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Authors: David Brin

Tags: #Ciencia Ficción

Tiempos de gloria (42 page)

BOOK: Tiempos de gloria
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Renna sonreía feliz, y dio a Maia un apretón en el hombro, pero por dentro ella se sentía ya poniendo distancia entre ambos, protegiéndose de otra inevitable y dolorosa despedida.

Cuaderno de Bitácora del Peripatético

Misión Stratos

Llegada + 40.177 Ms

Caria, la capital, rodea y adorna una altiplanicie que domina la desembocadura en el mar de tres ríos.

Sus habitantes la llaman la «Ciudad de Or»., por los tejados amarillos de los clanes que cubren las famosas trece colinas. Pero desde la órbita he visto un panorama más digno de ese nombre. Al amanecer, las paredes de piedra cristalina de Caria reciben la luz del sol, y la devuelven al espacio en un espectro que los paneles de Cy presentan como un halo ámbar. Es una maravilla, incluso para alguien que ha visto ballenas flotantes pastar en nubes de espumosa creill por encima y entre las metrotorres de Zaminin.

A menudo, a lo largo del último año, he deseado tener a alguien para compartir esas visiones.

Las viajeras entran en Caria a través de una ancha puerta de granito rematada por un majestuoso friso: Palas Atenea, antigua protectora de las habitantes de las ciudades, con el sabio rostro de la jefa fundadora de la colonia. Por desgracia, la escultora no consiguió captar la sonrisa sardónica (que yo he llegado a conocer tras estudiar los archivos de a bordo) de Lysos cuando era una simple profesora-filósofo en Florentina y hablaba en términos abstractos sobre cosas que más tarde pondría en práctica.

Como nuestra procesión llegó desde el espaciopuerto, todo parecía pacífico y en orden, aunque sin duda aquellas majestuosas murallas de la ciudad no habían sido construidas sólo por decoración.

Delimitan claramente el exterior del interior. Son una defensa.

El tráfico fluía bajo el caduceo extendido de Atenea, cuyas serpientes entrelazadas representaban la espiral del ADN. Para evitar llamar la atención, nuestra escolta a caballo se detuvo en ese punto mientras que mis guías y yo seguimos en coche.

Mi aterrizaje no es un secreto, pero no se le ha dado demasiada importancia. Como en la mayoría de los mundos deliberadamente pastorales, los medios de comunicación en competencia están prohibidos.

El Consejo censuró cuidadosamente las emisiones, que en cierto modo retratan el contacto renovado con el Phylum como un acontecimiento menor aunque teñido de una amenaza de calamidad.

Escuchando la radio nunca he podido hacerme una idea de cómo piensa la mujer media de la calle.

Me pregunto si tendré la oportunidad de averiguarlo.

Al pensar en la vida en un planeta de clones, no pude dejar de imaginar falange tras falange de rostros uniformes… enjambres de bípedos idénticos con los ojos en blanco moviéndose con lentos pasos coordinados. Una caricatura de los humanos como hormigas, o como abejas.

Tendría que haber sabido que no. La multitud se apiñaba en las puertas, aceras y puentes de Caria, discutiendo, mirando, regateando y riendo como en cualquier otro mundo homínido. Sólo de vez en cuando distinguía claramente a una pareja, o un trío o un quinteto de clones, e incluso dentro de esos grupos las hermanas se diferenciaban en edad y vestimenta. Estadísticamente, la mayoría de las mujeres que vi debían de ser miembros de algún clan partenogenético. Sin embargo, las personas no son abejas, y ninguna ciudad humana será jamás una colmena. Mi primera impresión mostraba un amasijo de tipos, altos y bajos, delgados y gruesos, de todos los colores… difícilmente un estereotipo de homogeneidad.

A excepción de la ausencia casi total de varones, claro. Vi a algunos niños pequeños jugando, y a un puñado de viejos con las bandas verdes en los brazos que indicaban que estaban «retirado».. Pero, al ser verano, los hombres maduros eran más escasos que los albinos al mediodía, y el doble de sospechosos. Cuando vi a uno, pareció fuera de lugar, claramente consciente de su altura, y se hacía a un lado para dejar paso a los grupos de mujeres. Sentí que, como yo, estaba allí como invitado, y lo sabía.

La ciudad no fue construida por o para gente como nosotros.

Las líneas clásicas de los edificios públicos de Caria remitían a los de la Vieja Tierra, con amplias escalinatas y fuentes esculpidas donde las viajeras se refrescaban y daban agua a sus bestias. La clara preferencia por patas y cascos sobre el tráfico rodado me recuerda la planificación urbana de Dido, donde los coches y camiones son conducidos a su destino sin que se los vea, dejando las principales avenidas con ritmos más plácidos. Siguiendo una guía oculta, nuestro coche hecho a mano pasó junto a los bajos bloques de apartamentos y los rebosantes mercados de un barrio populoso que Iolanthe llamó «Ciudad Va»., y luego ascendió hacia estructuras más elegantes, parecidas a castillos, con jardines y pulidas torretas, cada una ondeando el estandarte heráldico de algún noble linaje.

Mis escoltas se detuvieron brevemente en la empalizada interna que guarda la acrópolis. Allí, vi por primera vez de cerca a los lúgars, criaturas velludas descendientes de los Ursimios de Vega, arrastrando bloques de piedra bajo la batuta de una paciente cuidadora. Al parecer Lysos diseñó a los lúgars para eliminar uno de los argumentos para tener hijos: la ocasional necesidad de fuerza bruta. Otra solución, los robots, habría requerido una perpetua base industrial, peligrosa para el programa de las Fundadoras.

Así que, como es típico, propusieron en cambio algo autosuficiente.

Al ver a los lúgars manejar grandes planchas, no pude dejar de sentirme debilucho en comparación…

lo que tal vez formara también parte del plan.

No estoy aquí para juzgar a las stratoianas por elegir una solución pastoral a la ecuación humana.

Todos los caminos tienen su precio. Mi orden requiere que un peripatético, sea hombre o mujer, aprecie todo lo que ve, en cualquier mundo del Phylum. «Aprecia». en el sentido estricto de la palabra. Las reglas no dicen que tenga que aprobarlo.

Las constructoras de Caria usaron los contornos naturales de la altiplanicie central para construir templos y teatros, tribunales, escuelas y campos de deporte… todo lo cual describieron con orgulloso detalle mis apasionadas guías. Zonas ajardinadas acompañaban el paseo central junto a complejos impresionantes (la Autoridad del Equilibrio y la majestuosa universidad), hasta que por fin nos acercamos a un par de ciudadelas de mármol con altos pórticos con columnas. Los corazones gemelos de Caria. La Gran Biblioteca a la izquierda, y a la derecha, el Templo principal, dedicado a la Madre Stratos.

… Y Lysos es su profeta.

Con el trayecto habían conseguido su objetivo evidente. Su capital es un espectáculo digno de cualquier mundo. Yo estaba impresionado, y me encargué de dejarlo bien claro.

15

La maquinista Musseli colocó a sus pasajeras lejos de los controles, cerca de las cálidas pilas de células energéticas que ponían en marcha a la locomotora.

Maia arrugó la nariz ante el familiar olor a polvo de carbón que se alzaba del depósito de reserva, aunque se sentía demasiado excitada para dejar que eso la perturbara. La libertad era una fragancia fuerte que la afectaba como una borrachera. Su corazón se aceleró cuando se inclinó tras la cubierta de la batería y abrió una estrecha y polvorienta ventanilla para dejar que el aire fresco le golpeara la cara.

La pradera corría en el exterior, iluminada por la luz perlada y difusa de la recién salida Durga. Había barrancos y cañadas, postes y ajados batallones de haces de heno, y de vez en cuando bosquecillos allí donde el terreno poroso retenía la suficiente agua de lluvia para mantener los árboles nativos.

Maia había llegado a odiar estas llanuras, aunque ahora, con la huida al fin creíble, la tierra parecía susurrar su propia versión de la historia, extendiéndose para persuadirla con su extraña belleza.

.Las tormentas de verano me afectan. El viento y el ardiente sol resecan mi suelo empapado. En invierno, el hielo rompe los guijarros dispersos y los convierte en polvo. El pobre barro se escurre y rezuma. Yo sangro.

.Y lo que dejan el viento y el sol y el hielo, las humanas lo rompen con arados de hierro, o lo cuecen en forma de ladrillos, o lo convierten en dorado grano que transportan por el mar.

.¿Dónde están mis saltarines linguros? ¿Las pantoteras que pastaban, o los vivaces boks enroscados, que solían recorrer mi llanura en gran número? No pudieron competir con las vacas y ratones. O, si lo hicieron, las humanas intervinieron, mejorando las tendencias que eligieron. Nuevos cascos marcan mis senderos, mientras que los viejos se marchitan en los zoos.

.No importa. Que las invasoras desplacen a las criaturas nativas, que desplazaron a otras a su vez. Que mi suelo se convierta en roca, en arena, en suelo otra vez. ¿Qué diferencia crean los cambios, cribados por el tamiz del tiempo?

Yo espero, permanezco, con la paciencia de la piedra.

Renna, y luego Kiel, instaron a Maia a acostarse donde otra media docena de mujeres yacían juntas como balas de algodón, todas en la misma postura a falta de espacio para volverse. Pero la incomodidad no las mantenía despiertas. En palabras de Thalla, no eran clones melindrosas a las que molestaba un guisante bajo el colchón.

Sus sincronizados ronquidos pronto ahogaron el suave rumor de los motores eléctricos.

—No, gracias —dijo Maia a sus amigos—. No podría dormir. Ahora no. Todavía no.

Kiel se limitó a asentir, acomodándose en un hueco cerca de la caja de frenos para dormir sentada. También Renna llegó a su límite. Tras acribillar a la maquinista con preguntas durante media hora, consideró que ya era suficiente, algo extraño en él, y se derrumbó sobre las mantas que habían colocado para su disfrute en el espacio más amplio, una plataforma que cubría la caja de marchas de la locomotora. Su sonido, como una nana, pronto lo hizo roncar como las mujeres.

Maia abrió su sextante y avistó unas cuantas estrellas familiares. Aunque la fatiga y la vibración de la máquina eran un impedimento, pudo verificar que seguían la dirección adecuada. Eso no excluía del todo la posibilidad de traición
.¿Me estoy volviendo cínica con la edad?
, se preguntó secamente), pero era tranquilizador saber que cada segundo que pasaba los acercaba más al mar. Maia olvidó sus recelos.
.Kiel y las demás saben más que yo, y parecen bastante confiadas.

Maia no era la única insomne que hacía silenciosa compañía a la maquinista. Baltha montaba guardia junto a la ventanilla de babor, acariciando su palanca igual que si fuera un bastón de combate corto, como si estuviera ansiosa por asestar un solo golpe a las enemigas antes de culminar su huida. Una vez más, la fornida mujer intercambió una larga y enigmática mirada con Maia. Baltha se pasó la mayor parte del viaje mirando hacia delante y acechando el peligro, mientras Maia procuraba hacer lo mismo en la parte de estribor. Aunque ninguna de las dos podía ver mucho en la oscuridad.
.A esta velocidad, difícilmente veremos nada antes de golpearlo.

Los reflejos de la luna en los rectos raíles se difractaban hipnóticamente en sus párpados entrecerrados. Maia los dejó cerrarse
.sólo un minuto o dos
. Sin embargo, las imágenes no se interrumpieron. Siguió imaginando la locomotora, atravesando una quimérica versión de la estepa, al principio igual que la llanura de fuera, luego cada vez más como el paisaje de un sueño. Las gentiles y congeladas ondulaciones de la pradera empezaron a moverse, a rodar como olas del océano que lamieran cada lado de los firmes raíles de acero.

Una fiera certeza asaltó a Maia. Había algo delante, fuera de la vista. La premonición se manifestó como una imagen vívida y presciente de la veloz máquina dirigiéndose inalterable hacia un choque con una alta montaña de rocas que la sonriente Tizbe Beller acababa de colocar sobre las vías.

.Corre si quieres
—canturreaba amenazante su antigua torturadora, como una bruja de cuento—.
.¿Crees de verdad que podrás escapar al poder de los grandes clanes, si realmente quieren detenerte?

Maia gimió, incapaz de moverse o despertar. La barricada fantasma se alzó, gráfica y aterradora. Entonces, momentos antes del impacto, las piedras que formaban la pared se transformaron. En un breve instante, se metamorfosearon en brillantes huevos, que se abrieron, liberando gigantescas aves pálidas. Las aves extendieron sus enormes alas y escaparon de los fragmentos de huevo y, exhalando fuego, volaron sin ataduras para reunirse con sus hermanas, las brillantes estrellas.

En su sueño, Maia no sintió ningún alivio por verlas marchar. En cambio, oleadas de soledad la asaltaron, como una sacudida.

.¿Cómo es posible?, se preguntó. Una vieja queja de la infancia.
.¿Cómo es posible que ellas vuelen… mientras que yo debo quedarme atrás?

La mañana llegó mientras Maia seguía dormida, acurrucada en una sábana que humeó cuando la alcanzó el sol recién salido. Renna sacudió amablemente su hombro, y le puso una taza de tcha caliente entre las manos.

Parpadeando ante su rostro despejado, Maia sonrió agradecida.

—¡Creo que vamos a conseguirlo! —comentó el hombre con una tensa confianza que Maia encontró encantadora. Se habría sentido dolida si él lo hubiera dicho sólo para contentarla. Pero más bien parecía que
.ella
fuera la adulta, encantada e indulgentemente atraída por el ingenuo optimismo de él. Maia no tenía ni idea de la edad que Renna pudiera tener, pero ponía en duda que el hombre olvidara alguna vez su ardiente y alocado entusiasmo por las cosas nuevas.

El desayuno consistió en mijo y azúcar moreno mezclados con agua caliente de la caldera auxiliar de la máquina. El tren fugitivo no se detuvo mientras comían, ni redujo la marcha siquiera. En las praderas se veían ahora rebaños pastando. De vez en cuando, una vaquera desconocida alzaba el brazo para saludar a la veloz locomotora.

Mientras comprobaba sus instrumentos, la maquinista Musseli dijo a Maia y a los demás lo que había oído el día anterior, antes de acudir a la cita. Había habido lucha en el santuario-prisión, la misma noche que Maia y Renna vieron aparatos voladores cruzar el cielo. Agentes de la Autoridad Planetaria, sirviéndose del elemento sorpresa para compensar su escaso número, aterrizaron en la torre de piedra y se apoderaron de la antigua cárcel.

.Demasiado tarde para servirnos de algo, pensó Maia con ironía.
.Excepto para distraer a las Perkies. Con eso nuestras posibilidades podían mejorar un poco.

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