Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
Laurence ordenó a Temerario que tomara tierra en el extremo de la pista de aterrizaje de la base con el fin de que los dragones heridos dispusieran de más espacio. En el curso de la batalla, Maximus, Immortalis y Messoria habían recibido heridas dolorosas, aunque no realmente serias, nada en comparación con las que había sufrido Lily, cuyos débiles gemidos de dolor apenas eran audibles. Laurence reprimió un estremecimiento y palmeó de nuevo las elegantes líneas del cuello de Temerario; le estaba profundamente agradecido a su rapidez y gracilidad, que le habían evitado el destino de los otros.
—Señor Granby, descarguemos pronto. Luego, si le place, veamos qué podemos hacer para acomodar a la tripulación de Lily; tengo la impresión de que no les ha quedado nada de equipaje.
—Muy bien, señor —contestó Granby, que giró para dar las órdenes enseguida.
Llevó varias horas acomodar a los dragones, descargarlos y alimentarlos. Por fortuna, la base era enorme, abarcaba un terreno de casi cien acres que incluía los pastos del ganado y no hubo ninguna dificultad para encontrar un claro grande y cómodo para Temerario. Éste aún temblaba por la excitación de haber asistido a su primera batalla y por la profunda tensión sufrida por el bienestar de Lily. Fue la primera vez que comió sin apetito y Laurence al final dio orden de retirar los restos de las reses.
—Podemos cazar mañana —le explicó al dragón—. No es preciso que comas a la fuerza.
—Gracias. Lo cierto es que en este momento no tengo demasiado apetito —reconoció Temerario, que apoyó la cabeza en el suelo con cuidado.
Permaneció tranquilo mientras le limpiaban hasta que los tripulantes se fueron y lo dejaron a solas con Laurence. Sus ojos estaban cerrados y apenas se le veían unas ranuras, y durante un momento Laurence se preguntó si se había quedado dormido; entonces los abrió un poco más y preguntó bajito:
—Laurence, ¿siempre es así después de una batalla?
Laurence no necesitó preguntar a qué se refería; la tristeza y la pena del dragón eran evidentes. Resultaba difícil tener claro qué contestar. Deseaba tranquilizarlo a toda costa, pero también él se sentía todavía tenso y airado, y aunque la sensación le era familiar, su persistencia, no. Había tomado parte en muchos lances bélicos no menos letales y peligrosos, pero este último había diferido de los anteriores en un aspecto crucial: cuando el enemigo cargó hacia ellos, no amenazaban a su barco, sino a su dragón, que ya era para él la criatura más querida del mundo. Tampoco podía contemplar las heridas de Lily o de Maximus o cualquier otro integrante de la formación con distancia; aunque no se trataba de Temerario, eran auténticos camaradas de armas. No era lo mismo, en absoluto, y el ataque por sorpresa le había pillado sin haber sido capaz aún de hacerse a la idea de ello.
—Me temo que en muchas ocasiones suele ser más difícil después, en especial cuando un amigo ha resultado herido o ha muerto —respondió al fin—. He de reconocer que esta acción es especialmente difícil de soportar, ya que por nuestra parte no había nada que ganar, ni tampoco lo buscábamos.
—Sí, eso es cierto —comentó el dragón, con el collar colgando suelto en torno al cuello—Ayudaría poder pensar que hemos peleado tan duro y que Lily ha resultado herida por una causa, pero ellos acudieron a abatirnos y ni siquiera fuimos capaces de protegernos.
—Eso no es del todo cierto, tú protegiste a Lily —le contradijo Laurence—. Míralo de este modo: los franceses efectuaron un ataque muy inteligente y habilidoso. Nos tomaron por sorpresa con una fuerza que nos igualaba en número, pero nos aventajaba en experiencia. Los derrotamos y los rechazamos. Eso es algo de lo que enorgullecerse, ¿no?
—Supongo que sí —contestó Temerario, acomodando los hombros mientras se relajaba; luego, añadió—: Sólo deseo que Lily se recupere.
—Esperemos que así sea. Ten la certeza de que se hará todo lo humanamente posible por ella —contestó Laurence al tiempo que le acariciaba el hocico—. Ahora, venga, debes estar cansado, ¿no quieres dormir un poco? ¿Te leo algo?
—Dudo que pueda dormir —contestó Temerario—, pero sí me gustaría que me leyeras. Voy a tumbarme aquí tranquilo y así descanso.
Bostezó en cuanto terminó de hablar y se quedó dormido antes de que a Laurence le diera tiempo de tomar el libro. El tiempo había cambiado al fin, y las cálidas y cadenciosas espiraciones de su nariz levantaban pequeñas nubéculas en el aire frío.
Laurence le dejó dormido y se encaminó deprisa hacia los cuarteles generales de la base. Linternas colgadas iluminaban el camino que atravesaba los campos de los dragones, aunque más adelante se podían ver las luces de las ventanas. Un viento de levante traía el aire salado desde el puerto, mezclado con el olor cúprico de los cálidos dragones, que apenas percibía de tan familiar que le resultaba. En el segundo piso tenía una habitación caldeada, con una ventana que daba a los jardines traseros. Ya habían desempaquetado su equipaje. Miró los trajes arrugados con pesar; era evidente que los criados de la base tenían los mismos conocimientos en empaquetado que los aviadores.
A pesar de lo tardío de la hora, oyó un gran alboroto de voces exaltadas cuando se acercó al comedor de los oficiales de mayor rango. Los otros capitanes de la formación estaban reunidos en torno a la gran mesa donde apenas habían probado bocado.
—¿Se sabe algo de Lily? —preguntó mientras tomaba la silla vacía entre Berkley y el capitán de Dulcía, Chenery.
Únicamente faltaban la capitana Harcourt y el capitán Little, de Immortalis.
—La ha rajado hasta llegar al hueso, el muy cobarde, eso es todo lo que sabemos —dijo Chenery—. Todavía la están cosiendo, pero no ha querido comer nada.
Laurence sabía que eso era una mala señal; los dragones heridos solían tener un apetito voraz, a menos que sintieran un dolor muy grande.
—¿Y Maximus y Messoria? —preguntó, mirando hacia Berkley y Sutton.
—Maximus ha comido bien, y ya se ha dormido —dijo Berkley. Su rostro habitualmente plácido parecía demacrado y ojeroso, y tenía una línea de sangre reseca que comenzaba en la frente y se adentraba en su hirsuto cabello—. Estuviste muy rápido hoy, Laurence, si no habríamos perdido a Lily.
—No lo suficiente —respondió Laurence con un hilo de voz, adelantándose al murmullo de asentimiento.
No tenía el más mínimo deseo de que le alabaran por el trabajo de aquella jornada, aunque se sentía orgulloso de lo que Temerario había hecho.
—Más rápido que el resto de nosotros —admitió Sutton antes de vaciar el vaso de vino, que, a juzgar por la apariencia de sus mejillas y su nariz, no había sido el primero—. Nos pillaron totalmente desprevenidos, desde luego, malditos gabachos. Me gustaría saber qué demonios estaban haciendo ahí de patrulla.
—La ruta de Laggan a Dover no es precisamente un secreto, Sutton —dijo Little, acercándose. Todos movieron sus sillas para hacerle un hueco al fondo de la mesa—, A propósito, Immortalis está estable y ahora come, y ya que mencionamos el tema, pásame ese pollo de ahí.
Arrancó un muslo con las manos y se lo comió con avidez.
Al verle, Laurence notó los primeros pinchazos del hambre. Los otros capitanes parecían sentir lo mismo, porque reinó un profundo silencio en los siguientes diez minutos mientras se pasaban los platos y se concentraban en la comida. Ninguno de ellos había probado bocado desde aquel apresurado desayuno antes del amanecer en el puesto cercano a Middlesbrough. El vino no era demasiado bueno, pero de todos modos Laurence bebió varios vasos.
—Imagino que han estado merodeando entre Felixtowe y Dover sólo para ver si se nos podían echar encima —dijo Little al cabo del rato, limpiándose la boca para continuar con la idea que había apuntado—. Por el amor de Dios, no me veréis llevar a Immortalis otra vez a esa altura… Desde este momento nos tocará ir pegados a tierra, a menos que vayamos buscando batalla.
—Llevas razón —dijo Chenery, asintiendo de corazón—. Hola, Choiseul, toma asiento.
Se apartó un poco más para que el recién llegado pudiera sentarse con ellos.
—Señores, me siento feliz de comunicarles que Lily ha empezado a comer, acabo de dejarla con la capitana Harcourt —informó mientras alzaba una copa—. ¿Puedo proponer un brindis a su salud?
—Bien, bien —dijo Sutton, rellenándose la suya.
Todos se unieron al brindis y se escuchó un suspiro colectivo de alivio.
—De modo que aquí están todos. ¿Comiendo, supongo? Bien, muy bien.
Se trataba del almirante Lenton, comandante en jefe de la División del Canal y de todos aquellos dragones que se encontraban en la base de Dover, que llegaba para reunirse con ellos.
—No, se lo ruego, no se levanten —dijo con impaciencia, al ver cómo Laurence y Choiseul comenzaban a alzarse y los otros les seguían un poco después—. Después del día que han tenido, ¡por todos los cielos! Páseme esa botella, Sutton. ¿De modo que ya saben todos que Lily ha comenzado a comer? Así es, los cirujanos creen que podrá empezar a volar distancias cortas en un par de semanas, en tanto que ustedes les han dado un buen vapuleo, al menos a un par de sus animales de combate pesado. Caballeros, ¡un brindis por su formación!
Laurence notaba que la tensión y la intranquilidad empezaban a ceder. Suponía un gran alivio saber que Lily y los otros estaban fuera de peligro, y el vino había soltado el duro nudo que se le había formado en la garganta. Los otros parecían sentirse del mismo modo y la conversación se hizo plana y fragmentaria. Muchos ya sólo asentían por encima de sus copas.
—Estoy casi seguro de que el Grand Chevalier era Triumphalis —le decía en voz baja Choiseul al almirante Lenton—. Lo he visto antes, y es uno de los luchadores más peligrosos de Francia. Supongo que se hallaba en la base de Dijon, cerca del Rin, cuando Praecursoris y yo abandonamos Austria. Debo expresarle, señor, que eso confirma mis peores temores: Bonaparte no le habría enviado aquí si no confiara por completo en su victoria sobre Austria, y estoy seguro de que hay más dragones franceses de camino en apoyo de Villeneuve.
—Antes sólo me inclinaba a estar de acuerdo con usted, capitán, pero ahora lo estoy por completo —contestó Lenton—, pero de momento lo único que podemos hacer es esperar que Mortiferus alcance a la flota de Nelson antes de que los dragones franceses lleguen en apoyo de la de Villeneuve para que el comodoro pueda hacer el trabajo. No podemos prescindir de Excidium si no disponemos de Lily. No me sorprendería que ése fuera el propósito de este ataque, ésa es la astucia con la que piensa ese maldito emperador corso.
Laurence ni siquiera era capaz de pensar en el Reliant, que quizás estuviera en estos momentos bajo la amenaza de un ataque aéreo francés a gran escala, así como los otros barcos de la gran flota que normalmente bloqueaba Cádiz. Allí se encontraban buena parte de sus amigos y conocidos. Tendría lugar una gran batalla naval incluso aunque los dragones franceses no llegaran los primeros, y ¿a cuántos de ellos perdería sin haber vuelto a oírles pronunciar una palabra? Había estado tan ocupado en esos últimos meses que no le había dedicado demasiado tiempo a la correspondencia, y ahora lamentaba en el alma tan negligente actitud.
—¿Ha llegado algún despacho del bloqueo de Cádiz? —preguntó—. ¿Se ha producido allí alguna acción?
—No que yo sepa—dijo Lenton—.Ah, claro, ya veo, usted es nuestro chico de la Armada, ¿no? Bueno, aquellos de ustedes cuyo dragón no esté herido, y mientras se recuperan los demás, comenzarán a patrullar sobre la flota del canal. Podrán aterrizar de vez en cuando en el buque insignia para enterarse de las noticias. Nuestros combatientes estarán endemoniadamente contentos de verlos, no hemos podido apartar a nadie de su trabajo durante el tiempo suficiente para enviarles el correo desde hace un mes.
—Entonces, ¿quiere que estemos listos mañana? —preguntó Chenery, reprimiendo sin conseguirlo un bostezo.
—No, puedo concederles un día. Vean cómo están sus dragones y disfruten del descanso mientras dure —contestó Lenton, con una risa aguda, parecida a un rebuzno—. Les tendré a todos fuera de la cama al alba de pasado mañana.
Al día siguiente, Temerario durmió profundamente hasta bien entrada la mañana, lo cual permitió a Laurence ocuparse de sus cosas durante algunas horas después del desayuno. Se encontró con Berkley en la mesa, y caminaron juntos para ver a Maximus. El Cobre Regio todavía estaba comiendo una procesión continua de ovejas recién sacrificadas que tragaba una detrás de otra. Con la boca llena, emitió un mudo y sordo saludo de bienvenida cuando se acercaron al claro.
Berkley sacó una botella de un vino bastante malo, y se bebió la mayor parte en tanto que Laurence, por pura cortesía, daba pequeños sorbos de su vaso mientras comentaban la batalla otra vez, para lo cual trazaron diagramas en el polvo del suelo y emplearon guijarros para representar a los dragones.
—Si pudiéramos conseguirlo, nos vendría bien incorporar un dragón ligero a la formación, un Abadejo Gris. Situado en lo alto, desempeñaría funciones de vigía —sostuvo Berkley, sentándose pesadamente sobre una roca—. Éste es el problema de que todos nuestros dragones sean tan jóvenes; cuando les entra el pánico a los grandes, los más pequeños se sobresaltan aunque estén más al tanto de lo que pasa.
—Espero que esta escaramuza sirva al menos para que adquieran cierta experiencia a la hora de controlar el miedo —dijo Laurence—. En otras circunstancias, los franceses no deberían contar con tener unas condiciones tan propicias. Nunca hubieran conseguido emboscarnos sin la capa de nubes.
—Señores, ¿están reflexionando sobre la disposición de vuelo de ayer? —Choiseul pasaba por allí hacia los cuarteles; se les reunió y se agachó junto al diagrama—. Lamento mucho no haber llegado al comienzo.
Su abrigo estaba lleno de polvo y el pañuelo de cuello muy manchado de sudor; parecía como si no se hubiera cambiado de ropa desde el día anterior y una fina red de venas rojas se extendía por el blanco de sus ojos. Se frotó la cara mientras miraba atentamente el dibujo.
—¿Ha estado en pie toda la noche? —preguntó Laurence.
Choiseul sacudió la cabeza.
—No, aunque me he turnado con Catherine… con Harcourt… para atender a Lily y poder dormir un poco; de otro modo, ella no habría descansado.
El francés cerró los ojos con un enorme bostezo y casi se cayó.
—Merci —dijo, agradeciendo la mano firme de Laurence, que le sujetó, y se levantó lentamente hasta ponerse de pie—. Siento verme obligado a dejarles. Debo llevarle algo de comida a Catherine.