Authors: Jude Watson
Para Obi-Wan, la decisión de abandonar la batalla había sido dura, pero no había pensado en cómo sería decírselo a Siri. Era casi peor.
—Peleamos. Yo me marché —dijo.
Siri le miró incrédula.
—¿Escapaste?
Obi-Wan sintió cómo crecía su irritación. ¿Por qué tenía Siri que decirlo así? Se esforzó por no demostrar su rabia. La mejor manera de contar lo que había pasado era no dar excusas.
—Esta vez tenía las de perder —las palabras salieron suavemente de su boca, pero él se sintió como si se las hubieran arrancado de la garganta.
Siri abrió la boca, pero la cerró de golpe. Obviamente, había muchas cosas que quería decir. Y también era obvio que Adi le había enseñado bien. Por una vez, se guardó sus pensamientos.
Pero la expresión de su rostro decía mucho más de lo que hubiera expresado cualquier palabra. Siri no podía entender que se pudiera abandonar el escenario de la batalla. No podía imaginar una situación en la que ella tuviera que rendirse, pero ella no había combatido en tantas ocasiones como Obi-Wan. Estaba más acostumbrada a las salas de entrenamiento del Templo, donde solía ganar. Cuando perdía, saludaba solemnemente a su oponente, consciente de que después le vencía en el siguiente encuentro.
No se había dado cuenta todavía de que, incluso para los mejores Jedi, había batallas que no se podía ganar. Qui-Gon había enseñado eso a Obi-Wan. Por mucho talento que tuviera como luchador, Qui-Gon sabía que la batalla solía dar muchas sorpresas. Podías prepararte para ello, pero no podías adivinar lo que iba a pasar. Algunas veces había que recortar las pérdidas.
Quería contar todo eso a Siri, pero ella no le escucharía. Le gustaba averiguar las cosas por sí misma. Y no era precisamente una persona comprensiva.
—Tenemos que llamar a Qui-Gon y a Adi —dijo Obi-Wan, dándose la vuelta.
Encontraron un sitio resguardado para hablar en los jardines del centro del complejo médico. La voz calmada de Qui-Gon resonó en el intercomunicador. Obi-Wan le contó rápidamente lo que había pasado.
Hubo un silencio.
—Has hecho bien, padawan —dijo Qui-Gon. Obi-Wan sintió que la tensión de su cuerpo se aliviaba lentamente. Qui-Gon comprendía su decisión, menos mal—. Ahora mismo, Ona Nobis no es más que una distracción, pero lo que me cuentas me perturba. Astri no ha contactado con Tahl. Si Ona Nobis la utilizó como cebo, significa que sabe que Astri está en Sorrus. Seguro que sabe dónde está.
—Siri y yo podemos ir a buscarla...
—No —interrumpió Qui-Gon—. Por muy difícil que parezca, estoy de acuerdo con Tahl. Astri ha tomado su propia decisión. No ha pedido nuestra ayuda.
—Pero...
—Obi-Wan, escúchame. No hagáis nada. Tahl, Adi y yo discutiremos esto. Siri y tú regresad al Templo de inmediato.
Su tono de voz sonó más estricto que nunca. Obi-Wan volvió a ponerse el intercomunicador en el cinturón. Algo reacio, se giró hacia Siri.
—Podemos pedir a alguien que nos lleve en la plataforma principal.
Ella asintió. Permaneció callada mientras regresaban a la plataforma de aterrizaje. Obi-Wan tampoco sabía qué decir. Siri y él se unieron en la misión en Kegan. A él le gustó su espíritu animado y su humor, y llegó a depender de su valor. Era obvio que todavía les quedaba mucho camino de la batalla. Ella hubiera contado con él. Siri sólo confiaba en sí misma.
Cuando llegaron a la plataforma de aterrizaje, Obi-Wan buscó un carguero que fuera a Coruscant. El primer piloto al que se acercó les dijo que no, pero señaló a otro.
—Donny Buc está a punto de marcharse. Puede que os lleve. Ha retrasado su salida un día por averías, pero ya está listo para partir.
Obi-Wan vio a un piloto agachado junto a su nave, bebiendo de un cartón de zumo de muja. Hizo un gesto a Siri y se acercó a él.
—Claro, siempre tengo sitio de sobra para los Jedi —dijo el piloto—. ¿Estáis listos para partir?
—Sí —Obi-Wan tuvo una intuición repentina—. ¿Sabes si ha habido alguien más que haya pedido que la lleven hoy? Es alta y tiene la cabeza afeitada...
—Claro, la recuerdo —dijo el piloto, acabándose el zumo. Llevaba un andrajoso casco de cuero y lucía una barba negra—. Ella y sus amigos estaban buscando un medio de transporte al desierto.
—¿Amigos? —preguntó Obi-Wan, asombrado.
—Tres —dijo el piloto—. No paraban de pelear por cuánto estaban dispuestos a pagar. No escuchaban ni una palabra de lo que decía la chica.
Obi-Wan cerró los ojos.
—¿No se llamarían Cholly, Weez y Tup, por casualidad?
—¡Sí! —soltó el piloto—. Menuda pandilla de tontos.
—Les llevaste a Arra? —preguntó Obi-Wan. Sin duda era el sitio al que ella iría.
El negó con la cabeza.
—No pude llevarlos, tenía que esperar por motivos técnicos. Les dije que cogieran un aerotaxi. Les vi caminando hacia la plataforma de taxis.
Obi-Wan llevó a Siri a un lado.
—Ahora sí que podemos estar seguros de que Astri está aquí. Tenemos que comprobar esta información. No tardaremos mucho. Si este piloto nos lleva primero a Arra, podremos recoger a Astri y llevarla al Templo.
—Pero Qui-Gon y Adi nos dijeron que volviéramos de inmediato.
—Eso fue antes de que supiéramos que Astri estaba aquí —replicó Obi-Wan—. Sabemos que Ona Nobis está aquí, en la capital, así que no correremos peligro. Pasaremos por allí recogeremos a Astri y volveremos directamente al Templo.
Siri negó con la cabeza.
—Es una pérdida de tiempo, Obi-Wan. Además, no entiendo por qué tenemos que rescatar a Astri. ¿Por qué altera Qui-Gon las reglas por esa chica? No es una Jedi. No puede llevarnos hasta Jenna Zan Arbor. No es más que una distracción.
—Ella nos necesita —dijo Obi-Wan—. Qui-Gon la conoce desde que era pequeña. Si está en peligro y nosotros podemos ayudarla, tenemos que hacerlo. Y fue tu Maestra la que te envió aquí, a Sorrus.
Siri le miró con frialdad.
—Adi no quería. Estuvo de acuerdo con Qui-Gon por lealtad.
—Entonces tú deberías hacer lo mismo por mí.
Siri se quedó callada un rato. Escudriñó la lejanía como si contara los altos edificios de Yinn La Hi.
—Está bien —dijo al fin—. Pero no podemos tardar más de unas horas.
Obi-Wan llegó a un trato con el piloto rápidamente.
—De acuerdo. Sólo tengo que desviarme un poco —dijo el piloto—. Espero que vuestra amiga no se haya metido en líos.
Embarcaron en la nave y despegaron. La impaciencia de Obi-Wan hizo que el viaje se le hiciera eterno. Cuando el piloto comenzó a ralentizar los motores e inició el proceso de aterrizaje, una luz de alarma parpadeó de repente en el panel.
—Bueno, que me eclipsen, otra vez el mismo problema —dijo, golpeando el panel de un puñetazo—. Ese mecánico consiguió arreglarlo. Quizá tendría que haber comprado esa pieza de repuesto. Voy a tener que dejaros y volver a Yinn.
—¡Pero tenemos que ir a Coruscant! —exclamó Siri.
—Pues podéis volver conmigo ahora si queréis —dijo Donny Buc, parando los motores—. No os preocupéis, llegaremos a la plataforma de aterrizaje. Sólo tardaremos un par de horas.
Siri gruñó con frustración.
—¡No puedo creerlo! A estas alturas ya podríamos estar a medio camino de Coruscant.
—Perdona, niña —dijo Buc alegremente—. La hipervelocidad está escacharrada. Menos mal que nos hemos desviado y puedo volver al mecánico. Supongo que en Yinn podréis coger otro transporte. Pero creo que yo era el único que iba a Coruscant hoy.
Siri resopló al oír que la llamaba "niña".
—No me gusta ninguna de esas opciones.
—Sólo serán unas pocas horas de retraso —dijo Obi-Wan.
—Puede que menos —dijo Buc, encogiéndose de hombros.
—También podemos bajarnos aquí —dijo Obi-Wan a Siri—. Podemos buscar a Astri mientras esperamos. Ya que hemos llegado hasta aquí...
Siri apretó los labios. Asintió enfadada.
—Vale, déjanos aquí —dijo Obi-Wan a Donny Buc—. Estaremos en la plataforma de aterrizaje dentro de dos horas.
—Que sea hora y media. Hoy es mi día de suerte.
Donny Buc realizó un atropellado aterrizaje. El grupo bajó de la nave, que despegó a trompicones para regresar a Yinn.
Siri y Obi-Wan recibieron una bofetada de aire caliente.
—Lo único que puedo decir es que más le vale volver —refunfuñó Siri.
Obi-Wan abría el camino por la arena. Se sentía agradecido por el hecho de que Siri hubiera accedido a detenerse. Puede que se mostrara un tanto desdeñosa en el Centro Médico, y quizá estuviera algo enfadada, pero había algo que se podía asegurar: Siri era leal.
Caminaron por las dunas. Obi-Wan no vio ni rastro de la tribu ni del grupo formado por Astri y sus tres acompañantes. Pero percibió en la lejanía el brillo del metal.
—Siri, mira.
Ella se cubrió con las manos del sol.
—Es un aerotaxi —dijo—. Vamos.
Corrieron, con la arena retrasando sus pasos.
El aerotaxi estaba hundido en la arena, pero no parecía haber chocado. Cuando se acercaron, Obi-Wan vio un montón de ropa en el asiento de delante.
Se le aceleró el corazón. No era un montón de ropa. Era el piloto. Lo habían estrangulado.
Respirando a duras penas, Obi-Wan se acercó para observar el resto de la nave. Intentó prepararse para la visión del cuerpo sin vida de Astri, pero ¿cómo puedes prepararte para algo así?
El aerotaxi estaba vacío, a excepción del piloto.
—¿Qué hacemos, Obi-Wan? —preguntó Siri en voz baja. Miraba de un lado a otro, ansiosa—. ¿Crees que fue Ona Nobis la que mató al piloto?
—No me cabe duda.
—¿Qué crees que le pasó a Astri? ¿Crees que...?
—No lo sé —dijo Obi-Wan, incómodo.
—Puede que se haya escondido. ¿Se te ocurre algún sitio en el que mirar?
—Sí —dijo Obi-Wan. Intentó ignorar el presentimiento que comenzó a sentir en su interior—. Hay un sitio.
Cuando Astri y yo vinimos aquí, la tribu local nos llevó hasta el escondrijo de la cazarrecompensas.
Condujo a Siri por la irregular pared de piedra que rodeaba al cañón. Cuanto llegó a una abrupta esquina, se detuvo.
—Ponte la capucha —le avisó—. El viento sopla con mucha fuerza al doblar esta esquina. Pase lo que pase, no me pierdas de vista.
Siri asintió, poniéndose la capucha sobre la cabeza. Él hizo lo mismo.
Al doblar la esquina se enfrentaron a un fuerte viento aullante. Los granos de arena les herían en las partes expuestas de la piel. Obi-Wan apoyó una mano en la pared para no perderse. Apenas veía a uno o dos metros por delante.
Se puso de rodillas, indicando a Siri que le siguiera. Pasó los dedos por la roca, buscando la abertura que conducía al escondite de la cazarrecompensas.
Fue un alivio acceder al fin a la estrecha entrada. No podía ponerse de pie, pero la fresca arena bajo sus dedos era un alivio. Se quitó la túnica y se sacudió la arena de la cara y del pelo.
—La cueva se ensancha más adelante. Podremos ponernos de pie —susurró a Siri. Estaba bastante seguro de que Ona Nobis no estaba allí, pero estaba preparado para enfrentarse a ella si estuviera. Esta vez tenía a Siri para ayudarle.
Gateó por la fría y húmeda arena, abriéndose paso casi por instinto. Vio la estrecha abertura más adelante y se coló por ella. El aire cambió de repente, y supo que estaba en un espacio abierto más grande. La oscuridad se aclaró. Espero un instante y encendió la linterna.
Astri estaba sentada, apoyada contra la pared, junto a Cholly, Weez y Tup. Estaban atados unos a otros por muñecas y tobillos. Tenían mordazas en la boca. Astri abrió los ojos de par en par.
—No os preocupéis, soy yo —dijo Obi-Wan, por si no podían verle.
—¡Mmmmfff! —Astri luchaba por quitarse la mordaza. Cholly pateó el suelo de la cueva.
—Vale, vale, ya voy —dijo Obi-Wan, acercándose a ellos rápidamente. Quitó la mordaza a Astri, y ella habló rápidamente.
—¡Trampa! —exhaló Astri cuando Obi-Wan le retiró la mordaza.
—¿Qué...?—la pregunta de Obi-Wan fue interrumpida por un fuerte y apresurado ruido a sus espaldas.
Él se giró y corrió hacia la abertura, pasando por delante de Siri. Se tumbó e intentó avanzar, pero ya era demasiado tarde. La arena y las rocas caían desde el techo de la cueva apilándose en la entrada de la gruta. No podía hacer nada. Comenzaron a caer rocas más grandes que se encajaron con las anteriores. En pocos momentos, la entrada de la caverna quedó sellada, y ellos estaban enterrados vivos.
Obi-Wan gateó de vuelta hacia la amplia estancia de la gruta. Se quitó el polvo de los ojos y cogió el intercomunicador.
No funcionaba.
—¿Siri?
Ella negó con la cabeza.
—El mío tampoco.
Astri se pasó las manos por la corta cabellera que ya le comenzaba a crecer en el cráneo rapado.
—Lo siento, Obi-Wan. Nos dejó aquí para morir, pero ella esperaba que nos encontraras. Cuando entrasteis a gatas, activasteis un sistema de seguridad que hizo caer todas esas piedras.
Obi-Wan asintió. Se sintió fatal por haber vuelto a caer en una trampa. Nunca llegó a contarle a Qui-Gon lo del escondite de Ona Nobis. No había habido tiempo. Se lo contó a Tahl, pero no llegó a darle detalles. Todo había sido demasiado rápido. Y ahora nadie sabía dónde estaban.
Siri liberó a Cholly, Weez y Tup. Tup gruñó al estirar las piernas.
—Qué hambre tengo.
—No te durará mucho —dijo Weez.
A Tup se le iluminó la cara.
—¿Tenemos comida?
—No idiota. Vamos a morir pronto —se burló Weez.
Tup palideció.
—No tienes por qué ser tan negativo, hombre. Estamos con los Jedi. Pueden hacer de todo.
Cholly se agachó para mirar por la abertura al interior de la cueva.
—No pueden hacer un túnel en una roca —dijo.
—Todavía no habéis muerto —les dijo Siri—. Vamos, Obi-Wan. Veamos si podemos atravesar esas rocas con nuestros sables láser.
Obi-Wan siguió a Siri hacia la parte estrecha de la cueva. Se arrastraron por el suelo. El poco espacio sólo les permitía estar en cuclillas, uno al lado del otro. Activaron sus sables láser y cortaron las rocas.
Las piedras se pulverizaron, generando una arenilla que rellenó los huecos entre rocas, lo que provocó que el montón se hiciera todavía más compacto.
—Esto no va a funcionar —dijo Obi-Wan. Se sentó y apagó el sable láser. Se quitó el barro de la cara con la manga—. Ahora es cuando tú me dices: "te lo dije".