Sangre fría (25 page)

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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Policíaco

BOOK: Sangre fría
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—Lo siento, agente Pendergast —dijo en un tono que casi parecía contrito.

—¿Nada? —Pendergast miró fijamente al hacker, pero Mime estaba vuelto hacia el monitor y le daba la espalda.

—Oh, no, mucho, pero todo anterior a ese viaje a África. Su trabajo en Doctors With Wings, sus archivos académicos, sus exámenes médicos, el registro de los libros que sacó de diferentes bibliotecas... Incluso un poema que escribió en la época de la universidad mientras hacía de canguro de un niño pequeño.

—«A un niño que un día perdió su primer diente» —murmuró Pendergast.

—Ese. Pero después del ataque del león..., nada. —Mime dudó—. Y eso normalmente solo significa una cosa.

—Sí, Mime, gracias —dijo Pendergast. Reflexionó un momento—. Has mencionado archivos académicos y exámenes médicos... ¿No has visto nada extraño, nada que te haya llamado la atención o que pareciera fuera de lugar?

—No. Era la viva imagen de la salud, pero eso ya debías de saberlo. Y al parecer fue buena estudiante. Buenas notas en el instituto y excelentes en la universidad. Incluso en la escuela elemental lo hizo bien, lo cual resulta sorprendente.

—¿Por qué?

—Bueno, pues porque no hablaba inglés.

Pendergast se levantó lentamente de la silla.

—¿Qué?

—¿No lo sabías? Está aquí. —Mime acercó la silla de ruedas al teclado y tecleó rápidamente. En la pantalla apareció la imagen de un documento escrito a máquina con notas manuscritas en la parte inferior—. El Departamento de Educación de Maine digitalizó hace unos años todos sus archivos —explicó Mime—. Mira la anotación que acompaña a las notas de segundo grado de Helen Esterhazy. —Se inclinó hacia la pantalla y leyó—: «Considerando que Helen emigró a Estados Unidos a mediados del año pasado, que su lengua era el portugués y no tenía conocimientos de inglés, sus progresos en el colegio y sus avances en el dominio de la lengua son notables».

Pendergast se acercó y examinó la imagen personalmente; la más absoluta perplejidad se reflejaba en su rostro. Luego se incorporó y recobró el dominio de sí mismo.

—Una cosa más...

—¿Qué, míster agente secreto?

—Me gustaría que entraras en la base de datos de la Universidad de Texas e hicieras una corrección en sus registros. En ellos consta que un tal Frederick Galusha abandonó los estudios en el último año, con lo cual no obtuvo la licenciatura. Quiero que conste que se licenció
cum laude.

—Eso está chupado, pero ¿por qué
cum laude
? Por el mismo precio puedo hacer que sea
summa cum laude
y Phi Beta Kappa.

—Con
cum laude
bastará. Y asegúrate de que las notas están a la altura de la calificación final, para no dejar cabos sueltos. No hace falta que me acompañes a la puerta.

—Muy amable. Oye, no más visitas sorpresa. Y, por favor, antes de salir no te olvides de activar todo lo que has desconectado.

Cuando Pendergast dio media vuelta, la figura llamada Mime habló de nuevo.

—Ah, Pendergast...

El agente se volvió.

—Solo una cosa más. Esterhazy es un apellido húngaro.

—Así es.

El hacker se rascó la nuca y bajó la cabeza.

—Entonces, ¿cómo es que su lengua materna era el portugués?

Cuando levantó la vista se dio cuenta de que hablaba con una puerta vacía. Pendergast ya había desaparecido.

Capítulo 41

Nueva York

Judson Esterhazy se apeó del taxi y contempló brevemente los opresivos edificios del Bajo Manhattan antes de coger su maletín de piel y pagar al taxista. Caminó por la estrecha acera, con paso tranquilo y confiado, alisándose la corbata, y desapareció en el bajo vestíbulo del Departamento de Salud de Nueva York.

Resultaba agradable volver a llevar traje, aunque siguiera manteniéndose en la clandestinidad. Y aun lo era más pasar a la ofensiva, hacer algo que no fuera huir. El miedo y la incertidumbre que lo habían estado consumiendo casi habían desaparecido por completo y, tras un período de pánico, habían sido sustituidos por un plan claro y decisivo. Un plan que resolvería su problema con Pendergast de una vez por todas. Y lo más importante: ese plan los complacía. Por fin iban a ayudarlo.

«Llegarás a él a través de su zorra.»

Excelente consejo, aunque expresado con excesiva crudeza. Y encontrar a la «zorra» había resultado más fácil de lo esperado. El siguiente desafío consistía en dar con la manera de llegar hasta ella.

Se acercó al directorio de servicios y vio que el Departamento de Salud Mental se encontraba en el séptimo piso. Se dirigió a los ascensores, entró en uno y apretó el botón «7». Las puertas se cerraron silenciosamente, y luego empezó a subir.

Sus conocimientos de las bases de datos médicos habían demostrado ser de gran valor. Al final le habían bastado con unas cuantas búsquedas para conseguir la información que necesitaba y, a partir de ahí, trazar su plan de ataque. El primer acierto había sido un procedimiento en el que Pendergast había sido requerido como parte interesada pero al que había decidido, perversamente, no presentarse. El segundo, un artículo de un tal doctor Felder, aún no publicado pero presentado ante la comunidad médica para su estudio, acerca de un caso sumamente interesante: una mujer encerrada en el correccional para mujeres de Bedford Hills pero pendiente de traslado al hospital Mount Mercy. Aunque el artículo no revelaba la identidad de la paciente, dada la naturaleza del procedimiento averiguar su nombre no había supuesto ninguna dificultad.

Al salir del ascensor, preguntó por el doctor Felder. El psiquiatra estaba trabajando en su pequeño y pulcro despacho y se levantó cuando Esterhazy entró. Era tan pequeño como su lugar de trabajo, iba bien vestido, tenía el pelo entrecano y lucía perilla y bigote.

—¿El doctor Poole? —preguntó, tendiéndole la mano.

—Encantado de conocerle, doctor Felder —dijo Esterhazy estrechándole la mano.

—El placer es mío —repuso Felder; señaló una silla vacía—. Conocer a alguien que cuenta con experiencia en el caso de Constance constituye una suerte inesperada para mi trabajo.

«Para mi trabajo.» Exactamente como Esterhazy lo había imaginado. Contempló el impersonal despacho, con sus libros de consulta y sus acuarelas deliberadamente neutras. Por lo que podía deducir, ser psiquiatra judicial debía de ser un trabajo escasamente gratificante. La mitad de sus pacientes eran vulgares sociópatas, mientras que la otra mitad se limitaban a fingir para obtener una rebaja de la condena. Leyendo el artículo que Felder pretendía publicar, Esterhazy se había hecho una idea más que aproximada de sus aspiraciones. Se trataba de un caso al que se le podía hincar el diente y con el que tal vez incluso se podía hacer carrera. Felder era a todas luces un tipo abierto y confiado, dispuesto a colaborar y, al igual que mucha gente inteligente, un tanto ingenuo. Perfecto.

Aun así, debía proceder con cautela. Si dejaba entrever su ignorancia sobre la paciente y el caso, levantaría de inmediato todo tipo de sospechas. El truco consistía en hacer que ese desconocimiento jugara a su favor.

Quitó importancia a las palabras de Felder con un gesto de la mano.

—La suya es una presentación única, al menos en mi experiencia. Me gustó enormemente leer su artículo, y no solo porque trata de un caso interesante sino porque creo que puede ser importante. Tal vez incluso convertirse en un clásico. Aunque, la verdad, yo no tengo interés en publicar porque mi campo es otro.

A pesar de que Felder se limitó a asentir, Esterhazy creyó ver en sus ojos un destello de alivio. Era importante que el psiquiatra comprendiera que él no representaba una amenaza para sus aspiraciones.

—¿Cuántas veces ha hablado usted con Constance? —preguntó Esterhazy.

—Hasta el momento hemos tenido cuatro sesiones.

—¿Y todavía no ha manifestado amnesia?

Felder frunció el entrecejo.

—No. En absoluto.

—Fue la parte de su tratamiento que me planteó los mayores retos. Acababa una sesión con ella creyendo que había hecho muchos progresos en el tratamiento de sus fantasías más peligrosas, y cuando reaparecía para la siguiente sesión me encontraba con que Constance no conservaba el menor recuerdo de la visita anterior. De hecho, afirmaba que ni siquiera me conocía.

Felder entrelazó los dedos.

—Qué curioso... En mi experiencia, su memoria ha sido siempre excelente.

—La amnesia es disociativa y episódica. Interesante.

Felder empezó a tomar notas.

—Lo que me parece más interesante es que hay poderosos indicios de que nos encontramos ante un caso muy infrecuente de fuga disociativa.

—¿Lo que podría explicar, por ejemplo, el viaje por mar?

—Exacto, al igual que los inexplicables estallidos de violencia. Esa es la razón, doctor Felder, de que calificara el caso de único. Opino que tenemos, bueno, que usted tiene la oportunidad de hacer progresar de modo sustancial los conocimientos médicos en este campo.

Felder escribía cada vez más deprisa.

Esterhazy cambió de postura en la silla.

—A menudo me he preguntado si las... digamos inusuales relaciones personales de su paciente pueden haber sido un factor de consideración en sus desórdenes.

—¿Se refiere a su tutor, el tal Pendergast?

—Bueno... —Esterhazy pareció dudar—. Es cierto que el señor Pendergast utiliza el término «tutor»; sin embargo, hablando de colega a colega, la relación ha sido mucho más íntima de lo que el término da a entender. Lo cual, a mi parecer, podría explicar por qué el señor Pendergast no compareció la última vez que se requirió su presencia.

El doctor Felder dejó de escribir y alzó la vista. Esterhazy asintió despacio y significativamente.

—Eso es muy interesante —dijo Felder—. Ella lo niega rotundamente.

—Es natural —repuso Esterhazy en voz baja.

—¿Sabe...? —Felder se interrumpió un instante, como si sopesara algo—. Si de verdad hubo un trauma emocional grave, algún tipo de coacción sexual o incluso abusos, eso no solo explicaría su estado de alienación, sino también sus extrañas ideas acerca del pasado.

—¿Extrañas ideas acerca del pasado? —preguntó Esterhazy—. Eso es una novedad.

—Bueno, por decirlo claramente, doctor Poole, Constance insiste en que tiene ciento cuarenta años.

Esterhazy tuvo que hacer esfuerzos para mantener la seriedad.

—¿En serio? —logró decir.

Felder asintió.

—Afirma que nació en 1870, que creció en Water Street, a unas pocas manzanas de donde nos encontramos ahora mismo, que tanto su padre como su madre murieron siendo ella niña y que vivió durante años en una mansión que pertenecía a un hombre llamado Leng.

Esterhazy siguió esa pista.

—Esa podría ser la otra cara de la moneda de su amnesia disociativa y de su estado de alienación.

—Lo cierto es que su conocimiento del pasado, al menos del período en que asegura que creció, es notablemente vivido y exacto.

«Menudas tonterías», se dijo Esterhazy.

—Constance es una persona muy inteligente, a pesar de sus problemas.

Felder contempló sus notas con aire pensativo y después miró a Esterhazy.

—¿Podría pedirle un favor, doctor?

—Por supuesto.

—¿Le interesaría acompañarme a una sesión?

—Estaría encantado.

—Me gustaría contar con una segunda opinión. Su anterior experiencia con la paciente y sus observaciones serían sin duda de gran ayuda.

Esterhazy sintió un estremecimiento de alegría.

—Solo estaré un par de semanas en Nueva York, en Columbia, pero me complacerá ayudarlo en lo que pueda.

Felder sonrió por primera vez.

—Teniendo en cuenta la amnesia episódica que he mencionado —dijo Esterhazy—, creo que sería mejor que me la presentara como si no nos hubiéramos visto antes. Así podremos observar su reacción. Será interesante comprobar si su amnesia ha persistido durante su estado de alienación.

—Desde luego.

—Tengo entendido que en la actualidad se encuentra internada en el hospital Mount Mercy.

—Así es.

—Y supongo que usted podrá ocuparse de que yo disponga de la acreditación necesaria.

—Eso creo. Como es natural, necesitaré su curriculum vitae, su carnet de colegiado, el papeleo de costumbre... —Felder, incómodo, no dijo más.

—Claro. Resulta que creo que llevo encima todos los papeles necesarios. Los he traído para el personal de Columbia. —Abrió su maletín y sacó una carpeta que contenía toda una serie de documentos primorosamente falsificados por gentileza de la Alianza. Existía en efecto un doctor Poole, por si acaso a Felder se le ocurría comprobarlo, pero dada su confiada naturaleza no parecía probable que lo hiciera—. Y aquí tiene además un resumen de mi trabajo con Constance —añadió sacando una segunda carpeta cuyo contenido estaba destinado más a despertar el apetito de Felder que a proporcionarle ninguna información real.

—Gracias. —Felder abrió la primera carpeta, examinó su contenido de un vistazo y luego se la devolvió. Tal como Esterhazy había esperado, había sido una simple formalidad—. Creo que mañana podré decirle algo acerca de la acreditación.

—Aquí tiene mi número de móvil. —Esterhazy deslizó una tarjeta en la mesa.

Felder se la guardó en el bolsillo de la americana.

—No sabe cuánto me alegra contar con su colaboración en este caso, doctor Poole.

—Créame, doctor Felder, el placer es todo mío —contestó Esterhazy levantándose y estrechando la mano del psiquiatra. Luego le obsequió con su mejor sonrisa y se marchó.

Capítulo 42

Plantación Penumbra, distrito de St. Charles

—Bienvenido a casa, señor Pendergast —dijo Maurice, abriendo la puerta, como si Pendergast se hubiera ausentado unos minutos en lugar de dos meses—. ¿Deseará cenar algo, señor?

El agente del FBI entró, y el mayordomo cerró la puerta a la gélida niebla invernal.

—No, gracias. Pero me encantaría una copa de amontillado en el salón de arriba.

—La chimenea está encendida.

—Estupendo.

Pendergast subió la escalera que conducía al salón, donde un fuego ardía en el hogar y mitigaba la habitual humedad que reinaba en la casa. Se sentó en el sillón orejero que había al lado y, un instante después, Maurice entró llevando una bandeja de plata con una copa de jerez.

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