Realidad aumentada (9 page)

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Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

BOOK: Realidad aumentada
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—¿Qué insinúas, que alguien
de fuera
sabe lo que estamos desarrollando aquí? ¡Pero eso es imposible!

—Te garantizo que es cierto. No solo parece conocer todo esto…, sino que afirma que su proyecto, similar a este, es mejor.

—¿Y qué le has dicho? —preguntó Lia, temblorosa.

—Su oferta es muy buena.

—Alex… —dijo ella, con un hilo de voz.

Vio que una lágrima asomaba en su rostro, que le pareció de porcelana, y sintió una nueva punzada en el pecho. Pero esta vez fue más dulce. Le volvía loco romper el hielo que envolvía a Lia, derribar ese muro que le impedía acercarse. Y, contra todo pronóstico, lo había logrado una vez más. Vio cómo los ojos de su compañera se humedecían.

—Le he dicho… no.

—Oh, Alex, ¡gracias a Dios! —dijo ella, echándosele encima y abrazándole.

El olor dulzón de su perfume le embriagó, pero fue el contacto con el calor de su cuerpo lo que hizo que su corazón se desbocara. Olió hasta el aroma de su cabello, y sintió su suave piel acariciarle su rostro. Un hormigueo, que hacía años que no sentía, salió de su pecho y llegó hasta las puntas de los dedos de ambas manos y pies. Por fin, las endorfinas bañaron sus arterias e hicieron que todos los músculos de su cuerpo se estremecieran a la vez. Entonces, recordó lo que significaba ser feliz.

—Esta tarde —explicó Chen a los asistentes—
Predator
analizará las pautas de respuesta que se produzcan cuando el software sea ejecutado por el dispositivo. Esta prueba la realizará un humano con el simulador. No es necesario que añada que, en caso de ser cierta la teoría del doctor Portago, en este tipo de test es donde creemos que es más factible encontrar fallos…

Hacía una hora que había finalizado el primer análisis y el ingeniero acababa de exponer los resultados. Todo había sido normal. Detrás de él, decenas de gráficas apoyaban su explicación. Los jefes de equipo, presentes en el despacho de Stephen, asintieron, a excepción de Lia, que permaneció inmóvil. Alex, que la miraba de reojo, fue el único que se dio cuenta de ello.

—Es tu turno —oyó que decía Boggs.

Todos le miraban, y se dio cuenta de que se había despistado.

—Los resultados del análisis del código son normales, así que nos permitirán afrontar la simulación de esta tarde —empezó a decir mientras se ponía en pie—.
Predator
ha marcado el código analizado como normal, por lo que deberíamos poder utilizarlo sin riesgo con un humano. Ya sabéis todos que en la siguiente simulación estudiaremos las pautas de respuesta que genere el dispositivo. Estas son más complejas, así que el análisis posterior tardará bastante más.

—¿Para cuándo estimas que podremos tener analizadas todas las versiones del software? —preguntó Stephen.

—Si no sufrimos contratiempos, podremos realizar cuatro test al día. En total son diecisiete versiones, así que…

—¿Qué? —exclamó Lia, levantándose—. ¿Pretendes analizar todas las versiones en cuatro días?, ¿es que te has vuelto loco? ¡Te recuerdo que las simulaciones las realizan personas de carne y hueso, no programas con nombre de marciano!

Si quedaba alguna endorfina en la sangre de Alex, fruto del abrazo de Lia, se desintegró. Jamás podría acostumbrarse a esos cambios de humor, pensó, negando ligeramente con la cabeza.

—Tranquila —Boggs acudió como un salvavidas—, nadie quiere poner en peligro a ningún componente del equipo.

—¿Que me calme…? —protestó ella—. ¡Son vidas humanas lo que está en juego, y no tenemos garantías!

—Lee, por favor, aclara ese punto —dijo Stephen, mirando al asiático.

—Es seguro, Lia —dijo Chen—. Sé que es difícil fiarse de nuestros sistemas, especialmente tras la muerte de un compañero. Pero aún no sabemos si ese suceso está directamente relacionado con el proyecto, recuérdalo. Y recuerda que, como garantía adicional, estamos analizando el código antes de cada prueba con
Predator
.

Lia resopló, con el rostro enrojecido, comprendiendo que no podía discutir. Alex sonrió para sí, ya que instantes antes de comenzar la reunión le había mostrado a Boggs su plan de pruebas. Este había aceptado llevarlo a cabo, ya que si funcionaba, en breve estaría el proyecto de nuevo en marcha. Si fallaba, solo habrían perdido cuatro días, algo muy tentador. Alex también le había informado sobre la posible reacción de Lia, y era obvio que Boggs le había hecho caso, orquestando la respuesta del resto del equipo.

—De acuerdo… —aceptó Lia entre dientes, lanzando una mirada glacial a Boggs—. Pero, como responsable de las pruebas, me reservo el derecho de anular cualquiera de ellas en cualquier momento. Si no me das esa opción, yo no sigo adelante.

Todas las cabezas se volvieron hacia Boggs. Alex vio cómo este sonrió, y le dedicaba una mirada fugaz de agradecimiento.

—Desconecten los sistemas, la simulación ha terminado.

Alex sintió cómo todos se relajaban al escuchar la indicación de Lia. Sin embargo él torció el gesto, contrariado. La primera simulación con un humano había terminado y
Predator
no había encontrado nada. Era algo lógico, pensó resignado, sobre todo teniendo en cuenta que era una versión prematura del software, pero también decepcionante. Frustrado, reconoció que la paciencia no era una de sus virtudes.

Lia se marchó para entrevistar al técnico que había realizado el test. Esa era una parte crucial de la prueba, así que decidió no molestarla. Mientras, los potentes ordenadores del proyecto comenzaron el análisis de la prueba, buscando patrones de conducta anómalos. Alex suspiró. Él había estado atento durante todo el proceso y no había percibido nada inusual, así que estaba seguro del resultado que iban a arrojar los sistemas. Fastidiado, tecleó un puñado de órdenes, y fragmentos de código escogidos al azar empezaron a desfilar en su monitor, mientras recreaba el test que acababa de finalizar.

Cuando oyó la voz de Chen no supo calcular el tiempo que había pasado delante de su monitor.

—Doctor Portago, ya tenemos el análisis probabilístico.

—¿Qué? —preguntó, sintiéndose como si se hubiera quedado dormido frente a la pantalla.

—Todo normal —respondió el ingeniero—. El trayecto del técnico durante los minutos libres ha sido debido por entero al azar. No hay ninguna pauta, ni lugares, ni negocios. Nada que destaque por encima del resto.

—Estupendo —dijo él, pensando justo lo contrario—. Buen trabajo, Lee.

Apretando los labios, se volvió de nuevo hacia su monitor. En ese momento oyó la voz de Lia:

—¿Contento de no haber inducido a nadie al suicidio?

Alex contó mentalmente hasta diez. El extraño sentido del humor de la mujer que más deseaba no parecía haber mejorado durante el tiempo en el que no había sabido nada de ella.

—Deduzco que la entrevista ha ido bien —respondió él, sin moverse.

—Sí —dijo ella sonriendo y acercándose—. No ha notado nada extraño, y creo que ya sabes que el análisis es normal.

—Estupendo —dijo él, mirándola—. Quedan solo catorce versiones, y en alguna de ellas deberíamos encontrar algo…

Un grito espeluznante ahogó sus palabras. Por un instante, todos en el laboratorio se quedaron paralizados. A diferencia de lo que solía ocurrir en sus sueños, Alex reaccionó, levantándose.

—¿¡Qué ha sido eso!? —gritó.

En el otro extremo del laboratorio vio un grupo de personas arremolinándose. Uno de ellos gritaba algo y gesticulaba ostensiblemente. El resto parecían zombis, sin saber dónde mirar o dirigirse, pero alrededor de algo que evidentemente les atraía. Alex corrió hacia ellos, seguido de cerca por Lia y Chen. A medida que se acercaba intuyó qué había en el interior del grupo de gente.

—¡Apartaos! —bramó, dándole un empujón a uno de los técnicos-zombi.

Mientras le apartaba ahogó un grito: tumbado, en el suelo, yacía un hombre joven, de unos treinta años. Alex se dio cuenta de que tenía un aspecto deplorable y se agachó, acercando su cara a la nariz del hombre para comprobar desalentado que no respiraba. En su tarjeta de identificación pudo leer «Connor, John». Suspiró aliviado al ver que no era el técnico que había realizado la prueba.

Con la mano izquierda selló la nariz del técnico y con la derecha le elevó la barbilla para facilitar la entrada de aire. Pegó sus labios a los del hombre y le insufló varias bocanadas. Vio satisfecho cómo su pecho se elevaba con cada una de ellas.
No tiene obstruida la tráquea
, pensó. Aunque esa hubiera sido una explicación comprensible si por ejemplo el chico se hubiera atragantado con un fruto seco, algo que podía sucederle a cualquiera. Pero la posibilidad de que lo que acababa de fulminar a ese hombre pudiera estar relacionado con el proyecto le puso el vello de punta.

6
Samnuloc

El hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más bella de la vida.

HENRI BEYLE

Sábado, 14 de marzo de 2009

—No podemos permitir que el desánimo cunda dentro del equipo —dijo Boggs, sentado al otro lado de su mesa, frente a Alex—. La moral del grupo ya está demasiado baja, aunque no tenemos ninguna evidencia de que este
suceso,
por llamarlo de alguna forma, esté relacionado con el proyecto. Además, Connor tenía… —pareció buscar la expresión correcta— factores de riesgo.

Alex alzó la mirada, extrañado. Estaban solos en el despacho. Habían pasado cinco días desde el repentino ataque de Connor, que continuaba grave en el hospital. Su diagnóstico era «rotura de aneurisma cerebral», una lesión de tamaño pequeño, pero que había originado un abundante sangrado que le había comprimido el cerebro casi hasta matarlo. Le habían drenado el hematoma
in extremis
, pero el daño ya estaba hecho; aún estaba en la UVI y sería un milagro si sobrevivía. Uno de los detalles que el neurólogo no había pasado por alto fue que la ambulancia que lo trasladó desde el complejo la conducía Smith. Su supuesto chófer parecía servir para muchas cosas.

—¿A qué te refieres con… «factores de riesgo»?

—Lo siento, es un episodio de la vida de Connor que no puedo revelar. Ya sabes, secreto médico —contestó Boggs, echándose hacia delante y entrecruzando los dedos—. Confía en mí, su patología no está relacionada con el proyecto. Ahora háblame de los avances del programa de análisis.

Alex se mordió los labios. Ambos sabían que no había ningún avance que contar.

—Hemos analizado dieciséis versiones del software —relató, desconfiado—, siguiendo en todas el mismo procedimiento: primero la revisión del código; luego, prueba en laboratorio.
Predator
no ha conseguido encontrar nada, pero aún nos queda una por realizar. Si existe un error en el software, tiene que estar ahí.

—¡Perfecto! —dijo Boggs, con un entusiasmo que a Alex le pareció exagerado—. Otra cosa… también me preocupa la moral del equipo.

Así que era eso
, pensó.

—¿A qué te refieres?

—Estoy preocupado —contestó Boggs—. En parte es por tu programa. Pero sé que si en la última prueba no encuentra el error no habrá pasado nada nefasto, tan solo se habrían perdido unos días y aún tendríamos más de cinco meses. Pero… —hizo una pausa—, ¿no te has fijado en tus compañeros? Chen parece un espectro, con Lia apenas se puede hablar y es obvio que tiende a esquivarte, y el personal de Mark y de Lee empieza a acusarse, además, de todo lo que está ocurriendo. ¿Es que no has notado nada?

Se dio cuenta de que Stephen llevaba razón. A la única persona a la que había prestado atención había sido Lia, y la evidente hostilidad de ella solo había servido para que se encerrara más en sí mismo y en las pruebas. Era cierto que el ambiente estaba enrarecido en los últimos días y tampoco le hizo gracia pensar que la actitud de Lia se había hecho tan evidente para todos. Si Stephen la había notado, se dijo, el resto también.

—Supongo que el incidente de Connor y los más de treinta experimentos que hemos realizado en menos de cinco días pueden haber afectado algo al estado de ánimo del equipo.

—¿«Algo»? —preguntó Stephen, enarcando las cejas—. Con estos plazos de tiempo el personal ha trabajado al límite, y el agotamiento ha dado paso al desánimo. Es evidente que este se ha instalado en el laboratorio y, si seguimos así, no sé cómo puede acabar este experimento.

—¿Y cómo piensas subirles la moral? —preguntó Alex—. Ahora mismo, pienso que solo si
Predator
encontrara el error…

—No es la única vía —le interrumpió Boggs—. He decidido lo siguiente: hoy realizaremos la prueba de la última versión que queda: la 1.36. Y, encontremos el error o no, voy a dar mañana el día libre a todo el personal, salvo al estrictamente necesario para el mantenimiento de las instalaciones y equipos.

—Pero, ¿y si
Predator
encuentra algo?

—Será una enorme alegría: lo celebraremos esta noche, y pasado mañana estaremos trabajando en ello.

—¿Y si no encuentra nada? —dijo Alex—. En ese caso no podemos permitirnos…

—Si
Predator
no obtiene ningún hallazgo —le interrumpió Boggs—, vamos a necesitar toda la energía posible para afrontar el gravísimo problema al que nos enfrentaremos, ¿no crees?

De vuelta al laboratorio Alex entró en la sala de descanso, sintiendo que necesitaba un café. Los ecos de la conversación con Boggs se esfumaron en cuanto vio a Gekko, el responsable de hardware.

—¿Cómo se encuentra, doctor? —le preguntó este.

—Un poco cansado… —respondió él—. Cuando son personas las afectadas por los posibles fallos de otras todo se complica mucho.

—No es fácil perder a un compañero y ver caer a otro.

Mark contestó con un cierto tono de amargura. Alex observó en aquel momento que también tenía aspecto de cansado. Era la persona idónea para comentar una idea que le venía rondando por la cabeza durante unos días sobre qué hacer si
Predator
no encontraba nada, lo que era posible, de hecho, a falta de un solo experimento por realizar.

—Mark, me gustaría contar con tu opinión de experto —dijo muy serio Alex mientras se servía un café.

—Estaré encantado de poder ayudar —respondió el ingeniero.

—Si los resultados de hoy fueran negativos —comenzó a decir lentamente—, tendremos que plantearnos nuevas posibilidades. Concretamente hay una a la que llevo varios días dándole vueltas, y que me gustaría comentar contigo antes que con el resto… —hizo una pausa antes de lanzar el dardo—. Pudiera ser que el fallo estuviera en el hardware, no en el software.

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