Alex resopló, cerrando los puños con fuerza y pensando que la historia se repetía. Las imágenes de unos instantes antes revolotearon en su cerebro: Lia besándole, mordiéndole, abrazándole y aplastándole contra ella. Enseguida se mezclaron con el sentimiento de amargura que le estaba mordiendo por dentro. Intentó aparcar su frustración y cambiar el rumbo de la conversación:
—Pues me alegro mucho de que hayas roto tu juramento —dijo, intentando sonreír—. Además, no lo has hecho nada mal, así que me gustaría que volvieras a romperlo una y otra vez…
—Por favor, no insistas —dijo ella con las mejillas sonrosadas y lo que parecía un atisbo de sonrisa—. Estoy bien contigo, de acuerdo, y me gustas, pero no sé si eso es suficiente como para empezar una relación en serio. Ya no somos niños, ¿sabes?, y no puedo permitirme el lujo de cometer errores.
Lo que más sorprendió a Alex fue que ella fuera capaz de confesar sus temores sin ni siquiera apartar la vista de la carretera.
—¿Y qué más necesitas? —protestó él—. Estás cómoda, te gusto, ¿se puede saber entonces qué es lo que te falta para comenzar una relación?
—¿No ves normal que busque un poco de seguridad antes de comenzar una relación?
—¡Por supuesto que no! —exclamó él—. Muchas parejas no llegan a estar seguras ni después de toda una vida, ¿y tú pretendes tener claros
todos
tus sentimientos desde el primer momento? ¿No sería más fácil dejarte llevar?, ¿disfrutar de lo que podamos compartir, y esperar a que el tiempo y lo que vivamos juntos nos haga ver si somos una buena pareja?
Ella se mordió los labios y apretó el volante con fuerza. Tanto, que los nudillos se le pusieron de color blanco.
—Lo siento, no puedo actuar en contra de mi naturaleza —dijo al fin—. Necesito estar segura de que las cosas van a funcionar para embarcarme en algo. Siempre he sido así: en mis estudios, mi trabajo, contigo… —hizo una breve pausa, en la que se mordió el labio inferior—. Tú y yo nunca vamos a tener una relación normal.
—¿Y eso qué significa, según tu particular forma de entender las relaciones? —preguntó él, en voz baja.
—Alex, ahora mismo he pasado un rato estupendo contigo, ¿no podemos dejarlo así?
¿Por qué tendrá que ser tan complicada?
, pensó, preguntándose si no sería eso precisamente lo que la hacía atractiva. Por otra parte, se dio cuenta de que la respuesta tampoco le aclaraba su situación: ni siquiera sabía si podían seguir besándose, viéndose o hablándose como algo más que compañeros de trabajo. Intentó llevarla a su terreno:
—Yo también estoy muy bien contigo —dijo, suavizando su voz—. Aparte, creo que eres la mejor persona con la que puedo contar para salir de este embrollo. Y me gustaría que me ayudaras, Lia… —hizo una pausa, y ella le lanzó una fugaz mirada de reojo—. Creo que puedo arreglar lo del proyecto, pero con tu ayuda. ¿Puedo confiar en ti?
—¿Eres tonto o qué? —exclamó ella, mirándole directamente por primera vez desde que se había puesto al volante—. Si no confías en mí, lo entiendo, pero si quieres contar conmigo, no me hagas esa ridícula pregunta —dijo, volviendo a mirar hacia delante.
¿Pero qué demonios habré visto yo en esta chica?
, se preguntó, suspirando mientras miraba al cielo. Enseguida sonrió al darse cuenta de que precisamente
eso
era lo que le atraía de ella: su estrambótica forma de ser.
—¿Se puede saber qué te hace tanta gracia? —preguntó ella.
—Nada —contestó él, riendo con sinceridad—. Quiero que estés conmigo en esto. Lo malo es que si no me mata el proyecto, lo harás tú.
—¡Qué tonto eres, de verdad! —contestó ella, más relajada—. Te vas tú a enterar de lo que valgo…
Las últimas palabras de su compañera le provocaron un estremecimiento de placer, que se transformó súbitamente en un escalofrío al ver el letrero que anunciaba el desvío hacia el laboratorio. Miró a Lia y de repente deseó que ese mal presagio no tuviera nada que ver con ella. Sin embargo, en lo más profundo de su cerebro, algo le decía que así era.
—Muchas gracias, Doctor Portago, es suficiente.
Sintiendo un profundo alivio, Alex se despidió con un descortés gruñido y salió del despacho a toda prisa. Había permanecido varias horas con dos auditores, repasando la estructura de
Predator
y los experimentos realizados con él. Afortunadamente no habían logrado encontrar ningún indicio de la prueba no autorizada que había llevado a cabo con la ayuda de Chen. Los registros, hábilmente encriptados en su maraña de carpetas personales, no habían llamado la atención de los técnicos.
De momento…
, pensó. En cuanto estuvo a solas sacó su teléfono y buscó un número en la agenda.
¡Tchunda-tchunda-tchunda!
, tronó por el altavoz del teléfono. Alex lo tapó con la mano a toda prisa, mirando a su alrededor.
—¿Owl, estás ahí? —preguntó en voz baja.
—¿Pues no me estás llamando, acaso? ¡Claro que estoy aquí! —oyó por encima del machacón ritmo.
—Necesito hablar un momento contigo. ¿¡Puedes bajar el maldito volumen de esa cosa!?
—Me pillas un poco liado —protestó el pirata—. Hay unos tipos, creo que son de Polonia, rastreando unos servidores en los que, bueno, igual tengo algún que otro archivo. Son buenos, se mueven rápido, así que no puedo perder mucho tiempo.
—Pues lo siento mucho, de verdad… —dijo Alex, apenas entendiéndose a sí mismo, por culpa del
tchunda-tchunda
de fondo—. Seguro que sales de esa.
—¡No lo sabes bien! —dijo el hacker, riendo—. Estaba preparándoles un archivo bomba que, después de formatearles los ordenadores, se va a instalar en su servidor. Así podré echar un vistazo de vez en cuando. Siempre es bueno tener fuentes de información fiables, ¿no crees?
—Sí, qué mejor que controlar a la policía polaca…
—Pues que sepas que con suerte son de la CIA. A lo mejor tengo acceso a su base de datos. ¿Crees que no sería capaz?
Sí, de hecho puede que hasta me encuentres en ella…
, pensó, con cierta ironía.
¡Tchunda-tchunda-tchunda!
—Por supuesto que serías capaz de eso y de mucho más. Pero, ¿puedes prestarme atención un maldito momento? Y, sobre todo, ¿¡bajar esa condenada música!?
—Vale, tío, vale… ¡qué impaciencia!
El sonido se mitigó, aunque no desapareció del todo. Alex se sintió inmediatamente más tranquilo. No entendía cómo a su amigo podía gustarle esa música.
—Escucha, estoy en un buen lío.
—¡Seguro que ahora hay una tía! —le interrumpió Owl, sorprendiéndole, y su silencio debió de ser suficientemente elocuente—. ¡Joder!, ¿es que te has olvidado? ¡Las mujeres solo traen problemas! Ya sabes lo que digo siempre, un ordenador nunca te va a traicionar ni a generar problemas, ¡ellas sí!
Alex no podía creer lo que estaba oyendo. Hablar con su amigo era como hacerlo con un niño de diez años.
—¡Por favor, escúchame! —exclamó, susurrando—. Ahora mismo no puedo hablar mucho.
—¿Entonces, para qué me llamas?
El neurólogo puso los ojos en blanco. Si hubiera podido, hubiera golpeado con gusto a su amigo. Intentó refrenarse las ganas de gritarle y habló despacio a la vez que contaba mentalmente hasta diez.
—Owl, necesito que localices ya a la persona de la que hemos hablado —masculló entre dientes—. Creo que empieza a estar en juego mi vida y la de Lia.
—¿¡Lia!? —exclamó el pirata—. ¿Otra vez, tío?, ¿es que no has escarmentado? Joder, ya sabes lo que va a ocurrir: os liaréis, te enamorarás y luego, ¡
bumba
!, un nuevo palo. Tío, tan listo que eres para algunas cosas, pero para otras parece que no hubieras ido a la escuela.
A pesar de desear matarle, esta vez Alex se dio cuenta de que su amigo llevaba razón.
—Sí, eso mismo dice ella —contestó, sonriendo por primera vez al pensar en ella—. De acuerdo, admito que es una mujer muy especial, pero quizá me guste por eso. Y sí, está mezclada en esto, pero no tiene nada que ver contigo. Tú ayúdame y te prometo que vas a salir muy beneficiado, y no me refiero solo en términos económicos.
—¿No solo dinero, dices? Pocas cosas me gustan más que el dinero, salvo… —Owl hizo una breve pausa, como si pensara—. ¡No, todo lo que me gusta se puede comprar con dinero! —añadió, junto con una sonora carcajada.
Alex sonrió abiertamente. Si por un casual mencionaba a su amigo que ese trabajo iba a desarrollarse bajo la supervisión directa de William Baldur, Owl podría sufrir un infarto. Baldur era odiado por la comunidad hacker en general, ya que las palabras «gratis», «libre» o «freeware» no figuraban en su vocabulario corporativo. Pero muchos de esos piratas hubieran quemado sus discos duros con gusto si ello les hubiera permitido trabajar con ese individuo, que estaba situado en la cima del desarrollo tecnológico mundial. Su amigo Owl, por supuesto, era uno de ellos, y si todo salía bien se lo llevaría consigo y conocería en persona al mismísimo Baldur, pero aún no era el momento de decirle nada, ya que todo eso estaba demasiado lejano aún y sus problemas más inmediatos eran otros.
—Te aseguro que lo que tengo en mente no puedes comprarlo con dinero —dijo, intentando proporcionarle un sutil anticipo de su futura recompensa—. Solo te daré una pista, hablo de un trabajo, y no puedo decirte más, de momento.
Durante unos segundos Alex no oyó nada. Cuando fue a preguntar a su amigo si este seguía ahí, le llegó su respuesta:
—¡Vale, tío, has despertado mi curiosidad! Sé que no eres de los que bromean con esas cosas, así que ¡acepto! Voy a rematar a esos policías de tres al cuarto llenándoles su servidor de fotos guarras y mandando un correo al fiscal de Varsovia, o de Cracovia. Y en un rato estoy localizando a tu amigo, el tal Mil…
—¡No digas nombres! —dijo Alex, enmudeciendo a su amigo y mirando a su alrededor—. No confío en nadie, empieza a haber mucho en juego.
—Vale, vale, ¡qué paranoia! —oyó que se quejaba Owl—. Aunque puedes estar tranquilo, tío. Tu ordenador y tu teléfono son seguros, llevas instalado mi pequeño programa antiespías.
—¿También en el iPhone?
—Pero, ¿con quién crees que tratas? —dijo su amigo, con sorna—. ¿Te piensas que iba a hablar de, digamos,
mis cosas,
si no estuviera seguro de que puedo hacerlo sin riesgo?
—Aun así prefiero que hablemos lo justo, ¿de acuerdo?
—Vale, tú ganas… —contestó Owl a la vez que se oía una voz de fondo—. Te dejo, colega, que mi madre ya está montándome el pollo para que baje a cenar. ¡Qué pesada!
Un nuevo grito de la madre fue interrumpido por el final de la comunicación. Alex se quedó mirando el teléfono, pensando en la persona en la que había puesto sus esperanzas para poder escapar de la maraña en la que estaba inmerso.
Un tío al que su madre persigue por la casa para que baje a cenar
, pensó, sin dejar de mirar el teléfono.
La única cosa realmente valiosa es la intuición.
ALBERT EINSTEIN
Miércoles, 18 de marzo de 2009
06:00 horas
El aire helado de la madrugada enfrió sus alveolos, acostumbrados al aire cálido de su dormitorio. Alex apretó el paso para ver si así se sacudía la pereza. Disfrutaba corriendo tan temprano, ya que no había gente en la calle. Seguía sin dormir bien, a pesar de que no recordaba haber tenido pesadillas en los últimos días. Por ello había decidido castigar su entumecido cuerpo con una carrera por la ciudad, además así podría pensar. Su otra forma preferida para hacerlo era echar unas carreras al
Wipeout
, un videojuego de aeronaves que contaba nada menos que con catorce años y que disfrutaba como el primer día en su consola de última generación de Sony.
Una afición, la de la tecnología, que Lia nunca había compartido con él.
Otra vez ella
, pensó resignado. Aparecía constantemente en sus pensamientos, por mucho que intentara evitarlo, y es que los intensos acontecimientos del día anterior hacían imposible lo contrario. Más bien, pensar en ella se había convertido en algo parecido a inyectarse dosis de una droga: necesitaba sentir el «subidón», y solo con pensar en ella sus neuronas parecían relajarse, aunque fuera momentáneamente. Resignado, aceptó que de nuevo estaba ilusionado, algo que paradójicamente le generaba una inmensa aprensión, y es que con esa mujer nunca tenía la certeza de nada. Quizás ahí residiera la clave de la obsesión que tenía ella.
Obsesión… ¿será eso lo que me ocurre?
, pensó. Furioso por intuir la respuesta, apretó el paso y quiso olvidarse de ella, así que intentó pensar en otra cosa, por ejemplo, en la inesperada aparición de William Baldur. Era un joven americano que había dejado los estudios de medicina para fundar una empresa de tecnología, cuando nadie sabía lo que era eso. «Un fracasado», habían pronunciado algunos, señalándole con el dedo. Alex no pudo evitar sonreír, sentía auténtica envidia de lo que ese hombre había logrado.
Le invadió un escalofrío y se detuvo sin saber por qué. Él mismo se sorprendió, y miró a su alrededor en busca del motivo que le había hecho detenerse, pero no vio a nadie.
¿Otra vez esta sensación…?
, se dijo, y se preguntó si de nuevo se iba a topar con Lia. En ese momento oyó un rugido, que supuso sería el motor de un vehículo. No pudo razonar mucho más. De forma instintiva —y sin saber realmente por qué— saltó hacia delante, mientras de refilón veía un vehículo que pasaba rozándole. Sus luces le cegaron durante un instante, y lo siguiente que percibió fue un estruendo de metal retorcido y cristales rotos. Duró unos segundos que se le hicieron eternos y, dado que todo estaba en silencio, el ruido pareció extenderse por casi toda la ciudad. Allí se iba a armar una buena, pensó, y para terminar de darle la razón una alarma empezó a sonar, martilleándole los tímpanos.
Lentamente apartó el brazo con el que se había protegido la cara de forma inconsciente y vio un turismo. Estaba empotrado en el escaparate de un comercio de electrodomésticos, en el sitio donde él habría estado, más o menos, si no se hubiera detenido un segundo antes,
precisamente al sentir el escalofrío
, se dijo.
Con la respiración entrecortada por la adrenalina se aproximó al vehículo. De un vistazo examinó al conductor, que parecía estar tan ileso como borracho, a tenor del olor a alcohol que emanaba del habitáculo. Unas botellas vacías en el asiento del copiloto confirmaron su hipótesis; lo curioso era que estaban aplastadas por una lavadora que había aterrizado sobre ellas. Esa imagen, la de un electrodoméstico haciendo de copiloto, fue la que le hizo reaccionar: debía llamar a emergencias.