Authors: Jordi Sierra i Fabra
âCagadita de miedo âreconoció.
âBien, ahora todo es posible âdijo Gonzalo.
Beatriz recordó algo.
âYa he colgado tu canción en YouTube.
â¿En serio?
âTendrÃa que haberte llamado. Perdona. Hice un montaje con fotos mÃas y ha quedado bastante aparente. Si entras en Internet y tecleas tu nombre, te sale. Si no, te mando el acceso por mail. La acabé anoche, ya tarde, cuando tenÃa las neuronas bizcas de tanto estudiar.
âMe gustarÃa que escucharas la que acabo de hacer.
âMándamela.
â¿Quieres?
â¡No seas plasta! ¿Quién es tu fan n.º 1?
âSi algún dÃa lo consigo, me gustarÃa tenerte cerca.
â¿De mánager?
âDe lo que sea.
Lo pensó por un momento. Unos dÃas antes Gonzalo estaba solo y ella estaba sola. Ahora él parecÃa haber hallado el camino hacia el corazón de su Carlos, y ella por su parte...
La vida cambiaba rápido.
Una caja de sorpresas.
âHasta mañana, Gonzalo.
â
Ciao
, fan n.º 1.
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Â
El archivo de la canción de Gonzalo sonaba por quinta vez en su ordenador.
Y a cada audición le parecÃa más hermosa.
Más redonda.
Quizá el desamor facilitara versos desgarrados y letras apasionadamente rotas, pero el amor también daba alas a la imaginación y hacÃa que un corazón latiera con una armonÃa y una fuerza situadas más allá de la razón.
Si a ello se unÃa aquella delicada guitarra, y la voz llena de cadencias de su autor...
Ya se la sabÃa de memoria.
Le hizo el coro a su párrafo preferido:
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Quiero que te desmayes sobre las sábanas.
AsÃ, lánguida, estremecida,
con sabor a mà en tu boca,
mi orgasmo en tus carnes,
el tuyo en mis oÃdos.
Â
Quiero vivir entre tus brazos,
asÃ, siempre al lÃmite de los sueños,
con tus susurros en mi alma,
mis suspiros en tu vientre,
cien mil noches sin mañanas.
Â
Era extraño que Gonzalo fuese gay y en cambio su canción le hablase del amor a una chica.
Extraño...
El toque de los nudillos en su puerta coincidió con la voz de Carlota.
â¿Beatriz?
â¿Qué?
â¿Puedo?
âSÃ, pasa.
Su hermana metió la cabeza por el hueco. Su cara era de sorpresa.
â¿Quién es? âquiso saber.
â¿Te gusta?
âMucho.
âVen, entra y escúchala bien.
Su hermana la obedeció. Llegó junto a la mesa y se quedó de pie, mirando el ordenador, mientras ella detenÃa la audición y volvÃa a iniciar el archivo de la canción.
âEs de mi amigo Gonzalo âle dijo con cierto orgulloâ. Se llama
Plenitud
.
VIGILIAS
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Â
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En el blog habÃa un nuevo texto, bellÃsimo, sobre el amor, la conmoción que causa, los efectos que produce sobre el cuerpo y la mente. No era muy largo, pero sà tremendamente sincero y vital, con un punto de sensualidad absolutamente erótico. Tanto que le atravesó la mente y se apoderó de su ánimo. Y quizá fuera eso lo que más llamaba la atención de Beatriz, su intensidad oculta, su erotismo apenas perceptible, salvo que uno atravesara sus defensas naturales y llegara directamente al corazón de su sensibilidad. Algo fuera de lo común en una chica tan joven.
Tan joven.
¿Y si él era su primer amor?
Apenas si empezaban a conocerse, a descubrirse.
Por eso le encantó aquel pequeño poema.
Â
Te conocà mañana.
Te amé ayer.
Te necesito hoy.
Cariño, juguemos con el tiempo.
Hagamos del espacio nuestra cama.
Te busqué mañana.
Te encontré ayer.
Te poseo hoy.
Cariño, vivamos en una burbuja de colores.
Â
Rogelio continuó leyendo. Además de la reflexión de la mujer que acababa de cambiarle el rumbo, la vida, metiéndose en su mente lo mismo que una obsesión adolescente, el blog incluÃa un texto muy especial de Julio Cortázar titulado «Toco tu boca».
No lo leyó con su voz, sino que lo escuchó con la de Beatriz.
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Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mà para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonrÃe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cÃclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sÃ, se superponen y los cÃclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mà como una luna en el agua.
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Al acabar de leerlo tenÃa una erección.
Cerró los ojos y evocó a la causante de todas sus nuevas bendiciones y sus repentinos males. La evocó y la sintió, también, como en el texto que acababa de leer, en su boca y en sus manos. El golpe de su olor y su sabor regresó y la erección se hizo mayor, incontenible. Su despacho en Discos Karma no era el mejor lugar para ir empalmado, asà que trató de recuperarse y volvió a abrirlos, pero fue incapaz de salir del blog de Beatriz.
HabÃa algo más.
Un acceso a YouTube para ver «al mejor nuevo artista del mundo».
Entonces recordó al amigo del que le habÃa hablado ella.
Gonzalo.
Llevó el cursor hasta el acceso y la pantalla cambió por completo. Entró en YouTube y esperó a que se cargara el vÃdeo. No tuvo que marcar el inicio. Ãl mismo se puso en marcha.
Un suave murmullo de guitarra introdujo el tema, cadencioso, limpio, bien digitado. Casi al momento las imágenes, fotografÃas de Beatriz tomadas en el parque, se convirtieron en una especie de juego de espejos, parejas de enamorados con la cara pixelada, el esplendor de la primavera, el Turó Parc rebosante de vida. La melodÃa era preciosa y el trabajo de ella montando las imágenes, muy bonito. En el momento de aparecer la voz, sin embargo, tuvo un estremecimiento.
La voz y la letra de la canción.
No querÃa dejar de mirar las fotografÃas tomadas por Beatriz, pero la fuerza, el influjo del tema, se apoderó de él.
El tal Gonzalo era bueno.
Muy bueno.
Por segunda vez cerró los ojos y lo que hizo fue concentrarse al máximo en lo que estaba escuchando. Música, letra y voz armonizaban como si se tratara de un ensamblaje perfecto. La suma de las tres partes daba como resultado una canción sugerente, fresca, contagiosa aun siendo un tema de amor. No habÃa ningún desperdicio, ninguna palabra fuera de lugar. Estaba escuchando una de esas raras perfecciones que se daban de vez en cuando en el mundo de la música.
Y donde habÃa una buena canción quizá hubiese más.
Cuando terminó, abrió los ojos y la escuchó una segunda vez.
Una tercera.
Descubrió que ya era capaz de tatarearla, y que el estribillo se le quedaba sin esfuerzo.
Ya no hubo una cuarta audición.
Rogelio paseó su mirada desnuda por el despacho y se sintió súbitamente frustrado, vencido. Discos Karma se morÃa. No del todo, porque pasarÃa a formar parte de una multinacional, pero sà dejarÃa de ser lo que durante mucho tiempo habÃa sido, y languidecerÃa como un sello más en un fondo editorial hasta convertirse en un recuerdo marcado por unos años de esplendor. De no ser por eso, habrÃa salido corriendo para hacer que Marcelo Novoa escuchara al amigo de Beatriz. De no ser por eso, ya lo estarÃa llamando a través de ella para pedirle un
pendrive
, más canciones, y querrÃa escucharlas personalmente para comprobar si en vivo sonaban igual y si él tenÃa el magnetismo que se imaginaba, capaz de ofrecer al público también una imagen para acompañar aquella maravilla sonora.
Pensó en Brainglobalnoise.
En Leo Nairo.
En la diferencia abismal entre ellos y él.
¿Cuándo habÃan dejado de apostar por la calidad para centrarse en la pura música de consumo rápido y beneficios inmediatos?
Beatriz se lo habÃa dicho, con su cara de sorpresa y emoción:
â¿Vosotros descubristeis a Leo Nairo?
SÃ, Discos Karma.
Pensar en grabar al amigo de Beatriz era como matarlo en vida, «suicidarlo».
No habÃa apuestas de futuro.
No habÃa ni siquiera futuro.
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La llamada telefónica no procedÃa de su móvil, sino del teléfono de Discos Karma. Y cometió el error de descolgarlo sin preguntar quién era, ni verificar el número en la pantallita.
â¿SÃ?
âRogelio, soy yo.
Demasiado tarde.
âHola, Amalia. âContuvo todas sus emociones negativas.
â¿Cómo estás?
âCon trabajo.
âNo me invitaste a lo de Razzmatazz.
âNo creo que sea tu tipo de música.
âSabes que no es por la música.
âAmalia...
âNo, Amalia no âlo cortó con una enorme carga de fatiga soterrada en la vozâ. ¿Qué pasa? Ni una llamada. Nada. ¿Es eso lo que soy ya para ti, nada? Pensaba...
âDebes entend...
âNo, déjame hablar a mÃ. ¿Te imaginas lo humillante que me resulta hacer esto? Parece como si te estuviera suplicando... amor, compañÃa, y sabes que podrÃa tener a los hombres que me diera la gana, ¡lo sabes!
Era cierto. HabÃa pocas mujeres como ella, tan atractivas, tan poderosas, tan excitantes y libres en la cama.
La cama.
Ahora ese recuerdo le pesaba.
âNo creà que... âintentó decir.
â¿No creÃas que me diera tan fuerte? ¿Es eso?
âIba a decir que no creà que llegáramos a tanto.
âPero ¿tú te crees que yo me acuesto con el primero que me apetece porque voy salida o falta de sexo o... qué sé yo? ¡Si lo hice contigo fue por dos razones. La primera, que me sedujiste hábilmente, y la segunda, que me enamoré.
âNo digas eso.
â¿Lo de la seducción o lo del amor?
âLo segundo.
âEs la verdad, y deberÃas saberlo. BastarÃa una palabra tuya y dejarÃa a mi marido.
Se pasó una mano por los ojos.
âLo siento âse hundió.
â¿Que lo sientes? âParecÃa a punto de llorar, de quebrarse en mitad de su vértigo, pero logró contenerseâ. ¿Qué es lo que sientes, haberlo hecho o que ahora el señor haya decidido unilateralmente terminarlo? La otra noche...
âLa otra noche... âIba a decir que casi fue una violación, pero no habrÃa sido justo con ellaâ. No, nada.
â¿Te has cansado o hay otra?
PodÃa mentirle.
âHay otra, pero antes de que apareciera ya sabÃa que lo nuestro no era más que un espejismo.
Les sobrevino una breve pausa.
âEres un mierda âdijo Amalia.
âVamos, por Dios, ¿qué esperabas?
âQue fueras un hombre y supieras valorar tu suerte, o lo que la vida te ofrece.
âLo valoro.
â¡Te estoy diciendo que serÃa capaz de abandonar a mi marido!
âVamos, Amalia, sabes que eso es una locura.
â¿Es por el sexo? ¿Algo ha ido mal?
âSabes que no.
âEntonces... âSu tono volvió a ser suplicante.
âCreo que soy tu excusa.
â¿De qué me estás hablando?
âSoy tu excusa disfrazada de amor para dejar a tu marido, y no necesitas ninguna para hacerlo. Si ya no lo amas, si ya no sientes nada con él ni por él, déjalo, pero sin necesidad de tener a otro esperándote. Arriésgate.
âTú no sabes nada.
âNo, no sé nada, ni lo conozco. Me basta contigo. Me gustaste nada más verte, sÃ, de acuerdo, pero luego... Lo hacÃas conmigo y te ibas a casa, a dormir con él.
âNo lo hacÃa con él.
âDa lo mismo. Dios..., ni siquiera sé por qué lo discutimos.
âQuiero verte.
âNo, Amalia, no.
â¡No puedes pasar de mà de la noche a la mañana!
âNo me conviertas en una obsesión, por favor.
âNo te la juegues conmigo âsiguió insistiendo ellaâ. No voy a esperarte demasiado.
No lo escuchaba. Hablaba de sà misma, nada más.
Se juró que Amalia habÃa sido su último error.
Y de pronto necesitó más que nunca a Beatriz.
âCuÃdate âle deseó sinceramente.
No hubo respuesta, sólo una respiración densa, prolongada. Un fuego que abortó colgando el teléfono sin más palabras.
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¿Cuánto hacÃa que no sostenÃa diálogos de enamorado por teléfono?
Ni lo recordaba.
En el parque, ella le habÃa dicho que se tiene la edad de la persona a la que se ama.
Beatriz era la adulta, y él, el joven.
Largos silencios, suspiros, voces apenas susurrantes, preguntas tontas como «¿Qué llevas puesto?» o peticiones del tipo «DescrÃbeme tu habitación». La noche era cálida e invitaba a muchas cosas. QuerÃa decirle que mientras hablaba con ella, se estaba acariciando a sà mismo. QuerÃa preguntarle si mientras hablaba con él, se acariciaba ella. No lo hacÃa porque tres besos no eran un pasado demasiado contundente, sólo una puerta. Tampoco querÃa parecer demasiado osado. La idea de acostarse con una menor de edad le martilleaba el cerebro.
Un mes para los dieciocho.
¿HabÃa alguna diferencia?
Y no se trataba del aspecto legal, sino del personal.
âEstoy tumbada en la cama, viendo la noche a través de la ventana.
âYo también.
âLa luna es la misma para todos los que se aman, ¿verdad?
âEs lo único que se comparte.
âLa energÃa también. Flota y nos acoge a todos.
âNunca habÃa pensado en términos energéticos.
â¿Crees en algo, Rogelio?
â¿Algo como qué?
âDios y esas cosas.
âNo.
âYo tampoco. Yo creo sólo en la energÃa, aunque algunos dicen que eso es como creer en Dios, porque basta con una cosa para que Ãl esté representado en ella. Pienso que la vida es esto, aquà y ahora, y que tenemos una única oportunidad.
âEstoy de acuerdo.
âMe gustarÃa ir al cine contigo âcambió de tema sin más.
âIremos.
âA mà me gusta sentarme en las primeras filas, para meterme en la pelÃcula de lleno. A lo peor tú eres de los que se sienta al final, o por el medio.