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Authors: Douglas Preston & Lincoln Child

Tags: #Policíaco

Sangre fría (28 page)

BOOK: Sangre fría
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—Tirando —dijo Ned estrechando la mano que el otro le tendía.

—¿Traes noticias frescas para compartir? ¿Alguna exclusiva sobre el concurso de redacción de la escuela de primaria? —Fourier rió de su propia ocurrencia.

Betterton rió a su vez.

—¿Y a ti cómo te va con el alquiler de coches?

—Atareado. Muy atareado. Y encima Carol se ha puesto enferma esta mañana, así que parezco un cojo en un campeonato de patear culos.

Betterton se acordó de que Hugh había sido el gracioso de la clase y le rió la gracia. No le sorprendió saber que YouSave marchaba viento en popa. Desde que habían empezado las obras en el aeropuerto internacional de Gulfport-Biloxi, en el aeropuerto local había mucho más movimiento.

—¿Sigues viendo a alguno de los antiguos compañeros de Jackson? —preguntó Fourier al tiempo que igualaba por los bordes un montón de papeles.

Charlaron unos minutos acerca de los viejos tiempos y Betterton luego fue al grano.

—Oye, Hugh —dijo apoyándose en el mostrador—, me preguntaba si podrías hacerme un favor.

—Claro, ¿qué necesitas? Te puedo conseguir una tarifa estupenda para un descapotable.

—Tengo curiosidad por saber si cierto individuo te alquiló un coche.

La sonrisa de Fourier se desvaneció.

—¿Cierto individuo? ¿Qué quieres saber?

—Soy periodista.

—Vaya, no me dirás que es para un artículo... ¿Desde cuándo te dedicas al periodismo de investigación?

Betterton se encogió de hombros con la mayor despreocupación que pudo.

—Es solo una pista que estoy siguiendo.

—Sabes que no puedo facilitar información sobre nuestros clientes.

—No te estoy pidiendo gran cosa. —Betterton se acercó un poco más—. Escucha. Yo te describo al tipo, y te digo qué coche conducía. Lo único que te pido es que me digas cómo se llamaba y con qué vuelo llegó.

Fourier frunció el entrecejo.

—No sé si...

—Te juro que no te mencionaré para nada, ni a ti ni a la empresa.

—Tío, me estás pidiendo algo muy serio. En este negocio la confidencialidad es muy importante...

—El hombre del que te hablo era extranjero. Hablaba con un acento de Europa. Era alto y delgado. Tenía una verruga debajo de un ojo. Llevaba una gabardina cara. Te alquiló un Ford Fusión azul oscuro, probablemente el 28 de octubre.

La expresión de Fourier reveló a Ned que había dado en la diana.

—Lo recuerdas, ¿verdad?

—Ned...

—Vamos, Hugh.

—No puedo.

—Mira, ya has visto que sé mucho sobre ese tipo. Solo necesito que tú me digas un par de cosillas más. Por favor...

Fourier titubeó. Luego suspiró.

—Sí, me acuerdo de él. Era como lo has descrito. Tenía un acento muy marcado, alemán.

—¿Y fue el 28?

—Supongo que sí. Hará una o dos semanas.

—¿Podrías comprobarlo?

Betterton confiaba en que, si Fourier verificaba la información en la pantalla del ordenador, quizá él pudiera echarle un vistazo. Pero el otro no mordió el anzuelo.

—No, no puedo.

«Vaya por Dios.»

—¿Y recuerdas el nombre?

Fourier volvió a vacilar.

—Era... Falkoner. Conrad Falkoner, creo. No..., Klaus Falkoner.

—¿Y de dónde venía?

—De Miami, con Dixie Airlines.

—¿Cómo lo sabes? ¿Viste el billete?

—Siempre pedimos a nuestros clientes que nos comuniquen con qué vuelo llegan para que en caso de retraso podamos mantenerles la reserva.

Al ver la expresión de Fourier, Betterton comprendió que no conseguiría sonsacarle nada más.

—De acuerdo, Hugh. Gracias, te debo una.

—Desde luego —repuso Fourier volviéndose para atender con visible alivio al cliente que acababa de entrar.

Sentado en su Nissan, en el aparcamiento de YouSave, Betterton encendió su portátil, comprobó que tenía buena conexión a internet y echó un rápido vistazo a la página web de Dixie Airlines. Vio que la compañía únicamente realizaba dos vuelos diarios al aeropuerto local: uno proveniente de Miami y otro de Nueva York. Ambos llegaban con una diferencia de menos de una hora.

«Llevaba una gabardina muy chula, como las que salen en las películas de espías», le había dicho Billy B.

Otra búsqueda en la web le informó de que el 28 de octubre había hecho sol y calor en Miami. En cambio en Nueva York había sido un día frío y lluvioso.

Así pues, ese hombre —Betterton estaba casi convencido de que se trataba del asesino— había mentido acerca de su procedencia. No era para sorprenderse. Por supuesto, cabía la posibilidad de que también hubiera mentido acerca de la aerolínea o que hubiera dado un nombre falso. Pero le parecía que eso era llevar la paranoia demasiado lejos.

Cerró el ordenador portátil con aire pensativo. Falkoner había llegado de Nueva York, y Pendergast vivía en Nueva York. ¿Estarían compinchados? Estaba completamente seguro de que Pendergast no había ido a Malfourche en misión oficial, no si había volado una tienda de artículos de pesca y hundido un puñado de barcas. Además, estaba esa policía de Nueva York... Los polis de Nueva York tenían fama de corruptos y de estar implicados en el tráfico de drogas. Empezaba a hacerse una idea de la situación: el río Mississippi, el laboratorio de las marismas arrasado por las llamas, la conexión con Nueva York, el brutal asesinato de los Brodie, agentes de la ley corruptos...

Puñeta, aquello era una operación antidroga a gran escala.

Eso lo hizo decidirse: iría a Nueva York. Sacó el móvil del bolsillo y marcó.

—Ezerville Bee
—dijo una voz chillona—. Le habla Janine.

—Janine, soy Ned.

—¡Ned! ¿Cómo van esas vacaciones?

—Muy instructivas, gracias.

—¿Vuelves mañana al trabajo? El señor Kranston necesita que alguien cubra el concurso de salchichas de...

—Lo siento, Janine, pero me voy a tomar unos días más de descanso.

Una pausa.

—Bueno, ¿y cuándo piensas volver?

—No lo sé. Puede que dentro de tres o cuatro días. Te llamaré. De todas maneras, todavía me queda una semana.

—Sí, pero no estoy segura de que el señor Kranston opine lo mismo.

—Ya te llamaré.

Betterton cortó la comunicación antes de que la secretaria pudiera decir nada más.

Capítulo 48

Nueva York

Judson Esterhazy, en su papel de doctor Ernest Poole, caminaba a paso rápido por uno de los pasillos del hospital Mount Mercy; Felder iba a su lado. Seguían al doctor Ostrom, director de la institución, que parecía educado, discreto y sumamente profesional, cualidades todas ellas excelentes para un hombre de su posición.

—Creo que la visita de esta mañana le parecerá de lo más interesante —dijo Esterhazy a Ostrom—. Como he explicado al doctor Felder, las probabilidades de que manifieste amnesia selectiva cuando me vea son altas.

—Estoy impaciente por comprobarlo —repuso Ostrom.

—Supongo que no le ha hablado de mí ni la habrá preparado en ningún sentido para la visita.

—No le he dicho nada.

—Excelente. Creo que lo mejor sería que el encuentro fuera breve. Tanto si afirma que me conoce como si no me conoce, la presión emocional a la que estará sometida, por muy inconsciente que sea en origen, sin duda será intensa.

—Me parece una sabia precaución —convino Felder.

Doblaron una esquina, llegaron a una puerta de hierro y esperaron a que un celador la abriera.

—Seguramente se sentirá incómoda en mi presencia —siguió Esterhazy—. Lo cual estará obviamente relacionado con su desasosiego por los recuerdos borrados de mi anterior terapia con ella.

Ostrom asintió.

—Una última cosa —añadió Esterhazy—. Me gustaría quedarme un momento a solas con la paciente cuando acabe la visita.

Ostrom lo miró con expresión de extrañeza.

—Tengo curiosidad por comprobar si su actitud cambia cuando no estén ustedes presentes o si la falsa idea de que no me conoce se mantiene.

—Por mí no hay problema —dijo Ostrom. Se detuvo ante una puerta, marcada como todas las demás con un simple número, y llamó con los nudillos.

—Puede entrar —dijo una voz desde el interior.

Ostrom abrió con la llave y después se apartó y dejó pasar a Felder y a Esterhazy a una pequeña habitación sin ventanas. El único mobiliario eran una cama, una mesa, una estantería con libros y una silla de plástico. Una mujer joven estaba leyendo un libro sentada en la silla. Cuando los tres hombres entraron, alzó la vista.

Esterhazy la observó con curiosidad. Se había preguntado qué aspecto tendría la pupila de Pendergast, y su interés se vio satisfecho. Constance Greene era muy atractiva, sumamente atractiva. Delgada, menuda, melena corta color castaño, piel de porcelana y ojos de un azul violáceo, llenos de vida pero extrañamente insondables. La joven miró a los tres hombres, uno por uno. Cuando llegó a Esterhazy, su mirada se posó en él un momento, pero su expresión no cambió.

A Esterhazy no le preocupaba la posibilidad de que ella lo reconociera como cuñado de Pendergast. El agente del FBI no era la clase de persona que tenía la casa llena de fotos de la familia.

—Doctor Ostrom —dijo Constance, dejando el libro y levantándose educadamente—. Y doctor Felder, es un placer volver a verlos.

Esterhazy se fijó en que el libro era
El ser y la nada
, de Sartre. Estaba intrigado. Su manera de hablar, sus ademanes, todo en ella tenía ecos de una época anterior y más elegante. No le habría extrañado que les ofreciera un té y sándwiches de pepino. No parecía en absoluto una loca asesina de niños encerrada en un hospital para enfermos mentales.

—Por favor, Constance, siéntese —dijo Ostrom—. Solo nos quedaremos un minuto. Ocurre que el doctor Poole, aquí presente, está de paso en la ciudad y pensamos que quizá a usted le apetecería verlo.

—Doctor Poole —repitió ella tomando asiento. Miró nuevamente a Esterhazy; una chispa de curiosidad brilló en su extraña y distante mirada.

—Así es —dijo Felder.

—¿No me recuerda? —preguntó Esterhazy en tono de comprensiva benevolencia.

Ella frunció ligeramente el entrecejo.

—Nunca he tenido el placer de que me fuera presentado, señor.

—¿Nunca, Constance? —repuso Esterhazy, añadiendo cierto tono de decepción.

La joven negó con la cabeza.

Con el rabillo del ojo, Esterhazy vio que Ostrom y Felder cruzaban una mirada de complicidad. Todo estaba saliendo como había planeado.

Constance lo observó con atención. Luego se volvió hacia el director del centro.

—¿Qué le hizo pensar que yo desearía ver a este caballero?

Ostrom se ruborizó un poco y miró a Esterhazy.

—Verá, Constance —dijo este—, yo la traté a usted hace años, a petición de su tutor.

—Eso es mentira —replicó la joven en tono cortante. Se volvió nuevamente hacia Ostrom; la inquietud y la confusión se habían apoderado de su expresión—. Doctor Ostrom, nunca había visto a este hombre. Le agradecería que le hiciese salir de mi habitación.

—Lamento mucho la confusión, Constance. —Ostrom miró con curiosidad a Esterhazy. En respuesta, este le indicó con un gesto que era hora de marcharse.

—Nos vamos ahora mismo, Constance —dijo Felder—. El doctor Poole nos ha pedido que le dejemos un momento a solas con usted, así que lo esperaremos fuera.

—Pero... —empezó a decir Constance, luego se quedó callada. Lanzó una mirada a Esterhazy y a este le sorprendió la hostilidad que vio en sus ojos.

—Por favor, doctor Poole, apúrese —dijo Ostrom al tiempo que abría la puerta. Salió; Felder lo siguió. La puerta volvió a cerrarse.

Esterhazy se alejó un paso de Constance, dejó caer las manos y adoptó una postura lo menos amenazadora posible. Había algo en aquella joven que hacía sonar un timbre de alarma en su cabeza. Debía tener cuidado..., mucho cuidado.

—Tiene usted razón, señorita Greene —dijo bajando la voz—. No me había visto nunca. Jamás ha sido paciente mía. Todo ha sido un engaño.

Constance lo miraba fijamente desde detrás de la mesa; toda ella irradiaba desconfianza.

—Me llamo Judson Esterhazy. Soy cuñado de Aloysius.

—No le creo —dijo Constance—. Aloysius nunca ha mencionado su nombre. —Hablaba en voz baja y neutra.

—Eso es típico de él, ¿no le parece? Escuche, Constance, Helen Esterhazy era mi hermana. Su muerte entre las fauces de un león ha sido seguramente lo peor que le ha ocurrido a Aloysius en su vida, aparte quizá del fallecimiento de sus padres en aquel incendio en Nueva Orleans. Usted debe de conocerlo lo bastante para saber que no es alguien que hable del pasado y menos aún de un pasado tan doloroso. Sin embargo, me pidió ayuda porque soy la única persona en quien puede confiar.

Constance no dijo nada, se limitaba a mirarlo desde el otro lado de la mesa.

—Si no me cree —prosiguió Esterhazy—, aquí tiene mi pasaporte. —Lo sacó y se lo mostró—. Esterhazy no es un apellido muy común. Yo conocí a la tía abuela Cornelia, la envenenadora, que vivió en este mismo cuarto. He estado en la plantación Penumbra. He ido de caza con Aloysius a Escocia. ¿Qué más pruebas necesita?

—¿Qué ha venido a hacer aquí?

—Aloysius me ha enviado para que la ayude a salir de este lugar.

—Eso no tiene sentido. Él hizo lo necesario para que yo estuviera aquí, y sabe que estoy del todo satisfecha.

—No me ha entendido. Aloysius no me ha enviado para que yo la ayude a usted, sino porque él necesita su ayuda.

—¿Mi ayuda?

Esterhazy asintió.

—Verá, resulta que ha hecho un descubrimiento terrible. Según parece, su mujer, mi hermana, no murió accidentalmente.

Constance frunció el ceño.

Esterhazy comprendió que su única oportunidad radicaba en mantenerse tan cerca de la verdad como le fuera posible.

—El día de la cacería, alguien cargó el rifle de Helen con balas de fogueo, y Pendergast se ha embarcado en la tarea de descubrir al responsable. Pero los acontecimientos se han disparado y están fuera de control. No puede hacerlo solo. Necesita la ayuda de aquellos en quien más confía. Y eso quiere decir de usted y de mí.

—¿Y qué hay del teniente D'Agosta?

—El teniente lo estaba ayudando, pero recibió un balazo que le pasó rozando el corazón. No murió, pero quedó muy malherido.

Constante dio un respingo.

BOOK: Sangre fría
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