Temerario I - El Dragón de Su Majestad (27 page)

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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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Los capitanes y los tenientes primeros acostumbraban a mantener debates de estrategia y táctica a la hora de las comidas o a última hora de la noche, después de que los dragones se hubieran dormido. Rara vez le pedían opinión durante estas conversaciones, pero no le afectaba demasiado, ya que, aunque comenzaba a dominar los principios de la guerra aérea, se seguía considerando un neófito en el tema y difícilmente se podía ofender porque los aviadores hicieran lo mismo. Se mantenía en silencio y no intentaba pronunciarse en las conversaciones, salvo cuando podía contribuir con alguna información sobre las habilidades singulares de Temerario; prefería escuchar con el propósito de aprender.

De vez en cuando, la conversación giraba hacia el tema más general de la guerra. Estaban en un lugar apartado y la información tenía varias semanas de desfase, por lo que era difícil resistirse a la tentación de especular. Laurence se unió a los pilotos una velada en la que Sutton dijo:

—La maldita flota francesa podría estar en cualquier lugar. —Sutton era el capitán de Messoria y el más curtido de todos, un veterano de cuatro guerras muy dado al pesimismo y a un lenguaje subido de tono—. Ahora, se han escabullido de Toulon y por lo que sabemos esos bastardos ya deben de estar de camino hacia el canal. No me sorprendería encontrar mañana a un ejército invasor a nuestras puertas.

Laurence difícilmente podía dejar pasar por alto esas palabras y dijo al sentarse:

—Les aseguro que se equivocan. Villeneuve y su flota han zarpado de Toulon, sí, pero no se trata de ninguna operación de envergadura, sólo de huir. Nelson ha estado siguiéndole sin parar todo el camino.

—Caramba, ¿tiene noticias, Laurence? —preguntó Chenery, el capitán de Dulcía, levantando la vista de una desganada partida a las veintiuna que estaban jugando él y Little, el capitán de Immortalis.

—He tenido cartas, sí, y una de ellas la remitía el capitán Riley, del Reliant —contestó Laurence—. Navega con la flota de Nelson. Han cruzado el Atlántico en pos de Villeneuve y me cuenta que lord Nelson tiene esperanzas de alcanzar a los franceses en las Antillas.

—¡Vaya, y nosotros aquí, sin tener ni idea de lo que está pasando! —exclamó Chenery—. Por el amor de Dios, vaya a buscar esas cartas y léanoslas. No es de recibo que se calle todo esto y nos deje a todos en la ignorancia.

Habló con demasiado entusiasmo como para ofender a Laurence, que, al comprobar que los demás capitanes se mostraban del mismo parecer, envió un criado a su habitación para traerle el montoncito de cartas enviadas por los antiguos camaradas de la Marina. Se vio obligado a omitir varios pasajes en los que le compadecían por el cambio de estatus, pero se las arregló para saltárselos con bastante soltura y todos oyeron con gran curiosidad los fragmentos y retazos de noticias.

—De modo que Villeneuve tiene diecisiete naves por las doce de Nelson, ¿no? —dijo Sutton—. Entonces, dudo que ese tío vaya a correr mucho, pero ¿qué ocurre si da la vuelta? Nelson no puede contar con ningún apoyo aéreo al cruzar el Atlántico a esa velocidad, no hay transporte de dragones que aguante ese ritmo ni tenemos animales estacionados en las Antillas.

—Me atrevería a decir que la flota puede frenarle aun disponiendo de menos naves —insistió Laurence con ánimo—. Acuérdese del Nilo, señor, y de la batalla del cabo de San Vicente antes de eso. Hemos estado en desventaja numérica a menudo y el saldo ha sido victorioso.

Se contuvo con cierta dificultad y calló en ese momento. No deseaba parecer demasiado entusiasta.

Los demás sonrieron, pero no con condescendencia, y Little dijo con sus ademanes sosegados:

—En ese caso, debemos esperar que Nelson pueda acabar con ellos. Lo triste del asunto es que estamos en un terrible peligro mientras la flota francesa siga intacta de alguna forma. La Armada no va a poder atraparlos siempre y Napoleón sólo necesita controlar el canal de la Mancha durante dos días, tal vez tres, para conducir a su ejército al otro lado.

Era un pensamiento amenazador e hizo mella en el ánimo de todos. Berkley rompió al fin el subsiguiente silencio con un gruñido, se llevó un vaso de vino a los labios y lo vació.

—Podéis seguir aquí sentados viéndolo todo negro. Yo me voy a la cama —anunció—. Tenemos mucho trabajo como para imaginar más problemas.

—Y yo he de levantarme a primera hora —dijo Harcourt poniéndose en pie—. Celeritas quiere que Lily practique el lanzamiento de ácido sobre objetivos por la mañana, antes de las maniobras.

—Sí, todos debemos irnos a dormir —concluyó Sutton—. En cualquier caso, lo mejor que podemos hacer es mantener el orden en esa formación. Estad seguros de que llamarán a una de las formaciones de Lárganos si se presenta la oportunidad de aplastar la flota de Bonaparte, y será una de las nuestras o de las dos de Dover.

El grupo se deshizo y Laurence subió pensativo a su habitación en la torre. Un Largario podía lanzar ácido con una enorme puntería. El primer día de entrenamiento había visto a Lily destruir blancos de un simple y rápido salivazo desde unos ciento veinte metros. No había cañón en tierra capaz de disparar a tanta altura. Los cañones de pimienta podían dificultar su tarea, pero el único peligro real vendría del aire: ella sería el objetivo de todos los dragones enemigos y la formación era una unidad destinada a protegerla. Laurence se daba cuenta perfectamente de que el grupo sería una formidable amenaza en cualquier campo de batalla y la perspectiva de aportar mucho a la salvaguardia de Inglaterra le insuflaba renovado interés en el trabajo.

Por desgracia, a medida que pasaban las semanas veía con mayor claridad que a Temerario le resultaba difícil mantener la concentración. El primer requisito del vuelo en formación era la precisión y el mantenimiento de la posición relativa de uno respecto a los demás. Temerario se veía limitado ahora que volaba con el grupo y pronto comenzó a sentir la restricción al tener mucha más velocidad y maniobrabilidad que la media. Una tarde, Laurence no pudo evitar oírle preguntar a Messoria:

—¿Hacéis algo más interesante que volar?

Messoria era una dragona curtida de treinta años con muchas y grandes cicatrices de combate que la convertían en objeto de admiración. Soltó una risotada indulgente y le contestó:

—Lo interesante no tiene por qué ser bueno. Resulta difícil hallar algo interesante en mitad de una batalla. No temas, te acostumbrarás.

Temerario suspiró y volvió al trabajo sin proferir nada similar a una queja, pero, aunque nunca fallaba a la hora de responder a una petición o llevar a cabo un esfuerzo, no estaba muy entusiasmado y Laurence no podía dejar de preocuparse. Hizo todo lo posible por consolar al dragón y proporcionarle otros temas que atrajeran su interés. Continuaron practicando el hábito de leer juntos y Temerario escuchaba con gran atención cada artículo matemático o científico que Laurence conseguía encontrar. Los entendía sin dificultad y el aviador se encontraba en la extraña posición de hacer que el dragón le explicara lo que él acababa de leer en voz alta.

Una semana después de haber reanudado las maniobras les llegó un paquete postal de sir Edward Howe, que resultó de gran utilidad. Venía dirigido enigmáticamente a Temerario, a quien le entusiasmó recibir correo para él. Laurence lo desempaquetó para el dragón y halló un magnífico libro recién publicado de historias sobre dragones orientales traducido por el propio sabio.

Temerario dictó una elegante nota de agradecimiento a la cual Laurence añadió el suyo. Los cuentos de dragones orientales resultaron ser el plato final de cada día. Leyeran lo que leyesen, siempre terminaban con una de aquellas historias. Incluso después de haberlas leído todas, al dragón le hacía muy feliz releerlas de nuevo, aunque de forma ocasional pedía alguna en concreto de sus favoritas, como la historia de Emperador Amarillo de China, el primer dragón Celestial, cuyos servicios permitieron la instauración de la dinastía Han, o la de Raijin, el dragón japonés que rechazó la flota de Kublai Khan cuando ésta intentaba la invasión de la isla nación. Esta última le gustaba en particular a causa del paralelismo existente con Inglaterra, amenazada por la Grande Armée de Napoleón al otro lado del canal.

También escuchaba con aire soñador la historia de Xiao Sheng, el ministro del emperador, que se tragó la perla del tesoro de un dragón y se convirtió él mismo en dragón. Laurence no comprendió la especial atención que Temerario mostraba hacia la historia hasta que el dragón preguntó:

—Supongo que eso no es real, ¿verdad? ¿No hay forma de que los hombres se conviertan en dragones ni a la inversa?

—No, me temo que no —respondió el aviador lentamente; la idea de que a Temerario le gustara cambiar le afligía, ya que al hacerlo sugería una desdicha muy profunda.

Pero el dragón se limitó a suspirar y dijo:

—En fin, eso me parecía, aunque hubiera sido agradable ser capaz de leer y escribir por mi cuenta cuando quisiera y también que tú pudieras volar junto a mí.

Laurence rió tranquilizado.

—Lamento de verdad que no sea posible semejante placer, pero incluso aunque lo fuera, a juzgar por el cuento, el proceso no parece muy cómodo ni reversible.

—No, y no me gustaría nada dejar de volar, ni siquiera por la lectura —apostilló Temerario—. Además, es muy agradable tenerte a ti para que me leas. ¿Me lees una más? ¿Puede ser la del dragón que inventó la lluvia durante la sequía tomando agua del océano?

Las historias eran mitos, obviamente, pero la traducción de sir Edward incluía un buen número de anotaciones en las que se describían las bases reales de las leyendas de conformidad al conocimiento moderno más avanzado. Laurence sospechaba que quizás estuvieran levemente exageradas. Sir Edward sentía demasiado entusiasmo por los dragones orientales, pero las leyendas cumplieron su propósito de forma admirable. Las historias fantásticas sólo consiguieron que Temerario se empeñara en demostrar unos méritos similares y le llevaron a preocuparse más por los entrenamientos.

El libro resultó útil por otra razón. La apariencia de Temerario empezó a diferir aún más de la de los demás dragones poco después de recibir el paquete. Le salieron unos finos tirabuzones alrededor de las fauces y una gorguera de delicado tejido ondulado que se desplegaba entre los flexibles cuernos alrededor del rostro. Todo ello le confería un aspecto serio y espectacular, aunque no desfavorecedor, pero resultaba innegable que su apariencia difería cada vez más de la del resto, e indudablemente Temerario se hubiera sentido desdichado de nuevo al verse con un aspecto que lo separaba aún más de sus compañeros, de no haber sido por el hermoso frontispicio del libro de sir Edward, un grabado de Emperador Amarillo en el que se mostraba a aquel gran dragón luciendo el mismo tipo de gorguera.

Seguía sintiendo ansiedad ante el cambio de su apariencia y Laurence le sorprendió examinando su reflejo en la superficie del lago poco después de que hubiera aparecido la gorguera. Volvía la cabeza a uno y otro lado y entrecerraba los ojos para verse a él y a la gorguera desde diferentes ángulos.

—Vamos, vas a hacer creer a todos que eres un vanidoso —le regañó Laurence mientras le acariciaba las ondulantes vellosidades de las fauces—. De verdad, te sientan muy bien. Haz el favor de no pensar más en eso.

Temerario profirió un ruidito de sobresalto y se inclinó hacia la zona acariciada.

—Es una sensación extraña —afirmó.

—¿Te hago daño? ¿Son demasiado sensibles?

Inquieto, Laurence se detuvo automáticamente. Aunque no le había dicho nada a Temerario, al leer los cuentos se había percatado de que los dragones chinos, al menos los Imperiales y los Celestiales, no parecían entrar demasiado en combate, excepto en los grandes momentos de crisis entre sus países. Parecían más afamados por su belleza y sabiduría, y si los chinos cruzaban a los dragones primando aquellas cualidades, no había que descartar que las vellosidades fueran una zona de tal sensibilidad que las convirtiera en un punto vulnerable en la batalla.

El dragón le empujó suavemente y contestó:

—No, no duelen. ¿Lo puedes seguir haciendo? —Temerario emitió un sonido inusual, similar a un ronroneo, y se estremeció del hocico a la cola—. Me parece que me gusta bastante —añadió con la mirada cada vez más pérdida y los ojos entrecerrados.

—Ay, Dios. —El aviador apartó la mano de inmediato y miró a su alrededor terriblemente avergonzado. Por fortuna, no había ningún otro dragón ni aviador en ese momento—. Lo mejor será que hable enseguida con Celeritas. Creo que vas a entrar en celo por primera vez. Tendría que haberlo comprendido cuando te salieron las vellosidades; eso debe de significar que ya te has desarrollado del todo.

—Ah, muy bien —Temerario parpadeó—. Pero ¿tienes que pararte? —preguntó lastimeramente.

—Es una noticia excelente —dijo Celeritas cuando Laurence le transmitió la información—. Aún no le podemos cruzar, ya que no podemos prescindir de él tanto tiempo, pero aun así estoy muy contento. Siempre me preocupo cuando envío a la batalla a un dragón inmaduro. Informaré a los criadores para que piensen en el mejor de los potenciales cruces posibles. La adición de sangre de Imperial Chino a nuestros linajes sólo puede generar grandes mejoras.

—¿Hay algo para calmarlo…? —Laurence se calló al no estar seguro de la manera de formular la pregunta sin resultar atrevido.

—Ya lo veremos, pero creo que no debe preocuparse —contestó Celeritas secamente—. No nos parecemos a los perros ni a los caballos. Somos capaces de controlarnos, al menos tanto como vosotros los humanos.

Laurence se sintió aliviado. Había temido que a Temerario le resultara difícil estar en compañía de Lily, Messoria u otras dragonas, mientras que Dulcía seguramente era demasiado pequeña como para atraerle como compañera. Pero Temerario no expresó interés en ninguna de ellas. Laurence se aventuró a preguntarle un par de veces de forma indirecta y el dragón parecía más que nada desconcertado ante la idea.

Siguieron los cambios, sin duda, algunos de los cuales se hicieron perceptibles de forma gradual. Lo primero de todo, Laurence se percató de que la mayoría de las mañanas el dragón se despertaba sin necesidad de que le avisaran. También cambiaron sus costumbres alimenticias: comía con menor frecuencia, pero en mayor cantidad y de forma voluntaria podía estar dos o tres días sin probar bocado.

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