—¿Y el dispositivo podría haber hecho algo parecido a eso? —preguntó Baldur.
—¡No ha hecho algo parecido, ha hecho exactamente lo mismo! —dijo Alex—. Ha multiplicado sin control pensamientos propios del individuo, pensamientos como una ideación de suicidio, que en sí misma es normal: ¡todos la tenemos alguna vez durante nuestras vidas! y de hecho la inmensa mayoría la descartamos sin más. Pero estas ideas, al verse aumentadas de tamaño, al igual que ocurre con las células tumorales, han resultado ser dañinas.
Un intenso silencio se apoderó de la estancia durante unos segundos. Al final fue Baldur el que lo rompió:
—Enhorabuena, creo que esa teoría es factible, aunque aún quedarían muchas cuestiones por resolver.
—Al menos —dijo Alex, sonrojándose—, explicaríamos los comportamientos anómalos: el deseo de suicidio, la búsqueda de tiendas de alcohol, de iglesias, de drogas —
y de Lia
, se dijo a sí mismo—. Pero por desgracia aún nos quedan por explicar los accidentes neurológicos, que también creo que están relacionados de alguna forma. El problema es cómo averiguarlo y, sobre todo… —hizo una pausa, en la que aprovechó para mirar a Baldur a los ojos—, cómo garantizar que el chip es seguro.
—Para eso confío en ustedes —dijo Baldur, sin perder la sonrisa.
—Pero este proyecto, ahora mismo, es peligroso —replicó Alex—. Ya ha muerto gente, y sigue habiendo vidas en juego. No creo que nosotros seamos las personas adecuadas para garantizar la seguridad.
—No solo lo son, sino que si solucionan el problema —insistió Baldur— entrarán en el consejo de administración de mi
holding
de empresas. Es un círculo muy selecto y limitado, como se imaginan. No es fácil acceder a él.
—Es todo un halago —dijo Alex, reclinándose en la silla—, pero me temo que yo no puedo aceptar, no puedo jugar con la vida de personas a cambio de dinero o poder.
Era un farol, ya que en realidad estaba pensando en la reacción de Lia, que era lo único que él quería tener a su lado. Ella nunca entendería que él aceptara seguir con esos experimentos, siendo partícipe del riesgo que entrañaban. Le aceptaría de mucho mejor grado si él se oponía a esa atrocidad, que ella no compartiría nunca.
—Creo que hay algo más que debe saber, doctor Portago —dijo Baldur, con una sonrisa seductora—. Dentro del grupo de personas que compondrían su gabinete dentro de mi
holding
estaría la doctora Santana. Trabajarían juntos para mí, siempre que usted aceptase este reto, claro.
Alex sintió cómo la sangre se le agolpaba en las mejillas.
Pero, ¿cómo es posible?
, pensó, azorado.
—No —balbuceó—, ella no creo que…
—Siempre me he rodeado de los mejores talentos —se adelantó Baldur—, pero este tipo de ofertas las hago solo una vez: no las repito, tampoco puedo permitirme el lujo de esperar la respuesta mucho tiempo. La competencia es rápida y no entro en subastas. Sé que a usted el dinero le atrae menos, pero estar con ciertas personas, como con la doctora Santana, y la posibilidad de tener tiempo para compartirlo con ella, desarrollando proyectos que beneficiarán a la humanidad, estoy seguro de que eso sí que le interesará. ¿Me equivoco?
Alex sintió el amargo sabor de la derrota subiendo por su garganta. Era fácil entender cómo había conseguido Baldur su fortuna: siempre ganaba. Y era obvio que se le había adelantado, atrayendo a Lia a través de la única obsesión de la chica: ayudar a los demás. Así que si él no se integraba en ese proyecto, se podía despedir de cualquier posibilidad de estar con ella. Vivirían en dos mundos diferentes. Pero si aceptaba la propuesta de Baldur con el fin de poder estar cerca de ella, estaría arriesgando las vidas de los integrantes del proyecto, algo que no sabía si ella llegaría a entender, y máxime, teniendo en cuenta que entre esas vidas estaban las suyas.
Se dio cuenta de que estaba ante un serio dilema.
—Esta mañana he vuelto a reunirme con los proveedores del chip.
Lia le miró con expresión dubitativa. Aún no le había explicado por qué estaban caminando por la playa, ellos solos. Al principio ella se había resistido a acudir, alegando que Boggs los necesitaba, y Alex le había explicado que este estaba con él en ese momento. Sin entender nada, Lia había aceptado acudir a la cita.
—¿Un ejecutivo estirado y un ingeniero más joven y simpático?
—Veo que no soy el único que ha hablado con ellos —dijo en tono ácido, aunque pensando que si se refería a Stokes como «un ingeniero» es que no sabía quién era realmente.
—Hace unas semanas el ejecutivo, Cobitz, me hizo una propuesta —explicó Lia—: trabajar para el mismísimo William Baldur, en su equipo de confianza. Siento no haberte dicho nada, pero me pidieron expresamente que no lo revelara a nadie. Y aunque hubiera podido hacerlo, tampoco creo que lo que nos pasó ayer justifique que ya tenga que contarte todo.
—Ya, supongo que el que me abraces no significa nada para ti —dijo él, con amargura.
—¡No seas infantil! —dijo ella, sonriendo—. ¡Pensaba contártelo! Solo que, quizás, en un momento algo más… —le lanzó una mirada pícara— íntimo. No hemos tenido oportunidad de estar solos, ¿no?
Alex sintió su pulso acelerarse.
—¿De verdad pensabas contármelo? —preguntó, tímidamente.
—¡Pues claro que sí, tonto! —respondió ella, acercándose a él—. Anoche me di cuenta de que, si aceptaba y me trasladaba a Estados Unidos, dejaría de ver a alguien que me está ocasionando un enorme estrés últimamente.
—¿Y… —Alex tragó saliva— si no dejaras de ver a esa persona?
—Espera, ¿acaso te lo han ofrecido a ti también? —dijo ella, dando un paso atrás y abriendo los ojos de par en par.
¿Tan transparente soy?
—pensó Alex—.
¿O es que ella también tiene aumentada la capacidad de intuición?
—Me han ofrecido que forme parte del consejo de dirección —dijo, intentando sujetarla de los hombros.
—¿En serio? —preguntó Lia, separándose y sin rastro de su anterior sonrisa—. Me alegro…
Alex se dio cuenta de que el encanto de hacía unos instantes se había roto. Un nuevo paso atrás en esa relación que cada día le recordaba más a un rompecabezas, de esos que si no ves la solución al principio nunca das con ella.
—Pero antes debo concluir este proyecto —dijo, intentando acercarse emocionalmente a ella.
—«¿Concluir el proyecto?» —preguntó ella, torciendo el gesto—. ¡Eso es imposible, lo sabes! ¿Quién va a garantizar la seguridad?
—Nosotros —respondió él, tragando saliva—. Concretamente tú y yo, aunque con la ayuda del resto del equipo.
—¡Eso es absurdo! —protestó ella—. ¿Se te ha olvidado que ayer estabas convencido de que el chip era el causante de la muerte de varias personas? —dijo, respirando aceleradamente—. Y esta mañana vas y hablas con dos directivos de tres al cuarto, te prometen un puesto de ensueño y… —hizo una pausa, pensativa, y añadió—: ¿De repente ya confías en ellos? Te conozco, Alex, ¡y aquí hay algo más! ¿
Qué
es lo que te han prometido?
El médico intentó pensar una respuesta, pero los ojos de ella, encendidos y atravesándole las pupilas, le bloquearon.
Poder estar cerca de ti, eso es lo que me han prometido,
se dijo a sí mismo, con amargura. Frustrado por no saber qué decir, decidió jugar la única carta que le quedaba:
—Lia, escucha, la oferta no me la han hecho «unos directivos de tres al cuarto», como tú dices.
—¿Qué tiene eso que ver con lo que te he preguntado? —dijo ella, con los labios contraídos.
—Stokes es una identidad falsa. Ese tipo en realidad es William Baldur.
Lia abrió la boca de par en par. Intentó decir algo un par de veces, sin éxito. Alex también intentó decir algo, pero ella no le dejó. Vio que agachaba la cabeza y caminó, sola, durante unos metros. Él la siguió, sin abrir la boca, hasta que por fin ella se detuvo. Antes de que él pudiera decir nada, Lia por fin habló, con la voz entrecortada:
—Esta historia me está generando un profundo asco. Tuve mis dudas cuando me llamó Stephen para ofrecerme el trabajo, pero acepté, era un reto en el que podía ayudar a mucha gente, me dijo. Luego, comenzaron los sucesos y decidieron llamarte a ti —dijo, haciendo hipos—. Para mí fue un duro golpe, me resultó obvio que habían decidido que yo no iba a poder arreglarlo sola, y me sentí aún más responsable de todo lo que estaba pasando. Por primera vez en mi vida había fracasado.
—Lia, estás siendo muy dura contigo misma.
—¡Déjame que acabe! —exclamó ella con los ojos enrojecidos por las lágrimas—. Luego llegas tú, y rebrotan los recuerdos de nuestro pasado. Siempre me has gustado, ¡de hecho es que me vuelves loca! ¿Es que aún no lo entiendes? —dijo entre lágrimas, y él sintió un profundo hormigueo en el estómago—. Sin embargo, no tengo claro lo que siento
de verdad
por ti —el hormigueo se transformó súbitamente en un puño— y, para rematar, me dices que William Baldur, el
auténtico
William Baldur, claro, te ha ofrecido un puesto relacionado con el mío, incluso mejor, cómo no… ¡pero con la condición de que me traiciones! Alex, te lo aseguro, no sé qué te han prometido, pero creo imaginarlo, y me parece muy rastrero por tu parte, pues hay formas mejores de conseguir estar cerca de mí.
Él se quedó helado.
¿Cómo ha podido saberlo?
, pensó. Definitivamente, ella también parecía afectada por lo que fuera que estaba influyendo en sus cerebros. Sin embargo decidió aparcar ese tema, que ya estudiaría en otro momento.
—Lo peor de todo —siguió ella— es que el propio Baldur me hizo la oferta también a mí, ¡pero disfrazado! ¿Por qué no ha confiado en mí? ¿Acaso porque soy mujer? Mira, creo que lo mejor es… —hizo una breve pausa, como si dudara unos segundos— dejarlo todo.
—¿Qué? —exclamó Alex, sintiendo cómo todo se estaba yendo al traste—. ¡Lia, por favor, no hagas eso!
—Lo siento, no aguanto más vuestro infantil machismo. Voy a llamar a Baldur, el auténtico, por supuesto, y voy a renunciar de una maldita vez, dejándole claros los motivos. —Él intentó protestar, pero Lia le acalló con un gesto de la mano—. Creo que habéis perdido la noción de ética entre todos, unos por el dinero y otros por… —hizo una pausa, negando con la cabeza— no sé por qué, Alex. No valgo tanto como crees.
Ella se dio media vuelta y comenzó a andar. Alex actuó sin pensar:
—¡Lia, espera! —dijo, sujetándola por el hombro—. Creo que tengo derecho a responder, ¿no?
Ella le miró y vio que tenía los ojos húmedos. A pesar de la extraña situación, pensó en besarla hasta morir acurrucado en aquellos ojos. Sacudiendo la cabeza Alex desechó esa idea y se concentró en sus siguientes palabras, que iba a tener que improvisar. De ellas dependían muchas cosas. Cogió aire y se encomendó a su intuición para encontrar las adecuadas:
—Lia, cielo, llevas razón, todo esto es horrible —dijo, intentando que su voz sonara calmada, convincente—, pero si nosotros renunciamos, otros harán este trabajo, y seguro que con menos escrúpulos. Es cierto que me he dejado llevar por la influencia de Baldur, admito que ese hombre convencería a una piedra para que levitara. —La atrajo hacia sí, y notó sorprendido que ella no oponía resistencia—. Si esa es tu decisión, yo también dejaré el proyecto, y no nos veremos más —le dolió el pecho solo de pensar en esa posibilidad—, pero creo que tenemos una inmejorable oportunidad para desentrañar este asunto, y sin arriesgar la vida de nadie. De hecho, sigo pensando que ese maldito chip es la base de nuestros problemas. Podemos investigar una pista de alguien que me ha demostrado que me puedo fiar de él: Jules Beddings.
—¿¡Qué!? —exclamó ella—. ¿Pero qué pinta él en todo esto? ¿Es que ya no recuerdas que es un ambicioso sin escrúpulos?
Alex rememoró la imagen del rompecabezas. Cada vez que parecía acercarse a la solución, esta se desvanecía. Decidió jugárselo todo a una carta:
—Lia, me gustas. Me gustas muchísimo y, a diferencia de ti, yo sí creo que nuestra relación podría funcionar. Déjame que te demuestre que puedo conseguir llegar al fondo de esto y salvar el proyecto sin arriesgar una sola vida más. —Ella negó con la cabeza, mirando al suelo—. Lia, me conoces, ¡sabes que soy capaz! —Ella alzó la mirada—. Pero para ello necesito la ayuda de la persona por la que más siento en este momento, la más inteligente, dulce y preciosa que he conocido. La persona con mayor devoción que puedo encontrar, la que siempre me va a estar recordando que hay que pensar en los demás…
Las mejillas de Lia se tiñeron de color rojo y sus lágrimas comenzaron a resbalar sobre ellas. Alex no sabía si eso significaba lo que él deseaba que significara.
—No creo que, yo… —balbuceó ella.
—La persona —le interrumpió él, cogiéndole el rostro delicadamente con sus manos—, en cuyos ojos me dejaría morir, porque contemplarlos es la mejor imagen que me puedo llevar de este mundo, y que me gustaría disfrutar durante toda la eternidad.
Ella empezó a llorar abiertamente, con la cabeza apoyada en sus manos. Sin darle tiempo a añadir nada más, y sin dejar de mirarle a los ojos, se acercó a sus labios y empezó a besarle con pasión, incluso mordiéndole y apretándole el rostro con sus manos. Alex sintió cómo ella le acariciaba el cuello, la nuca y el pelo, como si el mismísimo diablo fuera a venir a arrebatárselo y ella quisiera tenerlo bien agarrado. Consternado por lo que estaba sucediendo, sintió una oleada de placer recorrer todo su sistema nervioso, desde la médula y el cerebro hasta las terminaciones más pequeñas de sus dedos. Fue como si la vida y la muerte se unieran en un solo cuerpo, en aquellos oscilantes ojos azules como el mar. Eran los de Lia, y por fin suyos.
—Preferiría que no le contaras a nadie lo que acaba de pasar.
Alex sintió las palabras de Lia como un bofetón en el rostro. Se dirigían de vuelta al laboratorio en el coche de ella. Acababan de besarse apasionadamente durante casi una hora en la playa, como dos auténticos adolescentes, y ambos se habían reído al vaciarse los bolsillos de arena mientras caminaban de vuelta al vehículo.
—¿Te avergüenzas, acaso? —dijo él en tono amargo.
—No empieces con eso otra vez —respondió ella sin apartar la vista de la carretera—. Hemos pasado un rato estupendo, pero… —hizo una pausa que no gustó nada a Alex— no quiero equivocarme de nuevo. Ya lo hice una vez y juré que no volvería a ocurrirme.