lo relató todo, ya que se vio implicado. De hecho, tuvo que frenar bruscamente porque el vehículo de Cole redujo su velocidad y se le echó encima. No lo arrolló de milagro. Al fijarse, vio que el técnico estaba sufriendo sacudidas. Inmediatamente el vehículo se salió de la carretera y cayó por un terraplén, para horror del testigo. Este avisó a emergencias y cuando llegaron el chico aún estaba convulsionando, como reflejaron después en su informe. Es decir, estaba vivo, Alex. Pero desgraciadamente murió durante el traslado, a causa del grave traumatismo craneal que sufrió en el accidente. Está todo constatado, no hay misterios ni conspiraciones.
—¿Y cómo puedes estar tan tranquila
precisamente
con esa muerte —replicó él—, dado lo que te preocupan las otras?
Lia suspiró, cada vez le quedaba menos paciencia.
—Cole era un gran informático, pero no soportaba bien la presión. Eso era algo que todos sabíamos. De vez en cuando se le desencadenaban ataques de ira, y últimamente estaba muy nervioso. Personalmente creo que fue el estrés lo que le llevó a sufrir esa crisis, y para que reduzcas tu grado de paranoia, ya te anticipo que no utilizó nunca el dispositivo de realidad aumentada.
—Ya lo sé —dijo él, escupiendo las palabras. No le había gustado nada eso de «paranoia».
—Me alegro —continuó ella—. Y, por si eso aún no te convence, te recuerdo que el accidente de Cole sucedió con una versión temprana del software: la
1.25
, que es anterior a los terribles sucesos que provocaron tu llegada. Y esa versión, por cierto, ha pasado sin problemas el análisis de tu software, ese al que has bautizado con nombre de marciano.
Alex contrajo los puños y sintió una intensa furia que le recorrió todos los nervios. Esa mujer tenía la extraña habilidad de volver todo en su contra. Discutir con ella era absurdo: no solo era fría y cruel, sino que con su mirada y sus amargas palabras era capaz de embotarle el pensamiento. Pensó en irse, fastidiado, antes de que la discusión degenerara del todo. En el momento que iba a hacerlo, se le ocurrió una nueva pregunta:
—Tenía entendido que todos los técnicos habían probado el simulador.
—Y así es… salvo en el caso de Cole, claro.
—Y, ¿por qué él no lo hizo? —dijo Alex, pensando que iba a ser complicado que le diera una respuesta convincente.
Sin embargo esta llegó como un jarro de agua fría:
—¿Nos tomas por retrasados, acaso? —dijo Lia, exasperada, y con gesto de asombro—. ¡Cole tenía antecedentes de epilepsia! ¿De verdad pensabas que íbamos a exponerle a un dispositivo que interactúa con las ondas mentales y que envía información lumínica en parpadeos directamente a sus retinas? ¿Es que se te ha olvidado que la fotoestimulación puede desencadenar un ataque?
Alex se dio cuenta de que si estuviera en un combate de boxeo, en ese momento estaría cayendo a cámara lenta hacia la lona, mientras cientos de gotas de sangre saldrían despedidas de su rostro y el público aclamaría a su compañera, que ni siquiera se dignaría mirarlo mientras alzara los brazos, victoriosa.
Se sintió ridículo al darse cuenta no solo de su derrota, sino del humillante razonamiento con el que ella le había destrozado: ningún epiléptico se hubiera expuesto a luces que destellearan de esa forma, algo que se advertía hasta en los videojuegos. Furioso por la arrogancia de Lia, pero más aún por su propia ineptitud, se sintió terriblemente solo y vacío al otro lado del inmenso muro de hielo que Lia siempre había mantenido entre ellos. Sin molestarse siquiera en despedirse abandonó el despacho. El escozor de las lágrimas le inundó los ojos.
—¿Ve usted correctamente, doctor Portago? —le preguntó el técnico, mientras ajustaba las gafas del dispositivo.