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Authors: Hans Küng

Tags: #Ensayo, Religión

Ser Cristiano (73 page)

BOOK: Ser Cristiano
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  • Efectivamente, quien, después de haber intentado comprender los numerosos relatos de milagros del Nuevo Testamento sin recurrir a la hipótesis indemostrable de una
    intervención sobrenatural
    en las leyes de la naturaleza, terminara por postular para el milagro de la resurrección una «intervención» semejante, contraria tanto al pensamiento científico como a las convicciones y experiencias cotidianas, volvería a caer, sospechosamente, en concepciones ya superadas. Por tanto, si se quiere hablar de nuevas experiencias de los discípulos tras la muerte de Jesús se habrá de hacer sin ver en ellas ningún tipo de milagro sobrenatural que suspende las leyes de la naturaleza y es a todos accesible, pero sólo por casualidad es presenciado por el público. Según los mismos textos del Nuevo Testamento, no se trata en modo alguno de milagros espectaculares, capaces de suscitar el asombro general.
  • Por otra parte, pese a los indiscutibles retoques y ampliaciones plástico-dramáticas de innegable sabor legendario y a las interpretaciones condicionadas por la época y el entorno, no es legítimo, desde el punto de vista histórico-crítico, considerar las apariciones
    sólo
    como expresión de la fe en el significado, la misión y la autoridad decisivos de Jesús a la vista de su muerte. Si los discípulos huidos y desalentados se convirtieron en confesores dispuestos a arriesgar su vida, ello no se debió simplemente, según todos los textos del Nuevo Testamento, a la predicación, vida y muerte de Jesús, sino a
    experiencias muy concretas con Jesús
    en su condición de resucitado a la vida. Fueron las nuevas experiencias, y no la muerte de Jesús —que de suyo no manifestó precisamente la victoria de Dios sobre la muerte—, las que impulsaron a los discípulos a anunciar esa buena nueva. Los fenómenos psicológicos consignados en el Nuevo Testamento excluyen con toda evidencia que fuera un cambio psicológico lo que desencadenó el cambio histórico hacia la fe cristiana. Tales fenómenos son: innegable frustración y consternación de los discípulos, uno de los cuales lo traicionó, otro lo negó y abominó y todos juntos lo abandonaron en vergonzosa fuga tras su detención; después, tristeza, abatimiento, miedo, desorientación, dudas, incredulidad. El relato no sugiere una evolución, sino una sorpresa: una cerrazón que no se abre desde dentro por reflexión lógica, sino que es rota por otro desde fuera, mediante un encuentro iluminador. Todas las explicaciones psicológicas (tan prácticas a primera vista, pero luego tan asombrosamente triviales en sus resultados) están en contradicción con lo que los textos con obstinada insistencia afirman: el Crucificado vive y se ha manifestado a los suyos como Señor; con él ha comenzado una nueva era para el mundo; su persona y su causa no son cosa pasada, sino presente y operante, y por ello sus discípulos han llegado a creer y predicar. Cualquiera que sea el texto que se considere, siempre se tropieza con una experiencia radicalmente nueva de los discípulos con Jesús después de la muerte de éste: en estas experiencias siempre sale al encuentro el Crucificado, que ha vuelto a la vida y reivindica imperiosamente su condición de Señor
    [105]
    .
  • ¿Es posible superar el
    dilema
    que aquí se plantea? ¿Hay que aceptar, por una parte, las experiencias de los discípulos con Jesús después de su muerte y rechazar, por otra, toda intervención sobrenatural que implique la suspensión de las leyes naturales?

5.
Las apariciones significan vocaciones
. Las «apariciones» significan, no cabe duda, un anuncio de la resurrección, del Resucitado. Pero no sólo eso: es evidente que para Pablo, y análogamente para los demás apóstoles, aparición y vocación, encuentro y misión, están estrechamente unidos. ¿En qué sentido?

  • En las nuevas experiencias no se trata simplemente de una identificación de Jesús, sino de una vocación personal, de una misión a predicar, de una mirada no tanto hacia atrás cuanto hacia adelante: de la
    incorporación concreta de un hombre al servicio de ese mensaje
    , que invita al compromiso de fe y, a lo que parece, también deja margen para la duda
    [106]
    . Unos pocos se obligan al servicio de muchos. Como ejemplarmente muestra la vida apostólica de Pablo, esa singular «revelación» tuvo como consecuencia una captación y dedicación a vida o muerte, una vocación y misión heroicas. Lo que la antigua profesión de fe y el mismo Pablo constatan sumariamente, con tan extrema concisión como contenido respeto ante el misterio, lo describen los relatos evangélicos de la resurrección con pinceladas piadosamente legendarias y hasta con contradicciones, aunque todavía con cierto comedimiento en comparación con los apócrifos. El relato es tanto más sobrio cuanto más antiguo. El mensaje de la resurrección no remite, pues, a un lugar lejano, nebuloso y mítico, sino a un lugar histórico bien definido
    [107]
    .
  • Toda
    interpretación psicologizante o especulativa
    de estas vocaciones acusa al instante sus limitaciones. No es decisivo el «cómo». Lo decisivo es el «hecho» afirmado unánime y enfáticamente por todos los escritos neotestamentarios. En todo caso, estas singulares vocaciones de los primeros testigos, los apóstoles, limitadas en el tiempo, no tienen nada que ver con experiencias que pueden, por su propia naturaleza, repetirse a placer, como la materialización espiritista (de espíritus difuntos) o la visión mental antroposófica (de una corporeidad superior, invisible, de los vivientes) .
  • La mejor manera de entender esas vocaciones es
    compararlas con las de los profetas del Antiguo Testamento
    , que no pueden ni en su conjunto ni en el caso concreto de una determinada vocación ser rechazadas como alucinaciones. De acuerdo con los asertos de Pablo habrá que pensar, como en el caso de las visiones vocacionales de los profetas, en experiencias incontrolables por un observador neutral, sólo garantizadas por el propio testigo, cuyo testimonio puede luego ser avalado por otros testigos y, sobre todo, por el cambio de vida del interesado, cambio que sólo el creyente puede verificar en la fe. Nuestros conocimientos relativos a experiencias espirituales, éxtasis, visiones, ampliaciones de conciencia, vivencias «místicas», son todavía demasiado limitados para poder esclarecer qué grado de realidad se esconde, en definitiva, tras los relatos de vocación del Nuevo Testamento. Tampoco podemos explicar ahora qué género de experiencias proféticas (las cuales no se pueden juzgar con un criterio racionalista) se esconden tras los relatos de vocaciones del Antiguo Testamento, más tarde estilizados para el público en mayor o menor medida. Esos relatos hablan en el siglo IX de la presencia del Espíritu de Yahvé y en los siglos VIII y VII de una interpelación directa y personal de Yahvé, que crea para el hombre afectado una situación enteramente nueva y lo pone por completo al servicio de una misión especial: visiones y audiciones provenientes de Otro, que de forma súbita, imprevisible, conmueven al interesado psíquicamente, a veces hasta corporalmente, y lo aprestan para su tarea. Aplicado a ellas, resulta equívoco el término «extático», por cuanto la conciencia de sí mismo y el libre albedrío del profeta, lejos de desaparecer, son requeridos de una forma hasta entonces desconocida en Israel y en todo el antiguo Oriente
    [108]
    .
  • Todo depende de que la llamada de Dios no se conciba dentro del esquema sobrenaturalista como una intervención de Dios desde arriba o desde fuera. Si Dios es la realidad última, inabarcable y abarcadora, si el hombre está en Dios y Dios en el hombre, si la
    historia del hombre está absorbida en la historia de Dios
    y la
    historia de Dios se despliega en la historia del hombre
    [109]
    , entonces
    en la palabra «.misión» o «vocación»
    se encierra una posibilidad de acción e interacción, un permanente «uno en otro» de Dios y el hombre, de libertad que da y libertad dada. Esto no viola en modo alguno las leyes naturales y es, a la par, el «no va más» en cuanto a realidad. Como es lógico, la acción de Dios no puede ser comprobada históricamente, es decir, por medio de la ciencia histórica, que en virtud de sus presupuestos histórico-filosóficos considera al hombre único creador de su historia y metódicamente excluye (tiene que excluir) de antemano a Dios. Si pudiese ser comprobada históricamente no sería acción de Dios. La intervención de Dios en la historia del mundo y del hombre individual no es un hecho constatado por la crítica histórica, sino —y esto hay que volver a recalcarlo siempre— asunto de la fe que confía.

6.
Las vocaciones apuntan a la fe
. Las vocaciones no apelan a un conocimiento histórico neutro, sino a la confianza fundada en la fe que no excluye en absoluto la duda. En relación con la resurrección exigen esa fe que cree que Dios lo puede todo, hasta lo último: la victoria sobre la muerte.

  • Las vocaciones alcanzan plenamente su objetivo como
    experiencias de fe
    . Los afectados por estas experiencias se dejan reclamar libremente por Dios para el seguimiento y la predicación del Crucificado viviente. Se trata de un acontecimiento espontáneo: no es posible forzarlo ni tiene que superar resistencias. La llamada sólo cobra plena vigencia cuando la acepta la fe. Pero la fe no antecede a la llamada ni se identifica con ella, sino que la llamada condiciona y posibilita la fe. La resurrección no es, pues, un hecho puramente «objetivo» que pueda concebirse razonablemente sin la fe en la resurrección. La resurrección no es materialmente verificable, no es «objetívable». La unión entre experiencia pascual y fe pascual no es puramente exterior, una especie de conexión telefónica que se puede interrumpir nada más transmitido el mensaje. Experiencia pascual y fe pascual están unidas interna e indisolublemente: no permiten una actitud de observador objetivo. El acontecimiento de la vocación no es un acontecimiento mágico, mecánico, que violenta al hombre y despeja automáticamente todas las dudas. El acontecimiento de la vocación sólo pierde su ambigüedad en la fe: cuando se acepta la llamada que invita y reta. Sólo cuando y mientras el discípulo se apoya en el Resucitado experimenta que es, él mismo, sostenido: así pudo Pedro caminar sobre las aguas mientras dirigía la mirada al Señor y no a las olas
    [110]
    . Estas experiencias de fe son, pues,
    vocaciones a la fe
    . En este sentido, frente a una concepción crasamente materialista de la objetividad y realidad de la resurrección, se puede decir fundadamente con Bultmann —aun corriendo el riesgo de que sea mal entendido— que Jesús resucitó en la fe de sus discípulos, en la palabra de la predicación, en el
    kerigma
    [111]
    . No somos llamados porque creemos. Creemos porque se nos llama.
  • Como en el caso de los profetas del Antiguo Testamento, para comunicar su nueva palabra a su pueblo Dios no se dirigió a las instituciones vigentes, sino a determinados
    individuos
    . De este modo se desvanece la eterna objeción de que las «apariciones» tendrían que haberse producido ante observadores neutrales para gozar de credibilidad histórica. De hecho, Jesús no se apareció a creyentes, sino a «incrédulos», los cuales, en virtud de esas asombrosas experiencias —un conocer que, por ser también reconocer, establecía la continuidad—, se convirtieron libremente en creyentes: por intervención divina, pese a todos sus temores y contra todas sus dudas, como ellos mismos atestiguan.
  • Una resurrección aislada tendría en sí misma poco sentido, si no fuera una resurrección
    para nosotros
    . La revelación de ese acontecimiento sería irrelevante si su anuncio no tuviera algo que decirnos a
    todos
    . La resurrección de Jesús fundamenta la esperanza en la resurrección de cuantos creen en él: ¡como él resucitó, así ellos resucitarán! ¡Porque él resucitó, también ellos resucitarán! Su propia esperanza está fundamentada, garantizada. Pero, al mismo tiempo, es evidente también su obligación al seguimiento. Su vivir y morir adquieren ahora un sentido que excluye toda esa resignada desesperanza que se encierra en la aparentemente alegre frase: «Comamos y bebamos que mañana moriremos»
    [112]
    . Realidad y significado de la resurrección son, así, inseparables. La fe en la resurrección no es ciencia ni ideología, sino una actitud de confianza y esperanza que, teniendo como punto de referencia al Crucificado resucitado, debe reflejarse en todas las decisiones personales y político-sociales, y es capaz de superar toda duda y desesperación.

7.
Creer hoy
. Todos los problemas históricos sobre la historicidad del sepulcro vacío y de la experiencia pascual palidecen ante el problema del significado del mensaje de la resurrección para el hombre de hoy.

  • A nosotros, hombres de hoy, no se nos ofrece el sepulcro vacío ni una experiencia pascual que sirva de fundamento directo de nuestra fe. Como las de los profetas, las experiencias de los primeros testigos fueron vocaciones únicas. Tampoco podemos contar con una iluminación o reavivación piadosa que nos permita repetir directamente las experiencias únicas de los primeros discípulos. Se nos remite al
    testimonio de los primeros y fundamentales testigos
    , el cual, sea lo que fuere del hecho del sepulcro y de la experiencia pascual, nos dice claramente que el Crucificado no está muerto, sino que vive y reina eternamente por Dios y con él. Continuamente hemos de estar pendientes de la palabra del anuncio. Lo que los relatos pascuales pretenden es narrar, y es preciso dejarles que lo sigan haciendo hoy: el mundo de lo invisible —del que, junto con la creación, forma parte la resurrección a la vida como comienzo de la consumación— no puede visibilizarse mediante conceptos, sino sólo mediante imágenes descriptivas. Las experiencias nuevas, como son las experiencias de vocación de los primeros testigos, no pueden hacerse comprender a través de simples argumentos, sino sólo en forma de imágenes descriptivas. Los mismos términos de «resucitación» o «resurrección» son figurados, metafóricos. Incluso hoy la mayoría de los hombres sólo de mala gana renuncian a lo visible y experimentable. No es necesario, por tanto, eliminar los relatos pascuales de la predicación, sino interpretarlos de forma crítica y diferenciada para que no sólo contribuyan a la edificación personal, sino que estimulen a seguir a Cristo así en la vida privada como en la pública.
  • ¿Tenemos más dificultades los hombres de hoy por carecer de una experiencia directa? Ya vimos que la vocación de los primeros testigos daba margen a la ambigüedad y la duda, que sólo resultaba evidente cuando era aceptada en la fe. Tampoco los primeros testigos pudieron prescindir de la fe. Como predicadores de la fe, el simple ver no los dispensó de la fe al principio ni mucho menos en las etapas siguientes. De ellos no se esperaba un ver imparcial, sino un ver creyente, que simultáneamente se pone en actitud de servicio. De la misma manera, lo que hoy se pide de nosotros es
    nada más y nada menos que fe
    : aceptar nuestra propia vocación no para dar el testimonio primero, sino —en virtud del primer testimonio a través de la predicación— aceptar nuestra llamada a la fe, entregarnos confiadamente a Dios y al mensaje del Cristo viviente y sopesar lo que todo ello comporta en la praxis. Nada nos fuerza a creer, pero es mucho lo que nos invita a hacerlo: su palabra, su comportamiento y su destino, todos legitimados por Dios. Cada creyente está llamado, en virtud del testimonio apostólico, a ser, él mismo, testigo del Resucitado, de palabra y, sobre todo, de obra.
  • Más importante que todas las disputas sobre el desarrollo y explicación de los acontecimientos pascuales es
    configurar la propia vida
    desde la vida nueva y poderosa del Jesús que protagoniza los relatos pascuales, desde la fe en él: no se debería negar la condición de cristiano a quien aún no sabe, o sabe en muy escasa medida, qué pensar sobre el milagro de la resurrección y de la vida nueva, pero acepta un Jesús radicalmente decisivo para su vida en la tierra y para su muerte final y, por tanto, viviente. Muy distinto juicio merece el que tiene la resurrección de Jesús por un gran milagro, pero no saca de ahí ninguna consecuencia para su vida y su muerte. La Pascua es punto de partida y meta de la fe; no hay que hacer de ella una norma de fe. Criterio último para discernir si un hombre es cristiano no es la teoría, sino la praxis: no la forma de pensar sobre doctrinas, dogmas, interpretaciones, sino el modo de actuar en la vida cotidiana. Pablo reprendió duramente a los primeros adversarios de la resurrección y los exhortó a revisar sus ideas; pero no los excomulgó
    [113]
    , Lo decisivo del ser cristiano es intentar —dentro de los límites de las posibilidades humanas— seguir a Jesús diariamente y no desautorizarlo en cuanto Señor
    [114]
    .
  • Otra vez se hace evidente hasta qué punto
    se corresponden la persona y la causa
    de Jesús: no cree en Jesús quien no se decide por su causa y le sigue. Y, al revés, nadie puede promover su causa sin seguirlo de alguna manera. Sólo se puede hablar con credibilidad de la persona y la causa de Jesús cuando uno se pone prácticamente en camino en la dirección marcada por la fe en la resurrección.
BOOK: Ser Cristiano
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