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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (5 page)

BOOK: Ser Cristiano
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Sí, la lista podría alargarse al antojo de cada cual; las consignas ya se han hecho tópicas: «cultura como maquinaria», «arte como mercancía», «escritor como productor de textos», «sexo como valor de mercado», «técnica como cosificación». Vivimos en un mundo «hominizado», pero de ninguna manera humanizado; en una armonía más que sospechosa de libertad y opresión, productividad y exterminio, crecimiento y regresión, ciencia y superstición, alegría y miseria, vida y muerte. Estas apretadas indicaciones, que cada cual con sus experiencias sobradamente puede avalar, bastarán, creo, para poner de manifiesto cuan resquebrajada en sí misma se encuentra la ideología del progreso, de la evolución tecnológica conducente por sí misma a la humanidad: es un progreso que actúa destruyendo, una racionalidad que lleva consigo rasgos irracionales, una humanización que desemboca en lo inhumano. En pocas palabras: un humanismo evolutivo cuya consecuencia fáctica es, sin quererlo, la
deshumanización del hombre
.

¿Pintura negriblanca? Esperamos que no. Pero sí pintura en blanco
y
pintura en negro, cuyo resultado es un futuro gris e inseguro hasta para aquel que de por sí no es propenso al pesimismo. Un libro como
El hombre unidimensional
, de Marcuse, es un libro inquietante, aun cuando uno a la postre no esté de acuerdo con él ni se contente con resignarse ante la imposibilidad de la revolución. La fascinación que este libro ha despertado en las generaciones más jóvenes, crecidas en pleno progreso y abundancia, sólo resultará ininteligible para aquél que lo ha discutido sin leerlo (caso frecuente en no pocos libros famosos) o que, en este mundo descorazonado y desvalido, tan desvalido y descorazonado se encuentra personalmente que ya no es capaz de entender la protesta de la juventud (con lo que él mismo sirve de prueba de la tesis de Marcuse). Para abordar estas querellas conscientes de la ciencia no basta con una filosofía de la existencia polarizada en la esfera privada ni, en definitiva, con una filosofía del ser al estilo del primer o último Heidegger. Tampoco basta con una hermenéutica (ciencia del comprender) teológico-filosófica o histórica, que todo lo quiere comprender, sí, pero nada determina ni modifica. Y, posiblemente, tampoco con un positivismo acuñado conforme al módulo de las ciencias naturales. Ni con el «racionalismo crítico» (K. Popper, H. Albert), que se ofrece como alternativa entre el pensamiento dogmático-autoritario y el radical antiautoritario, pero que, en verdad, con su confianza dogmática en la racionalidad de la ciencia natural (que estima de aplicación universal) y con su análisis del lenguaje y los «juegos lingüísticos» formales, mal puede recusar la acusación de ser el principal responsable científico de la unidimensionalidad de la existencia humana
[24]
. La cuestión es si la «teoría crítica» de la nueva izquierda lleva más allá de la unidimensionalidad.

Renunciar a la ideología, sin embargo, no supone renunciar a la esperanza. No se puede arrojar al niño al vaciar la palangana.
Renunciable
es el
progreso
tecnológico
en cuanto ideología
que, guiada por intereses, desconoce la auténtica realidad del mundo y despierta ilusiones pseudorracionales de maquinación (Machbarkeit); no es renunciable, sin embargo, la solicitud por la ciencia y la técnica y, lo que es lo mismo, por el progreso humano. Renunciable es solamente la
fe en la ciencia
como
explicación total de la realidad
(como «visión del mundo», Weltanschauung), la
tecnocracia
como
nueva religión
que todo lo salva.

Por consiguiente,
no se ha de renunciar a la esperanza en una sociedad meta-tecnológica
, síntesis del progreso técnico domeñado y de una existencia humana liberada de las presiones del mismo progreso, esto es: un tipo de trabajo más humano, una mayor cercanía a la naturaleza y una contextura social más equilibrada, junto con la satisfacción de necesidades no exclusivamente materiales, es decir, de los valores humanos que hacen de verdad a la vida digna de ser vivida y cuyo valor no puede cuantificarse en dinero. En todo caso, la humanidad es enteramente responsable de su futuro. ¿No va a cambiar nada en este sentido? ¿O será ello sólo posible por transformación violenta del orden social, por cambio forzado de sus representantes y valores, es decir, por revolución?

b) ¿Humanismo por revolución político-social?

Conmocionada parece estar también la ideología de una revolución político-social como único camino directo al humanismo.

Esta apreciación presenta el contrapunto de la que acabamos de desarrollar. Al igual que en el apartado anterior no se trataba de descalificar de antemano la ciencia, la tecnología y el progreso; tampoco se trata en lo que sigue de sancionar por principio al marxismo, que sin duda es actualmente la más eficiente teoría revolucionaria de la sociedad, como antidemocrático, antihumano y anticristiano.

También los cristianos deben descubrir y reconocer el
potencial humano
que el
marxismo
encierra. Y esto es aplicable no sólo, como algunos opinan
[25]
, al joven Marx, el filósofo de los
Escritos de juventud
[26]
, que por influjo de Hegel y Feuerbach utiliza una terminología humanista (hombre, humanidad; alienación, liberación y desarrollo del hombre). Sirve lo mismo para el Marx maduro, el autor de la obra socioeconómica
El Capital
[27]
, de tan distinto lenguaje, en que las frases y palabras humanistas se evitan justamente por ineficientes. Mas su intención humanista se mantiene firme: ¡contra las situaciones inhumanas de la sociedad capitalista se han de crear situaciones verdaderamente humanas! Póngase fin, pues, a una sociedad en que grandes masas humanas son envilecidas, menospreciadas, depauperadas y explotadas; en que el valor máximo es el valor-mercancía, el verdadero dios el dinero (la mercancía de las mercancías) y los motivos del comercio el lucro, el propio interés y la propia utilidad; en que el capitalismo, de hecho, hace las veces de religión. E instáurese una sociedad en que cada hombre pueda ser verdaderamente hombre, esto es, un ser libre, digno, autónomo, que pueda andar erguido y realizar todas sus posibilidades. Fin a la explotación del hombre por el hombre.

Humanidad en las relaciones, en las estructuras, en la sociedad y en el hombre mismo; esto, y no otra cosa, es, según Marx, el sentido de la revolución del proletariado (supresión de la división del trabajo, eliminación de la propiedad privada, dictadura del proletariado). Esto, y no otra cosa, es la esencia de la futura sociedad comunista sin clases, que Marx, cautamente, sólo a grandes rasgos describió: no es un paraíso terrestre o país de Jauja, sin problemas existenciales, sino el reino de la libertad y la autorrealización humana, en el cual, y por encima de todas las particularidades individuales, no se da en principio ninguna desigualdad ni opresión de hombres, clases o pueblos y de una vez para siempre tiene fin la explotación del hombre por el hombre, perdiendo de este modo el Estado su función política de fuerza de control y tornándose superflua la religión. Un humanismo, a fin de cuentas, socializado y democratizado.

Hasta aquí el programa
[28]
. Bueno sería si se viese realizado; mas no es así, ante todo cuando se mira a Moscú o Pekín. Las intenciones originarias de Marx han sido probablemente mejor guardadas y expuestas
[29]
por los teóricos yugoslavos y húngaros que por los grandes sistemas ortodoxos (marxista-leninistas), pero son éstos los que de hecho se han impuesto como exclusivos herederos oficiales del marxismo y los que determinan el curso de la historia del mundo. En ellos debe medir hoy el marxismo la realización de su programa con la misma obligatoriedad que el cristianismo debe medir la realización del suyo en las grandes Iglesias cristianas que han sido determinantes en la historia. Es evidente que el programa no puede desligarse enteramente del proceso de sus propios efectos, aun cuando ese mismo proceso y las instituciones nacidas de él permitan poner en tela de juicio el programa original. Pero una mala realización no basta para refutar un buen programa. Si uno se concentra directamente en lo negativo, fácil es que pierda de vista lo que Rusia, por ejemplo (en comparación con el régimen zarista, respaldado por la Iglesia y por la nobleza), debe a Lenin; lo que China (en comparación con el sistema social vigente antes de la revolución) debe a Mao Tse-Tung, y, en suma, lo que el mundo entero debe a Marx. Importantes elementos de la teoría marxista de la sociedad han sido universalmente aceptados incluso en Occidente. ¿No se ve acaso hoy al hombre en su dimensión social de manera muy distinta a la del individualismo liberal? ¿No se hace hoy hincapié, al contrario que en el pensamiento idealista, en la realidad social concreta que hay que cambiar, en la enajenación que el hombre experimenta de hecho en situaciones inhumanas, en la necesidad de confirmar toda teoría con la praxis? ¿No se advierte la capital importancia del trabajo y del proceso laboral en orden al desarrollo de la humanidad y no se analiza hasta el detalle la influencia de los factores económicos en la historia de las ideas y las ideologías? ¿No se reconoce, también en Occidente, la relevancia histórica de la ascensión de la clase trabajadora a raíz de las ideas socialistas? ¿No se han sensibilizado hasta los no marxistas de las contradicciones e injusticias estructurales que entraña el sistema económico capitalista y no utilizan ellos mismos para sus análisis el instrumentario crítico elaborado por Marx? Y, en consecuencia, ¿no se ha llegado a sustituir por formas económicas más sociales el liberalismo económico sin restricciones, para el que la satisfacción de las necesidades no era más que un medio de acrecentar el propio beneficio?

Sin embargo, dondequiera que exista libertad de crítica y el marxismo no impere como sistema dogmático, no dejan de reconocerse los
puntos flacos
de la teoría marxista de la sociedad y de la historia en cuanto quiera ser, como por desgracia lo es en todos los Estados comunistas, la explicación total de la realidad. No son meros prejuicios «burgueses» si uno constata, objetivamente, que Marx se equivocó en el supuesto fundamental de que la situación del proletariado no puede ser mejorada sin revolución. La idea de que con la acumulación del capital en un solo lado la proletarización de todo el gigantesco ejército en reserva de los trabajadores provocaría por necesaria reacción dialéctica la revolución y ésta daría paso al socialismo y, más tarde, al comunismo y al reino de la libertad, no se ha confirmado en la práctica. La teoría en que esta idea se sustenta, la teoría de la plusvalía (ganada por el obrero y cobrada por el capitalista), que al menos para el marxismo vulgar constituye la piedra angular de la economía, es aún repetida por los marxistas ortodoxos, aunque por los restantes marxistas es dada de lado y por los no marxistas rechazada de plano. También la teoría de la lucha de clases como esquema interpretativo del curso de la historia de la humanidad y, sobre todo, de los complejos estratos sociales del presente (aburguesamiento del proletariado, clases medias), resulta ser demasiado simplista. Y, por último, la concepción materialista de la historia (el materialismo histórico) descansa, en no pequeña parte, en construcciones artificiosas y adicionales de la historia y en falsos presupuestos.

El hundimiento del sistema capitalista en los países más industrializados (Inglaterra y Alemania), esperado por Marx primeramente para 1848, más tarde para los años cincuenta y, por último, para los setenta, profetizado definitivamente por Engels para el cambio de siglo, del que habría de nacer en salto dialéctico el nuevo tipo de producción comunista, no se produjo. La revolución socialista, por el contrario, sólo pudo imponerse, y esto es significativo, en países agrarios atrasados. El capitalismo, sin embargo, ha demostrado ser corregible en gran medida. No solamente ha creado y practicado el análisis empírico de la sociedad, y con ello un sistema de corrección y control, sino que también ha llevado a cabo amplias reformas sociales (desde la prohibición del trabajo de los niños hasta la regulación del retiro de los ancianos) e implantado diferentes formas de participación en las decisiones. De esta manera, amplios estamentos de población han podido ser liberados del yugo de la pobreza y llevados a un bienestar material, relativamente asegurado, inimaginable en otros tiempos. Ni en Occidente ni en Oriente, ni en teoría científica ni en praxis política se ha desarrollado hasta ahora otro sistema económico-social que elimine las deficiencias del capitalismo sin ocasionar males mayores. Ni una exacta economía de planificación centralizada, ni el sistema democrático de consejeros, ni, por supuesto, las vacuas y emotivas fórmulas económicas de algunos radicales, tan efímeras como contradictorias, han dado pruebas de poder garantizar mejor la libertad, la democracia, la justicia y el bienestar
[30]
. En ningún punto del paraíso de los países comunistas se perfila, además, el advenimiento de la libre sociedad sin clases. En ellos amenaza, más bien, y de forma mucho más acusada que en Occidente, la absoluta prepotencia del Estado: por su identificación con el Partido, el presupuesto socialista vigente corre a costa de la población trabajadora. Los individuos, consolados con una universal felicidad futura y lejana, son, entre tanto, forzados a incrementar los índices de producción dentro de un sistema implacable y bajo durísimas condiciones de trabajo.

En resumen: un buen programa no queda refutado por una mala realización; podría haber resultado de otra manera. Lícito es, sin embargo, preguntarse si la problematicidad en que ha desembocado la realización marxista no residirá en el mismo programa de Marx. Nada ha desautorizado tanto la teoría de Marx como ese sistema presupuestario que con mayor insistencia se remite a ella: el
comunismo soviético
. Cuanto más tiempo pasa, menos puede la Unión Soviética, que ya con Stalin había proclamado el paso del socialismo al comunismo, servir a los críticos sociales de la izquierda como ejemplo luminoso dentro del espíritu del humanismo marxista
[31]
. Su auténtico pecado, según otros socialistas no menos convencidos, consiste en la glorificación del Partido en identidad con el Estado, en la glorificación de su gobierno oligárquico y, unido a esto, en la ontologización y dogmatización de la doctrina de Marx. Este comunismo ortodoxo, hoy inculpado de estalinismo, pero del que también Lenin es corresponsable, con su imperialismo político frente a los otros «pueblos-hermanos» socialistas, es clara muestra de un sistema superorganizado de dominio del hombre por el hombre que nada tiene que ver con el socialismo humanista; reprime la libertad de pensamiento, de expresión y de acción en una medida que no se había conocido en toda la historia del mundo hasta hoy; es, en suma, una dictadura capitalista-estatal, totalitaria y burocrática hacia dentro y un imperialismo nacionalista hacia fuera.

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