Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
—Me siento mucho mejor. Estoy seguro de que puedo cazar casi con toda normalidad —dijo Temerario.
El aviador no quiso ni oír hablar de ello; en su lugar, anduvo de vuelta a los talleres y movilizó a toda la dotación de tierra. En muy poco tiempo, condujeron a un pequeño grupo de ganado desde el redil y lo sacrificaron. El dragón se comió hasta el último trozo de carne y luego se fue directamente a dormir de nuevo.
Con cierta inseguridad, Laurence le pidió a Hollín que hiciera que los criados le llevaran algo de comida. Se sentía muy incómodo por tener que pedirle al joven un favor personal, pero era reacio a dejar a Temerario solo. Hollín no se ofendió, pero volvió con el teniente Granby, Riggs y otro par de tenientes.
—Debería ir a comer algo caliente y darse un baño, y luego dormir en su propia cama —dijo Granby en voz baja después de haber hecho señal a los otros para que aguardaran a cierta distancia—. Está cubierto de sangre de la cabeza a los pies y aún no hace tiempo como para dormir a la intemperie sin poner en riesgo su salud. Los demás oficiales y yo nos turnaremos para velarlo. Le iremos a buscar si despierta o sobreviene algún cambio.
Laurence pestañeó y se miró a sí mismo. No se había percatado de que tenía las ropas salpicadas y bañadas por sangre de dragón, casi negra. Se pasó la mano por el rostro sin afeitar. Estaba claro que estaba dando una imagen bastante poco presentable. Alzó la mirada hacia el dragón, que permanecía totalmente ignorante de cuanto sucedía a su alrededor. Las ijadas subían y bajaban con un estruendo bajo y acompasado.
—Diría que está en lo cierto —contestó—. De acuerdo, y muchas gracias —agregó.
Granby asintió. Laurence se dirigió de regreso al castillo después de echar una última ojeada a Temerario que seguía durmiendo. Ahora que era consciente, tenía una desagradable sensación de suciedad y sudor por todo el cuerpo. El lujo de un baño diario lo había reblandecido. Se detuvo en su habitación lo justo para cambiar sus ropas manchadas por otras nuevas y se dirigió directamente a las termas.
Era poco después de comer, y muchos oficiales tenían el hábito de bañarse a esa hora. Después de que se hubiera dado un rápido chapuzón en la piscina, descubrió que la sauna estaba repleta, pero varias personas le hicieron sitio en cuanto entró. Aceptó con mucho gusto el espacio despejado y devolvió los asentimientos de saludo antes de dejarse caer. Estaba tan cansado que sólo después de haber cerrado los ojos en medio del gozoso calor cayó en la cuenta de que las atenciones habían sido inesperadas y deliberadas. Estuvo a punto de ponerse en pie de un salto a causa de la sorpresa.
—Buen vuelo, excelente vuelo —le dijo Celeritas aquella tarde con tono de aprobación cuando acudió a informarle con retraso—. No, no ha de disculparse por llegar tarde. El teniente Granby me ha dado una explicación preliminar; con eso y el informe del capitán Berkley sé perfectamente qué ha pasado. Preferimos capitanes más preocupados por su dragón que por nuestra burocracia. Confío en que Temerario se encuentre bien.
—Gracias, señor, sí —respondió Laurence agradecido—. Los cirujanos me dijeron que no había motivo de alarma y él asegura que se encuentra bastante cómodo. ¿Manda algo mientras dure su convalecencia?
—Nada, salvo que lo mantenga con la mente ocupada, lo cual puede resultar todo un desafío —dijo Celeritas con un bufido que Laurence interpretó como una risita—. Bueno, eso no es del todo cierto. Tengo una tarea para usted. En cuanto Temerario se haya recobrado, él y Maximus se incorporarán inmediatamente a la formación de Lily. No hacen sino llegar malas noticias de la guerra, y la última ha sido la peor. Villeneuve y su flota han salido de Toulon aprovechando la cobertura que le proporcionó una incursión aérea contra la flota de Nelson. Hemos perdido su rastro. No podemos esperar más a tenor de las circunstancias y esta semana está ya pérdida. Por consiguiente, es hora de que nombre la tripulación de vuelo de Temerario, y me gustaría oír sus peticiones. Considere a los hombres que han servido a sus órdenes durante estas últimas semanas y mañana discutiremos el asunto.
Después de aquello y sumido en sus pensamientos, Laurence anduvo a paso lento hasta las inmediaciones del claro. Había pedido una tienda a la dotación de tierra y se la habían traído, además de una manta. Pensó que estaría más cómodo una vez que la hubiera armado junto a Temerario, ya que le gustaba más esa idea que pasar toda la noche alejado de él. Se encontró al dragón durmiendo aún, plácidamente. La carne circundante a la zona vendada estaba cálida al tacto, pero no febril.
Después de haber quedado satisfecho a ese respecto, Laurence dijo:
—Deseo hablar con usted, señor Granby. —Lo llevó a un aparte a escasa distancia—. Celeritas me ha pedido que le dé los nombres de mis oficiales —anunció sin quitar los ojos de encima a Granby. El joven enrojeció y bajó la vista. Laurence prosiguió—: No le voy a poner en el brete de rehusar un puesto. Ignoro qué significa en la Fuerza Aérea, pero sé que en la Armada sería una seria mancha en contra suya. Si va a tener la más mínima objeción, hable con franqueza y eso zanjará el asunto.
—Señor —comenzó Granby. Entonces, se calló bruscamente. Parecía consternado. Había empleado el término demasiado a menudo con velada insolencia. Volvió a empezar—. Capitán, soy consciente de que he hecho muy poco para merecer esa consideración. Sólo puedo decir que estaría encantado de aceptar la oportunidad si está dispuesto a pasar por alto mi anterior comportamiento.
El discurso parecía un poco forzado en sus labios, como si necesitara ensayarlo.
El aviador asintió satisfecho. Su decisión era repentina. No estaba del todo seguro, a pesar de las recientes hazañas de Granby, de exponerse a soportar a alguien que se había comportado con tan poco respeto a su persona de no ser por el bien de Temerario. Pero Laurence había decidido asumir el riesgo porque Granby era notoriamente el mejor de los posibles candidatos. La respuesta le complacía mucho. Era bastante sincera y respetuosa, aunque la hubiera expresado con cierta torpeza.
—Muy bien —se limitó a contestar.
Habían comenzado a caminar otra vez cuando Granby dijo de repente:
—¡Maldita sea! Tal vez no sea capaz de decirlo de la forma adecuada, pero no es mi deseo dejar las cosas así. He de decirle cuánto lo lamento. Sé que me he comportado como un necio.
Esa franqueza sorprendió a Laurence, aunque no le desagradó. Jamás hubiera rechazado una disculpa ofrecida con tanta sinceridad y sentimiento como se evidenciaban en el tono de Granby.
—Me alegra poder aceptar su disculpa —contestó en voz baja, pero con verdadero afecto—. Por mi parte, le aseguro que todo está olvidado. Espero que en lo sucesivo seamos mejores compañeros de armas que hasta ahora.
Se detuvieron y estrecharon las manos. Granby parecía aliviado y feliz al mismo tiempo. Cuando Laurence le tanteó con cautela para que le recomendara otros oficiales, le respondió con gran entusiasmo mientras recorrían el camino de regreso al lado de Temerario.
Temerario empezó a quejarse y quiso bañarse de nuevo incluso antes de que le quitaran las vendas. Se le formaron costras en las heridas, que empezaron a sanar durante el fin de semana, y los cirujanos le dieron de alta a regañadientes. Después de haber reunido a los que ya consideraba como sus cadetes, Laurence salió hacia el patio, donde Temerario estaba a la espera de que le quitaran el arnés, y lo encontró hablando con la Largario, a cuya formación iban a incorporarse.
—¿Te duele al escupirlo? —preguntó Temerario con mucha curiosidad.
Laurence vio a Temerario inspeccionar las huecas protuberancias óseas que la dragona tenía a ambos lados de la mandíbula, por donde aparentemente expulsaba el ácido.
—No, apenas si lo siento —contestó Lily—. Sólo lo expulso al agachar la cabeza, por lo que tampoco puedo salpicarme, aunque, por supuesto, todos vosotros debéis tener cuidado cuando volamos en formación.
La dragona llevaba recogidas a la espalda las alas de color café con pliegues traslúcidos azules y naranjas que se montaban unos sobre otros. Sólo los extremos blanquinegros destacaban recortados contra sus ijares. Las pupilas de los ojos eran rasgadas, como las de Temerario, pero de un amarillo anaranjado. Las protuberancias óseas al descubierto le conferían una apariencia muy feroz, aunque ella permanecía pacientemente en pie mientras su tripulación de tierra se encaramaba con cierta dificultad para limpiar y pulir con gran esmero hasta el último rincón del arnés. La capitana Harcourt caminaba de un lado para otro a su alrededor e inspeccionaba el trabajo.
Lily bajó los ojos para mirar a Laurence cuando se colocó junto a Temerario. Algo parecido a la alarma daba un aspecto torvo a su mirada, pero la dragona sólo sentía curiosidad.
—¿Eres el capitán de Temerario? Catherine, ¿no vamos a acompañarlos al lago? No estoy segura de querer entrar en el agua, pero me gustaría verlo.
—¿Ir al lago?
La sugerencia hizo que la capitana Harcourt dejara de examinar el arnés y mirara a Laurence con manifiesto asombro.
—Sí, voy a llevar a Temerario al lago para que se bañe —explicó él con voz firme—. Señor Hollin, haga el favor de usar el arnés ligero y compruebe si es posible no aparejarlo para que las correas no presionen las heridas.
El aludido estaba limpiando el arnés de Levitas, que acababa de regresar de comer.
—¿Nos acompañas? —preguntó Hollin a Levitas—. En ese caso, señor —agregó, dirigiéndose a Laurence—, tal vez no fuera necesario enjaezar a Temerario.
—Me encantaría—contestó Levitas al tiempo que miraba expectante a Laurence, como si pidiera permiso.
—Gracias, Levitas —dijo Laurence por toda respuesta—. Es una solución excelente, caballeros. Levitas va a llevarlos en esta ocasión —anunció a los cadetes. Hacía mucho que había dejado de intentar variar el tratamiento en atención a Roland. Resultaba más sencillo dirigirse a ella igual que a los demás, dado que, dijera lo que dijese, parecía perfectamente capaz de sentirse incluida—. Temerario, ¿monto con ellos o me llevas tú?
—Te llevo yo, por supuesto —contestó el dragón.
Laurence asintió.
—Señor Hollin, ¿tiene otra ocupación? Su ayuda resultaría útil, y Levitas le puede llevar si Temerario carga conmigo.
—¡Vaya! Me encantaría, señor, pero no tengo arnés —contestó Hollin mientras miraba a Levitas—. Nunca he volado, quiero decir, no sin los avíos de la tripulación de tierra, claro, aunque supongo que puedo improvisar algo con los que no están en uso si me concede un momento.
Mientras Hollin trataba de equiparse, Maximus descendió sobre el patio. El suelo tembló cuando él aterrizó.
—¿Estás listo? —preguntó el dragón a Temerario, que parecía complacido.
Berkley estaba a lomos de Maximus junto a un par de guardiadragones.
—Lleva quejándose tanto tiempo que he cedido —dijo Berkley en respuesta a la mirada inquisitiva y divertida de Laurence—. ¡Dragones nadando! Una idea de lo más estúpida si quiere saber mi opinión, una gran tontería. —Golpeó cariñosamente la cruz del dragón, desdiciendo sus palabras.
—Nosotras también vamos —anunció Lily.
La dragona y la capitana Harcourt habían mantenido una discusión en privado mientras se reunía el resto del grupo. Luego, el animal levantó en vilo a la capitana hasta dejarla en el arnés. Temerario recogió a Laurence con cuidado. A pesar de las grandes garras, Laurence no se preocupó lo más mínimo. Estaba muy cómodo entre sus curvos dedos; se sentaba en la palma y estaba tan protegido como si estuviera dentro de una caja metálica.
Cuando llegaron a la orilla, sólo Temerario se dirigió directamente a las aguas profundas y comenzó a nadar. Maximus se aproximó con timidez a las zonas poco profundas, pero no fue más allá de donde hacía pie. Lily permaneció en la orilla mirando y olfateando el agua, pero sin entrar. Levitas, tal y como acostumbraba, levantó primero olas cerca de la orilla y enseguida salió disparado, salpicando y agitándose como un loco con los ojos cerrados con fuerza, hasta llegar a aguas profundas, donde comenzó a chapotear con entusiasmo.
—Nosotros no tenemos que entrar con ellos, ¿verdad? —inquirió uno de los guardiadragones de Berkley con cierta nota de alarma en la voz.
—No, ni siquiera contemplarlo de cerca —respondió Laurence—. La nieve fundida de la montaña llega a este lago y nos íbamos a amoratar de frío en cuestión de segundos. Pero la natación se lleva la mayor parte de la sangre y los restos de la comida y será mucho más fácil limpiarlos después de que se hayan empapado un poco.
—Mmm —dijo Lily al oír aquello, y se deslizó en el agua muy lentamente.
—¿Estás segura de que el agua no está demasiado fría para ti, cielo? —preguntó la capitana a sus espaldas—. Nunca se ha sabido de un dragón que haya contraído las fiebres palúdicas, por lo que supongo que la pregunta está fuera de lugar —les dijo a Laurence y Berkley.
—No, el frío sólo los despierta a menos que sean temperaturas por debajo de cero, por las que tampoco se preocupen —contestó Berkley, que luego alzó la voz hasta bramar—: Maximus, grandísimo cobarde, entra de una vez si es lo que pretendes. No voy a quedarme aquí todo el día.
—No tengo miedo —replicó Maximus indignado, y arremetió hacia delante, levantando una gran ola de agua que inmediatamente se tragó a Levitas y bañó a Temerario.
Levitas resurgió barbotando y Temerario bufó y hundió la cabeza en el agua para salpicar a Maximus. En cuestión de segundos, los dos se enzarzaron en una batalla campal que fue un buen intento para que las aguas del lago parecieran las del océano Atlántico en plena tormenta.
Levitas salió revoloteando del lago y goteó agua helada sobre todos los aviadores que estaban a la espera. Hollín y los cadetes se pusieron a secarle. El pequeño dragón dijo:
—Me encanta nadar. Gracias por dejarme venir de nuevo.
—No veo por qué no puedes venir tan a menudo como desees —le replicó Laurence, que, al mirar a Berkley y Harcourt, observó que ambos estaban pendientes de sus asuntos y que ninguno de los dos parecía dispuesto a preocuparse del tema lo más mínimo ni tomar en cuenta su oficiosa injerencia.
Lily se había adentrado lo suficiente para que las aguas la cubrieran casi por completo, o al menos tanto como su flotabilidad natural le permitía. Se mantuvo bien alejada de las salpicaduras del par de dragones más jóvenes y se frotó la piel con la cabeza. A continuación, más interesada en la higiene que en la natación, salió y ronroneó de placer cuando Harcourt y los cadetes comenzaron a limpiar las manchas que ella les indicaba.