Authors: Jude Watson
—Nunca, nunca, nunca —dijo Weez, negando con la cabeza.
—A menos que haya un peligro terrible —añadió Tup rápidamente.
—Esto no debería suponer un peligro para vosotros —dijo Adi—. Lo único que queremos es que nos dejéis escondernos entre la mercancía de androides para Zan Arbor. Encontraremos la forma de escabullimos de allí cuando os marchéis.
—Ah —dijo Cholly—. Entonces eso será cuando nos paguéis, ¿no?
—Sí—dijo Adi con impaciencia—. Lo único que necesitamos es entrar en el edificio.
Cholly, Weez y Tup se miraron.
—Pido solemnes disculpas por preguntar esto —dijo Cholly—, pero ¿qué ganamos nosotros con todo esto?
—En otras palabras, el plan suena arriesgado —explicó Weez—. Y no hay compensación para el peligro que correríamos.
—Bueno, nosotros no vamos a pagaros —dijo Adi. Fijó su mirada oscura y dominante en los tres, que se estremecieron bajo el escrutinio—. ¿Sugerís eso?
—Claro que no —dijo Tup firmemente.
—A no ser, claro, que entrar en ese edificio sea realmente importante para vosotros. Lo suficientemente importante como para soltar unos cuantos créditos... —La voz de Cholly se fue diluyendo mientras Adi le clavaba la mirada—. Sólo pensaba en voz alta —dijo débilmente.
—A ver qué os parece esto —sugirió Siri en tono amable—. O nos ayudáis, o nos cargamos todos vuestros androides.
—¡Siri! —la voz de Adi retumbó firme—. Un Jedi no amenaza.
Siri cerró la boca, pero continuó mirando con fiereza a Cholly, Weez y Tup, con la mano apoyada sobre la empuñadura del sable láser.
—Se me ocurren dos razones para que nos ayudéis —dijo Obi-Wan, intentando apartar la impaciencia de su voz. No tenían tiempo para esos retrasos—. Primero porque me lo debéis, y segundo porque los Jedi son mucho mejores amigos que enemigos. Y a vosotros tres os hacen falta amigos, creo.
—Así es, todos los demás nos desprecian —admitió Tup con amargura.
—Está bien, os ayudaremos —decidió Cholly—, pero esperad a que salgamos del edificio para empezar con vuestro jaleo de sables láser.
Siri caminó lentamente, rodeando un gravitrineo donde el trío había estado cargando androides. Los gravitrineos no tenían la cabina cubierta, sólo una plataforma y un parabrisas.
—¿Pero cómo vamos a escondernos? Nos verán enseguida.
—¿No tenéis un vehículo cubierto, algo como una barca? —preguntó Adi.
—Apenas pudimos permitirnos el gravitrineo —dijo Cholly—. Pero dejadme que os enseñe una cosa. Lo primero es descargar los androides. ¡Weez, Tup!
Cholly, Weez y Tup descargaron el montón de androides que ya habían cargado en el gravitrineo. Entonces, Cholly pulsó una palanca, y un compartimiento secreto se abrió en el gravitrineo. Estaba bien camuflado, de forma que parecía formar parte de la cubierta del vehículo.
—Hay veces que necesitamos algo de privacidad para las mercancías que transportamos —explicó Cholly.
—Que traficáis, querrás decir —dijo Siri.
Adi se asomó por la abertura.
—No hay mucho sitio, pero creo que cabemos los tres.
—Os tenéis que esconder primero. Después cargaremos los androides —explicó Weez.
—Eso significa que tendréis que descargar los androides para que podamos salir —comentó Siri, frunciendo el ceño.
Adi tamborileó con los dedos en la funda de su arma.
—No es una situación idílica. Tendréis que ofreceros a descargar los androides en cuanto lleguemos.
A Cholly no pareció gustarle esto último, pero asintió.
—¿Y si programamos los androides? —preguntó Adi—. ¿Os ha dado ya instrucciones Zan Arbor?
Weez negó con la cabeza.
—Los va a programar ella misma.
—Ofreceos a hacerlo. Inventaos algo —sugirió Adi—. Y después saboteadlos de alguna forma. No me apetece tener que enfrentarme a veinte androides de ataque.
—Haremos lo que podamos —dijo Cholly—. Más os vale entrar ya, o llegaremos tarde a la cita.
Adi flexionó su largo y elegante cuerpo al entrar en el compartimiento, y se tumbó a lo largo. Siri la siguió. Obi-Wan se apretujó en el interior.
—Ay —murmuró Siri—. Cuidado con los codos.
—¿Dónde quieres que los ponga? —respondió Obi-Wan.
—Callaos los dos —dijo Adi—. No estaremos aquí mucho tiempo.
La cara sonriente de Tup apareció sobre ellos.
—Voy a cerrar el panel. No os preocupéis, hay mucha ventilación.
—Eso espero —dijo Obi-Wan suavemente, mientras el panel se cerraba a pocos milímetros de sus caras—. No me gusta nada tener que confiar en esos tres.
—Eso es porque esos amigos tuyos no parecen en absoluto de fiar —dijo Siri.
—No son mis amigos —susurró Obi-Wan. ¿Por qué estaba Siri siempre pinchándole?
Durante varios minutos escucharon a Cholly, Weez y Tup cargando a los androides, peleando y discutiendo sin cesar.
—Cuantos más encajemos, más se llevará ella, con un poco de suerte —exclamó Cholly—. No las pongas así, Tup, estás ocupando demasiado espacio.
—Uf, lo hago lo mejor que puedo.
Adi suspiró.
—Estamos tardando demasiado —dio unos golpecitos en la tapa del compartimiento—. ¡Daos prisa! —gritó.
—Sí, sí, nos damos prisa. Unos minutos más —gritó Cholly.
Obi-Wan cerró los ojos. ¿Por qué siempre le pedían que tuviera paciencia en aquellas ocasiones en las que no podía soportar los nervios? Cada segundo de retraso era una frustración.
Adi habló despacio.
—Conociendo a Qui-Gon, estoy convencida de que tiene su propio plan, Obi-Wan. No somos su único recurso de escape.
—Sí, yo también lo creo —dijo Obi-Wan, agradeciendo las palabras tranquilizadoras de Adi.
—Sólo hay una cosa que me preocupa —murmuró Adi—. Espero que su plan y el nuestro sean compatibles.
Durante días, mientras estuvo encerrado en la cámara de vapor, Qui-Gon sólo pensaba en poder salir y estirar los músculos. Gracias a su padawan había conseguido escapar de la cámara, pero ahora que estaba libre, se encontraba en un espacio todavía más estrecho: un túnel de ventilación. Jenna Zan Arbor se había encerrado en la habitación en la que retenía al otro prisionero. Una jugada inteligente. Ella sabía que Qui-Gon no se atrevería a irrumpir allí. Sabía que no pondría en peligro la vida del otro cautivo. No podía emplear el sable láser de Obi-Wan para atravesar la puerta, ni emprender ninguna acción ofensiva. Con un sensor en su cuerpo y otro en el del otro prisionero, ambos corrían el riesgo de morir al instante.
Tendría que utilizar la astucia. Había encontrado el túnel de ventilación que pasaba por el techo. Gateó durante lo que a él le parecieron años. No podía hacer ningún ruido para no alertarla, y tenía que estar atento a la dirección que tomaba. Los distintos túneles eran un laberinto, pero, si tenía cuidado, podía llegar por el techo justo hasta donde se encontraba Zan Arbor.
¿Y qué haré entonces?
, se preguntó Qui-Gon. Podía saltar sobre la mujer, pero ¿y si ella llevaba encima el detonador del sensor? Y si el detonador estaba en alguno de los paneles de control, ¿podría convencerla para que lo desactivara? ¿Podría fiarse de ella cuando dijera que ya lo había hecho?
No conocía la respuesta a esas preguntas, pero no podía esperar tras la puerta, preguntándose qué estaría pasando dentro.
Vio una abertura más adelante y se acercó a ella con cuidado. Bajó la cabeza y miró por la trampilla.
Por fin se hallaba encima del laboratorio. Vio la cabeza de Jenna Zan Arbor. En mitad de la sala se veía una cámara transparente como la que le había retenido a él. Estaba llena de una sustancia gaseosa, por lo que no podía ver al ocupante.
Zan Arbor iba de un lado para otro, dando pasitos rápidos. Qui-Gon reconoció sus movimientos furibundos. Algo no iba bien.
—No pienses que puedes engañarme —dijo Zan Arbor, irritada—. Sé que te estás dejando morir. Te niegas a acceder a la Fuerza. ¡No permitiré que eso ocurra! —se acercó a zancadas a una mesa con máquinas—. ¿Quieres morir? —le preguntó ella con voz chillona—. ¡Entonces sabrás lo que se siente al morir!
Giró una ruedecilla. Qui-Gon no sabía lo que estaba haciendo. Sólo podía imaginarlo. El objetivo de Zan Arbor era separar los elementos esenciales de la Fuerza y convertirlos en algo que pudiera medir y controlar. Qui-Gon sabía de primera mano lo despiadada que podía llegar a ser en caso de que el sujeto no colaborara.
Aguanta
, dijo al prisionero para sus adentros.
Ella apagó la ruedecilla.
—¿Y bien? ¿Sigues tan interesado en morir? ¡Ahora enséñame la Fuerza! —Qui-Gon la vio echando una ojeada iracunda a un cronómetro. Parecía tener prisa. Pero ¿por qué?
—Está bien. Si no puedo utilizarte, no eres más que un estorbo. Pero te sacaré toda la sangre antes de que mueras, sólo por mostrarte tan poco colaborador.
Volvió a acercar la mano a la ruedecilla. Era el momento de entrar en acción. Qui-Gon desenfundó rápidamente el sable láser de Obi-Wan, practicó el movimiento y retrocedió dispuesto a irrumpir por la rejilla.
Pero se detuvo justo cuando sonó un timbre, y Zan Arbor se detuvo. La científica pulsó el botón de un comunicador.
Una voz resonó.
—Cargamento de androides.
—Ya era hora —dijo ella entre dientes.
Se giró y, sin decir palabra, salió a grandes pasos de la habitación. Qui-Gon se apoyó de espaldas, pensando. No podía liberar al prisionero hasta que estuviera seguro de que Zan Arbor estaba inmovilizada e incapacitada para matarlo. Pero cualquier retraso podía sellar su destino para siempre.
Era libre, pero estaba más atrapado que cuando era prisionero. ¿Qué debía hacer?
El paseo en gravitrineo fue suave mientras iban por la calle, pero a Cholly, Weez y Tup les costaba maniobrar el transporte por los estrechos pasillos del laboratorio. Cada vez que Tup chocaba contra una pared, Obi-Wan, Astri y Adi se golpeaban los unos con los otros, y los androides metálicos resonaban sobre sus cabezas.
—¡Ya basta! —Obi-Wan reconoció el tono imperativo de Zan Arbor—. ¡Deteneos de una vez! Podéis descargar ahí mismo.
Con una última sacudida violenta, el motor propulsor depositó el gravitrineo en el suelo.
—Como verá, le hemos traído los mejores androides —dijo Cholly.
—¿Éstos son los mejores? Pues cómo será el resto...
—Discúlpeme, pero esto es Simpla-12, señora —dijo Weez respetuosamente—. No hay muchas opciones.
—Sí, supongo. Dadme el PIC.
Obi-Wan se puso tenso. El Procesador de Inteligencia Central programaría todos los androides a la vez. Adi había dicho a Cholly que intentara programar los androides él mismo. ¿Le permitiría Zan Arbor hacerlo?
—Está el tema de nuestros honorarios... —dijo Cholly.
—No hasta que esté segura de que estos androides funcionan.
—Yo puedo programarlos por usted, señora —se ofreció Cholly—. Forma parte de nuestro servicio. ¡Nuestro objetivo es su satisfacción!
—Me satisface programarlos yo misma. Dame el PIC. —Cholly debió de dudar un instante, porque Zan Arbor gritó—: ¡Ahora!
Adi jadeó. Obi-Wan sabía lo que había pensado. Sería más fácil si no tuvieran que enfrentarse también a los androides.
Oyeron una serie de pitidos y sonidos provocados por los movimientos de los androides mientras se activaban.
—Obedeced sólo a mi voz —soltó Zan Arbor—. Me rodearéis y me protegeréis. Partiremos desde la rampa de lanzamiento del subnivel uno dentro de cinco minutos.
Los androides silbaron una respuesta afirmativa.
—Y ahora descargadlos, y os pagaré los créditos —dijo Zan Arbor a Cholly, Weez y Tup—. ¡Rápido!
Por encima de él, Obi-Wan escuchó el ruido de los androides al ser desatados y descargados de la plataforma del gravitrineo.
—¡Cuidado, Tup! —gritó Cholly—. Acabas de...
—¡Yo no he sido! Weez...
—No tires de ahí, empuja...
—¡Por ahí no, por aquí, idiotas! —gritó Zan Arbor.
—¡Lo tengo!
—¡No, no lo tienes!
—¡Que sí!
—Que no, que...
Se oyó un estruendo chirriante y un gran golpe que hizo que el gravitrineo se estremeciera.
—Vaya —dijo Tup en voz baja—. Parece que no lo tenía.
—Hazlo así, Tup —gritó Cholly.
—Si no chillaras de esa forma no estaría tan confundido —susurró Tup—. Déjame...
El gravitrineo se elevó ligeramente en el aire. Hubo un golpe.
—¡Apaga el motor! ¡Lo estáis inclinando! —gritó Zan Arbor—. Los androides se caen...
—Pero espera un momento...
—¡No toques eso! —gritaron Cholly y Weez al unísono.
Demasiado tarde. Tup apretó la palanca oculta y la puerta del compartimiento se abrió como un resorte. Adi, Obi-Wan y Siri cayeron al suelo. Se alejaron rodando del motor retropropulsor mientras el gravitrineo se elevaba unas cuantas pulgadas del suelo.
—¡Jedi! —gritó Jenna Zan Arbor.
Casi todos los androides habían sido descargados, y los Jedi habían caído justo en mitad del grupo. El gravitrineo les acorralaba contra la pared.
—¡Atacad! —gritó Zan Arbor, alejándose del gravitrineo—. ¡Disparad a matar!
Tup se quedó pálido y cayó al suelo. Cholly y Weez saltaron del gravitrineo. Los androides rodaron, apuntando con los láseres implantados en sus brazos.
Adi, Obi-Wan y Siri cogieron sus sables láser. Los disparos cruzaban el aire en todas direcciones. Estaban atrapados en medio de un tiroteo mortal.
Qui-Gon acababa de decidir que saldría por la rejilla para rescatar al prisionero, cuando escuchó los disparos láser. Sólo podían significar una cosa. Había llegado un equipo Jedi.
Con un movimiento calculado, cortó la rejilla utilizando el sable láser de Obi-Wan, y saltó al suelo. Fue hacia la puerta del laboratorio, irrumpió en el pasillo y echó a correr hacia el jaleo.
Dobló la esquina y estudió el combate de una sola ojeada. Los Jedi se enfrentaban a veinte androides armados. Obi-Wan no tenía sable láser, sólo una vibrocuchilla. Jenna Zan Arbor estaba en la esquina opuesta, mirando. La sonrisa burlona de su rostro indicaba que confiaba en salir victoriosa.
Qui-Gon miró la escena un momento para adivinar la estrategia de Adi. Sin dejar de derribar androides, protegía a Obi-Wan de la peor parte del tiroteo. Utilizaba una serie de combinaciones cortas y rápidas diseñadas para camuflar el hecho de que, poco a poco, se estaba acercando a Jenna Zan Arbor y al pasillo que llevaba al resto del laboratorio. Obi-Wan utilizaba con buen resultado la vibrocuchilla, pero esa arma no era rival para el fuego láser. Mientras daba un salto, Qui-Gon decidió que su tarea era proteger a su padawan, y que Adi tuviera vía libre para ir a por Zan Arbor.