Siempre el mismo día (6 page)

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Authors: David Nicholls

Tags: #Romance

BOOK: Siempre el mismo día
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Emma, Emma, Emma. ¿Cómo estás, Emma? ¿Qué estás haciendo, ahora, este segundo? Aquí en Bombay vamos seis horas adelantados, o sea, que con algo de suerte aún estarás en la cama, con resaca de domingo. En tal caso,¡DESPIERTA, QUE SOY DEXTER!

Esta carta te llega de un hostal del centro de Bombay con colchones tremebundos y un montón de turistas australianos en las duchas comunes. Según mi guía, tiene carácter, es decir, roedores, pero mi habitación también tiene una mesita de plástico de
picnic
junto a la ventana, y fuera llueve una barbaridad, aún más que en Edimburgo. Está LLOVIENDO A CÁNTAROS, Em, tan fuerte que casi no oigo el casete que me grabaste, el cual, dicho sea de paso, me gusta mucho, menos toda la paliza
indie,
porque, después de todo, no soy una CHICA. También me he estado intentando leer los libros que me diste en Pascua, pero tengo que reconocer que
Howards End
se me atraganta un poco. Parece que lleven doscientas páginas bebiéndose la misma taza de té. Me paso el rato esperando que alguien saque un cuchillo, o una invasión de extraterrestres, o lo que sea, pero no sale nada de eso, ¿verdad? Y digo… ¿cuándo dejarás de intentar culturizarme? Espero que nunca
.

A propósito, por si no lo hubieras adivinado por mi Exquisita Prosa y todos estos GRITOS, escribo borracho. ¡Las cervezas de la comida! Ya te habrás dado cuenta de que no soy muy buen escritor de cartas, a diferencia de ti –qué graciosa, la última–, pero me limitaré a decir que la India es increíble. Al final ha resultado que no poder seguir enseñando Inglés como Lengua Extranjera es lo mejor que podía pasarme. (Aunque sigo creyendo que exageraron. ¿Moralmente inadecuado? ¿Yo? ¡Si Tove tenía veintiún años!) No te aburriré con la típica prosa de amanece en el Hindu-kush, salvo para decirte que todos los tópicos son ciertos –pobreza, trastornos estomacales, bla bla bla–. Aparte de ser una civilización rica y antigua, te quedarías ALUCINADA de lo que se vende sin receta en las farmacias
.

Va y a, que he visto cosas increíbles, y aunque no siempre sea divertido, es una Experiencia. También he hecho miles de fotos, que te enseñaré muuuuuy, muuuuy despacio cuando vuelva. Hazte la interesada, ¿vale? Piensa que yo también me hice el interesado cuando me metiste el rollo sobre las manifestaciones de la Poll Tax
[1]
.

Bueno, el caso es que el otro día le enseñé algunas de mis fotos a una productora de la tele que conocí en el tren –no es lo que te piensas: vieja, de unos treinta y cinco años–, y me dijo que podía ser profesional. Había venido a producir una especie de programa sobre jóvenes viajando, y me dio su tarjeta diciéndome que la llamase en agosto, cuando hayan vuelto, o sea, que igual investigo un poco, o hasta filmo.

¿Tú de trabajo qué tal? ¿Alguna obra entre manos? En Londres me gustó muchísimo lo de Virginia Woolf y Emily no sé qué. Ya te dije que me parecía muy prometedor, y aunque suene falso, no lo es. Lo que me pareció un acierto es que ya no actúes; no porque no lo hagas bien, sino porque se nota que lo odias. Candy estuvo muy amable, mucho más de lo que dabas a entender. Dale recuerdos. ¿Vas a montar alguna otra obra? ¿Aún vives en el trastero? ¿El piso todavía huele a cebolla frita? ¿Tilly Killick aún deja esos sostenes grises tan enormes en remojo dentro del fregadero? ¿Tú sigues en Mucho Loco, o como se llame? Qué risa me dio tu última carta, Em… De todos modos, deberías dejarlo, que aunque dé para muchos chistes, espiritualmente es fatal. No puedes desperdiciar años de tu vida sólo por una anécdota graciosa.

Lo cual me lleva a la razón de que te escriba. ¿Estás preparada? Quizá sea mejor que te sientes…

Bueno, Ian… ¡Bienvenido al cementerio de las ambiciones!

Nada más empujar la puerta de empleados, Emma volcó la pinta que había en el suelo, con los cigarrillos de la última noche flotando en cerveza. La visita guiada oficial les había llevado al húmedo cuartito de empleados, desde donde ya se veía Kentish Town Road plagada de estudiantes y turistas de camino a Camden Market para comprarse sombreros de copa enormes, forrados de piel, y camisetas con caras sonrientes.

–Esto se llama Loco Caliente por dos razones: porque no funciona el aire acondicionado, y porque hay que estar loco para comer aquí. O para trabajar, dicho sea de paso. Muy, muy loco. Voy a enseñarte dónde puedes dejar las cosas. –Se abrieron camino hasta un armario hecho polvo, apartando a patadas el mantillo de periódicos de la semana anterior–. Ésta es tu taquilla. La llave no cierra. No se te ocurra dejar de un día para otro el uniforme, que te lo mangaría alguien, a saber para qué. Si pierdes la gorra, cabreo en dirección. Te hunden la cara en una cuba de salsa barbacoa extra picante…

Ian soltó una risotada algo forzada. Emma suspiró y se giró hacia la mesa donde comían los empleados. Aún estaban los platos sucios de la noche anterior.

–Tenemos veinte minutos para comer. Se puede elegir lo que se quiera de la carta, menos los gambones, aunque, como suele decirse, no hay mal que por bien no venga. Si le tienes aprecio a la vida, los gambones ni tocarlos. Es como la ruleta rusa. Uno de cada seis mata.

Empezó a quitar la mesa.

–Déjame a mí… –dijo Ian, recogiendo con las puntas de los dedos una bandeja embadurnada de carne.

Aún le da asco, como a todos los nuevos, pensó Emma al mirarle. Debajo de los rizos sueltos color paja había una cara ancha y agradable, con mofletes tersos y rosados y una boca que en reposo se quedaba abierta. No era exactamente guapo, pero bueno…, robusto. Por alguna razón, no del todo benévola, su cara le hizo pensar en tractores.

De repente él la miró, y Emma soltó a bocajarro:

–¿Y qué, Ian, qué te trae por México?

–Bueno, mira… De alguna manera hay que pagar el alquiler.

–¿Y no tienes otra opción? No sé… Algún trabajo temporal, o vivir con tus padres…

–Tengo que estar en Londres, necesito un horario flexible…

–¿Por qué, cuál es tu barra?

–¿Mi qué?

–Tu barra. Aquí todos los empleados tienen alguna barra. Camarero barra artista, camarero barra actor… Paddy, el del bar, dice que es modelo, aunque yo no lo veo muy claro, la verdad.

–Pueeees –dijo Ian con lo que a Emma le pareció acento del norte–. ¡Supongo que tendría que decir humorista!

Se puso una palma a cada lado de la cara, sonriendo mucho, y las movió como un actor de revista.

–Ya. Bueno, siempre está bien reírse un poco. ¿En plan monólogos, o qué?

–Sí, más que nada monólogos. ¿Y tú?

–¿Yo?

–Tu barra. ¿Qué más haces?

A Emma se le pasó por la cabeza decir «dramaturga», pero después de tres meses conservaba en carne viva la humillación de hacer de Emily Dickinson para una sala vacía. Habría sido igual de verídico «astronauta» que «dramaturga».

–Ah, yo hago esto. –Le peló el caparazón de queso duro a un burrito pasado–. Es a lo que me dedico.

–¿Y te gusta?

–¿Que si me gusta? ¡Me encanta! No soy de piedra. –Se limpió el kétchup del día anterior en una servilleta usada, y fue a la puerta–. Ven, que te enseño el baño. Ármate de valor…

Desde el momento de empezar la carta, me he acabado (¿acavado?) dos cervezas más, o sea, que ya estoy preparado para decirlo. Ahí va. Em, hace cinco o seis años que nos conocemos, aunque de «amigos», que digamos, sólo dos, lo cual tampoco es tanto, pero creo conocerte un poco, y saber tu problema. Piensa que tengo un humilde bien en Antropología; vaya, que sé de qué hablo. Si no te interesa mi teoría, no sigas leyendo.

Bueno, allá va. Creo que te da miedo ser feliz, Emma. Creo que crees que lo más natural es que tu vida sea triste, gris y sosa, y odiar tu trabajo, odiar donde vives, no tener éxito, o dinero, o novio. (¡Lagarto, lagarto! Una pequeña discursión: todo ese rollo de menospreciarte por poco atractiva ya empieza a aburrir, te lo aseguro.) Yendo aún más lejos, te diré que me parece que en el fondo disfrutas de estar decepcionada y no desarrollar tu potencial, porque es más fácil, ¿no? El fracaso y la infelicidad son más fáciles porque puedes hacer bromas. ¿Te molesta leerlo? Seguro que sí. Pues no he hecho más que empezar.

Em, me da mucha rabia imaginarte en ese piso tan horrible, lleno de olores y de ruidos raros, con las bombillas colgadas del techo, o esperando en la lavandería automática, que, a propósito, hoy en día ya no tiene sentido que vayas a la lavandería; no tienen nada de enrollado, ni de político; son deprimentes, y punto. No sé, Em; eres joven, prácticamente un genio, pero tu idea de pasarlo bien es darte el lujo de ir a la lavandería. Pues yo creo que te mereces algo más. Eres ingeniosa, divertida y buena –para mí, demasiado–, y de lejos la persona más inteligente que conozco. Otra cosa –me estoy bebiendo una cerveza más, respiro hondo–: también eres una Mujer Muy Atractiva. Sí –más cerveza–, eso incluye
sexy,
aunque me maree un poco escribirlo. Pues no pienso tacharlo porque sea políticamente incorrecto llamar
sexy
a alguien, porque también es VERDAD. Estás impresionante, vieja bruja, y si sólo te pudiera hacer un regalo para el resto de tu vida, sería esto: confianza. Sería el regalo de la Confianza. O eso, o una vela aromatizada.

Por tus cartas, y por haberte visto después de la obra, sé que ahora mismo no tienes muy claro qué hacer con tu vida, que estás un poco falta de rumbo, de norte y de objetivo, pero no pasa nada, tranquila, es lo lógico a los veinticuatro. De hecho es como somos toda nuestra generación. Leí un artículo sobre esto, y es porque no hemos vivido ninguna guerra, o hemos visto demasiado la tele, o algo por el estilo; de todos modos, los únicos con rumbo, norte y objetivo son de un soso horrible, unos cuadrados y unos trepas, como la Tilly Killick de los huevos, o Callum O’Neill y sus ordenadores reciclados. Yo, para empezar, no tengo grandes planes; ya sé que te crees que lo tengo todo muy claro, pero qué va, también me preocupo, lo que pasa es que no me preocupo por el paro, los pisos de protección oficial, el futuro del partido laborista, dónde estaré dentro de veinte años ni si el señor Mandela se adapta bien o mal a la libertad.

Bueno, a respirar otra vez antes del próximo párrafo, que esto no ha hecho más que empezar. El clímax de esta carta es de los que te cambian la vida. No sé yo si estarás preparada.

Ian Whitehead aprovechó un resquicio entre el baño de empleados y la cocina para soltar su monólogo.

–¿Sabes cuando estás en el súper, en la cola de no más de diez artículos, y tienes delante una vieja que lleva once artículos? Y te pones a contarlos, y te enfadas, te enfaaadas…

–Ay, virgencita de Guadalupe –murmuró entre dientes Emma, antes de abrir de una patada la puerta basculante de la cocina, donde les picaron los ojos al recibir una bofetada de aire sofocante con olor a jalapeños y lejía caliente.

Con
acid house
a tope en un radiocasete destartalado, un somalí, un argelino y un brasileño abrían botes de plástico blanco con comida precocinada.

–Buenos días, Benoit, Kemal. Qué tal, Jesús –dijo Emma con simpatía.

Ellos sonrieron y la saludaron con la misma simpatía. Emma e Ian se acercaron a un tablón de anuncios, donde ella señaló un letrero plastificado con instrucciones por si a alguien se le atragantaba la comida.

–Que no me extrañaría.

Al lado había un documento grande, clavado con chinchetas: un mapa de pergamino de la frontera Texas-México, con los bordes irregulares. Emma le dio unos golpecitos con el dedo.

–¿Ves esto que parece un mapa del tesoro? Pues no te emociones, que sólo es la carta. Aquí no hay oro, cuate; sólo cuarenta y ocho platos que cubren todas las combinaciones de los cinco grupos clave de la cocina tex-mex: ternera picada, frijoles, queso, pollo y guacamole. –Movió el dedo por el mapa–. Así que tenemos, de este a oeste, pollo con frijoles y queso encima, queso sobre pollo debajo de guacamole, guacamole sobre ternera sobre pollo debajo de queso…

–Ya lo entiendo.

–… de vez en cuando, para darle chispa, le echamos un poco de arroz o una cebolla cruda, pero lo emocionante de verdad es dónde lo metes. Todo depende de si es trigo o maíz.

–Trigo o maíz. Ya.

–Los tacos son de maíz, y los burritos, de trigo. Básicamente, si se parte y te quemas la mano, es un taco, y si se queda fofo y te llenas el brazo de manteca roja, un burrito. Mira… –Sacó una torta blanda de un paquete de cincuenta, y la sostuvo como un trapo mojado–. Esto es un burrito. Si lo rellenas, lo fríes y le deshaces queso encima, es una enchilada. Una tortilla rellena es un taco, y un burrito que te rellenas tú mismo, una fajita.

–¿Y una tostada qué es, entonces?

–Cada cosa a su tiempo. No nos precipitemos. Las fajitas se sirven en aquellas fuentes de hierro al rojo vivo. –Levantó a pulso una sartén de hierro con relieve, llena de grasa, que parecía salida de una herrería–. Ojo con esto, te sorprendería la cantidad de veces que hemos tenido que despegar a un cliente de uno de éstos, y luego no te dan propina. –Ian se había quedado mirándola, con sonrisa de tonto. Emma le hizo fijarse en el cubo que tenían a sus pies–. Esto blanco de aquí es nata agria, pero que no es agria, sólo nata; creo que es una especie de grasa hidrogenada. Es lo que queda del proceso de hacer gasolina. Va bien si se te despega el tacón del zapato, pero aparte de eso…

–Tengo una pregunta.

–Adelante.

–¿Qué haces al salir de trabajar?

Benoit, Jesus y Kemal interrumpieron su trabajo al mismo tiempo. Emma recompuso su cara y se rio.

–Tú no pierdes el tiempo, ¿eh, Ian?

Ian, que se había quitado la gorra, la giró entre las manos, como un pretendiente de teatro.

–No es que quiera salir contigo ni nada de eso, ¿eh? ¡Si seguro que ya tienes novio! –Un paréntesis, esperando la respuesta, pero la cara de Emma no se movió–. Sólo he pensado que podía interesarte mi… –voz nasal– estilo único de humor, pero nada más. Es que esta noche tengo un… –comillas con los dedos– «bolo» en la Chirigota del Frog and Parrot de Cockfosters.

–¿La Chirigota?

–Sí, en Cockfosters. Es la Zona 3, que ya sé que un domingo por la noche es como Marte, pero aunque yo sea una mierda, hay otros humoristas de primera, en serio. Ronny Butcher, Steve Sheldon, los Gemelos Kamikaze…

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