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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (24 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—Claro que sí, virgie. Hoy en día, con todos los nichos cubiertos por un clan u otro, ¿qué posibilidad tienen las pobres vars como nosotras de iniciar algo propio? La única forma de cambiar las cosas es uniéndonos y cambiándolas nosotras mismas.

—La voz de la radio repitió esos mismos sentimientos.

.… Las herramientas empleadas para la represión son muchas. Hemos visto fomentar una tradición de apatía, de manera que el resultado de las noclónicas en las elecciones del Continente Oriental apenas llegó al siete por ciento el año pasado, a pesar de los intensos esfuerzos del Partido Radical y la Sociedad de Semillas Dispersas…

Así era como la Sabia Claire solía llamar a las niñas var que la Casa Lamatia expulsaba cada otoño
.Semillas dispersas
. En teoría, se suponía que las veraniegas debían buscar y al final encontrar esa ocupación especial para la que eran buenas por naturaleza, y luego echar raíces y florecer. Sin embargo, muchas acababan en un callejón sin salida, tomando los votos y refugiándose en la Iglesia, o trabajando como las empleadas Lerner, a cambio de habitación, comida y las suficientes varas de monedas para costearse unos cuantos placeres baratos.

Maia pensó en todo lo que había visto desde su partida de Puerto Sanger.

—Algunas dicen que últimamente ha habido un montón más de nacimientos de verano. Por eso somos tantas.

—¡Propaganda de mierda! —escupió Thalla—. Siempre se quejan de que hay demasiadas vars para abrir nichos.

Pero es sólo una excusa para pagar poco. Aunque consigas un trabajo, no hay seguridad. Y normalmente se trata de trabajos que no son mejores que los adecuados para los hombres.

Eso respondía a la siguiente pregunta de Maia: si los varones entraban también en la categoría de «masas oprimida».. Pero Kiel tenía razón. Cierto, las Lerner eran buenas en lo que hacían. En los hornos y fraguas siempre parecían saber dónde surgiría el siguiente problema, y ver a una Lerner trabajar el metal era como ver a una artista en acción. Con todo, ¿les daba eso derecho a monopolizar aquel tipo de empresa dondequiera que las pequeñas fundiciones tuvieran validez económica?

—Las Perkinitas son las peores —murmuró Thalla—. Preferirían no tener veraniegas. Volverían a abrir los laboratorios genéticos si pudieran. Arreglarían las cosas para que sólo hubiera mocosas de invierno. Nada más que clónicas, todo el tiempo.

Maia sacudió la cabeza.

—Tal vez se salgan con la suya sin tener que reabrir los laboratorios.

—¿Qué quieres decir? —preguntaron las dos jóvenes. Alzando rápidamente la cabeza, Maia comprendió que casi había dejado escapar el secreto.

.¿Qué secreto?, reflexionó.
.La agente nunca me dijo exactamente que no hablara. Además, Thalla y Kiel son de mi clase, no como una lejana policía clónica.

—Um —empezó a decir, bajando la voz—. ¿Sabéis qué problema tuve en la Casa Jopland?

—¿El lío del que no quieres hablar? — Thalla se inclinó hacia delante ansiosamente—. He estado sumando dos y dos y tengo una teoría. ¡Mi suposición es que intentaste colarte en esa fiesta que celebraron hace un par de semanas, para conseguirte un hombre sin pagar!

Thalla se echó a reír hasta que Kiel le tiró del brazo y la hizo callar.

—Continúa, Maia. Cuéntanoslo si te sientes dispuesta.

Maia inspiró profundamente.

—Bueno, parece que al menos algunas Perkinitas han encontrado un medio para conseguir lo que quieren…

Contó toda la historia, sintiendo una creciente satisfacción a medida que los ojos de sus compañeras se iban abriendo como platos con cada revelación. La habían catalogado como una jovencita dulce e indefensa a la que había que dispensar protección fraternal, no como una aventurera que ya había experimentado más excitación y peripecias que la mayoría en toda su vida. Cuando terminó, las dos mujeres se miraron mutuamente.

—¿Crees que deberíamos…? —empezó a decir Thalla.

Kiel sacudió la cabeza, cortante.

—Tal vez. Hablaremos de ello mañana. Ya es tarde. Las muchachas de cinco años deben estar en la cama; no importa que hayas resultado ser una pirata nata. —Kiel acarició amistosamente el pelo corto de Maia, con un nuevo respeto—. Vámonos todas a dormir —concluyó, y extendió la mano para desconectar la radio.

Cuando la luz se apagó y las tres se acostaron en sus respectivos jergones, Maia permaneció inmóvil durante un buen rato, pensando.

¿Yo? ¿Una pirata nata?

Y sin embargo, ¿por qué no? Con sus tiernos músculos cada vez más tensos y menos doloridos, Maia se volvía más fuerte de lo que jamás había creído posible. ¿Y ahora, escuchando emisoras de radio rebeldes?

¿Compartiendo asuntos policiales con vars radicales y sin hogar?

.¿Y a continuación qué?, se preguntó.
.¡Si Leie pudiera verme ahora…!

De repente, toda su dureza recién hallada no fue suficiente contra la pena. Maia tuvo que contenerse para no sollozar en voz alta.
.Maldición
, pensó.
.Maldito sea todo en el infierno patarkal
. Parecía que la amabilidad de sus compañeras sólo la volvía más vulnerable, al suavizar el aturdimiento en que se había envuelto desde que dejara el templo de Grange Head.
.Tal vez estaría mejor sola, después de todo.

Desde las casitas vecinas podía oírse el tintineo de los dados y las roncas risotadas, incluso algún fragmento de canción. Pero dentro de la cabaña todo permaneció en silencio hasta que Thalla empezó a roncar. Poco después, Maia oyó levantarse a Kiel. Aunque mantuvo los ojos cerrados, se sintió extrañamente segura de que la otra mujer la observaba. Luego, cuando Kiel hubo salido al exterior, la puerta se cerró. Medio dormida, Maia supuso que la oscura muchacha había ido al excusado, pero por la mañana no había regresado todavía.

Thalla no pareció preocupada.

—Negocios en la ciudad —explicó tranquilamente—. La carreta del Día de Asueto irá cargada de hierro forjado, así que no habrá pasajeros, pero tenemos que cuidar un par de inversiones. Hay lugares en los que invertimos nuestro dinero para que no se evapore aquí. Esas cosas pasan, ¿sabes? Las varas de monedas desaparecen. Si yo fuera tú, no dejaría las mías bajo la almohada.

Maia parpadeó, preguntándose cómo lo sabía Thalla. ¿Había mirado? Reprimiendo la urgencia de correr al camastro y comprobar sus exiguas ganancias, Maia también tomó nota de lo hábilmente que la otra var había conseguido cambiar de tema.
.No es asunto mío, supongo
, pensó con una mueca.

El trabajo continuó al mismo ritmo firme y aturdidor.

En su decimoctavo día en la Casa Lerner, Maia y otras muchas trabajadoras fueron asignadas a tirar de vagonetas llenas de hierro preprocesado de una mina situada a tres kilómetros de distancia, atendida por completo por un clan de mujeres albinas cuya palidez natural se había oscurecido por el óxido que les manchaba la piel.

Al día siguiente, llegó una caravana de enormes llamas de carga que traía carbón vegetal para refinar el mineral. Altas mujeres de ojos rasgados se ocupaban de las bestias, pero no participaron en la descarga, pues al parecer el trabajo no estaba a su altura. Maia se unió al grupo de vars que transportaban saco tras saco de negros carbones a un cobertizo situado junto a los hornos, mientras una Lerner mayor pagaba a las transportistas con metal recién forjado. Al cabo de unas horas la caravana volvió a ponerse en marcha. Su viaje las llevaría más allá de las tres lejanas columnas de piedra que daban su carácter al horizonte nororiental, y continuaría hacia picos apenas visibles donde otro clan llenaba un nicho pequeño pero activo: talar árboles y convertirlos en carbón. Era una economía rústica y sencilla. Pero funcionaba, sin espacio para las recién llegadas.

Después, mientras se limpiaba las capas de suciedad, Maia soportó pacientemente otra de las visitas diarias de Calma Lerner. La mujer pasaba a verla cada noche, justo antes de la cena, con una obstinación que Maia empezaba a respetar. No aceptaba un no como respuesta.

—Mira, noto que tienes una buena educación para ser una hija del verano. Reconozco que procedes de un linaje de madre con clase. Deberías hacer algo con tu vida, de verdad que sí.

.Eso planeo, respondió Maia mentalmente.
.Planeo salir corriendo, no andando, de este valle, en cuanto hacerlo sea seguro, y nunca más volver a poner un pie cerca de un pedazo de carbón, ¡jamás!

Pero Calma era bastante agradable, y Maia no quería ofenderla.

—Estoy ahorrando para continuar mi camino —explicó.

La Lerner sacudió la cabeza.

—Creía que habías venido por lo que hablamos ese día en la carreta. Ya sabes, para estudiar metalurgia. Si no es para eso, ¿por qué estás aquí?

Maia no quería favorecer aquella línea de interrogatorio. Hasta ahora no había habido ningún signo de que Tizbe o las Jopland la buscaran allí. Debían de haber supuesto que se había dirigido hacia el oeste, hacia el mar.

Pero las preguntas de Calma, o incluso cualquier comentario banal, podrían cambiar eso.

—Um. Mira, tal vez me piense lo del aprendizaje. Es que no estoy segura de los acuerdos, eso es todo.

La expresión de Calma se transformó y Maia casi pudo leer los pensamientos de la otra mujer.

.¡Ajá! La pequeña se hace de rogar esperando conseguir un trato mejor. Tal vez pueda rebajar un poco la tarifa de las lecciones. ¿A cambio de qué? ¿Un contrato trimestral?

—Bueno —dijo la mujer mayor en voz alta—. Podemos hablar de eso cuando estés dispuesta a hacerlo.

Lo que Maia tradujo inmediatamente por:
.Que trabaje como una esclava otra semana más en la fragua. Para entonces aceptará si cedemos en un punto o dos.

De hecho, la cara de Calma era tan fácil de leer que Maia creyó entender por qué una familia con tanto talento nunca había conseguido gran cosa en el mundo del comercio.
.Tal vez deberían asociarse con un clan de negocios.

Pero algunas familias no podían trabajar con grupos ajenos; sobre todo a lo largo de generaciones, que era lo que duraban muchas alianzas entre clanes.

Aunque Maia archivó esta reflexión para referencias futuras, ya no lo hizo con la idea de compartir tales hallazgos. La pérdida de Leie aún formaba una cavidad en su interior, pero el dolor se amortiguaba con cada día que pasaba. A través de él, había empezado a ver los contornos de su futuro, despojados de los sueños henchidos de la infancia.

Si era astuta y obstinada, podría conseguir ser como Kiel y Thalla; ahorrando lentamente y esforzándose, no para conseguir un nicho fabuloso, o algo tan grandioso como establecer su propio clan, sino para encontrar una pequeña grieta en el muro de la sociedad stratoiana. Un lugar donde vivir cómodamente, con un poco de seguridad.
.Podría irte peor. Has visto a gente que lo tiene mucho peor.

Para pasar la segunda y tercera noches en que Kiel estuvo fuera, Thalla puso a Maia al corriente de las extrañas costumbres practicadas en los puertos de las islas del Sur.

La fornida joven pareció igualmente sorprendida cuando Maia describió los hábitos mundanos de la vida en Puerto Sanger, que ella misma había considerado normales durante tanto tiempo. Luego escucharon un rato la radio (una emisora musical, no comentarios políticos), hasta que llegó la hora de dormir.

.Tal vez a su regreso Kiel diga que la costa está despejada, pensó Maia mientras se quedaba dormida. No se sentía atada en absoluto a la Casa Lerner, ¿pero podría separarse de sus nuevas amigas? Por bien de su camaradería, se sentía tentada a quedarse.

El trabajo, y la recuperación tras el trabajo, ocuparon casi todo el día siguiente, desde el amanecer hasta el ocaso. La comida consistió en un oloroso guiso de lentejas con cebollas y especias, una cena que, Maia estaba segura, Thalla había preparado esperando el regreso de Kiel. Pero la mujer oscura no apareció. Thalla se echó a reír cuando Maia expresó su preocupación. .

—Oh, tenemos planes, ya sabes. A veces está fuera una semana o más. Las Lerner tienen que soportarlo porque nadie es mejor que Kiel manejando las láminas de acero. No te preocupes, virgie. Volverá dentro de poco.

.Muy bien, no me preocuparé. Fue sorprendentemente fácil conseguirlo. En unas cuantas semanas, Maia había aprendido el truco de dejarlo estar y vivir de día en día. Ni siquiera las sacerdotisas del templo habían podido enseñarle eso.
.El agotamiento físico
, admitió
., es un buen instructor.

Esa noche Maia cogió su pequeña lámpara de aceite y salió a visitar el excusado antes de irse a la cama. Como medida para proteger su intimidad, se había acostumbrado a esperar a que todas las demás vars terminaran. De camino al barracón exterior, le gustaba contemplar las estrellas, que empezaban a mostrar claramente las constelaciones de invierno. Stratos frenaba en su larga elipse exterior, aunque para el verdadero comienzo de la estación fría faltaban todavía varias semanas.

Al doblar una esquina entre las casitas de las trabajadoras, Maia vio a alguien apoyado en la puerta del barracón, de espaldas a ella.
.Oh, bueno
, pensó.
.Todo el mundo tiene que esperar su turno.

Se acercó y soltó la lámpara.

—¿Llevan ahí mucho tiempo? —preguntó a la mujer que esperaba antes que ella. Ésta sacudió la cabeza.

—Dentro no hay nadie.

—Pero entonces, ¿por qué estás…?

Maia se detuvo. Algo iba mal. Aquella voz…

—¿Por qué estoy esperando? —La mujer se volvió—. Pues te espero a ti, por supuesto, mi joven entrometida.

Maia jadeó.

—¡Tizbe!

La invernal del clan de placer sonrió y le hizo un ligero saludo con la mano.

—Ni más ni menos que tu leal ayudanta en persona. Me pareció que era hora de que tú y yo tuviéramos una conversación,
.jefa
.

A pesar de su acelerado corazón, Maia se sintió orgullosa de que la voz no le temblara.

—Habla —dijo, extendiendo las manos—. Elige un tema. El que tú quieras.

Tizbe sacudió la cabeza.

—Aquí no. Tengo pensado otro lugar.

—Muy bien. ¿Dónde…?

Maia se detuvo de pronto al notar movimiento. Giró justo a tiempo de ver a varias mujeres idénticas vestidas de negro que se abalanzaban sobre ella sosteniendo pañuelos humeantes.

.Joplands, reconoció Maia un instante antes de que la agarraran. Noto que las mujeres se sorprendían de su fuerza. Pero las granjeras eran aún más fuertes. Mientras se debatía, Maia consiguió esquivar los pañuelos empapados el tiempo suficiente para ver otra figura más, que esperaba a corta distancia.

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