Todo por una chica (11 page)

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Authors: Nick Hornby

BOOK: Todo por una chica
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Al despertar estaba convencido de que había tenido este sueño tan extraño. Moví las piernas hacia delante, debajo de las mantas, para ver si daba con los pies a Alicia, pero no había nadie en la cama, así que abrí los ojos. Lo primero que vi fue el póster del abecedario animal en la pared, y luego miré la cama y vi la cuna vacía. Seguía en el cuarto de Alicia.

Me levanté de la cama y me puse unos pantalones que vi en la butaca de Alicia. Eran míos —los reconocí—, pero la camisa que había debajo de ellos era nueva. Parecía el regalo de Navidad de alguien, porque no me cabía en la cabeza que hubiera podido comprarla yo. Nunca llevo camisas normales, de botones y demás, porque los botones son una lata.

Fui a la cocina, para ver si había alguien, y allí estaban todos: Alicia, su madre y su padre, Rich. Y también estaba el bebé, cómo no. Estaba en el regazo de Alicia. Con una pequeña cucharita de plástico en la mano cerrada, y mirando a las lámparas del techo.

—Oh, hola, Bella Durmiente —dijo la madre de Alicia.

—Hola —dije yo. Iba a añadir: «Hola, señora Burns», pero no sabía si seguía llamándola así o no, y no quería empezar el día con una metedura de pata Gran Alzheimer.

—Estabas tan raro esta noche que te he dejado dormir —dijo Alicia—. ¿Te encuentras mejor?

—No lo sé —dije—. ¿Qué hora es?

—Casi las
ocho
—dijo ella, como si las ocho de la mañana fuera la hora de la comida o algo así—, Roof se ha portado bien.

No tenía ni idea de lo que podía significar eso.

—¿Sí? —Ese «Sí» parecía una cosa bastante poco comprometida de decir.

—Sí. Hasta las siete y cuarto. Eres un buen chico, Roof, ¿no es cierto? Sí. Lo eres.

Levantó al bebé y le hizo una pedorreta en la tripita.

Este bebé —mi bebé, el bebé de Alicia,
nuestro
bebé— se llamaba Roof... ¿De quién había sido la idea? ¿Qué significaba? Puede que no hubiera oído bien. Puede que fuera un niño llamado Ruth
[5]
. Creo que, bien mirado, prefería que se llamara Ruth a que se llamara Roof. Ai menos Ruth era un nombre.

—¿Qué está pasando hoy? —dijo el padre de Alicia.

—Voy a la universidad esta tarde, y Sam va a cuidar de Ruth —dijo Alicia.

Si he de ser sincero, dijo de nuevo Roof, pero yo de momento iba a seguir aferrándome a Ruth. Llamarse Ruth no le iba a causar ningún problema hasta que empezara a ir al colegio: sería entonces cuando lo pondrían verde.

—¿Has tenido clases en la universidad esta mañana, Sam?

—Creo que sí —dije. No estaba seguro, porque ni siquiera sabía que iba a la Universidad, o dónde podía estar esa universidad, o qué estudiaba en ella.

—Tu madre te va a ayudar esta tarde, ¿no?

—¿Sí?

—Sí. Me dijiste que se iba a tomar la tarde libre.

—Oh, sí, eso es. ¿Va a venir o tengo yo que ir a su casa?

—Habéis quedado en algo. Será mejor que la llames.

—Sí. Eso es lo que voy a hacer.

La madre de Alicia me tendió una taza de té.

—Será mejor que desayunes si no quieres llegar tarde a la universidad —dijo.

En la mesa había boles vacíos y leche y cereales, así que me serví, y nadie dijo nada. Al menos había hecho algo normal. Tenía la sensación de que estaba jugando a algún tipo de juego cuyas reglas todo el mundo sabía menos yo. Podía hacer o decir algo en cualquier momento, y meter la pata, y me eliminarían. Traté de pensar. Las clases probablemente empezarían a las nueve, y llegar al instituto probablemente me llevaría media hora. Decidí salir por la puerta a las ocho y media. Hasta entonces, intentaría no hacerme notar demasiado.

Aunque no necesitaba ir, fui al baño de abajo, me encerré en él y me quedé dentro bastante más tiempo del que la gente se queda normalmente en un retrete.

—¿Estás bien? —me dijo cuando salí la madre de Alicia.

—Tengo el estómago un poco raro.

—¿Te sientes bien para ir a la universidad?

—Sí, sí.

—No puedes ir así. Ve a ponerte algo encima.

Mi parka estaba colgada con todos los demás abrigos en el recibidor. Hice lo que me decían y me la puse. Luego volví a la cocina, esperando que alguien me dijera: «Date prisa, Sam, que tienes que coger el 4 para la Universidad Tal y Tal, y allí entrar en el Aula 19 para las clases de arte y diseño.» Pero nadie me dijo nada de eso, así que dije adiós a todo el mundo y salí de la casa.

No sabía qué hacer ni adonde ir, así que me dirigí a mi casa. Al llegar vi que no había nadie, y no tenía llaves. Había sido una completa pérdida de tiempo. Pero perder el tiempo era más o menos la idea, ¿no?, así que no me importó. Vagué un rato por los alrededores. Nada había cambiado. Nadie pasaba a toda pastilla en motos voladoras ni nada parecido. Era sólo el futuro y no, bueno, El Futuro.

Mientras daba vueltas y vueltas pensé mucho. Y la mayor parte del tiempo sobre ese pequeño pensamiento: tengo un bebé, tengo un bebé, tengo un bebé. O: voy a tener un bebé, voy a tener un bebé, voy a tener un bebé. (O sea, que no sabía si ya tenía un bebé o si iba a tenerlo; si la cosa era ésta, ahora, y mi vida de antes se había terminado, o si TH iba a proyectarme de nuevo hacia algún momento del pasado.) Y pensé en cómo es que estaba viviendo en casa de Alicia, y durmiendo en la misma cama que ella; y también si podría averiguar los resultados de alguna carrera de caballos o del
Gran Hermano
siguiente o algo parecido, de forma que pudiera apostar y ganar en caso de que en algún momento se me volviera a dejar en mi propio tiempo.

Y también pensaba en por qué TH me había hecho aquello, si es que era él quien lo había hecho. Yo lo veía de esta forma: si lo hubiera hecho algún tiempo atrás, antes de que yo hubiera tenido sexo con Alicia, entonces la cosa tendría cierto sentido. Podría haber estado tratando de darme una lección. Si me habían proyectado mágicamente hacia el futuro, yo habría pensado, ya sabéis: «¡Aaaaaajjj, yo no quiero un bebé todavía! ¡Ojalá no hubiéramos tenido sexo!» Pero era demasiado tarde para una lección. De vuelta en mi propio tiempo, seguramente tendría un mensaje de texto en el móvil diciéndome que mi ex novia estaba embarazada, así que ¿qué era lo que se suponía que tenía que aprender de esto? Era como si TH estuviera diciendo: ¡Hola, gilipollas! ¡No tendrías que haber tenido sexo! Hacerlo sólo parecía mezquino en mi caso, no en el suyo. Él no era mezquino en absoluto.

Estaba a punto de irme a casa cuando vi a Conejo sentado en las escaleras que subían al portal de su casa de apartamentos. Tenía la tabla en los pies, y estaba fumando, y no parecía un cigarrillo.

—¡Hola, Sammy! ¿Dónde has estado?

Al principio no quería hablar con él, porque me daba la sensación de que no podía hablar con nadie sin que pareciera que era idiota. Pero entonces me di cuenta de que Conejo era un tío perfecto para hablar con él. Era imposible que parecieras idiota cuando estabas hablando con Conejo, a menos que hubiera alguien más presente en ese momento. Conejo no se daría cuenta de nada. Podía decirle cualquier cosa y a) no la entendería, y b) la olvidaría enseguida, de todas formas.

Por ejemplo:

—Sam —dijo cuando me acerqué a él—. Hace ya tiempo que quiero preguntártelo. ¿Cuántos años tiene tu madre?

—Ya hemos tratado ese asunto, Conejo —dije.

—¿Sí?

—Sí.

Se encogió de hombros. No lograba recordarlo, pero estaba dispuesto a creer en mi palabra.

—¿Cuándo ha sido la última vez que me has visto? —le pregunté.

—No lo sé. Pero me da la sensación de que ha sido hace siglos.

—¿Tengo yo un hijo?

—Oh, Sammy, Sammy —dijo Conejo—. De ese tipo de cosas deberías acordarte. Hasta yo me acordaría.

No estaba tan seguro, pero no dije nada.

—No es eso lo que se me ha olvidado —dije—. De lo que no puedo acordarme es de si te lo había contado a ti o no.

—No tendrías que contármelo —dijo él—. Te he visto con él cientos de veces. Lo traes a casa de tu madre, ¿no? Pequeñito... ¿Cómo dices que se llama?

—Ruth —dije.

—No. ¿Ruth? No, no es así.

—¿Roof?

—Eso es. Roof. Un nombre raro. ¿A qué viene, si puede saberse?

—No lo sé. Fue idea de Alicia.

—Me preguntaba si no sería, bueno, ya sabes, donde... ¿Cuál es la palabra?

—No sé.

—¿Sabes Brooklyn Beckham? —Sí.

—Dicen que ahí es donde estaban, ya sabes...

—Me estoy perdiendo, Conejo.

—David Beckham y la pija de la Spice tuvieron sexo en Brooklyn. Y nueve meses después tuvieron un bebé. ¿Cómo se dice? Brooklyn fue... no sé qué... en Brooklyn.

—Concebido.

—Exacto. Me preguntaba si el vuestro fue concebido en el tejado.

—Oh. No...

—Era sólo una idea —dijo Conejo.

—¿Así que me has visto montones de veces por aquí? —le pregunté. —Sí.

—Pero yo ya no vivo aquí...

—No. Te fuiste a vivir con tu chica a su casa cuando tuvo el bebé. Me suena haberlo oído.

—¿Dónde lo has oído?

—Creo que me lo dijiste tú. ¿A qué viene todo esto? ¿Por qué no sabes nada de tu propia vida?

—Te voy a ser sincero, Conejo. Lo que pasa es que he sido como enviado a un año por delante en el tiempo.

—¡Hala...!

—Sí. Hoy mismo. Así que en mi cabeza sigo siendo el de hace un año. Y no sé lo que me ha sucedido en ese tiempo. Ni siquiera sabía que tenía un hijo. Así que estoy un poco alucinado. Necesito ayuda. Necesito toda la información que puedas darme.

—Vale. Bien. Información.

—Sí. Cualquier cosa que creas que pueda ayudarme.

—¿Quién ganó el
Gran Hermano VIP
antes de que te mandaran al futuro?

—No, no es el tipo de información que busco, Conejo, sinceramente. Lo que intento averiguar es lo que me ha pasado a mí. No a..., ya sabes, al mundo.

—Eso es lo único que sé. Que tuviste un bebé y que te fuiste a vivir a la casa de tu novia. Y que luego desapareciste.

Subrayó esta última palabra con un ruido como pfffff...

Sentí un pequeño escalofrío, como si hubiera dejado de existir realmente.

—Así que es bueno ver que no has desaparecido —dijo Conejo—. Porque no serías la única persona que conozco que se hubiera esfumado. El chico aquel, Matthew... Un día estaba yo mirándole, y va y...

—Gracias, Conejo. Te veo luego.

No estaba de humor.

Camino de casa de Alicia, me encontré dos monedas de una libra en el bolsillo, así que me paré en el McDonald's para comer algo. No lograba acordarme de cuánto costaba un
cheesburger
con patatas fritas la última vez que estuve allí, pero no parecía que hubiera subido mucho desde entonces. No eran mil libras ni nada parecido. Y podía permitirme también una Coca-Cola, y aún seguía sobrándome algo. Me senté en una mesa, solo, y empecé a abrir el envoltorio de mi hamburguesa, y entonces, antes de que pudiera darle siquiera un mordisco, me empezó a hacer señas con la mano aquella chica. —¡Eh! ¡Sam! ¡Sam!

Le devolví el saludo. No la había visto en mi vida. Era una chica negra, de unos diecisiete años, y tenía un bebé en el regazo. Lo había sacado del cochecito y se lo había sentado en las rodillas mientras comía.

—Ven y siéntate aquí —dijo. Yo no quería, pero ¿qué iba a hacer? Puede que fuera mi mejor amiga.

Volví a poner la hamburguesa y la bebida en la bandeja y eché a andar por el local hacia su mesa.

—¿Cómo te va? —dije.

—Vaya, no me va mal. Pero éste se me ha despertado a medianoche.

—Son terribles, ¿eh? —dije. Parecía algo bastante seguro de decir. Los padres siempre están diciendo cosas de ésas.

—¿Qué tal Roof? —dijo ella. Mi niño se llamaba Roof, no había duda. Todo el mundo lo llamaba así.

—Está bien, muy bien, gracias.

—¿Has visto a alguien? —dijo.

—No —dije. Y luego—: ¿Como a quién?

Esperaba reconocer algún nombre, y que luego caería en quién era aquella chica, y cómo la había conocido.

—Ya sabes, Holly. O Nicola...

—No. —De repente conocía a un montón de chicas—. No las he visto hace siglos.

De pronto levantó al bebé y le olió el culo. Al parecer te tienes que pasar media vida haciendo esto, si tienes un bebé.

—Puajjj... Allá vamos, damita.

Sacó una bolsa del fondo del cochecito y se puso de pie.

—¿Puedo ir contigo? —dije.

—¿A cambiarle el pañal? ¿Por qué?

—Quiero ver cómo lo haces.

—¿Por qué? Tú lo haces muy bien.

¿Cómo lo sabía? ¿Es que le había cambiado el pañal a Roof delante de ella alguna vez? ¿Por qué?

—Sí, pero... Estoy harto de cómo lo hago. Quiero probar de alguna otra forma.

—No hay gran cosa que hacer en lo de cambiar un pañal —dijo ella.

Mantuve la boca cerrada y la seguí al piso de abajo.

—Tendrás que entrar en el aseo de señoras, ¿lo sabes, no? —dijo.

—Sí, está bien —dije. No estaba bien, la verdad, pero lo del cambio de pañales me preocupaba realmente. Por lo que había visto la noche pasada y aquella mañana, no creo que fuera capaz de aprender mucho por mí mismo. Al parecer la cosa iba de coger al bebé y llevártelo a alguna parte, y eso podía hacerlo. Pero ni siquiera sabía cómo se le quitaba la ropa a un bebé. Me daba miedo la posibilidad de romperle los brazos y las piernas.

No había nadie en el aseo de señoras, a Dios gracias. La chica tiró y sacó de la pared un tablero tipo mesa, y puso al bebé encima.

—Yo lo hago así —dijo.

Le quitó de golpe esa especie de mono de cuerpo entero que llevan los bebés (después de quitarle la ropa, vi que había montones de broches en las perneras y la parte de las nalgas). Luego le sacó las piernas y le abrió el pañal por uno de los lados. Luego le levantó las piernas con una mano, y con la otra le limpió el culito con una especie de pañuelo de papel húmedo. Lo de quitarle la caca en sí no era demasiado terrible. No era gran cosa, y olía más a leche que a mierda de perro. Por eso no había querido cambiarle la noche pasada, porque pensaba que olería a mierda de perro, o a mierda humana, y me habría puesto a vomitar. Mi nueva amiga dobló el pañal sucio y lo metió en una pequeña bolsa de plástico azul, junto con los pañuelos húmedos sucios, y en cuestión de diez segundos le había puesto al bebé un pañal nuevo.

—¿Qué te parece? —dijo.

—Impresionante —dije. —¿Cómo?

—Lo haces de cine —dije, y lo decía en serio.

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