—Pero estoy bien. ¡Gracias por preocuparos!
Tras una larga pausa, las Guel se marcharon por fin, gruñendo. Maia no se atrevió a contar con que su falta de curiosidad resistiera a una repetición del suceso. Por fortuna, el golpe había aflojado varias tablas y esparcido papel y utensilios de escribir por el suelo. Las estrellas ya habían salido. Durante la hora siguiente, aplicó sus oxidadas artes de navegación a fijar el emplazamiento de aquella prisión de la altiplanicie.
Maia acercó el cuaderno de notas a la tenue luz de Durga y sumó el resultado final.
.La longitud es aproximadamente la del mensaje
, pensó.
.¡Y la latitud es casi idéntica!
Al principio, al contemplar el mensaje que había aparecido de manera tan sorprendente en el tablero del Juego de la Vida, llegó a la conclusión de que debía de ser una broma de mal gusto. Alguien en la fábrica debía de haber insertado la súplica, igual que, de niñas, Leie y ella solían abrir con cuidado nueces petu y sustituir la carne con pedacitos de papel que decían: «¡Socorro! ¡Las ardillas nos tienen prisioneras en un árbol petu!».
Ahora sabía que no. El mensaje no había sido codificado antes de ser enviado. Quien lo había introducido en la memoria lo había hecho en un emplazamiento muy cercano. A unas decenas de kilómetros. Sin embargo, no había visto ningún signo de ciudades o habitáculos cerca del monolito de piedra. Era dudoso que el paisaje pudiera esconder ninguno.
En efecto, eso sólo podía significar que quien lo había escrito vivía en aquella misma torre, quizás a sólo unos metros de distancia. Maia se sintió un poco culpable de que la situación de otra persona le produjera tanta alegría.
.No me alegro de que estés encarcelada, pensó.
.¡Pero Lysos, es bueno no seguir estando sola!
Debían de encontrarse en situación similar, encerradas en cámaras de almacenaje no diseñadas como celdas, pero igualmente efectivas de todas formas. Sin embargo, la otra prisionera había demostrado estar llena de recursos. Al encontrarse en una habitación llena de aparatos orientados hacia el recreo de los varones, había conseguido planteárselos como un medio para enviar el equivalente de mensajes en una botella.
Maia reflexionó sobre el ingenioso plan de la otra reclusa. Aquellos aparatos electrónicos eran costosos, y las matriarcas de Valle Largo no eran derrochadoras. Tarde o temprano, harían que los juegos y otras amenidades fueran enviados para ser revendidos… quizás a algún santuario en la Costa, o a una cofradía marinera… hasta caer en manos de alguien capaz de leer el mensaje programado. Cualquier marinero sabría entonces de inmediato dónde había una persona retenida contra su voluntad.
Eran suposiciones, por supuesto. Las madres del Clan Perkinita tal vez no se dispusieran a reducir sus pérdidas en los santuarios inconclusos hasta estar absolutamente seguras de que la droga funcionaba. Eso podría requerir algún tiempo.
.Y eso tampoco era todo
, pensó Maia cínicamente.
.Aunque los juegos fueran enviados, y asumiendo que de camino los mensajes no sean borrados o leídos por gente inconveniente… Aunque alguien lea la petición e informe de su existencia, ¿luego qué?
No podía decirse que las autoridades planetarias tuvieran enjambres de poderosos aparatos aéreos o ejércitos que enviar al otro extremo del mundo en un instante, sólo para corregir lejanas injusticias. Caria City guardaba las fuerzas de las que disponía para casos de emergencia. Lo más probable era que enviaran a alguna investigadora o magistrada solitaria a hacer el largo camino… por mar, luego en tren y a caballo, lo que supondría que tardaría casi un año en llegar, si llegaba.
Suponiendo que todavía estemos aquí para entonces.
Maia no estaba segura de poder aguantar tanto. La otra prisionera tenía mucha más paciencia.
.Con todo, es un plan mejor que ninguno que se me haya ocurrido a mí. ¡Imagínate, hacer todo eso con un Juego de la Vida!Sin toda una vida de experiencia, ¿quién podría haber creado un mensaje como aquél partiendo de cero?
¿Un hombre? Maia hizo una mueca de desdén. Alguien con las habilidades de una sabia, sin duda.
Ojalá pudiera conocerla. Hablar con ella. Tal vez haya una forma.
Maia supuso que debía de ser casi medianoche. Estaba a punto de asomar la cabeza a la ventana otra vez, para comprobar el progreso de las estrellas, cuando súbitamente lo oyó empezar. El molesto chasquido.
Rápidamente, alzó el cuaderno a la luz de la luna y empezó a tomar notas. Una raya por cada click, un punto por cada latido que duraba cada pausa. Tras unos veinte segundos, se detuvo y leyó el fragmento inicial.
—Click, click, pausa, click —recitó lentamente—. Click, click, pausa, pausa… sí. ¡Estoy segura de que es lo mismo que la otra noche!
Maia se guardó el cuaderno en el cinturón y se bajó de la pirámide de cajas con tanta rapidez que la inestable estructura se tambaleó. Casi al pie, se enganchó con un pliegue de 1a alfombra y acabó cayendo de bruces.
Ignorando las magulladuras, se puso rápidamente en pie.
—¿Dónde está? —susurró, concentrándose. Escrutando la oscuridad, se orientó por el oído hasta la pared este.
Se agachó, pasó la mano por la fría piedra, tuvo que arrastrarse a la derecha, apartando cajas y bultos. Más allá de una pila de cojines, sus dedos se toparon con lo que parecía una pequeña placa de metal, situada muy abajo, cerca del suelo. ¡Los chasquidos sonaban ahora muy cerca!
Al palpar los contornos de la placa, la mano de Maia rozó un diminuto botón en su centro, que bruscamente iluminó la zona con cegadora electricidad azul. Reaccionó de golpe, se apartó volando y aterrizó con fuerza.
Durante seis u ocho latidos, Maia permaneció sentada en el frío suelo, aturdida, chupándose las doloridas yemas de los dedos antes de recuperarse lo suficiente para arrastrarse de nuevo, arrojando cojines en todas direcciones, haciendo sitio hasta que vio que pequeñas chispas acompañaban cada chasquido audible e iluminaban momentáneamente la placa de la pared.
Es curioso que no lo advirtiera antes. ¡Probablemente porque estaba buscando pasadizos secretos y trampas!
Como queda demostrado, nunca se aprende nada útil en las novelas de fantasía.
Hasta ese día, nunca se había planteado que pudiera haber formas de recibir mensajes en su celda, o que aquellos irritantes chasquidos pudieran contener de verdad un código. ¿Pero qué otra cosa podían ser? ¿Podría algo puramente aleatorio, como un cortocircuito, seguir una misma pauta dos noches seguidas?
Todavía temblando, sacó cuaderno y lápiz y siguió copiando los destellos intermitentes que aparecían ante ella. Incluso con sus ojos adaptados a la oscuridad, Maia apenas podía ver las marcas que hacía.
.Nos preocuparemos por eso a la luz del día
, se dijo cuando los chasquidos cesaron, unos cinco minutos más tarde.
.La suerte empieza a venir a mi encuentro.
Sabía que había pocas pruebas que apoyaran tan rápida conclusión. Pero la esperanza, ahora que la había probado, era un guiso mareante. Tras guardar el cuaderno bajo un montón de ropas de cama, Maia se cubrió con sus improvisadas mantas y trató de dormir.
No fue fácil. Sus pensamientos chocaban con fantasías e improbables escenas de rescate, como la mujer policía de Caria, que llegaba en un gran zep’lin agitando decretos sellados. Otras imágenes eran menos alegres.
Los recuerdos de Leie volvieron a llenarla de desesperación. En los esporádicos momentos de total lucidez, se preguntaba si los chasquidos eran realmente un mensaje. En ese caso, ¿iba dirigido a ella en concreto?
.Idiota, pensó mientras atravesaba capas de semisueño.
.¿Cómo podría saber nadie que estás aquí?
Finalmente, soñó con Lysos.
La Fundadora iba vestida con una túnica ondulante, y estaba sentada con montones de moléculas a un lado, que ensartaba de una en una, como perlas de un collar o bolitas de madera de un ábaco. Las cadenas moleculares
.chasqueaban
cada vez que otra molécula se unía a la sarta. Lysos canturreaba suavemente mientras trabajaba uniendo los segmentos de ADN en una cadena interminable.
Le hicieron falta dos noches más para copiar el mensaje entero y confirmar que tenía razón; fue un ejercicio de paciencia distinto a todo lo que Maia había conocido desde que Leie y ella trabajaron para resolver la puerta secreta de la bodega de Lamatia. Pero el tiempo invertido fue necesario. Sólo al tercer día Maia se sintió preparada para cargar el código entero en el tablero del Juego de la Vida. .
Empezó asegurándose de que el tablero estaba conectado con las mismas reglas especiales que antes, cuando transmitió aquel «mensaje en la botell».. La ventanita decía:
RVRSBL CA 897W
. Maia esperaba que el programa desentrañara el sentido de los chasquidos nocturnos. Como antes, la zona de juego se contrajo hasta quedar reducida a un cuadrado de cincuenta y nueve casillas de lado, rodeado por un borde complejo.
.Muy bien, vamos a ponerlo en marcha. Maia comenzó trabajosamente a convertir cada chasquido transcrito en una casilla negra, y a dejar un espacio en blanco allí donde había un segundo de pausa. Al completar una fila de cincuenta y nueve, continuó marcando el siguiente nivel, colocando el supuesto mensaje hacia delante y hacia atrás como una serpiente que escalara una pared de ladrillo. Después de lo que le parecieron horas, terminó de encajar la secuencia entera en el espacio asignado. ¡No podía ser una coincidencia! La mezcla de puntos resultante no tenía ningún significado visible.
Agotada, se sintió aliviada al oír las llaves en la puerta. Maia cubrió el tablero, aunque probablemente no importaría nada que las Guel lo vieran. Le dolían los músculos y las articulaciones tras pasar tanto tiempo inclinada sobre la máquina.
.Será mejor que todo esto merezca la pena
, pensó mientras comía en silencio bajo la sombría mirada de su guardianas.
Si me he equivocado aunque sólo sea en un espacio, podría estropearlo todo. ¿Y si no funciona?
La respuesta era obvia.
.Lo intentaré otra vez. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Las guardianas se llevaron la bandeja y corrieron el cerrojo. Sin aliento, Maia regresó al tablero y volvió a comprobar punto por punto su transcripción. Cruzó los brazos y se tiró de los lóbulos de ambas orejas para desearse suerte; luego pulsó el botón de comienzo.
Ciclones giratorios de latientes formas de Vida le dijeron al instante que tenía razón. ¡Los chasquidos nocturnos pretendían esto! Eran una receta. Un complejo juego de condiciones para este extraño juego. A pesar de las reglas variantes, la mayoría de las pautas fueron reconocibles de nuevo. Dos cañones de deslizadores lanzaron aleteantes formas de cuña por un terreno cubierto de microbios y comedores, bengalas y dientes de león.
Docenas de otras formas se mezclaron y separaron. Una «ecologí». se expandió para llenar toda la disposición de cincuenta y nueve por cincuenta y nueve. Maia esperó junto al tablero, lápiz en mano, pero las pautas eran tan atractivas que casi se quedó si aliento cuando las caóticas formas se unieron de repente en hileras de letras ondulantes.
CY, DI GRVS IMAT
49° 16' 67° 54'
NO TRATO W/ ODO!
DEJAR SI NEC
Una vez más, el mensaje empezó a disolverse casi en cuanto tomó forma. Maia lo anotó apresuradamente antes de que se borrara junto con todos los otros restos «viviente». del tablero. Pronto éste quedó pálido y vacío ante ella. Contempló la versión copiada de la misiva de cuatro líneas, y la leyó una y otra vez.
Claramente, no iba dirigido a ella, después de todo. Varias de sus fantasías favoritas se evaporaron. No importaba. Había más que suficiente para empezar a especular sobre la intención de la remitente.
.¿Podría «C». referirse a una amiga o a una compañera de clan de la otra prisionera? ¿Es «GRV». un grupo o clan lo bastante poderoso para venir a liberarla?
La imaginación plantearía a Maia las ideas más descabelladas si se lo permitía, así que permaneció firmemente pegada a tierra. La otra prisionera tal vez fuera una rival de negocios de las Perkinitas locales; tal vez las Jopland y sus aliadas la retenían aquí para obtener un trato más favorable.
La última frase del mensaje, pidiendo ser abandonada si era necesario, parecía más sombría. ¿O se equivocaba al asumir que significaba «dejadme si es necesari»?
¿Podría tener algo que ver con la droga que hacía que los hombres entraran en celo en invierno?
Posiblemente la otra prisionera no era más virtuosa que Tizbe o las Jopland, sino solamente una competidora.
Eso apenas importaba en aquel momento. Ahora mismo Maia no podía ser quisquillosa respecto a sus aliadas.
Lo más extraño era que aquel mensaje, a diferencia del que Maia había leído antes, parecía dirigido no a cualquiera que pudiera encontrarlo al azar, sino a alguien en concreto. Usar los juegos revendidos para enviar notas «en una botell». podía haber sido una vía alternativa, un plan de contingencia. Estos episodios de chasquidos nocturnos parecían dirigidos a algo más inmediato, como si la prisionera pretendiera que sus mensajes llegaran mucho más rápido y de forma más directa.
Maia recordó la placa de metal en la pared. Chispas en la noche.
El lugar debía de estar preparado para tener teléfono o cualquier otro tipo de enlace de comunicación, supuso Maia. Como antes nunca había estado en un santuario, no tenía motivos para sorprenderse por eso, aunque se sorprendió.
.Tal vez los hombres lo exigen en el diseño antes de mudarse. Me pregunto para qué lo necesitarán.
Fuera cual fuese el propósito original del cable, la otra prisionera lo estaba usando para algo muy claro… para enviar pulsaciones eléctricas. ¿Pero adónde? Por lo que Maia podía deducir, los cables no estaban conectados a nada.
Otra posibilidad la asaltó.
.¿Está la otra prisionera utilizando el cable como… antena? ¿Intenta enviar un mensaje por radio?
Maia sabía en teoría que se generaban ondas de radio empujando los electrones rápidamente de un lado a otro de un cable. Pero los aparatos caseros comunes como los que se utilizaban a bordo de los barcos (distanciados incontables generaciones de sus antiguos orígenes) se fabricaban en sólidos bloques y se vendían en unidades más pequeñas que la palma de la mano. Probablemente sólo unas cuantas personas en las universidades comprendían cómo se construían.