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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (39 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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—¡Cy debe de haberlo oído! —gritó Renna, mientras el cañón hacía que las estrellas móviles se perdieran de vista—. Contactó con Groves. ¡Han venido a buscarnos!

.A buscarte, querrás decir, pensó Maia. Con todo, se sentía alegre, inmensamente alegre. Aquello probaba sin lugar a dudas la importancia de Renna, por el hecho de que Caria hubiera enviado una fuerza hasta tan lejos, violando la soberanía de la Comunidad de Valle Largo, e incluso arriesgándose a una batalla.

Baltha, Thalla y Kiel se negaron a considerar siquiera volver atrás.

—¡Pero es un grupo de rescate! Sin duda han venido con fuerzas suficientes para…

—Muy bien —reconoció Kiel—. Eso distraerá a las zorras. Las mantendrá lejos de nuestra pista. Tal vez se entretengan tanto arañándose y discutiendo, que podamos llegar sin contratiempos a la costa.

Maia comprendió lo que estaba sucediendo. Kiel y sus amigas habían invertido mucho en el rescate de Renna.

Al parecer, no estaban dispuestas a entregarlo a un pelotón de mujeres policía, que podrían decir que lo habían liberado esta noche de todas formas. Desde el punto de vista de Kiel, era mucho mejor entregarlo en persona a una magistrada en Grange Head, donde su éxito sería indiscutible y la recompensa estaría garantizada.

Maia vio que Renna lo consideraba. ¿Intentarían las mujeres detenerlo si se daba la vuelta? La fuerza de un hombre podría no compensar la mundana ferocidad de Baltha, que parecía una luchadora nata y siempre tenía a mano su palanca. Las fuerzas serían dudosas en invierno, cuando los temperamentos masculinos se dirigían a su nadir. Las probabilidades de Renna aumentarían con Maia de su parte, pero no estaba segura de poder luchar contra Thalla y Kiel.

De todas formas, suponiendo que en efecto él se diera la vuelta… Tizbe no habría esperado mucho para seguir su pista. Aunque las fuerzas carianas tomaran la ciudadela-prisión, era probable que Renna y Maia se toparan con la Beller y sus guardianas en la pradera abierta. Sólo serían capturados y llevados a otro agujero, probablemente mucho peor que el que acababan de abandonar.

.Realmente no tenemos muchas opciones, comprendió Maia.

Sin embargo, en ese momento sus lealtades cristalizaron. Se situó junto a Renna, dispuesta a apoyar lo que él decidiera. Hubo una larga pausa mientras el sonido de los motores se convertía gradualmente en un susurro, y luego en nada. Por fin, el hombre se encogió de hombros.

—Muy bien, sigamos cabalgando.

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 40.157 Ms

Cy se quejaba de tener que utilizar códigos arcaicos para guiar mi lanzadera por el antiguo rayo de tracción para el aterrizaje. Yo estaba demasiado nervioso para ponerme en su lugar.

—¿Quién tuvo que aprender un idioma completamente nuevo? —gruñí, mientras las llamaradas blancas lamían las escotillas y una densa atmósfera aplastaba mi crisálida como una uva en un lagar—. Se supone que es un dialecto basado en el Florentiniano, pero tienen voces que nadie ha visto antes: femeninas, masculinas, neutras y clonales… con casos redundantes, declinaciones y partículas intercambiables…

Yo charlaba para no caer en el terror más absoluto. Incluso esa distracción se desvaneció cuando Cy me pidió que me callara y la dejara concentrarse en soltarme abajo de una sola pieza. Eso no me dejó otra cosa que escuchar los alaridos del caliente viento contra el casco, a centímetros de mis orejas. Los aterrizajes normales son malos. Pero nunca había oído sonidos como aquéllos. Los stratoianos respiran un aire tan denso que se puede nadar en él.

Como era verano cuando el Consejo votó por fin concederme permiso para aterrizar, las auroras me siguieron, cortinas de electricidad recubiertos de hilos electromagnéticos que fluyen de la compañera enana del sol rojo. Yo me dirigía a altitudes bajas, pero aun así, lazos de relámpagos iónicos hacían que las chispas crepitaran sobre una consola, incómodamente cerca de mi brazo.

La crisis balística pasó. Pronto la lanzadera cortó túneles a través de enormes nubes de vapor de agua, y luego giró en un arco de frenado sobre un manto de oscuros bosques y brillantes prados.

Finalmente, los destellos junto a un arroyo indicaron claros signos de vida e industria. Durante casi un año terrestre, yo había contemplado aquel terreno desde el espacio, medio muerto por el tedio de la espera. Ahora me apretaba contra la ventana, absorbiendo la hermosura de Stratos… el sombrío brillo de la vegetación nativa y el verdor más luminoso de la vida derivada de la Tierra, el titilar de sus lagos multicolores, la refracción atmosférica que da a cada horizonte una sutil curvatura cóncava. Las montañas se alzaron para rodearme. Con una zambullida final que hizo que mi estómago diera vueltas, Cy fijó la lanzadera sobre veinte hectáreas de pavimento, moteado aquí y allá por parches de hierba intrusa. Para cuando la lanzadera se enfrió lo suficiente para tender una estrecha rampa, ya me estaba esperando un comité de bienvenida.

Imagino que sus túnicas bordadas habrían alcanzado precios de magnate en Pleasence, o incluso en la Tierra. Ninguna de las cinco mujeres de mediana edad sonreía. Mantuvieron la distancia mientras yo descendía, y cuando intercambiamos reverencias. Ninguna se ofreció a estrecharme la mano.

Me han dispensado acogidas más cálidas… y también mucho peores. Dos de las mujeres se identificaron como miembros del Consejo reinante. Una tercera llevaba hábitos de religiosa y alzó los brazos en lo que parecía ser una cautelosa bendición. El par restante eran decanas universitarias con las que ya había hablado por videx. La Sabia Iolanthe, que parecía a la defensiva, con sus ojos grises penetrantes y evaluadores, y la Sabia Melonni, que había parecido amistosa durante las largas negociaciones, pero que ahora se mantenía a distancia, observándome como si fuera un espécimen de una especie rara y dudosa. Una especie con fama de morder.

Durante los meses que me he pasado contemplando el planeta lleno de frustración desde la órbita, he visto cómo la mayoría de los asentamientos confían en la energía eólica, solar y animal para el transporte, siempre dentro de la línea de lo que conozco de la ideología Lyso-Herlandista. No obstante, las regiones industrializadas hacen algún uso de los vehículos de combustión. Así que me condujeron a un cómodo coche equipado con un motor de hidrógeno y oxígeno. Para mi asombro, casi todo lo demás, desde el chasis a la decoración, estaba tallado en madera fina. Más tarde comprendí que esto no era solamente un reflejo de la escasez de metales del planeta. Se trata de una especie de declaración de principios.

Me senté solo en un compartimento, aislado de las demás por un cristal. No me importó. Mis intestinos se quejaban ruidosamente del tratamiento previo al aterrizaje y, a pesar de haber pasado varios megasegundos aclimatándome a una atmósfera de Stratos simulada, mis pulmones trabajaban audiblemente en el denso aire. Un asalto de extraños olores me mantenía ocupado conteniendo estornudos, y la presión parcial del dióxido de carbono me provocaba repetidos bostezos. Debo de haber sido todo un espectáculo.

Sin embargo, nada de esto parecía importar en mi júbilo por haber aterrizado por fin. Parece un mundo y una gente sofisticada y digna, sobre todo en comparación con la que encontré en Digby, o en Cielo, dejado de la mano de Dios. Estoy seguro de que podemos llegar a un entendimiento.

Cuando nuestro vehículo llegaba a borde del campo de aterrizaje, se nos situaron escoltas delante y detrás… escuadrones perfectamente dispuestos de
.caballería
; formaban un espectáculo espléndido con sus corazas y yelmos brillantes. La impresión de uniformidad y disciplina aumentó cuando vi que la unidad estaba compuesta enteramente por altas mujeres de una misma familia de clones de Stratos, idénticas hasta el último botón y rizo de pelo. Las soldados tenían un aspecto formidable. Mi primer contacto directo con la especialización de los clanes en acción.

Al salir de la zona de aterrizaje pasamos por el otro sector del espaciopuerto, las instalaciones de despegue, con sus rampas y raíles de impulsión para enviar cargamentos al cielo (algo que quizá deban hacer con mi propia lanzadera cuando llegue el momento de partir).

No vi ningún signo de actividad. A través de un intercomunicador, una de las eruditas me explicó que las instalaciones eran plenamente operativas.

—Cuidadosamente conservadas para su uso ocasional —dijo, agitando alegremente una mano.

No pude imaginarme qué significaba «ocasiona». para aquella gente. Pero la palabra me inquietó.

14

El océano la rodeaba, amenazando con engullirla. Se aferró a una tabla rota y resbaladiza, sacudiéndose y agitándose mientras las olas contrarias luchaban por apoderarse de ella. La lluvia caía en ráfagas cegadoras, impulsada por los vientos de la galerna. En la distancia, vio un barco de vela alejarse, abriéndose paso entre las altas olas, ignorando sus llamadas, sus súplicas para que volviera.

En la cubierta del barco que se alejaba, una muchacha miraba en su dirección, ciegamente, sin ver.

La muchacha tenía su propio rostro…

El temor aumentó. Maia quiso escapar. Pero los sueños tenían su modo de atraparla haciéndola olvidar que había un mundo «rea». al que huir. Hizo falta un susurro de verdadero sonido entrometiéndose en el paisaje del sueño para proporcionar algo que la hiciera volverse hacia arriba, hacia fuera, hacia el estado consciente.

Se preguntó aturdida cómo estaba allí, envuelta en una áspera manta de lana, tendida sobre el duro suelo. Las paredes de piedra del cañón se parecían a las de su celda, frías y enclaustrantes, y las nubes bajas que gravitaban en el cielo semejaban un techo gris. Se apoyó en un codo, se frotó los ojos, y contempló las ascuas de una diminuta hoguera, luego los caballos amarrados que mordisqueaban hierba junto al arroyo. Dos formas acurrucadas yacían lo bastante cerca para darle calor por un lado. Por el pelo desordenado que asomaba de las mantas, reconoció a Thalla y Kiel y se relajó un poco, recordando que se encontraba entre amigas. Maia sonrió, pensando una vez más en lo que habían hecho, al rescatarla del pozo en donde Tizbe Beller y las Jopland y las Lerner la habían encerrado.

Volviéndose hacia el otro lado, Maia vio dos mantas vacías. La más cercana seguía estando levemente cálida al contacto. La marcha de aquella persona era lo que probablemente habría interrumpido su sueño, sacándola de la pesadilla y apartándola del recuerdo de Leie.

.Oh, sí. Renna. El Exterior había sido una agradable fuente de calor en el frío anterior al amanecer, cuando se desplomaron agotados tras su dura cabalgada. Ver su bolsa azul y el tablero del Juego de la Vida la tranquilizó, pues indicaban que no se había marchado para siempre.

La rubia grande, Baltha, había estado durmiendo un poco más allá. Maia se recostó, y contempló el cielo. ¿Por qué querrían los dos levantarse al mismo tiempo? ¿Importaba? No le sería difícil volver a conciliar el sueño… y esperaba que no fuera una pesadilla…

Un leve sonido (guijarros rodando por una pendiente) acabó de despejarla e hizo que tomara una decisión mientras se incorporaba. Tras ponerse los zapatos, Maia se arrastró para apartarse de la forma inmóvil de Thalla antes de levantarse y dirigirse hacia la fuente del ruido, en algún lugar corriente arriba, donde los acantilados se habían desmoronado para dar paso a un terreno en pendiente. Un destello de movimiento atrajo su atención cuando rodeaba la loma más cercana. Se encaminó en esa dirección y pronto estuvo escalando peñascos, pulidos y congelados por las sucesivas inundaciones del verano.

El cañón, al ensancharse, protegía menos del frío. Maia exhaló vaho y los dedos se le entumecieron cuando se agarró a las rocas cubiertas de escarcha. Un aroma vagamente familiar le abrió las aletas de la nariz y la arrastró a revivir los inviernos en la Casa Lamatia, cuando Leie abría como solía los postigos de par en par las mañanas de invierno, se golpeaba el pecho e inhalaba el aire helado mientras Maia se quejaba y se acurrucaba entre las mantas. El recuerdo provocó en ella una sonrisa leve y triste mientras escalaba.

Maia se detuvo, prestó atención. Hubo un roce, una piedra cayendo pendiente abajo un poco más adelante, a su derecha. El camino parecía peligroso. Se detuvo, dividida entre la curiosidad y la creciente urgencia de su vejiga repleta. Ahora que estaba completamente despierta, parecía un poco absurdo seguir a personas que estaban haciendo sin duda lo que ella misma debería hacer tras encontrar el lugar adecuado.
.Vamos a ocuparnos del asunto, ¿eh?
Empezó a buscar a su alrededor un hueco convenientemente resguardado del viento.

El primer lugar donde lo intentó ya tenía un ocupante. O varios. Un chirrido siseante hizo que Maia se apartara atemorizada de un salto mientras un
.arco iris
viviente se agitaba ante ella. Se alejó apresuradamente del hueco donde una madre zim-rozadora cuidaba a sus pequeños: un puñado de diminutas bolsas de gas que se inflaban y desinflaban rápidamente, silbando en imitación de su beligerante progenitora. Primos pequeños de los flotadores-zoor, los rozadores tenían mucho peor temperamento, y unas púas venenosas que espantaban a los pájaros descendientes de la Tierra que buscaban su tierna carne. Las espinas causaban feroces erupciones alérgicas al humano que tenía la desgracia de rozar una. Maia retrocedió, sin dejar de observar aquellas formas engañosamente diáfanas. Una vez estuvo a salvo fuera de vista, se dio la vuelta y corrió por el estrecho sendero.

Fue entonces cuando, al rodear un recodo, vio a alguien delante.

Baltha.

La mujer alta estaba agachada, mirando por entre unos peñascos algo situado pendiente abajo, fuera del campo de visión de Maia. En el suelo, junto a la var, había una pequeña pala de campamento y una caja de madera cerrada, lo bastante pequeña para guardarla en una mano. Mientras miraba fijamente hacia delante, Baltha extendió la mano para acariciar una roca cercana, luego se llevó los dedos a la cara, y olisqueó.

Maia parpadeó.
.Por supuesto
. Observó las rocas cercanas y vio, entre pequeños montones de nieve normal, vetas que brillaban con un destello diamantino.
.Escarcha de gloria. Es invierno, claro
. El efecto de las estaciones era mayor sobre los altos vientos estratosféricos que sobre la enorme masa de mar y tierra y aire de debajo.

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