Realidad aumentada (29 page)

Read Realidad aumentada Online

Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

BOOK: Realidad aumentada
12.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y si no me deja conectar —preguntó Alex—, cómo narices voy a hablar contigo?

—Tranquilo, el programa me avisará por email —dijo el hacker—. Yo me encargaré del resto.

—De acuerdo, lo haré en cuanto colguemos —aceptó el médico—. Ahora espero que me cuentes algo que nos acerque a nuestro objetivo, y no historias de miedo.

—¿Miedo? No exactamente… —dijo Owl, pensativo—. Yo más bien diría ciencia ficción. Ya sabes que son cosas muy distintas.

—¡Owl! —exclamó Alex, perdiendo la poca paciencia que le quedaba.

—¡Vale, vale, no te desesperes! Antes necesito saber algo: ¿qué narices es lo que estáis buscando, además de una persona?

—Lo siento —se apresuró a decir Alex—, pero las cláusulas de confidencialidad son muy duras, y no puedo…

—¿Quieres que lo encontremos o no? —le interrumpió el pirata—. La información que he conseguido es un tanto, digamos, extraña, por decirlo de alguna manera, y solo podré discriminar un poco si sé qué es lo que ando buscando. Así que tú mismo. Y con respecto a tus cláusulas, recuerda que estos datos van codificados.

—Buscamos a un tipo relacionado con un chip, concretamente un potente procesador —dijo Alex para sorpresa de Lia, que abrió los ojos de par en par—. No sé si fue un intermediario de una transacción, lo robó de algún sitio o hizo espionaje industrial, pero de alguna forma participó de su llegada a mi actual desarrollo —Lia le lanzó una mirada asesina y Alex suspiró—. No puedo decirte nada más. Si lo hago es posible que ponga en riesgo tu vida.

—¿¡Un procesador!? —exclamó el hacker—. ¡Eso es imposible, tío!

—¿Cómo que «imposible»? Es casi lo único de lo que estoy seguro.

—Pues no tiene sentido —insistió Owl—: aún no sé qué hizo Milas en ese condenado lugar, pero fuera lo que fuese está relacionado con esa tumba.

—¿Otra vez con la historia de la tumba? —gruñó Alex.

—Sí, la del gobernante ese. Pacal el Grande, o como se llamara el chaval.

—Pero, ¿hablas en serio? —exclamó Lia.

—Sí, y mucho. Escuchadme vosotros dos —Owl habló en tono irritado—: Mirad, no sé si es que ese chip que decís cayó allí desde el cielo, si lo compró en un puesto ambulante a un mercenario, o si es que el Pacal ese era el dueño de la franquicia que los fabricaba en su época; pero lo que sí os puedo decir es que debéis ir a echar un ojo a ese complejo de ruinas porque ahí es donde parece nacer toda vuestra historia, chicos.

—¿Eres consciente de lo que estás diciendo? —preguntó Alex dubitativo—. Más te vale tener buenos motivos para que nos desplacemos allí y comencemos a buscar a un tipo que murió hace más de mil años.

—Pues los tengo —dijo el hacker—, y os van a encantar. Pero antes debéis escuchar algo: tu amigo el Gran Pacal no fue un emperador cualquiera, ¿sabes? Llegó al poder con tan solo doce años y alcanzó los ochenta antes de morir, y eso que los mayas no solían pasar de los sesenta. No es un dato alarmante por sí solo, desde luego —hizo una breve pausa—, pero hay más: tu emperador medía un metro y setenta y tres centímetros, cuando la talla media de los mayas era de uno cincuenta, aunque lo más sorprendente es la estructura ósea del esqueleto que se halló en la tumba cuando fue descubierta por el arqueólogo, Ruz L’Huillier —hizo una nueva pausa, esta vez más inquietante—. Resulta que no era en absoluto la de un hombre de ochenta años, sino la de un individuo de entre cuarenta y cincuenta años.

—¿Y qué pretendes decir con eso?, ¿que el que estaba en esa tumba no era el gobernante maya, sino otro tipo?

—Es algo que nadie sabe —respondió Owl—, pero la historia no termina ahí.

—No sé por qué, me lo imaginaba —dijo Lia, poniendo los ojos en blanco.

—Primero se construyó la tumba —continuó Owl, sin hacer caso a la médico— y sobre ella la pirámide conocida como Templo de las Inscripciones. Pues bien, ya es extraño que Ruz L’Huillier encontrara una persona alta y con una corpulencia propia de unos cuarenta años donde debía haber una de ochenta, pero más llamativo es que cuando el arqueólogo abrió la puerta de la tumba encontró largas estalactitas y estalagmitas en su interior —Owl se aclaró la garganta para añadir—: ¡cuando estas formaciones crecen a un ritmo de milímetros cada mil años!

—¿Cómo es posible? —dijo Alex, inmerso en el relato de su amigo—. Eso significaría que esa tumba…

—¡Sería muy anterior a la muerte de Pacal, que ocurrió hace solo unos mil trescientos años! —se adelantó Owl—. ¿Y sabéis lo que dicen algunas leyendas mayas…? —hizo una nueva pausa para respirar, agitado—. Que esa tumba fue construida realmente por un tal Votán hace muchos miles de años. Ese tipo también era conocido por la tradición maya como Kukulcán o Quetzalcoatl, y agarraos bien: al parecer era un hombre de gran estatura… —tragó saliva para añadir— ¡venido del cielo!

—¿Cómo que «venido del cielo»? —preguntó Lia.

—¡Literalmente! —aclaró Owl—. Esta leyenda es la que explicaría, para muchos historiadores, la imagen que aparece grabada sobre la losa que cubre la tumba… —tomó aire de nuevo antes de añadir—: Con todo lujo de detalles y en un dibujo que no deja lugar a dudas sobre su interpretación, se ve a una persona en el interior de una nave espacial.

Se hizo un profundo silencio, durante el cual Alex sintió un frío intenso.
No es posible…
—pensó angustiado—
, es solo una maldita leyenda. Solo es eso, no hay nada más en esta historia…

Owl continuó:

—¡Vamos, que vuestro amigo Pacal podría haber llegado del espacio, según la leyenda maya! —se oyó una carcajada por el altavoz que no transmitió la más mínima alegría a Alex—. ¿Os lo imagináis?

—Resulta difícil de creer —dijo Lia. Alex apenas la oyó.

—Desde luego —continuó Owl—. Pero es todo cierto, y ni el tipo ese con sus cuarenta años y elevada estatura, ni el dibujo de la nave espacial, encajan en absoluto con el nivel de desarrollo de la época de Pacal: no conocían ni la rueda. Pero a pesar de ello, ¿sabíais que cuando supuestamente enterraron a Pacal ya sabían que el calendario terrestre tenía 365,2420 días? En la actualidad, y gracias al uso de ordenadores, hemos podido conocer que realmente son 365,2422. ¡Es alucinante que supieran eso! Personalmente no me lo trago. Es absurdo que supieran datos como ese, que dibujaran naves espaciales y, sin embargo, no conocieran la rueda. ¿Por qué nadie se dedica a aclarar estas cosas? ¡Dan un mal rollo alucinante!

—De acuerdo, Owl —dijo Alex, casi sin voz e intentando pensar—. Antes de continuar necesito un favor: te estoy enviando una serie de datos que estoy seguro sabrás poner a buen recaudo.

—Me imagino a qué te refieres —dijo su amigo en tono de complicidad—. Recuerda que tú también puedes hacerlo desde tu teléfono. Pero puedes estar tranquilo, tío. Ya no haré más el «payaso».

Alex sonrió: su amigo lo había entendido.

—En segundo lugar, y no menos importante —dijo con sincera preocupación—: ¿Por qué estamos hablando de la tumba de un emperador maya en la que sale una nave espacial? ¿No entiendes que es una historia poco creíble?

—Digamos que he estado, ¿cómo diríamos? —dijo Owl—, consultando fuentes de total fiabilidad. Vamos, de un cien por cien de fiabilidad: sé que Milas Skinner estuvo allí, en esa tumba.

Alex tuvo una nueva intuición, y esta casi le produjo un infarto.

—¿No habrás sido capaz de…? —preguntó en tono indignado—. ¡Pero si él dijo que no se conectaba a Internet!

—Vaya, ¿cómo lo has adivinado? —exclamó el
hacker
en tono alegre—. Milas era bueno y es cierto que no conectaba su ordenador a Internet, así que he tenido que recurrir a un ataque de fuerza mayor… —carraspeó—. Por eso he necesitado algo de tiempo adicional: he tenido que pedir ayuda a un amigo en Madrid que, podríamos decir, ha conectado su ordenador a Internet físicamente gracias a uno de esos módems MiFi, ya sabes, los que crean una red WiFi en cualquier sitio. ¡Ha sido fácil!

—¿Un amigo tuyo ha ido a casa de Milas? —bramó Alex—. ¿¡Para eso querías una hora!? ¿Estás loco o qué? ¡Te dije que fueras prudente!

—Tranquilo, tío, ¡mi amigo es de confianza y es la leche de prudente! Y te aseguro que no quiere volver a la cárcel…

—¿«Volver»? —preguntó Lia abriendo los ojos de par en par—, ¿has dicho «volver a la cárcel»? No me lo puedo creer, ¡esto es de locos!

—¡Un momento, ya está bien! —oyeron por el altavoz—. Me habíais dicho que estabais desesperados y que queríais saber si esta pista era correcta, ¿no? ¡Pues en situaciones desesperadas se aplican medidas desesperadas! Podéis dar gracias a que hemos tenido suerte: a la primera llamada he encontrado a un colega dispuesto a hacer este trabajo de captación de datos
in situ
de forma urgente. Le voy a pagar demasiado bien, pero creo que ha merecido la pena, ¿no? Ahora ya sabéis que esa tumba está relacionada con vosotros. O, al menos, con lo que sea que Milas hiciera en su momento con el chip.

—Owl —dijo Alex, sintiéndose súbitamente nervioso—, solo espero que os estéis moviendo con infinito cuidado.

—¿Por quién me has tomado, tío? —dijo Owl entre risas—. Tenemos lo que buscábamos: por extraño que os parezca, la clave de tu chip está en la tumba: él te la mencionó y hemos comprobado que efectivamente estuvo allí. Está claro que fue por el procesador ese. Ahora solo os falta saber por qué.

Alex sonrió, a pesar de que no se imaginaba que el allanamiento de morada iba a ser uno de los medios para conseguir lo que buscaban. Algo en su interior le decía que ahora sí que iban por buen camino, a pesar de que la sensación de inquietud seguía aumentando. Miró a Lia y vio un gesto de preocupación en su rostro.

—Alex… —comenzó a decir ella.

Él sintió cómo su corazón se aceleraba. Agarró el móvil y se lo acercó a la boca:

—¡Owl, hazme un favor! —dijo en voz alta—. ¡Sal de tu casa ahora mismo, ve a un sitio público, donde haya mucha gente!

—¿Quieres no ser tan paranoico? —respondió el
hacker
—. ¡Ni que hubiera un espía detrás de mí, apuntándome con una pistol…!

En ese momento la línea quedó en silencio. Lia gritó y Alex miró la pantalla del móvil. El programa de Owl mostraba un escueto mensaje: «Conexión perdida.»

Redmond, Washington

William Baldur se reclinó sobre su sillón Xten con diseño de Pininfarina. El gel de color azul metalizado del respaldo actuó inmediatamente masajeando sus músculos paravertebrales. Sintió un rápido alivio. Los tres mil dólares que costaba estaban más que justificados, pensó. Era uno de los dos únicos muebles que albergaba su amplio despacho. El otro era la mesa, de finísimo cristal, sobre la que reposaba un monitor conectado a una diminuta torre de diseño. Ni siquiera otros enseres, ni siquiera sillas para las visitas —no recibía a nadie en ese despacho—, por lo que la luz entraba a raudales por las enormes cristaleras que hacían de paredes.

Sus manos se separaron de su teclado y su ratón, dos modelos ergonómicos de última generación que, al igual que los otros componentes de su equipo de trabajo, estaban fabricados por empresas de su propiedad. La pantalla de alta definición mostraba un navegador de Internet programado por otra de sus compañías. Era la única herramienta que necesitaba para trabajar, aunque el verdadero secreto de aquel equipo era que estaba conectado a una granja de servidores que le proporcionaba toda la información que pudiera requerir. En ese momento la mayor parte provenía de México.

El módem que Alfonso Juárez había entregado a Alex no había cesado de enviar información a sus servidores, ubicados en Redmond, Washington, a tan solo trescientos metros de su despacho, y a unos cuantos kilómetros de uno de sus mayores competidores: el gigante Microsoft. Aunque muchos comparaban a los propietarios de ambas empresas, la fortuna personal de Baldur era bastante mayor. El hecho de que a veces apareciera por debajo de su competidor en la prestigiosa lista de
Forbes
se debía únicamente a su propio interés. Si por él fuera, ni siquiera aparecería en la revista, pero eso hubiera levantado sospechas puesto que, por desgracia, era demasiado conocido en el mundillo tecnológico.

La clave de su riqueza residía en una combinación de astucia aderezada con unas gotas de fortuna. Aunque la suerte, como él siempre decía, normalmente era buscada: aquellos que se esforzaban en hallarla solían encontrársela detrás de cada esquina, según proclamaba en sus conferencias. Su estrategia había consistido en diversificar sus negocios en empresas de las que él era un mero accionista. Estas eran independientes y él solo procuraba que se cumplieran un par de exigencias: la primera era que nunca compitieran entre ellas, de forma que bajo una falsa competencia se quedaban con gran parte del mercado; la segunda era mucho más sencilla: él tomaba todas las decisiones estratégicas de todas aquellas empresas.

Dado el tamaño de estas y para evitar problemas legales, Baldur no formaba parte del consejo de dirección de ninguna de ellas. Su único vínculo legal con el complejo entramado era un sencillo contrato como asesor en una. Así no incumplía ninguna ley. Por supuesto, acudía a muchas reuniones, nunca permanecía más de unos minutos y su presencia no quedaba reflejada en ningún medio. Sin embargo, tomaba decisiones que marcaban la vida de millones de personas.

Por desgracia, esas reuniones habían quedado relegadas a un segundo plano desde hacía unas cuantas semanas, y todo por culpa de un par de desarrollos. Especialmente uno, que le traía de cabeza, y que se estaba llevando a cabo en el desierto de una pequeña provincia del sureste español, lejos de las miradas de todo el planeta. Aquí las cosas se habían torcido; de hecho, dos de los integrantes del proyecto estaban ahora mismo en el estado de Chiapas, México, algo en principio positivo, ya que podrían estar cerca de lo que él andaba buscando realmente, pero que, desgraciadamente, había llamado la atención de la persona que tenía al otro lado del teléfono.

—¿Le paso la llamada, señor? —oyó que preguntaba su secretaria con voz dulce.

Baldur suspiró.

—Sí, por favor.

En su monitor se abrió otra ventana, saliendo del programa de comunicaciones. En ella aparecieron los datos que su sistema había recopilado sobre su interlocutor. Una foto con el rostro de John Beckenson, un cargo ejecutivo de la CIA, apareció en pantalla. Tendría unos cincuenta años, aunque aparentaba poco más de cuarenta gracias a su complexión atlética, su aspecto fibroso y su pelo de color oscuro al estilo marine.

Other books

Quest by Shannah Jay
The Second Saladin by Stephen Hunter
One False Move by Alex Kava
Love's Deception by Adrianne Byrd