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Authors: Mike Lee Dan Abnett

Tormenta de sangre (47 page)

BOOK: Tormenta de sangre
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El noble le arrancó el ropón con un tirón brusco, y dejó a la vista una figura de piel negra, cuyo musculoso cuerpo se hinchó ante sus ojos hasta encumbrarse sobre él como un gigante. Una cara chupada lo miró desde lo alto con expresión burlona, y le dedicó una lunática y ancha sonrisa, repleta de puntiagudos colmillos. Unos ojos verdes relumbraban con luz sobrenatural en el semblante casi humano, y una lengua de dragón asomó entre los carnosos labios.

—Listo, pequeño druchii, listo —dijo Tz'arkan—. Pero muy equivocado, a pesar de todo.

Malus retrocedió, conmocionado, y el demonio lo atacó como una víbora. Su boca se abrió desmesuradamente al cerrarse en torno a la cabeza y los hombros del noble y tragárselo entero.

Yacía en la negrura, enroscado alrededor del corazón del demonio.

La oscuridad que lo rodeaba estaba desierta, como el negro vacío que se extiende entre las estrellas. Malus nunca había sospechado siquiera que pudiera existir un frío semejante; se le metía dentro del cuerpo y le drenaba la vida, derramaba su esencia vital en la negrura como si fuera una herida abierta en su mismísima alma. El frío lo invadía como la propia muerte... No, como la muerte no, porque para Malus la muerte era una fuerza en sí misma, como una tormenta o un fuego voraz. Eso era la nada, total y absoluta, y lo inundaba de miedo.

Había calor en el corazón del demonio, calor alimentado por la sangre de mundos. Malus se acercó a ese horrendo órgano antinatural para pegar la piel a la viscosidad y sentir las almas que se retorcían dentro. Centenares de almas, millares de ellas, todas petrificadas en un solo momento de devastador terror puro. Las sentía a todas y cada una como una esquirla de afilado cristal, y la apretaba contra su cuerpo para saborear el fugaz pinchazo. Aulló de dolor y éxtasis, impelido por las pasiones mezcladas de civilizaciones enteras que eran consumidas por el Bebedor de Mundos. Durante un titánico latido del corazón, Malus era atravesado por la locura colectiva de todo un pueblo que se desvanecía un instante después.

Luego, el corazón del demonio volvía a latir, y otra multitud de almas gritaban en su trascendente agonía. Malus aullaba de horror absoluto mientras clavaba más profundamente en su alma esas cristalinas agujas de pasión.

Tz'arkan lo había poseído: entonces era él quien estaba dentro del demonio y sentía lo que él sentía cuando miraba las violentas tormentas del más puro Caos. Vio con los ojos del demonio cómo giraban los universos en el éter, cada uno temblando con el rocío de incontables almas. Sentía cada alma de cada mundo dentro de cada universo, saboreaba las pasiones de toda una vida en una sola inspiración.

Tz'arkan se movía entre mundos incontables, y Malus se dio cuenta de lo insignificante que era ante un poder semejante. Cuando el demonio hablaba, temblaba toda la creación.

—Contempla el poder de mi voluntad, mortal, y desespera. Entrégate a mí, y todo esto será tuyo.

Malus sintió que se desmembraba bajo la descomunal presión de la conciencia de Tz'arkan. Se estaba muriendo. Lo sentía. Y al darse cuenta de eso, todo el miedo lo abandonó, simplemente.

«Adelante —pensó—. Destrúyeme.»

La tormenta del Caos arreció a su alrededor. La nada le consumió el alma.

Y sin embargo, no murió.

«¡Destrúyeme! —se encolerizó Malus—. ¡Para ti no soy más que una mota de polvo... Acaba conmigo!»

Se hallaba suspendido sobre el vórtice de la creación... y continuaba sin morir.

«¿Acaso es algún tipo de truco?», pensó Malus, y entonces lo comprendió: por supuesto que lo era. No se trataba más que de otro recodo del laberinto, otra táctica destinada a quebrantar su espíritu.

Estaba todo dentro de su mente. Lo sabía. Y Malus pensó que si estaba dentro de su mente, estaba sujeto a su voluntad.

«Ya has tenido tu oportunidad, Eradorius —se dijo, furioso, invocando su odio—. Ahora bailarás al son de mi música.»

Malus concentró su voluntad en la violenta tempestad que lo rodeaba. «¡Muéstrame tus secretos, brujo! ¡Ábreme tu mente!»

La voluntad del noble brilló como una estrella recién nacida en el firmamento de locura, y la creación se deshizo como revienta una burbuja. Malus cayó hacia la oscuridad, pero el descenso fue acompañado por su risa, salvaje y triunfante.

26. El ídolo de Kolkuth

No había techo. Se encontraba de pie en el centro de la torre cuadrada, rodeado de escaleras que llegaban a galerías que ascendían hasta donde alcanzaba la vista. Era un laberinto vertical que giraba y se retorcía sobre sí mismo, y se extendía hacia lo alto sin fin aparente. Desde el exterior, la torre había parecido simple y sin complicaciones, pero la realidad lo era todo menos simple, conformada por las dementes brujerías de Eradorius y el ídolo de Kolkuth.

Al fin, quedaba a la vista el laberinto del demente brujo, despojado de las ilusiones, pero no menos desalentador por eso.

Malus apretó los dientes, escogió una escalera al azar y comenzó a subir. Era estrecha y sinuosa, sin barandillas ni soportes que la anclaran, pero a pesar de todo, la piedra que pisaba era firme. Lo llevó hasta la segunda galería, y luego giró a la derecha para acabar en una pequeña habitación desde la que ascendían otras cuatro escaleras hacia lo alto de la torre.

«No pierdas el hilo —se dijo a sí mismo—. Estas cosas siguen unas pautas. Haz la misma elección cada vez para no perder la orientación.»

Se encaminó a la misma posición que ocupaba la primera escalera en el piso de abajo, y comenzó a subir. La escalera ascendía hacia una difusa luz verde... y acababa ante una pared. Experimentó un momento de vértigo: le daba vueltas la cabeza y parecía que sus pies eran atraídos hacia la pared como por una fuerza gravitatoria. Avanzó otro paso..., y salió por la pared. Malus parpadeó, momentáneamente incapaz de orientarse.

La luz caía sobre él desde lo alto. Al mirar hacia arriba vio las galerías que se extendían interminablemente por encima de él. Estaba de vuelta en la habitación donde había comenzado.

—¡Bendita Madre de la Oscuridad! —maldijo Malus—, esto es una locura.

—Nunca en tu vida has dicho nada tan cierto —replicó Tz'arkan. Si el demonio tenía conocimiento alguno de las visiones que Malus había experimentado del laberinto, no dio muestras de que así fuera—. El laberinto es un reflejo de la torturada mente del propio Eradorius. Acabarás como uno de esos retorcidos fantasmas de la llanura antes de llegar a comprenderlo del todo a él y sus retorcidos senderos.

—No quiero comprender este condenado lugar —replicó Malus, furioso—. Sólo quiero llegar hasta el ídolo. —Intentó pensar en los recursos que tenía al alcance de la mano—. Necesitamos algo que nos permita dejar un rastro. —Sin embargo, no tenía tiza ni hilo. Enseñó los dientes—. ¿Puedes hacer algo para señalar el camino, demonio? —preguntó, reacio.

—Nada podría ser más sencillo —replicó Tz'arkan, y Malus sintió dolor en el dorso de la mano derecha.

El noble gritó al mismo tiempo que alzaba el brazo, y vio que las venas negras del dorso de la mano se le hinchaban y retorcían como anguilas de río. La piel se distendió cuando una de las venas adquirió vida propia; fuera de la mano se extendió un palpitante zarcillo y se metió en una rendija que había entre dos piedras del suelo. Se puso tensa, y Malus dedujo que había más vena que podía salir, como si fuera una madeja de bramante que pudiera desenrollar mientras caminaba. Sentía todo el largo del cordel vivo como una extensión de su propia piel. Era la sensación más repulsiva y turbadora que había experimentado en toda su vida.

—Apuesto a que nunca pensaste que tenías unas profundidades tan grandes a las que recurrir —dijo el demonio con una risa entre dientes—. Podríamos dejar tu hebra a lo largo de muchos kilómetros antes de que las entrañas se te desparramaran por el suelo.

Maldiciendo en silencio para sí, Malus escogió la escalera situada más a la izquierda y comenzó a subir otra vez.

No podía determinar si había estado subiendo durante horas o durante días.

Al principio, había hecho unos cuantos giros equivocados que lo llevaron a lugares en los que había estado antes, y había usado el cordel para volver sobre sus pasos. Con el tiempo, desarrolló la capacidad de sentir la vena que se extendía detrás de él, y comenzó a ser capaz de percibir cuándo comenzaba a girar en dirección a ella. Mientras continuara dejándola detrás sabía que estaba avanzando, y así ascendió lenta pero constantemente por la torre. El suelo ya se encontraba a muchas decenas de metros más abajo. Avanzaba, de eso no le cabía duda.

Por desgracia, tampoco le cabía duda de que algo lo acechaba dentro del gran laberinto del brujo.

Comenzó a oír sonidos distantes, golpes sordos y arañazos como de algo voluminoso que diera tumbos por el suelo de piedra. En una o dos ocasiones, cuando el recorrido lo llevó cerca del centro de la torre, se asomó a mirar las galerías de abajo y captó atisbos de movimiento entre las sombras. ¿Sería uno de los fantasmas de la llanura, o la torre tendría su propio guardián para mantener a los intrusos alejados de los secretos más recónditos?

Con independencia de lo que fuera, Malus tenía pocas opciones. No estaba dispuesto a volver sobre sus pasos para enfrentarse con quienquiera que fuese; muy bien podría ser lo que la criatura pretendía, para empezar. «No», decidió, si lo que quería era detenerlo, antes o después tendría que enfrentarse con él, y cuando lo hiciera ya se encargaría de ella.

No fue mucho después de tomar esta decisión cuando comenzó a oír gruñidos graves y largos resuellos, como si una bestia enorme lo olfateara en el aire y saliera tras su rastro. El sonido parecía proceder de todas partes: de arriba y de abajo, de la derecha y la izquierda, como si la criatura describiera círculos a su alrededor en el retorcido laberinto. Malus reprimió una creciente sensación de inquietud, y continuó adelante. «Cuanto más se me acerque, más próximo a mi meta tendré que estar», pensó.

Luego, sin previo aviso, llegó a una puerta. Se trataba de una sencilla puerta de madera, pero era la primera que veía desde que había entrado en la torre. Malus posó una mano sobre la anilla de hierro y tiró para abrirla..., y oyó un iracundo bramido que resonó en alguna parte a su espalda. «Ahora sí que estamos progresando», pensó el noble.

Al otro lado de la puerta había una habitación con otro conjunto de escaleras, una visión de aspecto inquietantemente familiar. Pensando con rapidez, escogió una escalera y comenzó a subir. Acababa en otra puerta, y otra habitación virtualmente idéntica a la que había abandonado.

En la habitación que tenía justo detrás, algo enorme se estrelló contra la puerta con atronador estruendo, y en ese preciso momento Malus recordó los sueños que había tenido. Sin saber por qué, echó a correr. Como si oyera los precipitados pasos, el guardián del laberinto bramó tras él, y la puerta golpeó contra el marco cuando la criatura irrumpió en la estancia.

Malus continuó corriendo, concentrado en el cordel que se desenroscaba de su mano y que usó para dirigir sus pasos hacia lo alto. Lo perseguía el estruendo, porque la criatura abría brutalmente cada puerta que él dejaba atrás. Cualquier cosa que fuera, por el ruido parecía algo enorme y poderoso, cargado de creciente furia. Habría intentado provocarlo con pullas si le hubiera sobrado aliento.

De repente, el noble atravesó otra habitación idéntica y ascendió otra escalera..., y volvió a encontrarse ante la balaustrada de una galería que daba al centro de la torre. Estaba ya tan arriba que el suelo era invisible en la luz verdosa. Más se sorprendió al ver que sólo tenía una escalera delante, que conducía hacia lo alto. Al percibir que se hallaba cerca del final del maldito laberinto, continuó corriendo, apenas consciente de que el ruido de la persecución había cesado.

La escalera ascendía sin soporte alguno por el aire de encima de la galería, describiendo curvas y más curvas hasta un punto central. Acababa en un descansillo y un par de puertas con runas grabadas.

«Al fin», pensó Malus. Sonriendo con expresión de triunfo, cogió una de las anillas de hierro y tiró de la puerta para abrirla..., ¡y por ella saltó una criatura descomunal que lanzó un atronador rugido al mismo tiempo que blandía una hacha gigantesca!

«Es el guardián del laberinto», comprendió Malus, que se echó hacia atrás justo a tiempo de evitar el mortal tajo del arma del monstruo.

Era una criatura inmensa, cuya cabeza y hombros sobrepasaban a Malus. El cuerpo de poderosa musculatura tenía aspecto brutal y humano, pero la piel brillaba como el latón y su cabeza era como la de un toro enfurecido. La criatura barría el aire con amplios arcos poderosos de hacha, pero comparada con el druchii era torpe y lenta. Malus lanzó un grito salvaje y se escabulló por debajo de la guardia del monstruo para asestarle un tajo al enorme vientre. Justo en el punto culminante del barrido, no obstante, su mano fue detenida en seco: la vena que le salía de la mano lo frenaba. La hoja alcanzó el monstruo, pero el golpe fue débil, y el agudo filo pasó inofensivamente de soslayo por un costado del guardián. Éste avanzó hacia el noble al mismo tiempo que dirigía un tajo hacia su cuello, y Malus tuvo que retroceder.

—¿Qué estás haciendo? —se enfureció Tz'arkan—. ¡Mátalo!

Malus apoyó los pies con firmeza y se lanzó hacia adelante como una víbora, con la espada en dirección a una rodilla del monstruo. Esa vez, la vena tenía el largo suficiente para que el arma impactara con fuerza, aunque rebotó con un áspero tañido.

—¡Mi espada no puede atravesarle el pellejo! —gritó Malus, horrorizado—. ¡Es como si fuera de latón macizo! ¿Tú no puedes hacer algo?

El hacha salió disparada hacia él en un golpe corto de revés, y Malus la vio venir un segundo demasiado tarde. Sólo lo golpeó de soslayo en el peto, pero la fuerza del impacto lo hizo volar. Durante un espantoso instante atravesó el aire, y en el último momento, se detuvo al borde de uno de los escalones. Le quedaron los pies colgando sobre el abismo central de la torre, y soltó la espada para intentar hallar asidero en las lisas piedras.

Una sombra enorme apareció sobre él. El guardián avanzaba pesadamente hacia él, y sus pies pisaban con cuidado entre los bucles del cordel viviente de Malus. El noble gruñó con ferocidad, y se envolvió la mano con un bucle de la vena.

—He visto lo bien que luchas —dijo mientras observaba atentamente los movimientos de la criatura—. ¡Veamos lo bien que conservas el equilibrio!

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