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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (31 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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.¡Huh!, pensó Maia. Pero claro, no era sorprendente alegrarse de que algo la hubiera sacado de sus preocupaciones durante un rato.
.Veremos si esta diversión dura tanto como los libros
. A lo que añadió:
.No contéis con que me distraiga tanto como para no advertir, mis gordas vigilantes Guel, si alguna vez bajáis la guardia, o dejáis de venir por parejas. Algún día os despistaréis. Estoy vigilando.

Tras la sosa comida, evitó a propósito el tablero y se dirigió a su «gimnasi»., formado por alfombras y cajas.

Corriendo sobre el terreno, haciendo flexiones, estirándose, Maia se entretuvo hasta que un cálido y agradable dolor se extendió desde sus hombros a sus tobillos. Entonces se quitó la ropa y usó el agua de la jarra para lavarse. Por fortuna, había un pequeño sumidero en el suelo para llevarse el agua sucia.

Mientras se secaba, examinó su cuerpo. Después de meses de duro trabajo, era natural que encontrara músculos allí donde antes no se le notaban. Tampoco le importaron las pequeñas cicatrices que cubrían sus manos y antebrazos, todas producto del trabajo honesto. Lo que le sorprendió fue un pronunciado desarrollo de sus pechos. Desde su última inspección, habían pasado de pequeños a apreciables… o a lo bastante grandes para que le dolieran un poco tras todo el ajetreo de la última hora. Naturalmente, era voz común que las madres Lamai transmitían un gen dominante para esto. Rara vez dejaban a sus hijas-var sin dotar. Con todo, predecible o no, era un acontecimiento. Y Maia nunca había esperado celebrarlo en la cárcel.

De hecho, siempre había imaginado compartirlo algún día con Leie.

Sacudiendo la cabeza, se negó a dejarse arrastrar por la pena. Para distraerse, se acercó a la alfombra y se sentó ante el simulador electrónico de Vida.

.Si al menos hubiera un manual, o algún programa instructor que seguir con este maldito juego. Maia había visto a los hombres de los muelles con gruesos libros de referencia, que consultaban entre partidas. También debía de haber tratados sobre el tema, escritos por antropólogas, archivados en la Universidad de Caria y en las bibliotecas de las grandes ciudades. Ninguno de ellos le servía de nada allí.

Aquellas dos lucecitas volvieron a atraer su atención. PROG MEM decía una de ellas.
.¿Una especie de memoria? Para programas preestablecidos y almacenados, supongo.

El otro botón decía: PREV.GAM.STOR.
.¿Almacenamiento de partidas previas?

Había supuesto que el tablero era nuevo, traído para unos hombres que ya nunca llegarían. Pero la luz parpadeaba, así que tal vez había una partida anterior en la memoria.

.Bueno, supongo que podría repetirla y aprender de ella un par de cosas, pensó, y luego advirtió una diminuta ventana con una fila de letras.
REGLA VARIANTE: RVRSBL CA 897W
, decían misteriosamente. Maia hizo una conjetura. Algunos hombres cambiaban las reglas, como si la Vida no fuera ya bastante complicada. Podían hacer falta
.cinco
vecinas vivas para que una casilla negra permaneciera con vida. O el programa hacía que las casillas de la izquierda fueran más influyentes que las de la derecha. Las posibilidades eran interminables, lo que convertía todo el tema en algo todavía más absurdo para la mayoría de las mujeres.

.Oh, es una idiotez. Nunca aprenderé nada de esto. Maia se detuvo, pulsó por impulso el botón para ver qué contenía la memoria. Inmediatamente, el tablero se puso en acción. Primero el límite de sus bordes se contrajo hacia dentro desde todos los lados, hasta que quedó reducido a un número mucho más pequeño de casillas. Contó cincuenta y nueve por cada lado. Rodeando la zona de juego había una frontera mucho más compleja que la simple pauta de espejo de antes. El tablero parpadeó otra vez, y de inmediato la zona que quedaba dentro del nuevo límite se convirtió en un caos. Una extensión irregular de puntos negros cubrió las nueve primeras filas; eran como chocolatinas esparcidas sobre una tarta de cumpleaños.

.¡Lysos! Aquello estaba muy por encima de las posibilidades de Maia. El botón BORRAR parpadeaba… pero la curiosidad retuvo su mano. Después de todo, aquello le habría supuesto un montón de esfuerzo al propietario anterior del juego. Si no por otra cosa, las pautas serían bonitas de contemplar.

Con un suspiro, tocó el símbolo del árbitro. El reloj empezó su cuenta atrás, ocho, siete, seis, cinco, cuatro…

Los puntos empezaron a danzar. Cada vez que un espacio en blanco tenía el número adecuado de vecinas, en la siguiente ronda una casilla negra, o viva, ocupaba su lugar. Otras que habían sido negras, pero que no cumplían los requisitos programados, se volvían blancas en la tanda siguiente. Con cada golpe de reloj, las pautas cambiaban en oleadas, algunas fragmentándose o esparciéndose tras tocar el límite, mientras que otras permanecían negras, aumentando el remolino de dentro. Formas efímeras aparecían y se desvanecían como burbujas al pasar por el plano del tablero. Maia sólo pudo exhalar un suspiro cuando las oleadas chocaron contra entidades estables, transformándolas. Vio deslizadoras y advirtió su sencilla forma triangular aplastada. En una esquina apareció una «pistola deslizador»., que escupía pequeñas flechas aleteantes a intervalos regulares por todo el tablero. Hubo colisiones espectaculares.

Contemplar aquello era asombroso. Maia se preguntó si no resultaría ser uno de esos programas autocontenidos que mantenían el tablero en estado de flujo perpetuo mientras la máquina estuviera conectada, la disposición de cada momento diferente a la anterior.

Entonces, el ritmo empezó a decaer. Entidades que zigzagueaban rápidamente empezaron a fundirse en unidades complejas pero estacionarias, dispuestas en cinco columnas a lo largo del tablero. Cada una de ellas experimentó una nueva evolución; el ritmo de cambio se redujo aún más hasta que convergieron en lo que Maia supuso que sería una forma final, establecida de antemano.

Pudo verlo suceder. Cada etapa derivaba de la precedente. Con todo, se llevó una sorpresa cuando las pautas se convirtieron en letras individuales.

Palabras.

¡SOCORRO! EN PRISIÓN

39° F8 16' N, 67° F8 54' E

Las letras fluctuaron, como vistas a través de agua turbia, sus componentes aún encendiéndose y apagándose intermitentemente según reglas establecidas, inconscientes de ser algo más que dos filas de columnas separadas.

Sólo colectivamente tenían un significado, y éste empezó a disolverse mientras las firmes leyes matemáticas rompían la cohesión en espirales de nuevo caos. Una nueva fuerza entró en acción. Los parches blancos se extendieron, devorando las breves pautas.

Se acabó en cuestión de segundos. Maia contempló el tablero ahora vacío, monótono, intentando convencerse de lo que había visto:
.un significado
, sorprendente e imprevisto.

Muchas especies usan pistas medioambientales para fomentar la reproducción en ciertas épocas, y dejar que el resto del año sea pacífico y tranquilo. Los humanos han perdido esta antigua ligazón con el calendario, lo que ha provocado nuestra incesante obsesión por el sexo y nuestro sometimiento a él.

Ha llegado el momento de restaurar la sabiduría a nuestro ritmo de vida, de restablecer la serenidad y la previsión al ciclo de nuestros años. Stratos parece ideal para este propósito, con sus claras estaciones que cubren todo el planeta. El promedio de nacimientos que prevemos (de clones e hijos al viejo estilo, obtenidos sexualmente) no tiene por qué estar sometido a una programación. Surgirá de modo natural de los períodos irregulares de impregnación potencial intercalados en los largos lapsos de calma relativa.

Hay muchos efectos medioambientales que podemos utilizar como pistas para impulsar el deseo en los momentos adecuados. Tomemos las increíbles auroras del apogeo del verano en todo el planeta, cuando éste se acerca más a la diminuta y feroz Estrella Wengel. Si los chimpancés macho se excitan visualmente por un simple destello de rosa femenino visto a lo lejos por entre el bosque, ¿nos resultará difícil programar una respuesta al color similar en nuestros machos, disparada por esas sorprendentes exhibiciones en el cielo? Del mismo modo, la escarcha especial del invierno señalará cambios en las descendientes de nuestras mujeres, preparándolas para la donación amazonogénica.

Habrá efectos secundarios que no podemos predecir, pero la posibilidad de error no debería detenernos. Sólo estamos sustituyendo un conjunto de estímulos e impulsos bastante arbitrarios por otro. De hecho, las nuevas reglas serán más flexibles y variadas que las monótonas lujurias de antaño.

Una cosa permanecerá constante. No importa qué cambios efectuemos, el drama del nacimiento y la vida seguirá siendo una cuestión de elección, de mente. No somos animales, después de todo. El medio puede sugerir, puede provocar. Pero, en última instancia, nuestras descendientes serán seres pensantes.

Es a sus pensamientos, sentimientos y fuerza de voluntad que deberán su modo de vida.

11

Alrededor de la medianoche, las pautas llenas de estrellas del cielo de invierno se alzaron sobre las altas montañas que coronaban el horizonte oriental, proyectando deslumbrantes reflejos sobre los glaciares atrapados en los valles alpinos. El torrente celestial del verano había pasado, reducido a un deslizamiento planetario mientras Stratos elevaba su órbita elíptica hacia la estación más larga. Pasarían más de dos años terrestres antes de la gran zambullida hacia la primavera. Hasta entonces, el Pelícano de Eufrosyne, Epona y el Delfín Danzante serían los ocupantes regulares del alto trono de la noche.

Maia solía preguntarse a menudo cómo sería la vida en Florentina, o incluso en la Vieja Tierra. Muy extraña, imaginaba, y no sólo debido a las primitivas pautas de reproducción que aún se seguían allí. Había leído que en la mayoría de los mundos habitables, las estaciones eran debidas a la inclinación axial, y no a la posición orbital. Y el invierno era una época de
.mal
tiempo.

Aquí, bajo la densa atmósfera de Stratos, las necesarias pero breves interrupciones del verano pasaban rápidamente y se olvidaban pronto, mientras que el invierno propiciaba un largo período de plácida seguridad.

Las nubes llegaban en frentes periódicos, descargando su húmeda carga sobre los continentes, y luego recargándose en los mares. Durante intervalos previstos entre tormentas, el sol nutría amablemente las cosechas ansiosas de luz, superando a su compañera, la Estrella Wengel, con tanta fuerza que la enana blanca no era más que un leve destello en el cielo diurno, demasiado tenue para provocar siquiera a un marinero de permiso. De noche, ninguna aurora destellaba, sólo constelaciones salpicadas, parpadeando como locas entre la inquieta corriente estelar.

.Pronto será el Día del Final del Otoño, pensó Maia, contemplando cómo la constelación Thalia ascendía lentamente hacia su cenit.
.Decorarán Puerto Sanger. Todas las casas de placer cerrarán hasta mediado el invierno, y los hombres de los santuarios atravesarán las puertas abiertas de par en par, haciendo aviones de papel con sus antiguos pases de visitante. Recibirán dulces y sidra, y los niños montarán en sus hombros, y les tirarán de las barbas, haciéndoles reír.

Aunque la época del celo había pasado ya antes de que Leie y ella emprendieran su aciago viaje, el Día del Final del Otoño marcaría el verdadero inicio del extenso tiempo de paz del invierno, y duraría casi la mitad de las largas e irregulares estaciones, durante las cuales los machos eran casi tan inofensivos como los lúgars y el mayor problema era hacer que levantaran la cabeza de sus libros, sus tallas o sus juegos de tablero. La mitad de la Guardia de la ciudad se desbandaría hasta la primavera. ¿Qué necesidad había de patrullas, con las calles tan seguras como las casas?

Maia ya sabía que probablemente nunca volvería a celebrar el Día del Final del Otoño en Puerto Sanger. Pero nunca había imaginado que pasaría en prisión un día de fiesta. ¿Estaría aquí también para el Día del Lejano Sol?

De algún modo, dudaba que sus carceleras lo celebraran y ofreciesen ponche caliente y amuletos de la suerte a las transeúntes (¿qué transeúntes?). Tampoco era probable que ninguna de las guardianas Guel se disfrazara como la Dama de Escarcha, cargara con la escalera mágica, agitase su vara de los deseos y regalara dulces y matracas a las niñas buenas.

.¡No, maldita sea! ¡El Día del Lejano Sol estaré lejos de aquí! Combatió una oleada de añoranza del hogar.

Maia descartó aquellos pensamientos y alzó su sextante en miniatura, concentrada en el problema inmediato.

No podía estar segura de la hora exacta, mucho menos de la fecha. Sin un reloj de precisión, era imposible fijar con seguridad su posición este-oeste, aunque el instrumento funcionara perfectamente. Medir la longitud iba a ser difícil.

Pero no hacía falta la hora exacta para calcular la
.latitud
. Sólo tenías que conocer el cielo.

.Ojalá tuviera aquí mi libro de efemérides, pensó, preguntándose si la jefa de estación de Holly Lock habría tirado ya su petate, junto con sus exiguas posesiones. El delgado volumen contenía las posiciones de las principales estrellas con toda la precisión necesaria. Sin él, tendría que hacer uso de la memoria.

Maia apoyó los codos en el alféizar de la estrecha abertura en la pared, y tomó otra referencia de Taranis, un compacto macizo estelar donde se decía que el Enemigo había destruido dos planetas antes de encontrar la derrota en Stratos. Girando un dial, movió la imagen en su indicador hasta que besó el borde del horizonte sur en el diminuto espejo del sextante. Bajó el aparato para poder mirar el dial, y anotó otra cifra en su cuaderno.

Al menos encontró una solución inmediata al problema de los utensilios de escritura. Cerca de la base de su improvisada pirámide de observación, torpemente cubiertos por las alfombras apiladas, yacían los restos de una caja de almacenaje. Maia se había debatido con ella durante más de una hora, poco después de la puesta de sol, para subirla hasta aquí, junto a la ventana. Luego, justo medio segundo después de empujarla, la caja se precipitó desde aquella altura contra el suelo de piedra.

El estrépito fue horrible, y las guardianas acudieron a la puerta, murmurando preguntas. Pero Maia consiguió convencer a las Guel, gritando que, simplemente, se había caído mientras hacía ejercicio.

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