Authors: Jude Watson
Alcanzó la seguridad de los árboles y miró hacia atrás.
—No nos siguen. No es necesario. Ya saben quiénes somos.
Adi se metió el sable láser en el cinturón.
—No falta nada para que Min K'atel nos expulse del planeta. Creo que nos hemos pasado con la bienvenida.
Qui-Gon se apoyó con los ojos cerrados en el tronco de un árbol, mientras Adi metía las muestras de agua en un analizador y enviaba los datos a Tahl.
Obi-Wan se le acercó y se sentó a su lado. Sabía que Qui-Gon no quería que dijera nada, pero estaba preocupado.
—No has recuperado tu fuerza, Maestro —dijo lentamente—. ¿Estás seguro de que...? —se detuvo. Qui-Gon había abierto un ojo. Eso bastó para interrumpirle.
—Winna Di Uni me dijo que llevaría tiempo —dijo Qui-Gon—. Y así está siendo —cerró los ojos—. No te preocupes, padawan. Todo esto terminará pronto. Y entonces descansaré.
Obi-Wan asintió, aunque Qui-Gon no le estaba mirando. Había visto antes a su Maestro cansado y dolorido, pero nunca tan desfallecido. Era una sensación extraña. Si Qui-Gon podía debilitarse, todos los Jedi eran vulnerables.
El intercomunicador de Adi sonó y ésta activó la función holográfica. Apareció Tahl.
—La bacteria ha sido creada genéticamente —dijo sin preliminares—. De forma muy inteligente. Las medidas tomadas para eliminarla fueron las que la propagaron.
Qui-Gon se enderezó, alerta.
—¿Puedes indicar a los científicos locales cómo controlarla?
—Ya lo saben —dijo Tahl—. Una empresa de investigación de Belasco anunció el descubrimiento hace unas horas. Ahora ya saben cómo neutralizar la bacteria. También han encontrado un tratamiento para los enfermos. Van a hacer una fortuna.
—Una fortuna —repitió Obi-Wan en voz baja—. Y a Ona Nobis le prometieron una buena cantidad si regresaba.
Adi se acercó a la imagen de Tahl.
—¿Puedes investigar esa empresa para saber si tiene que ver con...?
—¿Las Industrias Zan Arbor? Ya lo he hecho —dijo Tahl.
Siri se dio una palmada en la pierna.
—Ya es nuestra.
—Ahora tenemos que encontrarla —dijo Adi.
—Estaré pendiente de vuestra llamada —dijo Tahl, y su imagen se desvaneció.
Qui-Gon se levantó.
—Volvamos al palacio. Estoy seguro de que la respuesta está ahí.
El sol se ponía mientras los Jedi se apresuraban por entre las callejuelas hacia las puertas de palacio. Gran cantidad de belascanos se dirigían también al lugar. Se dieron cuenta de que se había corrido la voz del descubrimiento. La gente se reunía para festejarlo. Eso los cubriría.
Y también a Ona Nobis.
Se movieron entre la muchedumbre hacia los jardines de palacio, buscando a Astri.
—No la veo por ninguna parte —dijo Qui-Gon—. Se supone que debía estar vigilando a Uta S'orn.
—Allí está —dijo Obi-Wan, señalando con el dedo—. Lleva un uniforme médico.
Vestida de blanco, Astri paseaba a un niño en silla de ruedas por el jardín. Se agachó para ponerle una manta sobre el regazo.
—Es una buena tapadera —dijo Qui-Gon—. ¿Pero qué pasa con Cholly, Weez y Tup?
Tup salió de una de las tiendas a la cabeza de un grupo de niños, jugando con tres brillantes pelotas de láser. Weez le seguía.
—Al menos están lejos del peligro —dijo Qui-Gon
Astri les vio y se acercó con el rostro iluminado.
—¿Habéis oído las noticias? ¡Han encontrado la vacuna!
—Ya lo hemos oído —dijo Adi—. Pero seguimos teniendo un problema.
—He estado siguiendo a Uta S'orn —dijo Astri—. Y no he visto nada sospechoso. Está todo el rato al aire libre. Completamente dedicada a los niños. Hace de todo, hasta ayudar con el servicio de comidas.
Qui-Gon se puso tenso.
—¿Puedes entrar en las cocinas de palacio? —preguntó a Astri.
Astri asintió.
—Se necesita más gente para las comidas. Todo el que quiere puede entrar y ayudar.
—¿Crees que podríamos controlar las comidas que salen de la cocina? ¿Puedes contar las bandejas?
—Sí —dijo Astri—. Cholly ha estado ayudando a prepararlas.
—¿Cómo se envían las comidas? —preguntó Adi.
—Sobre todo, por los túneles —dijo Astri—. Se construyeron hace un siglo, durante una guerra con un planeta cercano. Es la forma más rápida de llegar de las cocinas a la zona de los pabellones. Construyeron las cúpulas sobre las antiguas entradas de los jardines por esa misma razón.
—¿Y cuándo es la siguiente comida? —preguntó Qui-Gon.
Astri miró su reloj.
—Cholly debe de estar preparando las bandejas ahora mismo.
—Bien —dijo Qui-Gon—. Obi-Wan y Siri, id con Astri a las cocinas. Comparad el número de bandejas de comida con el número de niños enfermos. Si hay más bandejas que niños, seguid a Uta S'orn. Aseguraos de que no os vea. Fijaos adonde envía las bandejas. Si Ona Nobis y Zan Arbor están en palacio, tendrán que comer.
Qui-Gon miró fijamente a Obi-Wan y a Siri.
—Si veis o percibís a Ona Nobis, no os enfrentéis a ella. Venid con Adi y conmigo.
Obi-Wan y Siri asintieron y siguieron a Astri a las cocinas de palacio. Era una sala enorme llena de despensas de comida y almacenes. Obi-Wan y Siri esperaron en el pasillo, en penumbra, mientras Astri entraba.
Cholly estaba muy ocupado poniendo platos con un guisado, pan y una tartaleta de fruta en cada bandeja. Los otros trabajadores iban de un lado a otro, poniendo el guisado en platos y empujando las bandejas en línea para cargarlas en los carros.
Rápidamente, Astri pasó la mirada por las bandejas para contarlas. Salió al pasillo.
—Hay sesenta y cuatro bandejas —dijo—. Dos de más. Qui-Gon tenía razón. Ahora tendremos que esperar a Uta S'orn.
Unos momentos después, el resto de los trabajadores comenzaron a entrar en la cocina. Cada uno cogió un carrito y metió las bandejas en el calientaplatos. Uta S'orn llegó y llenó rápidamente su carrito.
—Yo me ocuparé del Pabellón Cinco, como siempre —dijo.
Empujó el carrito por el pasillo y se dirigió hacia el túnel. Obi-Wan y Siri se apretaron contra la pared. Siguieron a Uta S'orn, en silencio y lo más cerca que podían, a través del enrevesado laberinto.
Uta S'orn dejó primero las comidas en el Pabellón Cinco. La vieron ascender por la rampa. Cuando regresó seguía teniendo dos bandejas en el carrito. Giró de repente y se encaminó directamente hacia ellos.
Obi-Wan y Siri retrocedieron hasta un túnel secundario. Se aplastaron contra una pared e intentaron no respirar. Si Uta S'orn elegía ese camino, les descubriría.
Tuvieron suerte. Ella se metió por el túnel de enfrente. Pasado un momento, la siguieron con cautela. El túnel se estrechó y dobló bruscamente hacia la izquierda. Obi-Wan se fijó cuidadosamente en el camino que estaban recorriendo. Sabía que se habían alejado del ala principal del palacio y de los guardias, y que se dirigían hacia los aposentos privados de Uta S'orn.
De repente oyeron que el carrito se detenía. Obi-Wan avanzó a gatas. Miró por la esquina y vio a Uta S'orn poniendo las bandejas en el suelo. Luego se giró hacia él.
El Jedi retrocedió e indicó a Siri que se pusiera en marcha. Los dos corrieron en silencio por el túnel, oyendo a S'orn tras ellos. Ella no podía ir rápido porque empujaba el carrito vacío. Llegaron al túnel principal, y Obi-Wan giró a la izquierda, suponiendo que ella regresaría a las cocinas de palacio. Tras unos instantes apareció Uta S'orn, que tomó la ruta que Obi-Wan había supuesto. Obi-Wan y Siri regresaron por donde habían entrado, y esperaron en la curva del túnel.
—¿Y si Ona Nobis viene por detrás? —susurró Siri.
—Corremos —le respondió sigilosamente Obi-Wan.
Para sorpresa de Obi-Wan, se abrió una pequeña rejilla en el techo, sobre las bandejas de comida. Ona Nobis se deslizó por ella con su sistema óseo sorrusiano comprimiéndose para permitirle pasar por el limitado espacio.
Siri se llevó la mano al sable láser y comenzó a desenvainarlo. Con un movimiento fugaz, Obi-Wan le puso la mano en la muñeca para detenerla. Ella le miró, pero él no le soltó el brazo.
Ona Nobis cogió la tartaleta de una de las bandejas y se la metió en la boca. Rápidamente se tragó la segunda tartaleta y se limpió los dedos delicadamente en la túnica.
—Qué ladrona —susurró Siri a Obi-Wan.
Ona Nobis subió las bandejas a la rejilla del techo. Después se alzó ella misma y desapareció.
—Tendríamos que haber atacado —susurró Siri violentamente cuando perdieron de vista a Nobis.
—Siri, Qui-Gon nos dijo que no lo hiciéramos —le dijo Obi-Wan enfadado.
—¡Pero estábamos tan cerca! Y no tenía el látigo —replicó Siri. Sus ojos azules le retaron en la oscuridad del túnel, y alzó la barbilla hacia Obi-Wan—. ¿O es que te daba miedo volver a enfrentarte a ella?
Adi y Qui-Gon escucharon el relato de Siri y Obi-Wan. Adi asintió satisfecha.
—Están aquí. Eso significa que Noor también —Adi miró a Qui-Gon—. Tenemos suficiente como para hablar con el Líder. Hemos de correr el riesgo.
—Estoy de acuerdo —dijo Qui-Gon—. Si tenemos suerte, podremos evitar una batalla. Tanto si Uta S'orn está escondiendo voluntariamente a Zan Arbor como si lo está haciendo por la fuerza, él tiene que saberlo.
A su alrededor habían comenzado los preparativos para la celebración. El Líder había decidido dar una gran fiesta para la ciudad de Senta. Cada vez había más gente en el palacio. En los jardines relucían velas. Los músicos se colocaban cerca del jardín de flores. Había sirvientes, funcionarios y gente del pueblo por todo el césped, que seguía fragante por el rocío de la tarde.
Min K'atel, radiante, estaba sentado junto a su mujer. Su hija estaba entre ellos, envuelta en una mantita. Uta S'orn se hallaba a su derecha. Cuando los Jedi se acercaron la amplia sonrisa de Min K'atel se desvaneció, y les clavó una fría mirada.
—He recibido informes de que un grupo de saboteadores se infiltró en la central depuradora, sin duda para introducir más bacterias letales —dijo él—. Mi responsable de seguridad me ha dicho que esos intrusos eran Jedi. O no sois verdaderos jedi, o todo lo que creía saber sobre vuestra Orden es falso. ¿Cuál de las dos cosas es?
El Líder hizo un gesto, y los relucientes androides vigilantes aparecieron, flanqueando al grupo de Jedi.
—No somos saboteadores ni imitadores —dijo Adi con su fuerte e imperativo tono de voz—. Somos Caballeros Jedi. Hemos venido a por uno de los nuestros, y a investigar sus problemas.
—No necesitamos vuestra ayuda —dijo Min K'atel, cortante.
—Pero necesitas saber lo que hemos descubierto —dijo Qui-Gon—. La bacteria que introdujeron en el agua fue creada deliberadamente.
—Sois forasteros —replicó Min K'atel duramente—. No sabéis que esta bacteria aparece cada siete años en Belasco.
—Sí lo sabemos —dijo Qui-Gon—. Y también lo sabe la persona que creó la bacteria para que se reprodujera. Ella sabía que no sospecharíais de que la habían introducido artificialmente en el sistema porque era algo que ya habíais visto antes. Pero esta bacteria es distinta. Fue creada para responder ante los intentos de eliminarla.
Min K'atel les miraba fijamente.
—¿Quién haría algo así y por qué?
—Alguien que sacara beneficio de la eliminación —respondió Adi—. Una brillante científica llamada Jenna Zan Arbor. Está detrás del grupo de científicos que encontró el remedio, y hará una fortuna, lo suficiente como para poder escapar a la justicia y vivir como una fugitiva.
—Ella no es belascana —dijo Min K'atel—. ¿Cómo podría haber hecho algo así sin ayuda?
—Contaba con la ayuda de un eminente personaje de Belasco que tenía acceso a las zonas de alta seguridad —respondió Adi. Fijó la mirada en Uta S'orn.
S'orn no se sonrojó ni negó nada. Alzó una ceja y miró con desprecio a los Jedi.
Min K'atel miró a S'orn.
—Esto es ridículo —dijo él—. Intentáis cubriros acusando a una de las mejores ciudadanas de Belasco. Voy a ponerme en contacto con el Consejo Jedi. ¡No permitiré que esta acusación siga en pie!
—Uta S'orn está ocultando a Jenna Zan Arbor y al Maestro Jedi que ésta, a su vez, tiene prisionero —afirmó Qui-Gon—. Si da la orden de registro de sus aposentos, les encontrará.
—¡No daré esa orden!
Adi y Qui-Gon activaron los sables láser de inmediato. Obi-Wan y Siri hicieron lo mismo.
—Me temo que tenemos que insistir —dijo Qui-Gon—. Hay un Jedi cautivo en su palacio, y eso le hace responsable. Si hemos de librar una batalla para liberarle, ha de saber que lo haremos.
Min K'atel le miró indeciso.
—Aquí no hay más Jedi. Sólo hay pabellones repletos de niños y ancianos enfermos.
—Yo he visto a un anciano enfermo —intervino la hija de Min K'atel, Joli. Agitó la muñeca que tenía en el regazo, moviéndole brazos y piernas—. Me hizo esto.
—¿Y cómo te lo dio? —le preguntó Adi amablemente.
—Lo tiró en los matorrales —dijo Joli—. Tiró otras muñecas para los niños. La mía es la mejor —sonrió a su muñeca—. Es la más bonita.
—¡La mía es la más bonita! —dijo una niña pequeña que se acercó corriendo, agitando una muñeca.
—¡No, la mía! —un niño agitó la suya en el aire.
Qui-Gon avanzó unos pasos. Cogió suavemente la muñeca de las manos de Joli y la puso junto a su túnica. El color y la textura de los hilos coincidían exactamente.
—¿Sigue afirmando que no hay un Jedi en su propiedad? —preguntó a Min K'atel.
La mirada de Min K'atel recorrió la fachada hasta la ventana en la que su hija había visto al anciano que fabricaba los juguetes. Eran los aposentos de Uta S'orn.
—Registrad su habitación —dijo al capitán de la guardia.
Uta S'orn se encogió de hombros cuando los miembros de la guardia real se alejaban.
—No encontrarán nada.
—En ese caso, te ofreceré mis más sinceras disculpas —dijo Min K'atel. Se volvió hacia los androides de la guardia—. Rodead a la senadora S'orn.
Los androides se pusieron en formación. Pero en lugar de volverse hacia Uta S'orn, se volvieron hacia los Jedi.
—Han sido reprogramados —dijo Qui-Gon rápidamente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando comenzó el fuego. Los disparos láser resonaban alrededor de los Jedi.
Los únicos que se dieron cuenta fueron los belascanos que tenían al lado. Los festejantes que había en los jardines pensaron que las luces formaban parte de la fiesta. Aplaudieron cuando los Jedi comenzaron a girar, blandiendo rápidamente sus sables láser. Los músicos tocaban cerca, y la gente se concentró en la música.