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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (44 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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La gangrenosa piel se estiró como una membrana cuando la cabeza acabó de salir de la masa demoníaca. La boca se abrió... y lanzó un grito agónico cuando Urial clavó el hacha encantada en el cuerpo deforme.

Malus vio que tenía una oportunidad, y aferró los tensos tentáculos que le rodeaban la cintura para tirar de ellos y acercarse más al demonio, al mismo tiempo que lo acometía con una estocada. La clavó justo entre los feroces ojos verdes de la criatura, y fue lanzado hacia atrás por una descarga eléctrica de la potencia de un rayo, que le recorrió el brazo de la espada. Se oyó algo que crepitaba, como grasa sobre el fuego, y el carnoso cuerpo del demonio perdió estabilidad y se fundió en un enorme charco de bilis y carne putrefacta. Al mirar hacia el techo, el noble vio que estaba formándose un dosel de grasienta niebla amarilla que manaba del cuerpo... y salía como un desdibujado espectro por el enorme agujero que había en lo alto de la pared.

Momentos después, un par de manos fuertes cogieron a Malus por los brazos y lo incorporaron. Hauclir jadeaba, cubierto de polvo de ladrillo y con una docena de cortes sangrantes en la frente. El noble se libró de la presa del guardia.

—Podrías haber llegado en un momento más oportuno —le espetó—. ¡Esa cosa casi me hace papilla!

—Ha sido una imperdonable falta al deber, mi señor —murmuró Hauclir con tono sombrío—. Me cayó encima una parte de la pared, y egoístamente intenté recobrar la libertad en lugar de ocuparme de inmediato de tu seguridad.

—Ayúdame a levantarme.

Con los dientes apretados de dolor, Hauclir logró poner a Malus de pie. Urial ya subía a trompicones por la maltrecha escalera, con el icor del demonio aún humeando en los filos del hacha. El noble se apartó de las manos del guardia que lo sostenía, y echó a andar tras su hermano.

—¿Qué era esa imagen que salió volando del cuerpo del demonio? —preguntó Malus mientras subía la escalera.

—Algo que no debería ser —replicó Urial con voz alterada.

Urial llegó a la entrada abierta y miró al otro lado de la ensenada. Malus lo alcanzó un momento después, y abarcó con los ojos la escena que tenían delante.

La cadena había caído y los lobos druchii ya se encontraban entre el rebaño. Seis veloces naves corsarias —una séptima se hundía en la entrada de la ensenada, agujereada por piedras disparadas desde las torres— pasaban ante los enormes barcos de los skinriders y disparaban sus pesados virotes a quemarropa hacia el casco de las naves enemigas. Las enormes puntas de acero les abrían en la línea de flotación agujeros del tamaño de puños, por los que el agua de mar entraba en la cubierta inferior. Los skinriders respondían con flechas y proyectiles, pero a una distancia tan corta no podían apuntar bien las pesadas máquinas de guerra hacia los barcos corsarios. Dos de los buques enemigos ya se encontraban muy hundidos en el agua mientras las bodegas se les inundaban lentamente. Cadáveres y pecios flotaban en la superficie de la ensenada, y aquí y allá Malus vio que el agua se agitaba y salpicaba donde los tiburones comenzaban a alimentarse.

—La cuenta de la carnicería será alta, pero tenemos buenas probabilidades de vencer —dijo Malus, ceñudo—. El limitado tamaño de la ensenada nos favorece, y los corsarios de Bruglir conocen bien su oficio.

—No —lo contradijo Urial con tono tétrico—. Estamos condenados, todos y cada uno de nosotros.

La fatiga y el miedo que había en la voz de Urial hicieron que Malus se volviera a mirarlo. El antiguo acólito señaló con un dedo manchado de sangre hacia la periferia del pueblo abandonado que se alzaba al otro lado de la ensenada.

Malus entrecerró los ojos para distinguir detalles de lo que sucedía en la orilla. Al principio no vio más que una enorme muchedumbre de skinriders..., y entonces se dio cuenta de que ninguno de ellos se movía. Estaban petrificados en el sitio, como si los sujetara un puño invisible.

Luego, vio un destello de fuego verdoso entre los piratas, y comprendió qué sucedía.

—El demonio —dijo—. Está usando a los skinriders para dar forma a otro cuerpo.

Urial asintió con expresión sombría.

—No debería ser posible. El espíritu debería haber sido devuelto a la Oscuridad Exterior cuando fue destruido su primer huésped. Pero hay algo que le permite permanecer aquí para reconstruir sus fuerzas y volver a atacarnos.

»Sólo quedamos nosotros tres, y mi poder está casi agotado. Continuará acometiéndonos hasta que hayamos muerto, y luego matará a todos los tripulantes de la flota. No podrán hacer nada para detenerlo.

—Es la isla —comprendió Malus—. La torre de Eradorius...

Las palabras murieron en la garganta de Malus. Entonces comprendió por qué los ladrillos de la ciudadela y los de esa torre del dique marino le resultaban tan familiares. Como en sueños, Malus se arrodilló y rebuscó entre los ladrillos partidos que había en el suelo. Encontró uno que estaba casi intacto y lo hizo girar entre las manos hasta hallar el símbolo tallado en la superficie.

Urial observaba al noble con el ceño fruncido debido a su perplejidad.

—¿De qué estás hablando?

Malus recorrió con un pulgar el símbolo mientras sentía que un puño de hielo le aferraba las entrañas.

—Recordarás que te dije que buscaba el islote de Morhaut para encontrar un objeto que estaba oculto en una torre. La torre fue erigida por un brujo llamado Eradorius. —Alzó el ladrillo—. Y los skinriders la derruyeron para construir sus malditas ciudadelas. —Con un repentino estallido de cólera, lanzó el ladrillo al otro lado de la habitación—. ¿Quién sabe? Puede ser que no haya sido nada más que ruinas durante cientos de años antes de que los piratas llegaran aquí. Ya nunca lo sabremos. —«Ni qué le sucedió al maldito ídolo», pensó el noble. Por primera vez desde que Tz'arkan le había robado la negra alma, Malus se sintió completamente perdido.

—¿Qué tiene que ver eso con el demonio?

—La torre fue erigida para escapar de otro demonio. Eradorius usó la magia para construir un sanctasanctórum que estuviera fuera del tiempo y el espacio. Creó un lugar que era un territorio en sí mismo, separado de todos los otros. —Señaló hacia fuera—. El demonio no ha sido devuelto a la Oscuridad Exterior porque la atracción de ésta no puede alcanzarlo aquí. Sin duda, es el motivo por el que escogió esta isla.

Urial miró a Malus como si estuviera loco.

—Pero acabas de decir que la torre fue destruida hace mucho tiempo.

—¡La torre se alzaba fuera del tiempo! Estaba separada... —La voz del noble se apagó, y sus ojos se abrieron más al comprender—. Fuera del tiempo. ¡Claro! ¡Es la orilla del río!

Hauclir llegó al final de la escalera detrás de Malus, y lo miró a los ojos con desconfianza.

—Creo que necesitas sentarte, mi señor —dijo con cautela—. Puede ser que hayas recibido un golpe fuerte en la cabeza.

Malus apartó al guardia a un lado.

—La torre fue erigida en un territorio que está más allá del espacio y del tiempo. En un sentido, aún existe..., y el ídolo continúa allí. —Tendió una mano para tocar a Urial—. Cuando cruzamos desde la ciudadela del jefe hasta aquí, ¿viste la llanura roja?, ¿la torre que había en el horizonte?

—¿Piensas que se trata de la torre que has mencionado?

—¡Sí! —Se puso a pasear de un lado a otro mientras meditaba dándose golpecitos con un dedo en el mentón—. ¡Estaba todo allí, justo delante de mí desde el principio! ¿Por qué no me di cuenta antes? —Se volvió a mirar a Urial—. Tienes que usar tu brujería para enviarme allí. Ahora.

—Pero... la resonancia...

Malus hizo un gesto hacia los ladrillos dispersos por el suelo.

—¡Tenemos toda la resonancia que nos hace falta!

Urial negó con la cabeza.

—No lo entiendes. El... lugar del que hablas no pertenece a este mundo. Se encuentra en otro plano, por así decirlo, en vez de estar al otro extremo. —Hizo una pausa con expresión repentinamente exhausta—. Puedo abrir una puerta y enviarte al otro lado, pero debe mantenerse abierta en este extremo para que puedas regresar. No sé durante cuánto tiempo puedo mantener abierto un portal como ése. Si falla, quedarás atrapado allí por toda la eternidad.

—¿Y en qué es peor eso que ser devorado vivo por esa vil criatura? —Malus señaló hacia la aldea distante, donde el demonio aún consumía a los skinriders—. ¡Abre la puerta! Correré el riesgo al otro lado. Si tengo éxito, el poder que retiene al demonio aquí se desvanecerá, y será atraído de vuelta a la Oscuridad Exterior. ¡Es nuestra única posibilidad!

Dio la impresión de que Urial iba a continuar discutiendo, pero una breve mirada hacia el caos reinante en la orilla opuesta lo convenció de lo contrario.

—Muy bien —replicó con voz hueca, y volvió a bajar por la escalera en busca de sangre.

—Has mencionado un ídolo, mi señor —dijo Hauclir por lo bajo—. ¿Cómo sabremos dónde encontrarlo?

—¿Sabremos? No, Hauclir. Tú te quedas aquí.

El guardia cuadró los hombros.

—Mira, mi señor...

Malus lo hizo callar con un brusco gesto de una mano.

—Calla y escucha. Debes quedarte aquí para vigilar a Urial —explicó en voz baja—. Si tiene la secreta intención de traicionarme, me será imposible impedírselo, así que tú tendrás que ser quien le clave el cuchillo en la espalda. También están los skinriders. —Señaló hacia los niveles superiores de la torre—. Quizá piensen que estamos muertos tras el ataque del demonio, pero quizá no. Si bajan aquí, tendrás que contenerlos durante el tiempo suficiente para que yo pueda regresar.

Estaba claro que al guardia no le gustaba lo que oía, pero poco podía hacer al respecto.

—Muy bien, mi señor —gruñó—. ¿Y si no regresas?

—Yo, en tu lugar, correría el riesgo con los tiburones.

—¿Piensas que puedo nadar hasta uno de los barcos?

—No. Pienso que deberías saltar al agua con la esperanza de que te pillen los tiburones antes de que lo haga el demonio.

No hubo ninguna sensación de frío gélido ni de dislocación. Malus atravesó el portal y tuvo la impresión de que caminaba por un territorio de pesadilla.

El suelo subía y bajaba como si respirase bajo sus pies, y el cielo de lo alto era tormentoso. El viento aullaba y gemía en sus oídos, pero no podía sentirlo en la piel. Se volvió a mirar por encima de un hombro y vio el óvalo de luz perlada que flotaba en el aire. De los bordes ascendía una especie de niebla iridiscente, y el noble percibió vagamente lo frágil que era, como una burbuja que podía reventar en cualquier momento. Apenas discernía las figuras de Urial y Hauclir, de pie, al otro lado; Malus levantó la espada para saludarlos, y luego volvió los ojos hacia el horizonte, donde se alzaba la torre.

Era alta y cuadrada, y la lustrosa superficie negra brillaba bajo la luz, que no procedía de ninguna dirección concreta e inundaba el territorio ultraterreno. La torre tenía una apariencia mucho más sólida que el paisaje del Caos que la rodeaba, como una isla que se alzara fuera de un violento mar. Parecía encontrarse a leguas de distancia. Malus inspiró profundamente y comenzó a correr.

El terreno pasaba a toda velocidad bajo sus pies. Había desaparecido el cansancio, y se había desvanecido el dolor de la pierna herida. Entonces, sobresaltado, se dio cuenta de que Tz'arkan ya no estaba enroscado como una víbora dentro de su pecho. El pensamiento casi lo hizo tropezar. «¿Es posible?», pensó. ¿Habría encontrado un territorio donde él realmente no podía entrar, como creía Eradorius?

La carcajada resonó como el trueno por el cuerpo de Malus, y le hizo temblar los huesos.

—Pequeño druchii necio —dijo el demonio—. Mírate las manos.

Malus se detuvo. Con creciente sensación de pavor, alzó las manos y vio la piel gris oscuro y las palpitantes venas negras que se le retorcían como gusanos en las muñecas. Las uñas, aunque no eran garras propiamente dichas, se veían negras y afiladas.

La fuerza que sentía era la de Tz'arkan. El demonio no había desaparecido, sino que se había extendido por todo su cuerpo, por el que corría como la sangre.

—Verás —dijo el demonio—. Aquí estoy suspendido entre tu lastimoso mundo y las tormentas del Caos que me alimentan de poder. —La conciencia de Tz'arkan retronó dentro de él—. Jamás podría haber entrado en este lugar desde mi prisión... En un sentido, tú has sido mi puente. —El demonio rió entre dientes—. Sí, este sitio me gusta. Podría permanecer aquí durante muchísimo tiempo.

Malus luchó para reprimir una ola de terror.

—¿Y cambiar una prisión por otra? Vayamos a buscar el maldito ídolo y acabemos de una vez.

—Vaya, Malus, si no te conociera mejor, pensaría que estás cansándote de mi compañía.

El noble continuó corriendo.

Los fantasmas de los sueños lo esperaban a la sombra de la torre.

Se abrieron paso fuera de la grumosa tierra ensangrentada y tendieron hacia él huesudas manos con garras, agitados tentáculos o ganchos con punta de flecha. Algunos eran humanos, otros elfos; muchos eran retorcidas monstruosidades propias de las pesadillas de un brujo. Intentaban arañarlo con las garras y golpearlo con los tentáculos, y reptaban hacia él mientras corría por la llanura.

Un humano esquelético, con apergaminada piel blanca y una melena de pelo blanco, intentó cogerlo por el cuello. Malus atravesó con la espada la cabeza del espectro, y la figura onduló como humo. Una reptante masa de carne con venas azules se deslizó por el suelo y le envolvió una pierna con un tentáculo espinoso; las púas como agujas atravesaron con facilidad capas de cuero y piel, y le dejaron la carne fría y entumecida. El gruñó y descargó un tajo descendente con la espada, que atravesó inofensivamente a la criatura.

—¿Qué hay de estas criaturas, demonio? —dijo.

—Son los perdidos —replicó Tz'arkan—, seres que fueron arrojados a la orilla de la isla. Cuando murieron, sus espíritus permanecieron aquí. Ahora anhelan tu fuerza vital, Darkblade. Hace mucho tiempo que no toman un bocado tan dulce.

Las manos del esqueleto se le cerraron alrededor del cuello. Malus le lanzó un tajo a la cabeza, pero un arrugado príncipe elfo le cogió el brazo de la espada y lo sujetó contra el cuerpo acorazado. Algo cerró las mandíbulas sobre una de sus piernas, y atravesó con los dientes armadura y ropón. El frío penetraba inexorablemente dentro de su cuerpo y le drenaba las fuerzas. Oía los latidos del corazón, que le golpeaba el pecho con violencia.

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