Read Tiempos de gloria Online

Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (34 page)

BOOK: Tiempos de gloria
4.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Renna era también amistosa y agradable, lo que reforzó la sensación de Maia de que se trataba de una presencia cálida y maternal. Pronto se sintió obligada a contarle su historia. Lo incluyó todo. La partida de Lamatia. La pérdida de Leie. Sus encuentros con Tizbe y su implicación en asuntos más turbios de lo que ninguna joven var podía manejar recién salida de su clan de nacimiento. Exponerlo todo de forma tan cruda hizo ver a Maia lo injusto que era. No había hecho nada para merecer aquella cadena de catástrofes. Toda su vida, madres y matriarcas habían dicho que la virtud y el trabajo duro eran recompensados. ¿Era esto el premio?

Maia pidió disculpas por atascarse con la historia, sobre todo cuando la emoción la abrumó.
ESTO ES DURO PARA MÍ
, transmitió, intentando que su mano no temblara. La respuesta de Renna le aportó tranquilidad y comprensión, y un poco de confusión.

A LOS 16 DEBERÍAS

SER FELIZ

QUÉ LÁSTIMA

La compasión, después de tanto tiempo, creó un nudo en la garganta de Maia. Muchas personas mayores olvidaban que hubo una época en que también ellas fueron inexpertas y débiles. Agradeció la compasión, la empatía.

Conversar con su compañera prisionera era una aventura de momentos embarazosos seguidos de reflexiones cordiales. De dobles significados y jocosos malentendidos, como cuando no estuvieron de acuerdo sobre qué luna gravitaba a plena vista, en el cielo sur. O como cuando Renna deletreaba mal los nombres de las ciudades, o las citas del
.Libro de las Fundadoras
. Obviamente, lo hacía a propósito, para sacar a Maia de su depresión.

Y funcionaba. Desafiada a caer en la cuenta de los errores que su compañera cometía adrede, Maia descubrió que prestaba más atención. Su espíritu se animó.

No tardó en darse cuenta de algo sorprendente. Aunque nunca se habían visto en persona, empezó a sentir un especial afecto hacia su nueva amiga.

Si habías nacido en invierno, no era tan complicado. Los sentimientos de aprecio eran predecibles desde hacía muchas generaciones.

Por ejemplo, las Lamai de tres años casi siempre atravesaban una fase en la que se sometían a una hermana-clónica que iba una clase por delante de ellas, y hacían todo lo que la hermana mayor les pedía y se callaban ante la más leve palabra cortante. Más tarde, a los cuatro años, a cada Lamai invernal le tocaba el turno de ser la adorada, y pasaba la mayor parte de una estación desquitándose con una hermana más joven de los sinsabores que había padecido el año anterior.

Durante el invierno de su quinto año, una hija plena del Clan Lamatia empezaba a mirar más allá de los muros; a menudo se obsesionaba con una clónica algo mayor de un clan vecino, normalmente una Trevor, o una Wheatley. Esa fase pasaba rápidamente, y además, las Trevor y las Wheatley eran aliadas de la familia. Sin embargo, más tarde llegaba un período duro en el que las Lamai de seis años parecían inevitablemente obligadas, a pesar de las advertencias de sus madres, a fijarse en una mujer del alto y majestuoso clan comercial de Yort-Wong… lo cual era embarazoso, porque las Yort-Wong habían discutido y hecho las paces con Lamatia durante generaciones.

Saber por anticipado lo que les esperaba no impedía que las hermanas Lamai tontearan y lloraran durante su otoño de descontento. Por suerte, la llegada de la Ceremonia de Paso las distraía. Sin embargo, cuando todo estaba dicho y hecho, ¿cómo podían las breves atenciones de un hombre aliviar aquellos dolores de obsesión no correspondida? Incluso aquellas afortunadas hermanas elegidas para ser rociadas emergían de su infeliz episodio Yort-Wong cambiadas, endurecidas. A partir de entonces, las mujeres Lamai eran emocionalmente tan invulnerables como una armadura. Trataban con las clientas, cooperaban con las aliadas, llegaban a complejos acuerdos comerciales-sexuales con los marineros. Pero para el placer contrataban a profesionales.

Por compañía, se tenían unas a otras.

Para Maia y Leie había sido diferente desde el principio. Siendo vars, no podían predecir ni de lejos sus propios ciclos vitales. De todas formas, los sentimientos cálidos oscilaban entre la pasión física casi propia de un celo hasta las aspiraciones más castas por estar sólo cerca de tu elegida. Las canciones populares y las historias románticas recalcaban estas últimas como más nobles y refinadas, aunque todo el mundo menos unas cuantas herejes estaba de acuerdo en que no había nada de malo en acariciarse, si ambos corazones eran sinceros. El aspecto físico de la atracción entre dos miembros de la especie femenina se describía como amable, solícito, apenas se consideraba sexo.

La experiencia de Maia era puramente teórica, y en este tema Leie no era más osada. Las gemelas habían sentido ciertamente atisbos de atracción hacia otras compañeras de clase, amigas de la ciudad, algunas de sus profesoras, pero nada precoz o profundo. Desde que cumplieron cinco años, simplemente no habían tenido tiempo.

Ahora Maia sentía algo más fuerte, y sabía bien qué nombre utilizar, si se atrevía a admitirlo ante sí misma. En Renna había encontrado un alma que conocía la amabilidad, que no juzgaba indigna a una muchacha sólo porque fuera una var inferior. No tenía importancia que no hubiera visto jamás al objeto de su fijación. Maia se creó la imagen mental de una sabia o una alta funcionaria de una de las ciudades lejanas y sofisticadas del Continente del Aterrizaje, lo que explicaría la forma estirada y algo aristocrática que tenía Renna de expresarse por escrito. Sin duda procedía de un clan noble, pero cuando Maia se lo preguntó, todo lo que Renna dijo fue:

MI FAMILIA FABRICABA RELOJES PERO

NO HE VISTO NINGUNO DESDE HACE MUCHO

PARECE QUE HE PERDIDO LA CUENTA DEL TIEMPO

Maia no sabía cuándo Renna estaba bromeando o burlándose, aunque por supuesto nunca lo hiciera con mala intención.

Renna tampoco le dio muchas explicaciones de por qué estaba prisionera en aquel lugar.

LAS BELLER SE APROVECHARON

DE UNA VIAJERA SOLITARIA

¡Las Beller! ¡La familia a la que pertenecía Tizbe! El clan de placer que hacía paralelamente un provechoso negocio transportando artículos y realizando servicios de carácter confidencial. ¡Así que Maia y Renna tenían un enemigo común! Cuando así lo dijo, Renna estuvo de acuerdo con lo que pareció una especie de tristeza reluctante. Maia intentó preguntar por «C». y «GRV»., que debían de ser compañeras de clan o aliadas de Renna, pero su compañera reclusa respondió que había algunas cosas sobre las que sería mejor que Maia no supiera nada.

Eso no impidió que hablaran frecuentemente de escaparse.

Primero debían calcular sus posiciones respectivas en la torre de piedra. Tras arrastrarse por el túnel de la ventana, Maia asomó la cabeza y vio una hilera continua de ventanas como la suya que seguían la circunferencia de la ciudadela a cinco metros por encima de la gran galería de patios con columnas que había visto al llegar el primer día. Comparando las posiciones de ciertos rasgos característicos de la torre, llegaron a la conclusión de que la ventana de Renna se hallaba justo al otro lado del recodo, cara al este, mientras que la de Maia miraba hacia el sureste. Volviéndose en dirección opuesta, Maia podía distinguir la puerta-rampa del santuario inconcluso, abandonada y cubierta de polvo de la pradera.

Maia estaba llena de ideas. Le contó a Renna su experiencia destejiendo alfombras, y aprendiendo a fabricar una cuerda. Aunque aprobaba su entusiasmo, Renna le recordó que la caída era excesiva para confiar en un puñado de hilos entrelazados a mano por una aficionada.

Tras mirar su trabajo, Maia se vio obligada a admitir que Renna tenía probablemente razón. No obstante, siguió pasando parte de cada día destejiendo tramos de dura fibra y atándolos formando una cuerda del grosor de un dedo, intentando imitar de memoria la manera de hacerlo de los marineros a bordo del
.Wotan
.
.Me sirve para mantenerme ocupada
, pensó. Mientras Renna continuaba con sus intentos nocturnos de pedir ayuda por radio, Maia quería contribuir, aunque fuera con algo tan nimio como una cuerda trenzada.

Tuvo el cuidado de esconder a sus carceleras toda señal de que fabricaba una cuerda o de que hablaba con Renna. Durante las comidas, Maia les decía lo fascinada que estaba con el Juego de la Vida, y lo agradecida que se sentía por haber sido introducida a su complicado mundo. Los ojos de las guardianas centellearon como esperaba. Todo lo que las Guel querían era el consuelo de la rutina. Y ella se lo concedía felizmente.

Así que fue para ella una sorpresa oír el ruido de las llaves una tarde, horas antes de la cena. Maia apenas consiguió arrojar una alfombra sobre su trabajo y levantarse antes de que la puerta se abriera. Al entrar, las dos guardianas Guel parecían tensas, agitadas. Maia entendió por qué cuando una figura familiar se interpuso entre ellas.

.¡Tizbe Beller! La antigua ayudanta del vagón de carga contempló la habitación, las manos cruzadas a la espalda. Una expresión de disgusto levemente divertido cruzó su joven rostro al advertir la toalla manchada de sudor que colgaba junto a la cascada palangana, y la bacina cubierta al lado. Arrugó la nariz, como si captara olores que una ruda var no pudiera advertir. Maia se obligó a permanecer erguida.
.Adelante, despréciame cuanto quieras, Tizbe. Me he mantenido en forma y civilizada aquí dentro. ¡Ponte en mi lugar, a ver si lo haces mejor!

Su gesto desafiante debió de notarse. Aunque la diversión de Tizbe continuó, su expresión cambió.

—Bueno, el cautiverio no parece haberte hecho daño, Maia. No donde importa. Estás floreciendo, no cabe duda.

—Vete a la Tierra, Tizbe. Y llévate a tus amigas Jopland y Lerner.

La clónica fingió una mueca de disgusto.

—¡Qué lenguaje! Sigue así, y te volverás demasiado burda para la sociedad educada.

Maia se rió, cortante.

—Puedes meterte tu educación…

Pero Tizbe volvió a derrotarla, simplemente sofocando un bostezo y agitando vagamente una mano ante ella.

—Oh, ahora no, si no te importa. Ha sido un viaje duro y tengo que marcharme pronto. Ya veremos. Antes quizá tenga oportunidad de pasarme de nuevo y decirte adiós.

Entonces, para sorpresa de Maia, se volvió para marcharse.

—Pero… ¿no estás aquí para…?

Tizbe la miró desde la puerta.

—¿Para interrogarte? ¿Para torturarte? Ah, eso sería lo adecuado según esas noveluchas que me han dicho que estás leyendo. Villanas que sonríen y se frotan las manos, y hablan mucho con sus pobres víctimas.

Maia se la quedó mirando.

—¿Una qué más?

Tizbe se metió la mano en una de sus mangas y sacó una hoja de papel doblado. Tras un instante, Maia reconoció el panfleto que había aceptado en Lanargh de la joven hereje de las gafas. Así que sus captoras habían ido a Holly Lock y habían rebuscado entre sus cosas. Ni siquiera se molestó en hacerse la ofendida.

—Venturista… ¿crees que soy una de ellas, a causa de eso?

Tizbe se encogió de hombros.

—Parecía improbable que una espía llevara consigo una prueba tan evidente. Pero hiciste una llamada desde Jopland, y eso es motivo suficiente para tomar precauciones. Has hecho que la mirada de los oficiales se vuelva hacia aquí antes de lo esperado, y tendrás que pagar por ello —sonrió—. Con todo, tenemos las cosas bien controladas. Si no fuera por asuntos más urgentes, no me habría molestado en recorrer todo este camino. Tal como están las cosas, me sentí obligada a comprobar cómo estabas, Maia. Me alegra no encontrarte consumida por la autocompasión, como esperaba. Tal vez, cuando todo esté zanjado, tengamos una charla sobre tu futuro.

Puede que haya sitio para una var como tú…

Maia la interrumpió.

—¿En tu banda de criminales? Hatajo de… —Buscó las frases que había oído en la radio de Thalia, en la Casa Lerner—. ¡Exploradoras insensibles!

Tizbe sacudió la cabeza, sonriendo.

—¿Mostrando por fin tus colores radicales? Bueno, la soledad y la reflexión pueden hacerte cambiar de opinión. Haré que te envíen algunos libros. Te mostrarán el sentido de lo que estamos haciendo. Cómo es bueno para Stratos y todas las mujeres.

—Gracias —replicó Maia, cortante—. No te molestes en incluir
.El modo Perkinita
. Ya lo he leído.

—¿Oh, sí? — Tizbe alzó las cejas—. ¿Y?

Maia esperó que su sonrisa mostrara piedad e indulgencia.

—Creo que a Lysos le hubiera gustado estudiar bajo un microscopio a enfermas como vosotras, para ver qué hizo mal.

Por primera vez, la reacción de la otra mujer no fue una máscara prefabricada. Tizbe se enfureció.

—Disfruta de tu estancia, niña-var.

Las guardianas la siguieron al salir, intentando no mirar a Maia a los ojos mientras cerraban la puerta, que luego aseguraron con un duro y metálico chasquido de acero Lerner.

A Tizbe le importo un comino. Sólo soy una molestia que hay que almacenar y olvidar.

Confirmar lo que ya sabía sobre su insignificancia en el mundo fue otro golpe para el orgullo de Maia.

Así que no ha venido hasta aquí por mí, sino por algo «urgent»..

Maia lo supo con súbita certeza.
.¡Se trata de Renna!

La posibilidad de que su amiga corriera peligro la aterrorizó. Corrió a la pared, donde el tablero de juego estaba ya conectado, pero luego se detuvo. La distancia entre sus celdas no era grande. Tizbe podía estar ya ante la puerta de Renna cuando Maia tecleara una advertencia, y si oía los golpecitos, comprendería que las prisioneras tenían una forma de comunicarse. Maia imaginó cómo sería la vida si se encontraba otra vez aislada. La terrible sensación de amenaza y vacío fue similar a la de la primera vez que comprendió que Leie había muerto.

Sentarse ante el tablero sólo aumentó la sensación de impotencia de Maia. Se levantó y subió a su pirámide de cajas para arrastrarse hasta la ventana y asomar la cabeza al borde rocoso para contemplar la puerta principal. Allí divisó varias figuras que se ocupaban de un puñado de caballos. Las escoltas de Beller, sin duda.

Se bajó. Para evitar caminar inútilmente de un lado a otro, se sentó y siguió trenzando su cuerda, manteniendo el lápiz a mano y esperando ansiosamente los chasquidos que le indicaran que Renna se encontraba bien. El largo y duro silencio se prolongó hasta que un manojo de llaves le hizo cubrir su trabajo con la alfombra una vez más.

BOOK: Tiempos de gloria
4.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

My Lady Pirate by Harmon, Danelle
Fire Girl by Matt Ralphs
Finding Somewhere by Joseph Monninger
Alice At The Home Front by Mardiyah A. Tarantino
The Lost by Jack Ketchum
Prairie Tale by Melissa Gilbert