Tiempos de gloria (23 page)

Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Tiempos de gloria
4.06Mb size Format: txt, pdf, ePub

.Fundiciones de hierro, reconoció con cierto alivio. Así que ésta era la Casa Lerner, después de todo. Calma debía de haber seguido una ruta más lenta por el fondo del cañón. Éste era el camino más directo.

Pasar el crujiente puente colgante tenía que ser aterrador incluso de día. ¿Pero qué otra opción le quedaba?

.Nunca he sido muy buena para estas cosas, pensó, recordando las acampadas con otras veraniegas en la estepa cercana a Puerto Sanger. A Leie y a ella les encantaban las expediciones, y soportaban alegremente las picaduras de los bichos y el frío espantoso. Pero a ninguna de las dos les gustaba mucho cruzar arroyos sobre frágiles leños o piedras resbaladizas.

El puente era muchísimo peor. Tras avanzar con cautela, Maia se agarró a la cuerda guía que se extendía sobre el barranco a la altura de la cintura. Avanzó de asidero en asidero y de tabla en tabla, temiendo escuchar en cualquier momento un grito de persecución a sus espaldas, o el restallar de algún cable al ceder. El extraño silencio aumentaba su incomodidad, recalcando su soledad.

Finalmente, al llegar al otro lado, se apoyó contra una de las columnas de anclaje y dejó escapar un suspiro entrecortado. Desde el promontorio, Maia escrutó el sendero por el que había venido. No había ninguna señal de una partida de búsqueda a gran escala, pues sus luces habrían sido visibles desde una distancia de kilómetros.

.Probablemente lo estás exagerando todo, pensó.
.Para ellas eres sólo una estúpida var que ha metido la nariz donde no la llaman. No te dejes ver durante algún tiempo y te olvidarán.

Tenía sentido. Pero claro, tal vez era demasiado estúpida para saber hasta qué punto estaba metida en líos. Allí de pie, Maia sintió que el viento se volvía más frío. Tenía los dedos entumecidos, casi paralizados, incluso cuando se los soplaba. Tiritando, se frotó las manos y empezó a buscar entre los hornos y almacenes la mansión donde aquella rama del Clan Lerner residía y criaba a sus hijas.

Cuando encontró la casa, tuvo una decepción. Había imaginado a las industriales Lerner levantando una impresionante estructura de arcos de acero alineados con piedra o cristal. Se topó en cambio con una casa de ladrillo de un solo piso, que abarcaba casi un cuarto de hectárea. Sólo unas cuantas ventanas asomaban a un patio delantero cubierto de matojos y basura de todo tipo.

Las ventanas no estaban iluminadas. De no ser por el suave siseo de los hornos (y por el olor), Maia habría pensado que el lugar estaba desierto.

Captó otro sonido. Un sonido débil. Maia se volvió. Cruzó con cuidado el patio hasta que, al doblar una esquina de la casa, se topó con un puñado de estructuras bajas, aún más desvencijadas que la «mansió».. De cada una sobresalía una pequeña chimenea con una fina columna de humo.
.Casas para las empleadas
, supuso.

Una de aquellas casas, apartada del resto, parecía diferente. La tenue luz que surgía de la ventana iluminaba un senderito de grava… y un pequeño y cuidado lecho de flores. Al acercarse, Maia distinguió una suave música en el interior. También olió los aromas de la cocina.

Para cuando llegó a la puerta, temblaba demasiado de frío para temer alzar la mano y llamar.

Desde que habían empezado a trabajar en la fundición, hacía un mes escaso, Thalla y Kiel habían transformado la pequeña cabaña emplazada en el extremo del complejo de las trabajadoras.

—Renunciaréis a esa tontería muy pronto —les habían dicho las otras empleadas. Pero las dos jóvenes dedicaban fielmente una hora cada día, incluso después de los largos y agotadores turnos en los hornos, a atender su jardín y a poner en orden su vieja casa.

Fue la alta y fornida Thalla la que abrió la puerta aquella noche, gimió de preocupación y atrajo a Maia al interior, donde la cubrió con una manta y le sirvió una humeante taza de té junto a la chimenea. Kiel, con su tez casi completamente negra y sus chispeantes ojos claros, fue la que acudió a las madres del Clan Lerner a la mañana siguiente, y poco después regresó con la noticia de que Maia podía quedarse.

Naturalmente, tendría que trabajar.

—Empezarás por el montón de desperdicios —anunció Kiel la mañana siguiente a la huida de Maia de la Casa Jopland—. Luego pasarás una semana aprendiendo a dar paletadas con el resto de nosotras. Calma Lerner dice que si después sigues por aquí, te propondrá un aprendizaje después de horas en el laboratorio de mezclas.

La mujer negra se rió desdeñosa.

—Un aprendizaje. ¡Ésa sí que es buena!

Trabajar para un clan de fundidoras no era el camino en la vida que Maia habría escogido. Pero como no disponía de ninguna brillante estrategia para llegar a Grange Head sin toparse con el grupo de Tizbe, o con las Joplands, tendría que contentarse. De todas formas, era un trabajo honorable.

—¿Qué tiene de malo un aprendizaje? —preguntó a la otra muchacha—. Pensaba…

—Pensabas que era un peldaño más en la escalera, claro. —Kiel agitó una mano callosa—. Tal vez en una ciudad de moda, donde puedas contratar a una clónica de alguna colmena de abogadas para que examine tu contrato.

¿Pero aquí? Supongo que no sabes qué significa «después de hora». en la Casa Lerner, ¿me equivoco?

Maia sacudió la cabeza.

—Significa que no cobras salario por el tiempo de aprendizaje, ni tienes puntos de alojamiento. De hecho,
.pagas
por el privilegio de hacer trabajos extra en su laboratorio. ¡Te cobran por las lecciones!

—No hay forma más rápida de caer en una trampa deudora —coincidió Thalla—. Excepto el juego.

Las trampas deudoras eran algo de lo que Thalla y Kiel hablaban constantemente, como si temieran caer en malos hábitos si alguna vez pasaban por alto el tema. Sólo la vigilancia constante y la frugalidad les permitirían prevalecer. Además de atender el jardín y barrer el suelo, las dos jóvenes seguían el ritual de contar sus varas de dinero cada noche.

—Es posible progresar, incluso después de descontar la comida y el albergue —dijo Thalla la segunda noche, mientras ayudaba a Maia a atender torpemente su piel chamuscada por cenizas calientes. Los pesados petos de cuero y las gafas la habían salvado de recibir quemaduras de consideración, pero llevar todo aquel blindaje hacía aún más agotador el trabajo de arrastrar los pesados carros rebosantes de materiales fundidos. Era aún más duro que trabajar en los barcos, pues requería la fuerza de un hombre, la paciencia de un lúgar, y la disciplinada diligencia de una clon nacida en invierno. Sin embargo, en los hornos sólo se contrataba a las vars. Únicamente las vars necesitadas de trabajo soportarían aquel infierno artificial en miniatura.

—¿No lo exige la ley? —preguntó Maia, hundiendo un paño en una palangana de agua racionada—. Creía que las jefas tenían que pagarte lo suficiente para que pudieras ahorrar.

Thalla se encogió de hombros.

—Claro que es la ley, transmitida desde los tiempos de Lysos…

Maia estuvo a punto de alzar la mano ante la mención del nombre de la Primera Madre, pero se detuvo antes de trazar el signo circular. De algún modo, no le parecía que Kiel y Thalla fueran religiosas.

—Pero estamos cerca del límite —continuó la fornida mujer—. Compra unas cuantas comodidades en la tienda de la compañía. Pierde unos pocos créditos jugando… verás cómo te va. ¡Te cubrirás de deudas y no escaparás hasta el Día de la Amnistía, a finales de primavera! ¿Y entonces adónde irás? Yo no pienso quedarme aquí más allá de mi séptimo cumpleaños. Tengo cosas que hacer, ¿sabes?

Maia se abstuvo de señalar que, a pesar de su dedicación, Thalla y Kiel gastaban dinero en algo más que en necesidades básicas. Tenían una pequeña radio, y pagaban a la Casa Lerner la electricidad necesaria para poder escucharla, a veces hasta altas horas de la noche. Compraban semillas de flores y verduras para el jardín.

Pero claro, puede que fueran realmente necesidades. A medida que se adaptaba a la rutina del trabajo en la fábrica, Maia llegó a ver que aquellos restos de civilización, débiles como eran, constituían la diferencia crucial entre mantener la dirección y perder el rumbo para acabar sumida en la interminable semivida que parecía ser el destino de otras empleadas var. Oh, las vars trabajaban duro. En sus ratos de ocio, se reían y cantaban y depositaban considerables energías en sus juegos de azar. Pero no iban a ninguna parte. Tenían la prueba en el valle próximo, a sotavento y fuera de la vista de la factoría, donde se encontraban las guarderías y zonas de recreo. Las niñas, nacidas tanto en invierno como en verano, se alojaban e iban al colegio allí. Cada una de ellas había nacido de una madre Lerner. Ningún vientre var había florecido allí desde hacía tanto que nadie podía recordado.

También Maia empezó a contar sus créditos cada noche. Algunos los destinaba a comprar ropa de trabajo de segunda mano, una barra de jabón, y a cubrir otras necesidades. Cuando llegó la factura de la electricidad semanal, Maia pagó un tercio. Eso le dejó muy poco. Contra todos los pronósticos, Maia descubrió que sentía añoranza del mar.

.La mujer policía me prometió una recompensa si me presentaba en Grange Head, reflexionó tristemente.

Incluso una modesta recompensa por testificar sería tanto como lo que ganara trabajando duramente aquí.
.Ha pasado casi una semana. Podrías averiguar si es seguro hacer un movimiento.

Sus compañeras supusieron rápidamente que Maia huía de algún problema serio. Aunque no la presionaron y ella se abstuvo de entrar en detalles, Maia corrió el riesgo y les dijo a las dos mujeres que sus perseguidoras eran las madres del Clan Jopland. Con ello pareció ganarse la consideración de Kiel y Thalla. La primera se ofreció a comprobar el estado de la situación el próximo Día de Asueto, cuando la carreta de suministros llegara a la ciudad. Si no venía demasiado cargada, las empleadas var fuera de servicio podían dar un paseo a cambio de pagar una pequeña tarifa. Kiel tenía compras que hacer, de todas formas.

—Echaré un vistazo por ti, virgie, y veré si la costa está despejada.

—Me gustaría que nos contaras qué les hiciste a esas brujas —dijo a su regreso la mujer oscura, mientras soltaba las compras sobre la mesa y se volvía hacia Maia, los ojos abiertos como platos—. Parece que has cabreado en serio a esas Perkies. A la hora del tren vi a dos Joplands merodeando por la estación, tan sutiles como un arado, fingiendo esperar a alguien mientras comprobaban a cada var que iba o venía. Vi a otra pareja a caballo, patrullando la carretera. Todavía te están buscando, pequeña vestal.

Maia suspiró. La idea de una huida rápida quedaba descartada.
.Toma nota. La próxima vez que te las veas con alguien más poderoso que tú, escoge un lugar con más de una salida trasera
. Holly Lock estaba tan lejos en mitad de ninguna parte como podría haber imaginado, y el ferrocarril era la única salida rápida del valle. Ni siquiera robar un caballo serviría de nada. Los relinchos y huellas delatarían su posición mucho antes de que se acercara a las montañas de la costa, mucho menos a Grange Head.

—Supongo que hiciste la elección inteligente después de todo —sugirió Thalla—. Al dirigirte tierra adentro en vez de intentar llegar a la costa. El último lugar en el que buscarán es en la apestosa Casa Lerner.

Aparentemente. O tal vez a las perseguidoras de Maia no les hacía falta comprobar cada choza y granja. Todo lo que tenían que hacer era vigilar todas las salidas, y esperar.

—¿Hacían preguntas? ¿Daban mi descripción? —le preguntó a Kiel, quien se encogió de hombros.

—Venga, ¿qué var delataría a otra var a una Perkinita? Saben que es una tontería preguntarlo.

Eso le pareció un poco simple a Maia. El antagonismo entre clones y veraniegas era profundo en Valle Largo.

Pero no tenía mucha fe en la solidaridad var. Era más que probable que las otras trabajadoras Lerner la vendieran por una recompensa lo bastante grande. Por fortuna, sólo Thalla y Kiel parecían haber reparado en su existencia.

La renovada tendencia de antipatía Jopland era su principal esperanza. Más el hecho de que las Lerner no fueran Perkinitas, y se mantuvieran tradicionalmente apartadas de la política local.

.Veremos si sigo en candelero dentro de una semana o así. Si el interés por mí decae, podría intentar hacer el trayecto por etapas, viajando de noche y haciendo de camino trabajos esporádicos a cambio de comida…

Maia lamentaba profundamente la pérdida de su bolsa, que había dejado en la estación de Holly Lock. El petate contenía sus últimos recuerdos de Leie. Pensar en su pérdida hacía que se sintiera aún más triste y solitaria.

Al menos tenía dos nuevas amigas. No podían sustituir a Leie, pero el amistoso calor que le demostraban Thalla y Kiel era el principal motivo por el que Maia se sentía reacia a marcharse. El trabajo era duro y la casita poco más que una choza, pero se le antojaba lo más parecido a un «hoga». que había tenido desde que dejara su habitación en el ático de Puerto Sanger, siglos atrás.

Pasaron los días. El ritmo de los hornos, el hedor del lignito marrón local, el rumor de los transportadores de metal… incluso el calor, dejaron de molestarle tanto. El día fijado para su cita en Grange Head llegó y pasó, pero Maia no creía que la magistrada la echara mucho en falta. Le había dicho a la agente de Caria todo lo que sabía.

Había cumplido con su deber.

Además, escuchando hablar a Kiel y Thalla cada noche, Maia empezó a hacerse preguntas. ¿Qué le debía ella a una estructura de poder que ofrecía tan poco a las vars como ella mientras otras mujeres florecían simplemente a causa de un quiebro de la fortuna en el momento de nacer? Sus compañeras no parecían considerar una herejía cuestionar el funcionamiento de las cosas. Era un tema de conversación frecuente.

A veces, por la noche, sintonizaban una extraña emisora de radio para captar voces débiles que reflejaban agudos tonos magnéticos.

.Nadie puede contar con la justicia de las corruptas agentes de Caria City, que son compradas y vendidas por los grandes clanes-colmena del Continente del Aterrizaje. Las propias clases oprimidas son las que tienen que alzarse y cambiar las cosas…

Maia sospechaba que la emisora era ilegal. Las palabras eran hostiles, incluso de rebeldía, pero para Maia, lo más sorprendente fue su propia reacción. No se escandalizó en absoluto. Se volvió hacia Kiel y le preguntó si con lo de las «clases oprimida». se referían a las veraniegas como ellas.

Other books

The Rules by Helen Cooper
Witness to Murder by Franklin W. Dixon
Escape from Memory by Margaret Peterson Haddix
The Cupid War by Carter, Timothy
Up Through the Water by Darcey Steinke