Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online
Authors: Naomi Novik
Tags: #Histórica, fantasía, épica
El cruce con las especies continentales es también el origen de todas las razas pesadas que hay actualmente en Gran Bretaña, ninguna de las cuales —hablando con propiedad— se puede considerar nativa de nuestras costas. En buena medida, se debe al clima: los dragones pesados suelen preferir entornos más cálidos en los que las bolsas pulmonares compensan su tremendo peso con mayor facilidad. Se ha llegado a decir que las islas Británicas no pueden mantener rebaños lo suficientemente grandes para alimentar a las razas más voluminosas. Los fallos de esta argumentación son evidentes si consideramos las grandísimas variaciones en el volumen de su dieta que los dragones pueden soportar.
En estado salvaje, como es bien sabido, los dragones comen de forma bastante infrecuente, hasta el punto de alimentarse una vez cada dos semanas, especialmente en el verano, cuando prefieren dormir lo máximo posible a pesar de ser la época en que mejor alimentadas están sus presas naturales. Es probable que no sea una gran sorpresa saber que los dragones en estado salvaje no llegan a alcanzar los tamaños habituales entre sus primos domesticados, alimentados a diario, y a veces más de una vez, en particular durante los primeros años, de importancia tan crítica en lo tocante al crecimiento.
Pueden tomarse como ejemplo las áridas extensiones desérticas de Almería, en el sureste de España, apenas habitadas por cabras, que son los terrenos nativos del fiero Cauchador Real, antecesor en parte de nuestro Cobre Regio; esta raza alcanza un peso de veinticinco toneladas cuando se le domestica, aunque en estado salvaje apenas se encuentran ejemplares de entre diez y doce toneladas […].
El Cobre Regio excede en tamaño a todas las razas conocidas hasta hoy, y alcanza, en su madurez un peso de casi cincuenta toneladas y unos treinta y siete metros de longitud. Tiene un colorido dramático, con un rojo que termina transformándose en amarillo, con mucha diversidad entre los diferentes especimenes. Por lo general, el macho de esta especie es algo más pequeño que la hembra y desarrolla cuernos en la frente al alcanzar la madurez. Ambos sexos tienen una columna vertebral muy marcada en el lomo, lo cual los convierte en sujetos especialmente difíciles para las operaciones de abordaje.
Estas grandes criaturas son, sin lugar a dudas, el mayor triunfo obtenido en los terrenos de cría británicos, el producto del trabajo y de una tarea de cuidadoso cruce de unas diez generaciones, un ejemplo ilustrativo de los beneficios imprevisibles que puede traer el emparejamiento de ejemplares que quizá no tengan el mismo valor evidente. Fue Roger Bacon el primero en proponer la idea de cruzar hembras más pequeñas de la especie Cobre Ligero con el gran dragón Conquistador, llegado a Inglaterra como parte de la dote de Leonor de Castilla. Aunque su sugerencia se basaba en la suposición errónea en su época de que el color era un indicador de ciertas características y que el color naranja compartido por ambas razas era un signo de compatibilidad evidente, el cruce fue fructífero, dando lugar a un retoño incluso mayor que su prodigioso progenitor y más capacitado para volar grandes distancias.
El señor Colquhoun de Glasgow ha sugerido que hay que achacarle el mérito del éxito al tamaño desproporcionado de las bolsas de aire del Cobre Ligero, en relación con su conformación, y lo cierto es que los Cobres Regios comparten este rasgo con sus antecesores. Los estudios anatómicos del señor Cuvier sugieren que la gran masa del Cobre Regio haría expulsar con violencia el aire de sus pulmones, que sepamos, si no fuera soportado por éstos y por su sorprendentemente delicado esqueleto […].
No hay ninguna especie pirogénica en las islas Británicas, a pesar de los repetidos intentos por parte de nuestros criadores en introducir este rasgo tan valioso y tan letal para nuestra flota en los casos del Flamme—de—Gloire francés y el Flecha de Fuego español; la raza del Lanzador de ácido es notable por su capacidad para producir un veneno capaz de paralizar a su presa. Aunque el Lanzador en sí mismo es demasiado pequeño y posee poca capacidad de vuelo para tener valor como animal de combate, al cruzarlo con el Honneur—d'Or, por su tamaño, o con el Ala de Hierro ruso, otra especie venenosa, alcanza varios valores interesantes: mejor capacidad de vuelo, tamaño medio y un veneno más potente.
La crianza entre la misma especie, con intervenciones frecuentes de sus razas parentales, culminó en el éxito de la obtención del primer dragón que puede llamarse Largario con propiedad, durante el reinado de Enrique VII En esta raza, el veneno era tan potente que realmente el nombre que le correspondía mejor era el de ácido y de una fuerza tal que podía lanzarse no sólo contra otras bestias, sino también contra objetivos situados en tierra. Las únicas otras razas claramente vitriólicas conocidas hasta ahora son una raza inca, la Copacati, y el Ka—Riu de Japón.
Desafortunadamente, los Largarios se identifican de inmediato en el campo de batalla y resultan casi imposibles de ocultar debido a las proporciones tan poco usuales a las cuales deben su nombre; aunque rara vez superan los dieciocho metros de largo, no es infrecuente encontrar ejemplares con una envergadura de ala de treinta y siete metros y el color de las mismas es particularmente chillón, yendo del azul al naranja, con vividas estrías blancas y negras en sus bordes. Tienen los ojos del mismo color naranja amarillento de su progenitor, el Lanzador de ácido, y son excepcionalmente buenos. A pesar de que al principio la raza se consideró de trato difícil e incluso se planteó en algún momento su destrucción, al considerárseles demasiado peligrosos para dejarlos sin arnés, durante el reinado de Isabel I se introdujeron nuevos métodos para la creación de arneses, que se desarrollaron a la vez que se aseguró la domesticación general de la especie y fueron un instrumento esencial en la destrucción de la Armada […].
Comparación de las especies orientales y occidentales — Antigüedad de las especies orientales — Razas nativas conocidas de los Imperios chino y japonés — Características distintivas del Imperial — Nota sobre el Celestial.
[…] Los secretos del programa de cría del Imperial se guardan con tanto celo como los tesoros nacionales. Sin duda lo son, y se transmiten exclusivamente de forma oral entre gente de confianza y a través de documentos codificados con cifrados muy bien protegidos. Es muy poco lo que se sabe en Occidente sobre estas razas y lo cierto es que apenas ha trascendido nada fuera de los límites de la capital imperial.
Algunas observaciones por parte de los viajeros han permitido reunir apenas un puñado de detalles incompletos; sabemos que las razas Imperial y Celestial se distinguen por el número de garras en sus zarpas, cinco, mientras que casi todo el resto de razas de dragones suelen tener cuatro; del mismo modo, sus alas tienen seis nervaduras, a diferencia de las cinco habituales en otras especies asiáticas. En Oriente, a estas razas se les supone una inteligencia claramente superior y retienen en la madurez esa destacable facilidad de memoria y desempeño lingüístico que los dragones suelen perder de forma temprana en sus vidas.
Tenemos un testigo reciente de la veracidad de esta aseveración, además de fiable: el señor conde de la Perouse se encontró con un dragón Imperial en la corte coreana, a la que se le había concedido a veces el privilegio de un huevo de Imperial, debido a sus estrechas relaciones con la corte china. Al ser el primer francés presente en la corte coreana en tiempos recientes, se le pidió que le impartiera algunas lecciones de su lengua, y según contó luego, el dragón, a pesar de ser ya adulto cuando llegó el momento de su partida, fue perfectamente capaz de mantener una conversación, apenas un mes después, un logro digno de alabanza incluso para el más dotado lingüista […].
Las escasas ilustraciones obtenidas en Occidente nos permiten deducir una estrecha relación existente entre los Celestiales y los Imperiales, aunque se sabe muy poco más de ellos. El «viento divino», la habilidad más misteriosa de los dragones, nos resulta conocida sólo por referencias vagas, lo que nos ha hecho creer que los Celestiales son capaces de producir terremotos o tormentas o incluso arrasar una ciudad hasta los cimientos. Es evidente que los efectos han sido claramente exagerados, aunque hay un respeto considerable en la práctica por esta habilidad entre las naciones orientales, lo cual hace necesario tomar con precaución cualquier concepción clara de este don como pura fantasía […].
FIN
En primer lugar, y por encima de todo, debo especial gratitud a los lectores del borrador, que vieron evolucionar Temerario desde el primer al último capítulo, y que me prestaron no sólo una atención entusiasta, sino una ingente cantidad de buenos consejos: Holly Benton, Dana Dupont, Doris Egan, Diana Fox, Laura Kanis, Shelley Mitchell, L. Salom, Micole Sudberg y Rebecca Tushnet; y a Francesca Coppa, por ser la primera en decirme que lo hiciera. Gracias también a Sara Rosenbaum y a todos los demás partícipes de la weblog que me hicieron sugerencias para el título.
Me considero afortunada por haber contado con la ayuda de una agente maravillosa, Cynthia Manson, que es también una amiga, y el asesoramiento de no uno, sino dos magníficos editores: Betsy Mitchell, en Del Rey, y Jane Johnson, en Harper Collins, Inglaterra. Muchos otros amigos y lectores me dieron ánimos y consejos a lo largo del camino, y ayudaron desde todo tipo de pequeñas sugerencias hasta a localizar términos de época. Me gustaría poder enumerarlos a todos, pero tendrán que conformarse con un agradecimiento sincero, pero no detallado. También me gustaría dar las gracias a varias personas que hicieron lo indecible para ayudarme en mi búsqueda: Susan Palmer del Soane Museum de Londres, Fiona Murray y el personal voluntario del George House en Edimburgo, y Helen Roche del Merrion Hotel de Dublín.
Para mi madre, mi padre y Sonia, con todo mi amor y gratitud.
Por último, y el más importante, dedico este libro a mi esposo, Charles, que me ha dado tantos dones que ni siquiera puedo mencionarlos todos, el primero y el mejor de todos el de la alegría.
[1]
Sombrero marino impermeable de ala estrecha por delante y muy ancha por detrás.
(N. del T.)
[2]
Por favor, disculpe si le he molestado.
[3]
Oh, no. En absoluto.
[4]
Permítame que le presente a Choiseul, mi capitán.
[5]
Y Laurence, el mío.