Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (28 page)

BOOK: Tiempos de gloria
8.45Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Nerviosa, acarició su única posesión, el pequeño sextante. A través de la abertura en la piedra se podía ver un brillo de estrellas, tentándola. ¿Pero escalar hasta allí arriba, en la oscuridad…?

Maia hizo acopio de valor.
.Méate en el mundo, o el mundo se meará en ti
. Así lo habría expresado Naroin, su antigua contramaestre. Tenía que hacerlo.

Moviéndose cuidadosamente de asidero en asidero, Maia escaló la montaña artificial, deteniéndose a veces para agarrarse con fuerza cuando un crujido o un movimiento brusco hacían que el corazón se le desbocara. La subida se prolongó bastante más de lo que habría durado a la luz del día, pero Maia perseveró hasta que por fin pudo asomarse a la rendija. La brisa le heló el rostro, trayendo olores de hierba silvestre y lluvia. Entre masas de nubes, Maia pudo apenas distinguir los contornos familiares de la constelación de Safo, que resplandecía sobre la oscura pradera.

.Muy bien. ¿Nos bajamos ahora?, pareció preguntar su cuerpo.

Temblando, Maia se obligó a quedarse allí lo suficiente para hacer una medición, aunque el horizonte era vago y no podía leer el dial del sextante.
.Lo haré mejor mañana por la noche
, se prometió. Agradecida, con la sensación de haber arrancado una victoria a sus temores, bajó cuidadosamente.

Mientras se tendía en su improvisada cama, agotada pero más fuerte de espíritu, el sonido chasqueante se repitió. El de anoche, el que había asociado con un grifo goteando. Al parecer era real, no fruto de su imaginación. Otra molestia, entre muchas.

Maia ignoró el distante ruido y las figuras acechantes que su imaginación formaba en las sombras.
.Oh, callaos
, les dijo, y se dio la vuelta para dormir.

—¡Me voy a volver loca sin nada que hacer! —les gritó a sus carceleras a la mañana siguiente. Cuando éstas parpadearon confundidas, exigió—: ¿Es que no tenéis libros aquí? ¿Nada para leer?

Las carceleras se la quedaron mirando, como si no supieran con seguridad de qué estaba hablando.

.Probablemente son analfabetas, advirtió.
.Además, aunque las arquitectas del santuario diseñaran una biblioteca, con estantes y todo lo demás, habrían sido los propios hombres los encargados de traer libros, discos y cintas.

Así que se sorprendió cuando Blim (¿o fue Grim?) regresó un rato después y puso cuatro ajados libros sobre la mesa. En los ojos de la fornida mujer Maia vio un destello de súplica.
.No seas dura con nosotras, y nosotras no seremos duras contigo
. Maia cogió los volúmenes, abandonados probablemente por las obreras de la construcción. Dio las gracias con un movimiento de cabeza y no jugó con los nombres de sus guardianas cuando se llevaron su bandeja.

Decidió leer un libro al día y empezar por el que tenía la portada más llamativa. Aparecía en ella una mujer joven, armada con arco y flechas, que conducía una banda de compatriotas y a unos cuantos protegidos masculinos por entre las ruinas de una ciudad arrasada. Maia reconoció el género (basura-var), impreso en papel barato para deleite de pobres veraniegas como ella misma. A gran número de mujeres noclónicas les gustaba leer fantasías sobre el colapso de la civilización, cuando todos los bien ordenados nichos de la sociedad serían derrocados y una joven podría abrirse camino para alcanzar el estatus de Fundadora gracias únicamente a su rápida inteligencia y a su carácter heroico.

En aquel libro la premisa era un súbito e inexplicado cambio en la órbita del planeta. Esto no sólo hacía que se fundieran las grandes capas de hielo de Stratos, derribando a todos los clanes fuertes y despejando el camino para tipos más nuevos e intrépidos, sino que, de golpe y porrazo, las inconvenientes pautas de conducta de los hombres se resolvían, a partir de aquel momento, por un milagro de la escritora y, además, las auroras aparecían en invierno.

Era en efecto basura, pero enormemente divertida. Al final de la historia, la joven protagonista y sus amigas lo tenían todo perfectamente establecido. Cada una de ellas parecía destinada a tener montones de hermosas hijas iguales, y a vivir feliz para siempre jamás.
.A Thalla y Kiel les habría encantado esto
, pensó Maia cuando dejó la novela. La debía de haber olvidado alguna var del grupo de construcción. Ningún clan de nacidas en invierno disfrutaría con aquel panorama, ni aunque fuera de ficción.

Añadió otra marca en la puerta. Esa noche Maia escaló la pirámide con más confianza. A través de la estrecha ventana, vio cómo el firme viento del oeste empujaba las nubes hinchadas y rojizas hacia lejanas montañas donde la luz del sol ya moribunda destacaba una fila de diminutos globos luminosos: un pequeño enjambre de flotadores-zoor migratorios, comprendió. La liviana sensación de libertad que transmitían la apesadumbró, pero siguió mirando hasta que la oscuridad ya no le permitió distinguir los pintorescos zep’lins vivientes.

Para entonces ya eran visibles las constelaciones.

Sostuvo la mano con firmeza mientras miraba a través del sextante portátil, anotando en qué momento determinadas estrellas tocaban el horizonte occidental. Recordando la fecha, esto le permitiría seguir bien el paso del tiempo sin tener reloj… como si le hiciera alguna falta.
.Tal vez a continuación pueda calcular la latitud. Eso, al menos, le aclararía en parte dónde se hallaba su prisión.

Saber la hora le aclaró una cosa. Los chasquidos se repitieron otra vez, casi exactamente a medianoche.

Continuaron durante una media hora, luego se detuvieron. Después, durante algún tiempo, Maia permaneció en la oscuridad con los ojos abiertos, reflexionando.

—¿Tú qué piensas, Leie? —susurró, preguntándole a su hermana.

Imaginó la respuesta de Leie.
.Oh, Maia. Ves pautas en todo. Vete a dormir.

Buen consejo. Pronto estuvo soñando con auroras que destellaban como cortinajes de seda sobre los blancos glaciares de casa. Cayeron meteoros que apedrearon el hielo con un
.staccato
que se transformó en la cadencia de una lluvia suave.

El segundo libro era un panfleto Perkinita, lo que demostraba que el grupo de trabajadoras debía de haber sido mixto… y afrontado tensiones.

…es por tanto obvio que la base del alma humana sólo puede encontrarse en las mitocondrias, que son las auténticas motivadoras de vida dentro de cada célula viviente. Ahora bien, por supuesto, incluso los hombres tienen mitocondrias, que heredan de sus madres. Pero las cabezas de esperma son demasiado pequeñas para contener ninguna, así que ningún bebé del verano, sea macho o hembra, recibe nada de esta esencial materia del alma del «padr». masculino. Sólo la maternidad es por tanto un acto verdaderamente creativo.

Ya hemos visto que la continuidad y el crecimiento del alma tienen lugar a través del milagro de la clonación, que amplía la esencia del alma con cada regeneración y renovación del ente clonal. Esta amplificación gradual sólo es posible por repetición. El lapso de sólo una vida deja el alma de una mujer apenas formada, sin iluminación, y es un motivo por el que la igualdad de derecho al voto para las vars no tiene sentido, biológicamente.

Para un hombre, por supuesto, no hay ni siquiera un principio de alma. La paternidad es un anacronismo, pues. El verdadero papel del varón sin alma sólo puede ser servir y potenciar…

La línea de razonamiento era demasiado retorcida para que Maia pudiera seguirla, pero la autora del libro parecía decir que los varones humanos se definían mejor como animales domésticos, útiles, pero peligrosos para dejarlos sueltos. El único error cometido hacía mucho tiempo, en la amada y lamentada Herlandia de las Perkinitas, había sido no llegar más lejos.

Esto, naturalmente, era una herejía, pues desafiaba varias de las Grandes Promesas de Lysos y las Fundadoras, cuando hicieron a los hombres pequeños en número pero preservaron sus derechos como ciudadanos y seres humanos.

En teoría, cualquier hombre podía aspirar a conseguir incluso tanto poder y estatus individual como las madres de un alto clan. Maia no sabía de ningún caso, pero se suponía que tal cosa era posible.

La autora de aquel panfleto no quería compartir la ciudadanía con formas de vida inferiores.

Otra Gran Promesa había dispuesto que las herejes pudieran hablar, para que el rigor no atenazara las mentes de las mujeres.
.¿Incluso con material tan descabellado como éste?
, se preguntó Maia. Para tratar de comprender otro punto de vista, Maia siguió leyendo. Pero cuando llegó a la parte que proponía que los machos reproductores fueran dócilmente ordeñados en granjas especiales, como vacas contentas, no pudo más. Arrojó el libro al otro lado de la habitación y se puso a hacer flexiones frenéticamente hasta que su respiración entrecortada acalló los ecos de la odiosa voz de la autora.

Llegó y pasó la hora de cenar. Cayó la noche. Esta vez, trató de estar preparada justo antes de la medianoche, tendida en la cama con los ojos cerrados. Cuando los chasquidos comenzaron, escuchó con atención durante los diez primeros minutos, y trató de determinar si seguían alguna pauta.

Seguían un ritmo, sí: sonidos chasqueante repetidos e intercalados con pausas de uno, dos, o más latidos de duración.

click click, pausa, click, pausa, pausa, click click click…

Tal vez estaba dejando que su imaginación le jugara una mala pasada. No se parecía a ningún código que hubiera oído jamás. No había ningún espacio claro que pudiera ir entre palabras, por ejemplo. ¿Había algún motivo para que los chasquidos se produjeran exactamente a la misma hora cada noche?

Podía ser un reloj defectuoso en uno de los grandes salones, o algo igualmente intrascendente.
.Me pregunto cómo se transmite el sonido a través de las paredes.

Se quedó dormida sin hallar ninguna solución. Soñó con relojes de bronce que latían con los suaves y justos ritmos de la ley natural.

El tercer libro estaba aún más gastado que los otros dos: era un romance sobre la vida en el Phylum Homínido-Estelar antes de que Lysos y las Fundadoras cruzaran la galaxia para forjar un nuevo destino. Tales relatos, que trataban de un modo de vida arcaico y obsoleto, podían ser fascinantes e instructivos. Pero Maia había leído bastantes cosas de ese género cuando tenía cuatro años, y se sintió decepcionada.

Como tantas otras, aquella narración se desarrollaba en Florentina, el único mundo del Phylum conocido por la mayoría de las escolares, ya que de allí había salido la expedición de las Fundadoras. En la historia incluso aparecía brevemente Perseph, una de las principales colaboradoras de Lysos. Pero en su mayor parte el éxodo sólo llegaba a entreverse, ya que quedaba fuera de la acción principal. Mientras tanto, la pobre heroína, una muchacha común de Florentina, sufría viviendo en una sociedad patriarcal en la que los hombres eran tan numerosos y primitivos que la vida sólo podía ser un infierno.

—¡No pretendía darle pie! —gimió Rabaka, cubriendo la parte izquierda de su rostro para que su marido no viera los moratones—. Sólo sonreía porque…

—¿Le SONREÍSTE a un desconocido? —rugió él—. ¿Te has vuelto loca? ¡Los hombres interpretamos cada gesto, cualquier posible pista como un signo de disposición! No me extraña que te siguiera y te empujara al callejón para hacerte suya.

—Pero yo luché… No consiguió…

—No importa. ¡Ahora tendré que matarlo!

—No, por favor…

—¿Lo DEFIENDES, entonces? —preguntó Rath con los ojos llameantes—. ¿Tal vez lo prefieres a él? ¿Te sientes quizás atrapada conmigo en esta casita, atada por nuestros votos permanentes?

—No, Rath —suplicó Rabaka—. Pero no quiero que te arriesgues…

Mas ya era demasiado tarde para controlar su arrebato de furia.

Rath cogió el látigo de castigo que colgaba de la pared…

Maia sólo podía soportar un capítulo cada vez. El estilo era execrable, pero no era eso lo que le revolvía el estómago. La incesante violencia le repugnaba.
.¿Qué clase de masoquista lee este tipo de cosas?
, se preguntó.

Si el objetivo era demostrar lo distinta que podía ser otra sociedad, el libro lo conseguía, de forma visceral. En Stratos, era inaudito que un hombre alzara la mano contra una mujer. Las Fundadoras habían dispuesto una aversión a nivel cromosómico, que se reforzaba de una generación a la siguiente.

Los apareamientos del verano eran la única posibilidad que tenían los hombres de transmitir sus genes, y las madres de los clanes tenían buena memoria cuando llegaba el momento de enviar invitaciones durante la estación de las auroras.

En Florentina, sin embargo, había un acuerdo distinto.
.Matrimonio
. Un hombre. Una mujer. Unidos para siempre. Al parecer, las mujeres incluso
.preferían
aquella semiesclavitud a una vida de soltería, porque muchos otros hombres recorrían las calles permanentemente en celo, siempre dispuestos a golpear.

Las brutales consecuencias descritas en la novela histórica página tras página dejaron a Maia asqueada cuando terminó de leerla.

Naturalmente, no había forma de saber hasta qué punto era exacta la descripción del Antiguo Orden en un mundo del Phylum. Maia sospechaba que la autora había exagerado un poco. Tal vez hubiera casos concretos como el descrito, pero de irles tan mal las cosas a todas las mujeres siempre, sin duda habrían envenenado a sus maridos e hijos mucho antes de que la capacidad para moldear los genes ofreciera soluciones alternativas.

Con todo, era suficiente para devolverle la fe a cualquiera.
.Bendita sea la sabiduría de Lysos
, pensó Maia, trazando un círculo sobre su pecho.

Aquella tarde volvió a hacer ejercicio, corriendo, haciendo flexiones, subiendo y bajando de las cajas. Al anochecer, volvió a la ventana y descubrió que conseguía pasar por la estrecha abertura. Alimentó la idea de la huida hasta que llegó al extremo del pasadizo, desde donde era posible mirar directamente al suelo del valle… situado a cien metros por debajo.

.Se me podría ocurrir un plan. Encontrar un modo de abrir esas cajas. Tal vez empezar a fabricar una cuerda con el hilo sacado de las alfombras. Había posibilidades, todas ellas peligrosas. Tendría que pensarlo. De todas formas, quedaba claro que tenía tiempo de sobra.

Cuando la noche cayó no había majestuosos flotadores-zoor que contemplar, aunque varios pájaros pasaron volando, deteniéndose en su viaje lo suficiente para atormentarla, burlándose de aquella tonta humana incapaz de volar y rodeada de piedra.

BOOK: Tiempos de gloria
8.45Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Crescent by Deen, Jordan
The Getaway Man by Vachss, Andrew
Doctor Who: The Massacre by John Lucarotti
Scar Night by Alan Campbell
arkansastraveler by Earlene Fowler