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Authors: Nick Hornby

Todo por una chica (12 page)

BOOK: Todo por una chica
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Era la cosa más increíble que había visto en la vida. Era la cosa más increíble que había visto en un aseo de señoras, en cualquier caso.

—Tú también puedes hacerlo —dijo ella.

—¿Sí? —No podía creerlo. Si aprendía a hacerlo en unas pocas semanas, era mucho más listo de lo que pensaba.

Vi que llevaba un manojo de llaves en el bolsillo de la parka, así que pude entrar sin ayuda en casa de Alicia (después de unos veinte minutos de meter las llaves que no eran en los agujeros de las cerraduras que no eran). Mi madre ya estaba allí, sentada en la mesa de la cocina, con Roof en el regazo. Parecía más mayor, mi madre; mayor que un año mayor, si entendéis a lo que me refiero, y pensé que ojalá las arrugas de preocupación de la frente que le habían aparecido tan de la noche a la mañana no tuvieran nada que ver conmigo. Pero me alegraba tanto verla. Casi echo a correr hacia ella, pero era muy posible que la hubiera visto el día anterior, así que si lo hacía seguro que le iba a parecer un poco raro.

—Aquí está papá —dijo mi madre, y, claro está, me puse a mirar a mi alrededor para ver a quién le estaba hablando, y luego me eché a reír como si lo hubiera hecho en broma—. Me ha abierto Alicia, pero se ha ido a dar un paseo —dijo mi madre—. La he obligado a salir. Me ha parecido que está un poco paliducha. Y no hay nadie más en casa.

—Sólo nosotros tres —dije—. Qué bien.

Decir «qué bien» no comprometía a nada. Mi madre, el bebé y yo... Tenía por fuerza que estar bien, ¿no? Pero seguía estando nervioso, porque no sabía realmente de qué estaba hablando. Quizás odiaba a mi madre, o ella me odiaba a mí, o Roof y mi madre se odiaban el uno al otro... ¿Cómo iba yo a saberlo? Pero ella se limitó a sonreír.

—¿Qué tal la universidad?

—Bien, bien —dije.

—Alicia me ha dicho lo de tu pequeño problema.

Era como un juego de ordenador, lo de que me hubieran proyectado hacia el futuro. Tenías que pensar con rapidez, con mucha rapidez. Ibas conduciendo a toda velocidad por una carretera estrecha y de pronto veías que algo venía derecho hacia ti y tenías que dar un volantazo para sortearlo. Pero ¿por qué iba yo a estar metido en un pequeño lío? Decidí que no, que no tenía ningún problema.

—Oh —dije—. Eso. No era nada.

Mi madre me miró.

—¿Seguro?

—Sí. En serio.

Y estaba siendo sinceró, lo mirara por donde lo mirara.

—¿Cómo te van las cosas? —dijo.

—No me van mal —dije—. ¿Y a ti?

No quería hablar de mí, sobre todo porque no sabía casi nada sobre mí mismo.

—Bien, sí... —dijo—. Estoy muy cansada.

—Oh —dije—. Oh, ya...

—Vaya par, ¿eh? —dijo, y se echó a reír. O al menos hizo un ruido que se suponía que era risa. ¿Por qué «vaya par»? ¿Qué quería decir con eso? Se lo había oído decir a gente como mi madre («¡Vaya par!») millones de veces, y jamás me había parado a pensar qué quería decir. Así que ahora tuve que intentar recordar cuándo y por qué lo decía esa gente. De repente me vino a la cabeza. El año anterior, o el anterior —según el año en el que estuviéramos en aquel momento—, los dos nos habíamos intoxicado con la comida para llevar de un sitio birrioso. Y tenía náuseas y ella tenía náuseas y yo tenía náuseas y ella tenía náuseas..., e íbamos turnándonos para ir a encerrarnos en el cuarto de baño para vomitar. Y ella, en cierto momento, dijo: «Vaya par.» Y otra vez Conejo y yo volvíamos de Grind City, y estábamos magullados, y Conejo sangraba por la nariz, y yo tenía la mejilla toda llena de rasponazos. «Vaya par», nos dijo mi madre al vernos. Así que la gente solía decirlo cuando algo había salido mal, cuando dos personas estaban enfermas o heridas, cuando todo indicaba que habían metido la pata hasta el fondo.

—¿Vamos a sacarle de paseo? —dijo mi madre.

—Sí, estaría bien —dije.

—Pues será mejor que vaya al baño. Por enésima vez hoy.

Levantó a Roof y me lo pasó por encima de la mesa. Estaba sentada junto a la ventana, detrás de la mesa de la cocina, y por lo tanto no había podido mirada como es debido. Pero cuando empujó la mesa y se puso de pie, vi que tenía un balón de fútbol debajo del pichi. Solté una carcajada.

—¡Mamá! —dije—. ¿Qué estás haciendo...?

Me callé. No era un balón de fútbol. Mi madre jamás se habría puesto un balón de fútbol debajo del pichi. Mi madre estaba embarazada.

Hice un ruido, algo como: «¡Eiik...!»

—Ya sé —dijo mi madre—. Hoy estoy enorme.

No sé cómo me las arreglé para pasar el día, la verdad. Tuve que parecer raro, y como colocado, pero el balón de fútbol debajo del pichi de mi madre era lo último que me faltaba por ver. Estaba del futuro hasta más arriba de la coronilla. Quiero decir que está bien que las cosas pasen y demás, día a día. Pero andarte perdiendo trozos y trozos de tiempo... No era bueno. Me estaba haciendo polvo la cabeza.

Pusimos a Roof en esa especie de mochila que se lleva en el pecho, no en la espalda. Lo llevaba yo, porque mi madre no podía, y también porque era mi hijo y no el suyo. Me sudaba todo el pecho, pero él seguía dormido. Fuimos al parque, y paseamos por la orilla del pequeño lago, y yo intentaba no decir nada, así que la mayor parte del tiempo estábamos callados, pero de cuando en cuando mi madre me preguntaba algo. Como: «¿Qué tal te va con Alicia?» O: «No es tan difícil, ¿verdad?, vivir en casa de otra persona.» O: «¿Has pensado lo que hacer cuando termine el curso?» Y yo decía, ya sabéis: «Vale», o: «No está mal», o: «No sé.» El tipo de cosas que diría de todas formas, supiera o no la respuesta. Fuimos a tomar una taza de té, y luego yo —nosotros, supongo, si Roof cuenta como persona— acompañé a mi madre a casa. No entré. Me habrían dado ganas de quedarme.

En el camino de vuelta dimos un paseo por el New River, y estaba allí el tipo aquel, sentado en un banco, fumando un cigarrillo con una mano y meneando un cochecito de bebé con la otra.

—Hola —dijo cuando pasé a su lado.

—Hola.

—Soy Giles —dijo—. ¿Te acuerdas? ¿De clase?

No lo había visto en mi vida. Era bastante pijo, y mucho mayor que yo.

—No has vuelto, ¿verdad? —dijo.

—Me parece que no —dije. No era una buena respuesta (caí en la cuenta en cuanto acabé la frase). Sin duda debería saber si había vuelto a algún sitio o no, aunque aún no hubiera estado allí la primera vez.

—¿Qué es? —dijo, señalando con la cabeza a Roof.

—Chico.

—¿Y se llama?

—Oh —dije—. Es complicado.

No me hacía muy feliz esta respuesta, pero por nada del mundo quería entrar en la pesadilla de explicar lo de Roof.

Se me quedó mirando, pero lo dejó ahí.

—¿Y tú? —dije.

—También. Un chico. Joshua. ¿Cómo te va?

—Ya sabes —dije.

—Sí —dijo—. ¿Puedo preguntarte una cosa? ¿Tu..., tu... pareja es feliz?

—Bueno —dije—. Parece que está bien.

—Tienes suerte —dijo. —Sí.

—La mía está fatal —dijo. —Oh.

—Se pasa el día llorando. No me deja ni tocarla. —Oh.

—Y no me refiero al sexo —dijo—. Yo no es que esté... Ya sabes, no es que ande buscando nada.

—No.

—Es que no me deja ni abrazarla. Se queda como helada. Y creo particularmente que ni siquiera quiere abrazar al bebé.

—Ya —dije.

—Estoy desesperado, lo confieso. No sé qué hacer.

—Oh —dije.

No creo que hubiera podido darle ningún consejo ni aunque no me hubieran proyectado hacia el futuro. Tendría que tener cincuenta años, pensé, para poder vérmelas con aquel tipo y sus problemas.

—Escribe a una revista —dije.

—¿Perdón?

—Digo que, bueno, que escribas a una revista de mujeres.

A veces echaba una ojeada a las páginas de consultorios en las revistas de mi madre, porque podías leer sobre sexo sin que pareciera que estabas leyendo sobre sexo.

No pareció impresionado.

—La cosa parece un poco más urgente que eso —dijo.

—Salen una vez al mes —dije—. Y estamos a mediados de mes, así que si escribes rápidamente podrían responderte en el número siguiente.

—Sí. Bien. Gracias.

—No hay de qué. Bueno, será mejor que nos vayamos —dije—. Hasta la vista.

Creo que él quería seguir hablando algo más. Pero me fui.

Durante el resto de la tarde y la noche no sucedió nada especial. Cenamos todos juntos. Alicia y su madre y su padre y yo. Y luego vimos la tele mientras Roof dormía. Yo fingía interesarme por los programas, pero la verdad es que no tenía ni idea de lo que estaba viendo. Seguía allí sentado, nostálgico de mi casa, triste y con lástima de mí mismo. Echaba de menos mi vida de antes. Pero ni aunque me proyectaran de nuevo a mi propio tiempo iba a durar mucho mi vieja vida. Encendería el móvil, y tendría un mensaje de texto diciéndome que dentro de un año tendría un hijo, y que viviría con una gente que no conocía mucho y que no me gustaba demasiado. Quería que me proyectaran a un pasado un poco más lejano: a cuando aún no había conocido a Alicia y aún no estaba interesado en tener sexo. Si Tony Hawk me permitiera volver a tener once años, no iba a fastidiarla por segunda vez. Me haría cristiano o algo, una de esas personas que nunca hacen nada de nada. Antes pensaba que estaban locos, pero no lo están, ¿no? Saben lo que hacen. No quieren ver la tele con el padre y la madre de otra persona. Quieren ver la tele en su propia casa, en su cuarto.

Nos fuimos a la cama a las diez de la noche, pero no apagamos la luz porque Alicia tenía que dar de mamar a Roof. Cuando terminó de hacerlo, me pidió que lo cambiara.

—¿Que lo cambie? ¿Yo? ¿Ahora?

—¿Es que te estás poniendo raro otra vez?

—No —dije—. Perdona. Estaba, ya sabes... Comprobando si te había oído bien.

Justo cuando me estaba levantando de la cama Roof hizo un ruido como de yogur yéndose por el desagüe.

—Joder —dije—. ¿Qué ha sido eso?

Alicia se rió, pero yo lo había dicho en serio.

—El momento exacto, jovencito —dijo.

Al cabo de unos segundos entendí lo que Alicia quería decir. Quería decir que el ruido como de yogur yéndose por un desagüe era el ruido que hacía Roof cuando estaba haciendo caca. Y ahora se suponía que yo tenía que hacer algo al respecto.

Lo levanté de la cuna y me dirigí con él hacia el cuarto de baño.

—¿Adonde vas?

No sabía adonde me dirigía, estaba claro.

—Pues a...

No se me ocurrió ninguna buena respuesta, así que no seguí hablando.

—¿Seguro que estás bien? —Sí.

Pero estar seguro de que estaba bien no me ayudaba gran cosa para saber adonde iba. Y me quedé quieto.

—¿Nos hemos quedado sin pañales?

De pronto vi la vieja caja de juguetes de Alicia al pie de la cama. Cuando estuve por última vez en aquel cuarto era aún una caja de juguetes, llena de las cosas con las que solía jugar cuando era pequeña. Ahora tenía una especie de colchón de plástico encima, y en el suelo, a su lado, había una bolsa llena de pañales y una caja llena de esos pañuelos húmedos que mi amiga la chica negra había usado en el aseo de señoras del McDonald's.

Roof estaba medio dormido. Sus ojos le daban vueltas y vueltas en la cabecita como si estuviera borracho. Le solté los broches del pelele, tiré de las perneras y quité los adhesivos de los costados del pañal, como le había visto hacer a la chica en el McDonald's. Y luego... Bueno, seguramente no queréis saber cómo se cambia un pañal. Y, aunque quisierais, seguramente no soy la persona más indicada para enseñaros. El caso es que lo hice, y sin meter demasiado la pata. Y no lograba recordar la última vez que me había sentido tan satisfecho conmigo mismo. Probablemente cuando me acosté con Alicia la primera vez. Lo cual era extraño, si te pones a pensarlo. Primero me sentía orgulloso de mí mismo cuando me acosté con ella. Y luego me sentía orgulloso de mí mismo por hacer algo que sucedió porque me había acostado con ella.

Quizás era eso lo que TH trataba de hacer cuando me proyectó al futuro. Quizás estaba tratando de enseñarme a cambiar un pañal. Pero creo que había elegido la forma más dura de hacerlo. Podría haberme mandado a unas clases.

—Tú me quieres, Sam, ¿verdad? —dijo Alicia cuando volví a meterme en la cama después de dejar en la cuna a Roof. Me había quedado quieto, de espaldas a ella, haciéndome el dormido. No sabía si la quería o no. ¿Cómo iba a saberlo?

Me llevó mucho, mucho tiempo dormirme después de aquello, pero a la mañana siguiente, cuando me desperté, estaba en mi cama. Pero ya no me daba la sensación de que fuera mi cama. La cama de uno es normalmente un sitio donde uno se siente seguro, y yo ya no me sentía seguro en aquella cama. Sabía todo lo que me iba a suceder, y era como si la vida se me hubiera terminado, por mucho que me las arreglara para seguir respirando durante montones de años. Estaba seguro al ciento por ciento de que Alicia estaba embarazada. Y si mi vida era la que acababa de ver, bueno..., pues no quería vivirla. Quería mi vida de antes, quería la vida de alguien diferente. Pero no quería aquella vida.

El verano anterior a que sucediera todo aquello, mi madre y yo fuimos de vacaciones a España, y pasamos mucho tiempo con una familia inglesa que conocimos en un bar. Eran los Parr, y vivían en Hastings, y no estaban mal. Uno de los hijos se llamaba Jamie, y era seis meses mayor que yo, y Jamie tenía una hermana que se llamaba Scarlett, que tenía doce años. Y a mi madre le caían muy bien Tina y Chris, los padres. Solían sentarse en aquel bar inglés, noche tras noche, burlándose de los ingleses que sólo iban a bares ingleses. Yo no lo pillaba, pero ellos se creían muy graciosos. Unas semanas después de volver de esas vacaciones, mi madre y yo cogimos el tren para ir a visitarlos a Hastings. Jugamos al minigolf a la orilla del mar y comimos pescado y patatas fritas y tiramos piedras para hacerlas brincar sobre la superficie del agua. Me gustaba Hastings. Había parques de atracciones y galerías comerciales y demás, pero ninguno de muy mal gusto, y también un pequeño tren que iba hasta lo alto de los acantilados. Y ya no volvimos a ver a los Parr. Nos mandaron una tarjeta de Navidad, pero mi madre no llegó a mandarles ninguna a ellos, así que dejaron de dar señales de vida desde entonces.

7

Y Hastings era el primer sitio en el que pensé cuando me desperté aquella mañana, la mañana después de haber sido proyectado hacia el futuro. Estaba seguro de que Alicia estaba embarazada, y sabía que no quería ser padre. Así que tenía que irme de Londres para no volver jamás, y Hastings era el único otro lugar que conocía en toda Inglaterra. Nunca íbamos a ninguna parte, aparte de España, y no podía largarme yo solo al extranjero, sin dinero ni tarjeta de crédito. Así que desayuné con mi madre, y cuando se fue al trabajo cogí una bolsa y la tabla y me fui a vivir por mi cuenta a Hastings.

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