Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
—Esa rivalidad añade el suficiente sabor para que se sobreponga al lógico aburrimiento que, en breve, se hubiera convertido en frustración. Aliéntele, alábele, que se sepa querido por usted y de ese modo las rencillas con otro macho no le van a afectar. A su edad, es muy natural, y es mejor que se enemiste con Praecursoris y no con Maximus. Praecursoris tiene la edad suficiente para no tomarse el asunto en serio.
Laurence no compartía ese optimismo. Celeritas no había visto hasta qué punto se inquietaba Temerario. Por otra parte, tampoco podía negar que el egoísmo motivaba sus comentarios: le desagradaba ver a Temerario ser tan duro consigo mismo. Pero todos debían ser duros, absolutamente todos.
Allí, en aquella helada pradera septentrional, era demasiado fácil olvidar que Inglaterra estaba en grave peligro. De acuerdo con los partes, Villeneuve y la Armada francesa andaban sueltos. Nelson les había ido dando caza durante todo el camino hacia las Antillas, sólo para ver cómo los esquivaba de nuevo, y ahora los buscaba desesperadamente por el océano Atlántico. Sin duda, la intención de Villeneuve era reunirse con la flota a las afueras de Brest y a continuación intentar apoderarse del estrecho de Dover. Bonaparte tenía un gran número de transportes en cada puerto a lo largo de la costa francesa, a la espera de abrir una brecha en las defensas del canal para hacer cruzar un numeroso ejército de invasión.
Laurence había servido en las tareas de bloqueo durante largos meses y sabía bien lo difícil que resultaba mantener la disciplina durante interminables y monótonos días sin ver al enemigo. Las distracciones —disfrutar de más compañía, un paisaje más amplio, libros y juegos—hacían el deber de entrenar mucho más llevadero, pero ahora sabía que en su camino había tanta insidia como aburrimiento.
Por eso, se limitó a saludar con una reverencia y despedirse diciendo:
—Comprendo su plan, señor. Gracias por la explicación.
No obstante, regresó junto a Temerario decidido a poner freno a aquel entrenamiento casi obsesivo y, si era posible, hallar medios alternativos para distraer su interés de las maniobras.
Fueron estas circunstancias las que le dieron la idea de explicar a Temerario tácticas de formación. El aviador lo hizo más pensando en el interés del dragón que en el suyo propio, con la esperanza de proporcionar un mayor interés intelectual a las maniobras, pero Temerario comprendió las lecciones con facilidad y enseguida las clases se convirtieron en verdaderos debates, tan útiles para uno como para otro, y compensaban sobradamente su falta de participación en las discusiones que los capitanes mantenían.
Aprovechando la inusitada capacidad voladora de Temerario, se embarcaron juntos en la preparación de una serie de maniobras propias que pudieran encajar con el ritmo más lento y metódico de la formación. El propio Celeritas había mencionado el ensayo de esa clase de estrategias, pero las apremiantes necesidades de la formación le habían forzado a relegar el plan a un futuro todavía sin determinar.
Laurence rescató una vieja mesa de vuelo en un desván, recabó la ayuda de Hollin para reparar la pata rota y la llevó al claro reservado a Temerario bajo la atenta mirada del dragón. Era una especie de gran diorama fijado sobre un tablero con un entramado en lo alto. Laurence no disponía de un juego adecuado de dragones a escala para situar sobre la mesa, pero los sustituyó atando tallas y trozos de madera coloreados a los zarcillos de la celosía, de modo que fueran capaces de representar posiciones en tres dimensiones para que el otro las comprendiera y evaluara.
Desde el principio, Temerario desplegó una rápida comprensión de los movimientos aéreos. Era capaz de descubrir enseguida si la maniobra era o no factible, y de no serlo, describía los movimientos necesarios para que lo fuera. La inspiración inicial de cada nueva maniobra era del dragón en la mayor parte de los casos. Laurence, por su lado, tenía más en cuenta la eficacia militar de las diferentes posiciones, y sugería aquellas modificaciones que ayudaban a administrar mejor la fuerza que debía utilizarse en cada ocasión.
Eran unas discusiones animadas, de las que se oían, y llamaron la atención del resto de su tripulación. Granby pidió tímidamente permiso para asistir y en cuanto Laurence se lo concedió, le siguió el segundo teniente, Evans, y muchos de los guardiadragones. Sus años de entrenamiento y experiencia les proporcionaron un poso de conocimiento del que tanto Laurence como Temerario carecían, y sus sugerencias refinaron más y más el plan.
—Señor, los demás me han pedido que le proponga que probemos algunas de las nuevas maniobras —le dijo Granby a las pocas semanas de haberse incorporado al proyecto—. No nos importaría nada dedicar nuestras tardes al trabajo. Sería triste no poder demostrar lo que el dragón puede hacer.
Laurence se sintió profundamente conmovido, no sólo por el entusiasmo de los oficiales, sino al ver que tanto Granby como la tripulación sentían el mismo deseo de ver que se reconocía la valía de Temerario. Se alegró mucho de encontrar a otros que estaban tan orgullosos del dragón como él mismo.
—Tal vez sea posible si tenemos suficientes tripulantes mañana por la tarde —contestó Laurence.
Todos los oficiales, cada uno en compañía de tres o más mensajeros, se hallaban presentes diez minutos antes de la hora. Laurence los miró con un ligero desconcierto mientras bajaba de su vuelo diario al lago. Entonces, al tenerlos a todos formados y a la espera, se percató de que la dotación de vuelo vestía el uniforme completo incluso en aquel improvisado ejercicio. Era habitual ver a las otras tripulaciones sin las chaquetas ni los lazos anudados al cuello, en especial después del calor de los últimos días. No pudo evitar considerarlo un halago a su propio hábito.
El señor Hollín y la dotación de tierra también esperaban preparados. Incluso Temerario era capaz de estarse quieto en medio de tanto entusiasmo. Enseguida le pusieron el arnés reglamentario de combate y la dotación de vuelo subió en tropel.
—Todos a bordo y sujetos, señor —informó Granby mientras se sentaba en su posición de despegue sobre el hombro derecho de Temerario.
—Muy bien. Temerario, vamos a comenzar haciendo dos veces el vuelo de patrulla normal para tiempo despejado —dijo Laurence—. Luego, a mi señal, cambiaremos a la versión modificada.
El dragón asintió con ojos centelleantes y se lanzó a los cielos. Era la más sencilla de las nuevas maniobras y Temerario apenas tuvo dificultad en realizarla. Laurence vio enseguida su principal inconveniente cuando el dragón salió de la última vuelta en espiral y regresó a la posición normal, a la que estaba acostumbrada la tripulación. Los fusileros habían errado al menos la mitad de los blancos y las ijadas de Temerario estaban manchadas allí donde los sacos de ceniza, que en las maniobras representaban a las bombas, habían golpeado al dragón en lugar de caer.
—Bien, señor Granby, nos queda mucho trabajo por delante antes de poder hacer una demostración encomiable —dijo Laurence.
Granby asintió con pesar, y luego sugirió:
—Sin duda, señor. Tal vez si volara un poco más despacio al principio…
—Creo que probablemente también deberíamos sincronizar nuestras reacciones —comentó al estudiar los regueros de cenizas—. No podemos arrojar bombas mientras describe esos rápidos giros, por lo que si nos es imposible trabajar a un ritmo constante, debemos esperar y lanzar los simulacros de bomba de una sola andanada en los momentos en que él esté nivelado. El mayor riesgo que podemos correr es no acertarle al objetivo, y ese riesgo se puede asumir, pero el otro, no.
Temerario describió una vuelta sencilla en el aire mientras los lomeros y ventreros ajustaban a toda prisa el equipo de bombardeo. En esta ocasión, cuando repitieron la maniobra, Laurence vio caer los sacos sin marcas apreciables en los ijares de Temerario. Los fusileros, que aprovechaban los momentos de vuelo nivelado para disparar, también mejoraron su registro y después de media docena de repeticiones Laurence estuvo muy satisfecho de los resultados.
—Cuando logremos arrojar toda la carga de bombas y alcancemos en torno a un ochenta por ciento de aciertos al disparar, consideraré que nuestro trabajo, esto y las otras cuatro maniobras nuevas, merece la atención de Celeritas —concluyó después de que todos hubieron descendido y la dotación de tierra le quitara el arnés al dragón y le limpiara la suciedad del pelaje—. Y me parece una meta perfectamente alcanzable. Los felicito a todos ustedes, caballeros, por un comportamiento tan ejemplar.
Antes, se había mostrado poco dado a prodigar elogios, ya que no deseaba dar la sensación de querer ganarse el favor de la tripulación, pero ahora difícilmente se podía sentir más eufórico y le complacía ver la sincera respuesta de sus oficiales a la prueba. Todos por igual tenían deseos de continuar, de modo que, después de otras cuatro semanas de práctica, Laurence empezó a pensar de verdad que estaban listos para realizar una demostración ante un mayor número de espectadores; entonces, la decisión se le fue de las manos.
—La variante de vuelo de ayer por la tarde era muy interesante, capitán —le dijo Celeritas al final de la jornada matutina cuando los dragones de la formación tomaron tierra y desembarcaron las tripulaciones—. Permítanos verle volar mañana en formación.
Dicho esto, asintió con la cabeza y les ordenó retirarse. Laurence salió para reunir a su tripulación y a Temerario para una apresurada práctica final.
Al término de la jornada, después de que los demás hubieran vuelto a la base, él y Laurence se sentaron sin hablar en la oscuridad, demasiado extenuados para hacer otra cosa que no fuera descansar el uno junto al otro, y entonces el dragón mostró esa tendencia a preocuparse que le caracterizara.
—Venga, tranquilízate —le animó Laurence—. Mañana lo vas a hacer muy bien. Dominas todas las maniobras de principio a fin. Sólo hemos de ir despacio para que la tripulación dé la talla.
—No me preocupa el vuelo de mañana, pero ¿qué ocurre si Celeritas no aprueba las maniobras? —preguntó Temerario—. Habremos malgastado todo nuestro tiempo para nada.
—Jamás nos hubiera pedido una demostración si pensara que las maniobras son una completa insensatez —contestó el aviador—, y en cualquier caso no hemos desperdiciado nuestro tiempo en absoluto. Todos los miembros de la tripulación han aprendido mejor su cometido porque han tenido que prestar más atención y sopesar más el alcance de sus maniobras, e incluso aunque Celeritas lo desaprobara todo, seguiría considerando que hemos invertido provechosamente todas estas tardes.
Al menos, aquellas palabras hicieron desaparecer los temores del dragón y permitieron que éste se durmiera. El mismo se quedó dormido junto a Temerario. No sintió frío; aunque era a primeros de septiembre, todavía persistía el calor del verano. A pesar de lo mucho que sus palabras habían conseguido tranquilizar a Temerario, él estaba despierto y alerta con las primeras luces del alba y sentía una opresión en el pecho que no lograba disipar. La mayoría de su tripulación acudió a desayunar tan pronto como él, por lo que tuvo que detenerse a hablar con varios y comer con apetito, aunque por su gusto no hubiera tomado más que una taza de café.
Al llegar al patio de adiestramiento, encontró a Temerario luciendo su equipo e inspeccionando el valle con la mirada. Daba coletazos al aire con inquietud. Celeritas no había llegado todavía. Transcurrieron quince minutos antes de que apareciera el primer dragón de la formación y para ese momento Laurence ya se había acercado a Temerario y a la tripulación para sobrevolar la zona. Los alféreces y guardiadragones más jóvenes tenían una particular tendencia a gritar, por lo que tuvo a los miembros de la dotación intercambiando sus posiciones para aplacar sus nervios.
Cuando aterrizó Dulcía, y Maximus detrás de ella, toda la formación estuvo reunida al fin. Laurence hizo regresar a Temerario al patio, pero Celeritas seguía sin aparecer. Lily bostezaba de forma ostensible. Praecursoris hablaba en voz baja con Nitidus, el Azul de Pascal, que también hablaba francés, ya que habían comprado el huevo a un criadero francés muchos años antes del comienzo de la guerra, cuando las relaciones eran lo bastantes amistosas para permitir ese tipo de intercambios. Temerario seguía teniendo enfilado a Praecursoris, pero por una vez, a Laurence no le preocupaba si eso servía para distraerle.
Atisbo un reluciente aleteo y, al alzar la mirada, vio a Celeritas descender para aterrizar, mientras en lontananza las menguantes figuras de varios Winchester y Abadejos Grises se alejaban rápidamente en diferentes direcciones. A menor altura, dos Tanatores se dirigían hacia el sur en compañía de Victoriatus, aunque la convalecencia del herido Parnasiano no había terminado del todo. Antes de que Celeritas tocase el suelo, los dragones se sentaron alerta sobre las patas traseras, las voces de los capitanes se apagaron y las tripulaciones se sumieron en un silencio expectante.
—Han alcanzado a Villeneuve y su flota —anunció Celeritas alzando la voz para hacerse oír por encima de la algarabía—. La han acorralado en el puerto de Cádiz junto a la Armada española.
Conforme hablaba, los criados aparecían corriendo por el pasillo, acarreando bolsas llenas y cajas. Se apresuraban a realizar la tarea incluso las doncellas y los cocineros. Temerario se incorporó sobre las cuatro patas sin que nadie se lo hubiera ordenado, tal y como hicieron los demás dragones. Las dotaciones de tierra ya estaban desenrollando las telas de los entoldados del vientre y subían a los animales para armarlos.
—Han enviado a Mortiferus a Cádiz. La formación de Lily debe ir al canal de la Mancha de inmediato para reemplazarlo. Capitana Harcourt —dijo Celeritas volviéndose a ella—, Excidium continúa allí y goza de ochenta años de experiencia. Usted y Lily deberán entrenar con él cada segundo libre que tengan. Por el momento, le entrego el mando de la formación al capitán Sutton. Esta decisión no obedece a una valoración de su trabajo, sino a la brevedad de su entrenamiento. Debemos contar con la mayor experiencia posible en ese puesto.
Lo más habitual era que el capitán del dragón jefe de una formación fuera también el comandante, en buena parte porque ese dragón tenía que empezar todas las maniobras, pero Harcourt asintió sin dar muestras de sentirse ofendida:
—Sí, sin duda —contestó con voz aguda.
Laurence le dedicó una rápida mirada de compasión. Lily había roto el huevo inesperadamente pronto y Harcourt había alcanzado el rango de capitán sin apenas haber concluido su propio adiestramiento. Ésta podría ser su primera misión de guerra, y era posible que lo fuera.