Maia empujó a Charl hacia atrás y fingió lanzar un puñetazo contra la oreja de la otra mujer. Mirando por encima del hombro de Charl, vio que el barco pirata viraba y maniobraba para conseguir suficiente impulso.
—A menos… —Maia jadeó buscando aliento mientras Charl la empujaba contra el mástil del esquife—. A menos de cien metros. Se acercan…
Lo siguiente que Maia supo fue que Charl había cogido un remo y fingía un golpe horriblemente realista. Al esquivarlo, Maia no tuvo oportunidad de mencionar qué más había visto. Entre la multitud de rudas mujeres congregadas en la proa del queche había dos finos objetos pulidos que parecían rifles de caza. Lo único que salvaba ahora a Maia era su cercanía a una figura a la que las saqueadoras consideraban su cómplice.
—Ochenta metros… —dijo Maia, dando un codazo a Charl en las costillas, apartando el remo y alzando las manos unidas como para descargar un mandoble. Charl lo impidió agachándose y agarrando a Maia por la cintura.
—¡Uf!… ¡No tan fuerte!… Sesenta metros…
El queche era hermoso, magnífico en su terrible y estilizada rapacidad. Aunque sólo navegaba a vela, lo hacía a mucha velocidad, apartando los restos de su víctima, la desdichada balsa. Leños y cajas rebotaban en su casco, oscilando en su estela. La empinada superficie de la isla quedaba ahora detrás del esquife. No había escape.
—Cincuenta metros…
En la pugna, la improvisada peluca de Charl resbaló de repente. Las dos mujeres se apresuraron a colocarla en su sitio, pero pudieron oír a una de las saqueadoras que había a proa soltar un exabrupto.
.Nos han descubierto
, advirtió Maia, mirando a través de la distancia cada vez menor entre los barcos, esperando ver cómo una pirata alzaba su rifle.
No hubo sonido, ninguna advertencia, sólo una breve sombra que corrió por la superficie de piedra del acantilado y una pequeña franja de mar empapado de sol. Una de las corsarias del queche miró hacia arriba, y empezó a gritar. Entonces el cielo mismo pareció caer sobre el barco. Una nube de oscuras y pesadas marañas se esparció sobre el mástil y las velas y el agua, seguida de una pesada caja de metal que golpeó la banda de estribor, rebotó… y estalló.
El brillo de las llamas llenó el universo de Maia. Un puño casi sólido de aire comprimido empujó a Charl contra ella, lanzándolas a las dos contra el mástil y emparedando a Maia en un brusco dolor. El
.sonido
se apoderó de la vela, haciendo que se hinchara instantáneamente, y derribó a ambas mujeres, que permanecieron aturdidas en cubierta. El esquife se bamboleó entre las arrítmicas ondas de choque.
Todavía consciente, Maia se sintió salir de debajo del peso de Charl y dirigirse hacia popa. Le retumbaban los oídos y el tiempo parecía estirarse y contraerse, estirarse y contraerse a intervalos irregulares. A cierta distancia, oyó la voz tranquilizadora de Brod murmurando extrañas palabras.
—Estás bien, Maia. No hay hemorragias. Te pondrás bien… Pero ahora hay que prepararse. ¡Agarra esto!
Toma, coge el bastón. Naroin va a llevarnos a popa…
Maia trató de concentrarse. Por su experiencia en situaciones como aquélla supo que tardaría unos minutos en recobrar todas sus facultades. Necesitaba más tiempo, pero no lo había. Poniéndose de rodillas, sintió un palo de madera en las manos, que por pura costumbre se cerraron sobre él de la forma correcta.
.El bastón de combate de Inanna
, reconoció tenuemente, que se hallaba entre las posesiones de la espía muerta. Ahora, si recordara cómo utilizarlo…
Brod la ayudó a encararse hacia el lado adecuado, hacia un objeto cubierto de hollín que apenas unos instantes antes era blanco, orgulloso y exquisito. Ahora el barco yacía convertido en una maraña de cables y sogas caídas.
La mitad de sus velas habían sido destruidas por la bomba casera catapultada en el último momento por dos cautivas que se habían quedado en lo alto del acantilado, esperando el momento de actuar.
—¡Preparaos!
Los oídos de Maia aún estaban llenos de horribles reverberaciones. Sin embargo, reconoció el grito de Naroin.
Al mirar a la derecha, vio a la contramaestre que ya usaba su arco y flechas, disparando mientras Tress guiaba el esquife para que salvara los últimos metros…
La madera chocó contra la madera. Brod gritó, saltó para agarrarse a la borda del barco más grande, con un extremo de cuerda entre los dientes. El joven se aupó y rápidamente ató un nudo, asegurando el esquife.
—¡Cuidado! —gritó Maia. Ordenó a sus músculos que se lanzaran contra una mujer que corría hacia Brod, con un bastón ilegalmente afilado en la mano. Por desgracia, el movimiento descoordinado de Maia sólo rebotó en la amura.
Brod se volvió justo a tiempo de esquivar los golpes de su atacante. Uno le alcanzó de lleno en el hombro izquierdo. Otro le dio en el antebrazo, rasgando su camisa y abriéndole un corte sangriento. Se oyó un chasquido cuando parte del impacto siguió adelante, alcanzándole la cabeza.
El joven y la saqueadora se miraron uno a la otra un instante, ambos aparentemente sorprendidos por seguir todavía en pie. Entonces, con un gemido, Brod apartó el arma de la pirata, la cogió por la camisa, y la lanzó por la borda. La saqueadora chilló, furiosa e indignada, hasta que chocó contra el mar, donde podían verse otras figuras nadando entre los restos de la almadía.
Tress y Naroin subían ya al otro barco para reunirse con Brod, seguidas por una aturdida Charl. Maia se agarró a la borda y se concentró. Tuvo que intentarlo dos veces antes de conseguir pasar por fin una pierna, y luego rodó por la cubierta superior. Sin embargo, al hacerlo, el bastón de combate de Inanna le resbaló de la mano y cayó al bote.
Sangradoras. ¿Vuelvo a recuperarlo?
Maia sacudió la cabeza, mareada.
.No. Sigue adelante. Lucha
.
Fue ligeramente consciente de que otras figuras subían a bordo, sin duda supervivientes de la balsa que se unían al ataque mientras los refuerzos de las enemigas también corrían hacia popa. Hubo bruscos estampidos cuando se dispararon las armas de fuego. Al alzar la cabeza, Maia vio a dos mujeres atacar a Brod mientras otra blandía un cuchillo ante Naroin, que sólo iba armada con su arco, sin flechas. La escena aturdió a Maia, pues su ferocidad superaba con mucho las luchas de Valle Largo, o incluso la del
.Manitú
. Nunca había visto rostros tan llenos de ira y odio. Durante aquellos episodios anteriores, al menos siempre había habido reglas subyacentes. La muerte era posible, pero como efecto secundario, no buscado. Aquí, era el objetivo principal. Habían caído en la abominación: cuchillos y flechas, armas de fuego y hombres luchando.
La mano de Maia cayó sobre un resto de la explosión, un bloque de madera. Sin pensar en lo que estaba haciendo, lo alzó con ambas manos y giró con todas sus fuerzas, alcanzando a una de las contrincantes de Brod en la rodilla. La mujer chilló, y soltó un cuchillo teñido de escarlata; Maia esperaba que no estuviera manchado con la sangre del muchacho. Sin detenerse, le golpeó la otra rodilla. La pirata se desplomó, aullando y agitándose.
Maia estaba a punto de repetir el truco con la otra atacante de Brod, cuando la enemiga ¡simplemente desapareció! Tampoco Brod estaba ya a la vista. En un instante, la lucha debía de haberlo llevado a estribor.
Maia se volvió. Naroin se apoyaba contra la borda, usando su arco como palo improvisado, agitándolo contra dos saqueadoras. La primera mantenía a la policía ocupada con una reluciente espada mientras la segunda se debatía intentando sacar un cartucho encasquillado de un rifle. Antes de que Maia pudiera reaccionar, el cerrojo atascado se soltó. Una bala vacía saltó y la saqueadora introdujo rápidamente otra nueva. Cargada de nuevo el arma, la alzó…
Maia saltó con un grito. La mujer del rifle sólo tuvo un instante para verla venir. Con los ojos como platos, la saqueadora giró el fino cañón.
Otra explosión resonó junto a la oreja derecha de Maia mientras alcanzaba a la pirata y hacía que ambas chocaran contra la borda. La madera se rompió, cedió y las dos cayeron al agua.
.Pero si acabo de subir, se quejó Maia… y el océano la envolvió, apretó sus pulmones y se aferró a sus brazos mientras se debatía en una negrura pegajosa, como de carbón.
Lamatia y Valle Largo me odiaban, el maldito océano me odia. Tal vez el mundo intenta decirme algo.
Maia salió por fin a la superficie con un jadeo explosivo y entrecortado. Giró en el agua mientras buscaba a su alrededor, con la esperanza de encontrar a su enemiga antes de que ella la encontrara. Pero nadie más emergió del mar. Tal vez la saqueadora odiaba tanto la idea de perder su preciosa arma que había acompañado el rifle hasta el fondo. A pesar de todo lo que había experimentado, Maia nunca había matado a nadie conscientemente, y la idea le resultó mortificante.
Preocúpate por eso más tarde. Ahora tienes que volver y ayudarlas.
Maia localizó el barco pirata entre el humo y los restos. Luchando contra la fuerte corriente, agotada e incapaz de oír más que un horrible rugido, se abalanzó hacia el dañado queche. Al menos la cabeza empezaba a despejársele. Por desgracia, eso sólo le servía para darse cuenta de que le dolía todo el cuerpo.
Nadó con fuerza.
¡Rápido! ¡Puede que ya sea demasiado tarde!
Sin embargo, para cuando consiguió volver a subir a bordo, la lucha casi había terminado.
Había trozos de cable por todas partes. La enmarañada masa (restos del mecanismo roto del montacargas) fue la pieza central de su plan. Una red lo bastante ancha para atrapar un barco grande y rápido, incluso si se utilizaba una catapulta improvisada e inadecuada. Fue Brod el que sugirió que la plataforma, con sus explosivos, podría ser también una buena arma. Naroin había dicho que no contaran con ello, pero al final resultó providencial.
.Bueno, nos lo merecíamos, pensó Maia. A pesar de todos los daños causados por la explosión, la colisión, y la batalla, el queche no mostraba indicios de hacer aguas. Además, las corrientes lo estaban apartando de los acantilados rocosos.
Con todo, el aparejo era un desastre. La arboladura y el estay del trinquete habían desaparecido, así como el pavés de babor. Tardarían horas en despejar la mayor parte de los destrozos, y aún más en coser velamen suficiente para ponerse en camino. Que el cielo las ayudara si otro barco pirata aparecía durante ese tiempo.
Si se descartaba esa desagradable posibilidad, un poco de delantera y vientos favorables era todo cuanto las supervivientes necesitaban. Incluso las heridas parecían consolarlas por la idea de la inminente huida hacia el oeste, y la oportunidad de vengar a sus muertas.
Aunque las saqueadoras habían sido pilladas por sorpresa con la emboscada, habría sido una locura que cuatro mujeres intentaran atacar solas con un muchacho. Pero Maia y el resto de la tripulación del esquife contaban con refuerzos ocultos procedentes de una fuente insospechada para las piratas. Sólo unas cuantas de las que se encontraban a bordo de la balsa cuando el barco pirata las localizó permanecieron en ella para soportar los cañonazos. Las otras habían saltado previamente al agua escudadas bajo las cajas vacías que ya habían lanzado antes… aparentemente para aliviar la carga de la balsa. De hecho, flotaban detrás, a cierta distancia, allí donde la enemiga no pensaría en dispararles.
Para esta peligrosa misión sólo se habían elegido a las nadadoras más resistentes. Cuando la tripulación del esquife empezó a abordar el otro barco, atrayendo a popa a todas las saqueadoras, cinco empapadas marineras del
.Manitú
consiguieron nadar hasta la proa y subir, usando garfios. Temblando y casi todas desarmadas, tuvieron sin embargo la sorpresa de su parte. Incluso así, había sido una operación arriesgada y difícil.
Las batallas a pequeña escala pueden basar su éxito en pequeñas diferencias, como supo Maia cuando consiguió enterarse de lo que había sucedido al final. Las dos últimas marineras del
.Manitú
, las responsables de disparar la trampa de la catapulta, fueron quizá las más valientes de todas.
Terminado su trabajo, echaron a correr y saltaron desde lo alto del acantilado para sumergirse en las profundas aguas azules. Sobrevivir a eso fue ya toda una hazaña. Seguir nadando hasta el barco siniestrado, y unirse a la batalla en un dos por tres… la sola idea ya asombraba a Maia. Eran, en efecto, mujeres duras.
Antes de que Maia regresara de su propia excursión al agua, la última oleada de refuerzos sirvió para cambiar las tornas, convirtiendo un sangriento empate en victoria. Ahora diez de las marineras abandonadas, más varias prisioneras bien vigiladas, trabajaban para poner a punto el barco cautivo. El joven Brod, a pesar de llevar vendados los brazos y la cara, se encaramó al mástil roto para, a golpes de hacha, despejar de restos las cuerdas y velas útiles.
Maia tiraba metros de cable por la borda cuando Naroin le dio un golpecito en el hombro. La mujer policía llevaba una carta marina enrollada, que ahora desplegó con ambas manos.
—¿Consigues calcular bien la latitud con ese juguete que te regaló Pegyul? —preguntó.
Maia asintió. Tras sus dos zambullidas en el océano, aún no había inspeccionado el minisextante, y se temía lo peor. Sin embargo, dos días antes había realizado varias mediciones fiables desde la cima de su prisión.
—Veamos… deben de habernos dejado en…
Se inclinó para mirar la carta, que mostraba un largo archipiélago de promontorios estrechos y afilados cruzados por líneas de coordenadas perpendiculares. Maia vio unas palabras en cursiva, y se echó hacia atrás.
—Que me zurzan. ¡Estamos en los Dientes del Dragón!
—Sí. ¿Qué te parece? —respondió Naroin. Eran unas islas legendarias—. Te contaré algunas cosas interesantes sobre ellas más tarde. ¿Pero y la latitud, Maia?
—Oh, sí… —Maia extendió la mano y señaló con un dedo—. Aquí. Deben de habernos dejado, umm, en la isla de Grimké.
—Mm. Eso pensaba por el contorno. Entonces ésa de allí —Naroin señaló al oeste, a una masa envuelta en brumas— debe de ser De Gournay. Y dejándola atrás y dirigiéndonos hacia el norte, encontraremos el mejor rumbo hacia alta mar. Dos días buenos y estaremos en las rutas de navegación.
Maia asintió.
—Cierto. Desde allí, todo lo que necesitaréis es una buena brújula. Espero que lo consigáis.
Naroin alzó la cabeza.