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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

Siempre el mismo día (9 page)

BOOK: Siempre el mismo día
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La idea de ser fotógrafo profesional había sido abandonada sin gran resistencia. Sabía que era un aficionado muy correcto, y que probablemente lo siguiera siendo toda la vida, pero convertirse en un Cartier-Bresson, un Capa o un Brandt habría implicado mucho trabajo, rechazos y penurias, y él no estaba seguro de estar hecho para las penurias. En cambio la televisión…, la televisión le estaba buscando. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Desde su infancia siempre había tenido tele en casa, pero por alguna razón no era del todo sano verla. De pronto, en los últimos nueve meses, su vida se había visto dominada por ella. Era un converso, y la pasión del nuevo recluta se había visto acompañada de una emoción considerable por el medio en sí, como si al fin hubiera hallado un hogar espiritual.

Vale, no tenía la chispa artística de la fotografía, ni la credibilidad de ser corresponsal de guerra, pero la tele influía, la tele era el futuro: democracia en acción. Incidía con la mayor inmediatez posible en la gente, moldeando opiniones, provocando, entreteniendo y movilizando con mucha más eficacia que todos esos libros que no leía nadie, o todas esas obras de teatro que no iba a ver nadie. Emma podía decir lo que quisiera de los
tories
(Dexter tampoco era ningún fan, aunque más por razones de estilo que de principios), pero lo que era la tele estaba claro que la habían revolucionado. Hasta hacía poco parecía un mundo acartonado, digno y aburrido; algo dominado por los sindicatos, gris, funcionarial, lleno de veteranos con barba, progres y ancianitas empujando el carrito del té; una especie de rama de la función pública relacionada con el espectáculo. En cambio Redlight Productions formaba parte del
boom
de las nuevas empresas jóvenes, independientes y de capital privado que les estaban arrancando los medios de producción a aquellos dinosaurios tan probos y tan rancios. El audiovisual movía dinero; se veía en las oficinas con colores primarios y planta abierta, dotadas de sistemas informáticos de última tecnología y generosas neveras comunes.

Su ascenso en aquel mundo había sido meteórico. Su conocida del tren indio, la de la media melena negra y reluciente y las gafitas, le había dado su primer empleo de recadero; luego en documentación, y ahora como ayudante de producción (Ay Prod) de
A POR TODAS
, un magacín de fin de semana que mezclaba música en vivo y humor ácido con reportajes sobre temas «que afectan de verdad a la juventud de hoy»: las Enfermedades de Transmisión Sexual, las drogas, la música
dance
, las drogas, la brutalidad policial, las drogas… Dexter producía clips hiperactivos sobre bloques de pisos siniestros, en tomas extremadas con objetivo de ojo de pez, acelerando las nubes con banda sonora
acid house
. Hasta estaban hablando de ponerle ante las cámaras en la siguiente temporada. Se lucía, estaba volando, y parecía muy a su alcance ser motivo de orgullo para sus padres.

«Trabajo en la tele»: el mero hecho de decirlo ya era una satisfacción. Le gustaba caminar deprisa por Berwick Street, a un estudio de edición, con cintas de vídeo en un sobre acolchado, saludando con la cabeza a otros como él. Le gustaban las bandejas de
sushi
y las fiestas de presentación; le gustaba beber de los dispensadores de agua, y pedir mensajeros, y decir cosas como «tenemos que perder seis segundos». Secretamente, le gustaba que fuera una de las industrias de mayor atractivo visual, y que valorase la juventud. En aquel feliz mundo de la tele no había ninguna posibilidad de entrar en una sala de reuniones y encontrarse con una tormenta de ideas de sesentones. ¿Qué se hacía con los de la tele al llegar a cierta edad? ¿Adónde iban? Lo mismo daba; a él le parecía perfecto, al igual que la preponderancia de chicas jóvenes como Naomi: duras, ambiciosas, cosmopolitas. En sus pocos momentos de inseguridad, Dexter había temido que sus carencias intelectuales le impidiesen progresar en la vida, pero ahora tenía un trabajo en el que lo principal eran la confianza y la energía, por no decir cierta arrogancia; cualidades, todas ellas, a su alcance. Había que ser listo, sí, pero no a la manera de Emma; sólo diplomático, astuto y ambicioso.

Le encantaba su nuevo apartamento cerca de Belsize Park, todo de madera oscura y acero, y le encantaba Londres, que en aquel día de san Suituno se extendía a sus pies, vasto y brumoso; y tenía ganas de compartir todas esas emociones con Emma, dándole a conocer nuevas posibilidades, nuevas experiencias y nuevos círculos sociales; haciendo que su vida se pareciese más a la de él. Hasta era posible que ella y Naomi acabaran siendo amigas. A saber.

Serenado por tales pensamientos, a punto de dormirse, le despertó el paso de una sombra por su cara. Miró hacia arriba por un ojo entreabierto.

–Hola, guapísima.

Emma le dio una patada en la cadera.

–¡Ay!

–¡No lo hagas nunca más!

–¿El qué?

–¡Ya lo sabes! Como si estuviera yo en un zoo, y tú riéndote mientras me pinchas con un palo…

–¡Yo no me reía de ti!

–Te he estado mirando. Sentado encima de tu novia, todo el rato de risitas…

–No es mi novia, y nos reíamos de la carta…

–Te reías de donde trabajo.

–¿Y qué? ¡Como tú!

–Sí, porque es donde trabajo. Me río ante la adversidad. ¡Tú sólo te ríes en mi cara!

–Em, que yo nunca, nunca…

–Es lo que parece.

–Pues te pido perdón.

–Muy bien. –Emma se sentó a su lado, con las piernas cruzadas–. Ahora, abróchate la camisa y pásame la botella.

–Y no es mi novia, en serio. –Dexter se abrochó los tres últimos botones de la camisa, en espera de que mordiera el cebo, pero como no lo mordía, la aguijoneó un poco más–. Nos acostamos juntos de vez en cuando, pero nada más.

Una vez diluida la posibilidad de salir juntos, Emma se había propuesto inmunizarse contra la indiferencia de Dexter, y ahora un comentario así no le dolía más, por decir algo, que una pelota de tenis en la nuca. Ahora casi no se inmutaba.

–Seguro que os va de maravilla. –Se echó vino en un vaso de plástico–. Pues si no es tu novia, ¿cómo la llamo?

–No sé. ¿«Amante»?

–¿No implicaría cariño?

–¿Y «conquista»? –Dexter se rio, burlón–. ¿Hoy en día se puede decir «conquista»?

–O «víctima». A mí me gusta «víctima». –Emma se echó hacia atrás de golpe, encajando los dedos con torpeza en los bolsillos de los vaqueros–. Esto te lo puedes quedar.

Le tiró al pecho un billete de diez libras muy doblado.

–Ni hablar.

–Sí hablar.

–¡Es tuyo!

–Escucha, Dexter: a los amigos no se les da propina.

–No es una propina, es un regalo.

–Y no se regala dinero. Si quieres comprarme algo está muy bien, pero dinero no. Resulta violento.

Dexter suspiró, y se guardó el dinero en el bolsillo.

–Te pido perdón. Otra vez.

–Perfecto –dijo ella, tumbándose a su lado–. Venga, cuéntamelo.

Dexter se apoyó en los codos, con una gran sonrisa.

–Pues este fin de semana estábamos en una fiesta de fin de rodaje…

Fin de rodaje… –pensó ella–. Ahora es de los que van a fiestas de fin de rodaje.

–… y como la había visto en la oficina, fui a decirle hola, bienvenida al equipo, muy formal, con la mano tendida; y ella me sonrió, me guiñó el ojo, me puso una mano en la nuca, me hizo bajar la cabeza y… –Su voz se convirtió en un susurro emocionado–. Me dio un beso, ¿vale?

–¿Que te dio un beso, vale? –dijo Emma al siguiente pelotazo.

–… y me metió algo en la boca con la lengua. Yo le dije: «¿Qué es?», pero ella lo único que contestó, guiñando el ojo, fue: «Ya te enterarás».

Un momento de silencio, hasta que Emma dijo:

–¿Era un cacahuete?

–No…

–Un cacahuete tostadito…

–No, era una pastilla…

–¿Como un tic-tac, o algo así? ¿Para el mal aliento?

–Yo no tengo mal…

–Además, ¿no me lo habías contado?

–No, eso era otra chica.

Ahora las pelotas de tenis caían muy cerradas, con alguna que otra de
criquet
. Emma se desperezó y se concentró en el cielo.

–No tienes que seguir dejando que las mujeres te metan drogas en la boca, Dex, es antihigiénico. Y peligroso. Un día será una cápsula de cianuro.

Dexter se rio.

–Bueno, qué, ¿quieres saber lo que pasó?

Emma se puso un dedo en la barbilla.

–¿Que si quiero? No, creo que no. No, seguro.

Aun así se lo dijo, la típica historia de salas oscuras en clubes, llamadas de madrugada y taxis al alba por la ciudad; el bufé libre sin fin que era la vida sexual de Dexter. Emma hizo un esfuerzo consciente por no escuchar, fijándose sólo en su boca. Seguía tan bonita como la recordaba. Si ella hubiera sido tan atrevida, descarada y asimétrica como la tal Naomi, se habría inclinado para darle un beso. Cayó en la cuenta de que nunca le había dado un beso a nadie, vaya, que nunca había empezado ella a besar. A ella sí que se los habían dado, por supuesto, chicos en fiestas, bruscamente, demasiado fuerte: besos caídos del cielo como puñetazos. Hacía tres semanas que lo había intentado Ian mientras ella fregaba la cámara de la carne. Se le había echado encima con tanta brusquedad que a punto había estado de darle un cabezazo. Hasta Dexter le había dado un beso, hacía muchos, muchos años. ¿Tan raro sería devolvérselo? ¿Qué pasaría si lo hacía en ese momento? Tomar la iniciativa, quitarse las gafas, cogerle la cabeza mientras hablaba y besarle, besarle…

–… total, que me llama Naomi a las tres de la mañana y me dice: «Coge un taxi. Sí, ahora mismo».

Tuvo una imagen mental clarísima de Dexter pasándose el dorso de la mano por la boca: un beso como un pastel de crema. Dejó rodar la cabeza hacia el otro lado, para mirar a la gente en la colina. Ya se estaba apagando la luz del crepúsculo, y había doscientos jóvenes pudientes y atractivos tirando
frisbees
, encendiendo barbacoas de usar y tirar y haciendo planes para la noche. Se sentía tan lejos de ellos, con sus trabajos interesantes, sus reproductores de CD y sus bicis de montaña, como si fuera un anuncio de la tele, de vodka, por ejemplo, o de un deportivo pequeño. «¿Por qué no vuelves a casa, cielo? –le había dicho su madre por teléfono la noche anterior–. Aún tienes tu habitación…».

Volvió a mirar a Dexter, que seguía relatando su vida amorosa, y después, por encima del hombro de él, a una pareja joven que se besaba agresivamente, ella sentada encima de él, él con los brazos hacia atrás, rindiéndose, los dos con las manos enlazadas.

–… básicamente no salimos de la habitación de hotel como en tres días.

–Perdona, es que hace un rato que no escucho.

–Sólo decía…

–¿Tú qué crees que ve en ti?

Dexter se encogió de hombros, como si no entendiera la pregunta.

–Dice que soy complicado.

–Complicado. Tú eres como un puzle de dos piezas… –Emma se sentó y se limpió la espinilla de hierba– de conglomerado grueso. –Se subió un poco los vaqueros por las piernas–. Mira qué piernas. –Se cogió unos cuantos pelos con el índice y el pulgar–. Tengo piernas de senderista de cincuenta y ocho años. Parezco la presidenta del Club Excursionista.

–Pues depílatelas, peluda.

–¡Dexter!

–Además, tienes unas piernas preciosas. –Dexter se inclinó para pellizcarle las pantorrillas–. Estás divina.

Ella le apartó el codo, haciéndole caer en la hierba.

–Me parece increíble que me hayas llamado peluda. –La pareja de detrás de él seguía besándose–. Mira a esos dos. Discretamente. –Dexter echó un vistazo por encima del hombro–. Se oye desde aquí. Con lo lejos que estamos y oigo la succión, como de alguien desatascando un fregadero. ¡Discretamente, he dicho!

–¿Por qué? Estamos en un sitio público.

–¿Qué sentido tiene ir a un sitio público para eso? Parece un documental de animales.

–Igual están enamorados.

–¿Y el amor tiene esta pinta, bocas mojadas y la falda arremangada?

–A veces sí.

–Parece que se esté intentando meter toda la cabeza del tío en la boca. Como no tenga cuidado, se dislocará la mandíbula.

–Pues ella no está mal.

–¡Dexter!

–Es verdad. Sólo era un comentario.

–¿Sabes que a algunos podría parecerles un poco rara esta obsesión tuya por estar en permanente acto sexual? A algunos podría parecerles un poco desesperado, y triste…

–Qué raro… Yo no me encuentro triste. Ni desesperado.

Emma, que sentía ambas cosas, no dijo nada. Dexter la tocó con el codo.

–¿Sabes qué deberíamos hacer, tú y yo?

–¿Qué?

Dexter sonrió.

–Tomar E juntos.

–¿E? ¿Qué es E? –preguntó ella inexpresivamente–. Ah, sí, me parece que lo leí en un artículo. No te creas, que yo no estoy hecha para las sustancias químicas que hacen alucinar. Una vez me dejé abierto el típex y creía que mis zapatos se me iban a comer. –Dexter la complació riéndose. Ella escondió su sonrisa en su vaso de plástico–. De todos modos, prefiero el colocón puro y natural del alcohol.

–Desinhibe mucho, el E.

–¿Por eso no paras de abrazar a todo el mundo?

–Sólo lo decía porque me parece que te lo pasarías bien.

–Ya me lo paso bien. No te imaginas cuánto.

De espaldas, mirando el cielo fijamente, se sintió observada.

–Bueno, ¿y tú? –dijo Dexter, con lo que le pareció a ella su voz de psiquiatra–. ¿Alguna novedad? ¿Algo de marcha? En el aspecto amoroso.

–Huy, ya me conoces. Yo no tengo emociones. Soy un robot. O una monja. Una monja robot.

–Mentira. Haces ver que sí, pero no.

–No, si me da igual. Me gusta bastante envejecer sola…

–Em, que tienes veinticinco años…

–… con mis libros como único sostén.

Pese a no entender del todo la expresión, Dexter sintió una punzada de excitación pavloviana al oír la palabra «sostén». Mientras Emma hablaba, se la imaginó con un sostén de lencería fina rojo, o negro, como los que se había puesto alguna vez Naomi; todo ello antes de concluir que quizá no captase el auténtico significado de la referencia a «los libros como único sostén». Las ensoñaciones eróticas de aquel tipo ocupaban grandes franjas de la energía mental de Dexter. Se preguntó si no tendría razón Emma, si no le tendría demasiado absorto el lado sexual de las cosas. Le idiotizaban constantemente las vallas publicitarias, las portadas de revista, unos centímetros de tira roja del sostén de alguien que pasaba por la calle… En verano aún era peor. Seguro que no era normal tener todo el rato la sensación de acabar de salir de la cárcel. Concentración. Una persona a quien tenía un gran cariño estaba sufriendo algún tipo de crisis nerviosa. Era en eso en lo que había que concentrarse, no en las tres chicas que acababan de empezar una guerra de agua a espaldas de Emma…

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