Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Aturdidos por la vehemencia de su estallido emocional, los dos hombres guardaron silencio mientras Leia salía de la cocina.
—Lo siento —dijo Luke por fin—. Tenías razón. Me he engañado a mí mismo pensando que la conocía mejor que tú.
—No sé quién tiene razón y quién se equivoca, chico. Lo único que sé es que los dos sois más tozudos que un tauntaun —dijo Han—. Y también sé que probablemente éste es un buen momento para que te vayas.
Luke no intentó discutírselo.
Como la inmensa mayoría de las naves espaciales deportivas bautizadas con nombres impresionantes, la Aventurera Verpine de Akanah no tenía gran cosa que ofrecer ni en el aspecto técnico ni en el de la comodidad personal.
No tenía armas, escudos de combate o androide astromecánico, y su índice de velocidad sublumínica era de un modesto 2'5. El deflector navigacional había sido modernizado hasta dejarlo en las pautas estándar del Bloque 3 durante algún momento de su historia, pero su motivador de hiperimpulsión seguía estando en el nivel del Bloque 1. Sólo había un compartimiento presurizado individual, que compartía la parte central de la nave con una litera en la que sólo cabía una persona y un diminuto cubículo sanitario protegido por un mamparo. Akanah, casi pidiendo disculpas por ello, le explicó que la consola del servicio de comidas sólo podía ofrecer tres tipos de bebidas, ya que no había podido permitirse reparar los dispensadores de alimentos.
Pero el compartimiento de pilotaje era lo suficientemente grande para que Luke pudiera prescindir de su traje de vuelo en favor de unas prendas más holgadas y cómodas, y la pequeña bodega de carga disponía de espacio más que sobrado para acoger la modesta bolsa de viaje de Luke junto al equipaje y los suministros de Akanah.
—¿Eso es todo? —preguntó Akanah, gritando para hacerse oír por encima del viento.
—Eso es todo —replicó Luke, sacando un comunicador de un bolsillo—. Anda, entra de una vez... Estás temblando. ¿Puedes oírme, Erreté?
El comunicador emitió un estridente trino electrónico.
Luke ayudó a Akanah a introducirse por el angosto orificio de acceso, y después se apartó un par de pasos de la Aventurera.
—Voy a estar fuera durante algún tiempo, Erreté —dijo, sosteniendo el comunicador en el hueco de la palma de su mano—. Mantén el Protocolo de Seguridad Cinco. Si alguien cruza el perímetro de seguridad, envía el Código Alfa-cinco-cero-alfa por el Canal de Control Uno. Acusa recibo del mensaje.
R7-T1 respondió obedientemente con un pitido afirmativo. El androide ignoraba que el código que se le había comunicado haría que el refugio cayera al mar, donde se haría pedazos al chocar con los pináculos rocosos y sumergiría el ala-E bajo las olas.
—Fin de la conexión —dijo Luke.
Apagó el comunicador y después giró sobre sus talones, volvió a la Aventurera y trepó por la escalerilla de acceso, subiendo los peldaños de dos en dos.
—¿Va todo bien? —preguntó Akanah cuando se reunió con ella.
—Todo va estupendamente —dijo Luke, empujando la palanca que recogería la escalerilla y sellaría la compuerta detrás de él—. ¿Quieres tomar los controles?
—No es necesario —dijo Akanah, instalándose en el segundo asiento.
—Pues entonces, y si no te importa, procuraré ser útil —dijo Luke mientras se ponía el arnés de seguridad—. Pero antes tendrás que decirme hacia dónde he de dirigir el extremo más pequeño de esta nave.
—Nuestro destino es Lucazec —dijo Akanah—. Ése fue nuestro último hogar. Daremos comienzo a nuestra búsqueda allí.
Silencioso e inerte, el
Vagabundo
de Teljkon estaba suspendido en el espacio profundo lejos de cualquier estrella y flotaba en la oscuridad.
Gmar Askilon, la más cercana de las frías luces incrustadas en el telón eterno de la noche, se encontraba demasiado lejos para que sus rayos pudieran crear ningún reflejo superior al más débil de los destellos sobre la piel de metal gris del
Vagabundo
.
A gran distancia por detrás de él flotaba el negro casco del hurón de Inteligencia
IX-44F
, un espectro que perseguía a otro espectro. El hurón estaba casi tan inerte como su objetivo. Anunciaba su presencia únicamente con emisiones periódicas que iban comunicando su posición a Coruscant mediante la hiperonda, y con un láser óptico enfilado directamente hacia el vector de la popa.
La emisión del láser indicaba el punto de cita en el que debía presentarse la armada de Pakkpekatt, que había salido del hiperespacio de puntillas, una nave detrás de otra, a centenares de miles de kilómetros por detrás del
Vagabundo
. La flota había seguido la señal de la baliza del hurón, y había necesitado días para ir reduciendo la distancia que la separaba de él, moviéndose con la lenta y silenciosa aproximación de un depredador infinitamente paciente.
Durante la mayor parte del trayecto, la flota había adoptado una formación de hilera y había seguido un vector de ruta que permitía que el casco del diminuto hurón escondiera a las naves del
Vagabundo
. La armada había mantenido aquella formación hasta hacía dos días y sólo entonces, y utilizando únicamente las toberas, había empezado a desplegarse para adoptar la pauta de intercepción.
Los tres patrulleros que generarían la pantalla de interdicción se adelantaron al resto de la formación. Habían recibido órdenes de flanquear al
Vagabundo
por tres lados y colocarse delante de él.
Cuando el resto de la flota alcanzara al hurón, los tres patrulleros ya deberían haber ocupado las posiciones meticulosamente calculadas para impedir la huida por el hiperespacio.
El segundo despliegue, casi tan amplio como el de los patrulleros, estaba formado por los tres navíos de detección —dos escoltas y el Rayo, un patrullero hiperrápido de Prinawe modernizado y reconvertido—, a los que se les había asignado la misión de obtener grabaciones visuales completas y de espectro total del intento de intercepción. Si el
Vagabundo
trataba de echar a correr por el espacio real, el Rayo tendría que correr con él.
El
Glorioso
, la cañonera
Merodeadora
y el
D-89
, un hurón sin piloto, siguieron avanzando por el vector de intercepción inicial, aproximándose al hurón de Inteligencia con tal lentitud que había momentos en los que el cada vez más impaciente Lando pensaba que nunca llegarían al punto de cita.
—Pakkpekatt es tan cauteloso que comparado con él tú casi pareces un prodigio de ímpetu y temeridad, Cetrespeó —se quejó Lando en la intimidad del camarote principal del
Dama Afortunada
.
—Estoy de acuerdo con su táctica —dijo Lobot.
—Ya me lo suponía —replicó sarcásticamente Lando.
—¿Acaso no es prudente adoptar todas las precauciones posibles para no alertar a tu presa?
—Hemos ido mucho más allá de la prudencia —gruñó Lando—. Estoy empezando a sospechar que los hortek cazan a sus presas matándolas de aburrimiento.
Pero por fin llegó el momento en el que las diez naves estuvieron en posición, y el
IX-44F
y sus tres tripulantes fueron relevados de aquella misión que había durado noventa días.
—Puede volver a la base con nuestro agradecimiento, capitán —dijo Pakkpekatt por el comunicador sintonizado con el canal del hurón—. Pero me temo que deberá salir de la zona del objetivo de la manera más discreta posible.
—Gracias, coronel —respondió el capitán del navío de vigilancia—. A estas alturas, un par de días más o menos dentro de este armario ya no significarán mucho para nosotros. Buena suerte y buena caza.
El
IX-44F
se fue desviando lentamente de la trayectoria de intercepción y acabó quedando detrás de la formación, y el crucero
Glorioso
ocupó la posición que se le había asignado.
—¿Qué cree que hay dentro, general Calrissian? —preguntó Pakkpekatt mientras los dos estaban inmóviles delante del visor principal del puente—. ¿Por qué está aquí? ¿Adónde va? Dígame qué opina.
—Vaya a donde vaya, coronel, no tiene ninguna prisa por llegar allí —replicó Lando con jovialidad—. Igual que nosotros, ¿eh? ¿Ha decidido ya cuándo enviará a su hurón?
—Tengo intención de establecer una base de observación lo más sólida posible antes de emprender cualquier tipo de acción —dijo Pakkpekatt—. ¿Qué tal les han ido las cosas a usted y a su personal? ¿Han hecho algún progreso con ese fragmento de señal del contacto anterior?
—Ya sabe que sus órdenes de cortar todos los contactos con el exterior nos han dejado atados de manos, coronel. No tenemos prácticamente ninguna banda disponible en la Holored. El
Dama Afortunada
no dispone de la clase de capacidad de datos con la que ustedes cuentan a bordo del
Glorioso
. Nosotros dependemos mucho más que ustedes del acceso a los datos almacenados en otros lugares.
—Consideraré esa respuesta como un informe de que no ha habido progresos —dijo Pakkpekatt. Un suave roce sobre los controles del visor principal bastó para que el sistema de observación incrementara el nivel de activación de los fotoamplificadores hasta que el perfil del
Vagabundo
se volvió más nítido y el cuerpo del navío quedó lo suficientemente iluminado para mostrar los detalles principales—. Mírelo, general —siguió diciendo Pakkpekatt—. Por lo que sabemos, puede tener quinientos años o cinco mil. Puede haber estado recorriendo el espacio desde que nuestras dos especies eran demasiado jóvenes para poder alzar los ojos hacia las estrellas.
Quizá la única razón por la que ahora podemos acercarnos tanto sea que la obra de algún antiguo ingeniero por fin ha empezado a fallar.
—Las probabilidades se inclinan por una historia más corta —dijo Lando, un poco sorprendido ante el repentino sentimentalismo del hortek—. El espacio está lleno de peligros.
—Sí —dijo Pakkpekatt—, y para el
Vagabundo
, nosotros somos uno de ellos. ¿Sabe que no hemos podido encontrar ni un solo dato sobre esta nave en ningún registro de ningún mundo de la Nueva República, general? No hay planos, y no hay diseños. Ningún constructor de naves se ha atribuido su creación, aunque todos parecen admirar la gran capacidad tecnológica evidente en ella. Si el
Vagabundo
fue construido por alguna de las especies que conocemos, nunca se llegó a construir una segunda nave.
—Nuestro catálogo de todo lo que ha existido dista mucho de estar completo —observó Lando—. Me parece más probable que su historia sea mucho menos exótica.
—Las probabilidades... Usted es un jugador, ¿verdad? Bien, ¿cómo puede decidir cuáles son las probabilidades sin conocer el juego? —replicó secamente Pakkpekatt—. Esta nave que tenemos delante quizá sea el hogar de una especie que no tiene ningún otro hogar. Quizá es un nuevo visitante lleno de curiosidad que ha llegado a esta parte del universo y que viene de lugares para los cuales no tenemos nombres. O quizá ha llegado hasta aquí desde las profundidades del Núcleo, donde tenemos poquísimos amigos.
Todo es posible..., dado que existe un universo entero de posibilidades que se encuentra más allá de los límites actuales de nuestra imaginación.
—Todo es posible, cierto —admitió Lando—. Pero sus hipótesis me parecen bastante improbables.
—Pero ¿no está de acuerdo en que eso ya es razón suficiente para que seamos cautelosos? —preguntó Pakkpekatt—. Es razón más que suficiente para tener paciencia, y para tenerla hasta el punto de que la paciencia se convierta en una molestia..., e incluso hasta el punto del aburrimiento. Observaremos al
Vagabundo
durante un tiempo, general, y mientras lo hacemos permitiremos que el
Vagabundo
también nos observe a nosotros. Y cuando llegue el momento en que estemos listos para hacer algo más que observar, yo se lo diré. ¿Cree que podrá aguantar la espera, general?
Lando sintió que se le erizaba el vello al oír ecos de las conversaciones que había mantenido consigo mismo en las palabras de Pakkpekatt. Parecía algo más que una coincidencia, y sin embargo, Lando había visto en muchas ocasiones cómo un charlatán llevaba a cabo hazañas de lectura de los pensamientos todavía más convincentes mediante simples trucos.
—De momento sí, coronel —replicó—. Pero espero que lo que sea o quien sea que haya a bordo de esa nave no esté muy ocupado haciendo planes para destruirla y evitar que caiga en nuestras manos. Eso también forma parte de su universo de posibilidades. Espero que no lo olvide.
La expresión de Pakkpekatt era indescifrable.
—Pediré al oficial de comunicaciones que deje utilizar a su personal cualquier hueco que pueda producirse en nuestra cola de solicitudes para la Holored. Quizá eso le permitirá hacer progresos con mayor rapidez.
—Gracias, coronel —replicó Lando, empleando un tono tan envaradamente cortés como si estuviera delante de un rey—. Eso supondría dar un paso en la dirección adecuada.
—Menudo lío —dijo el teniente Norda Proi mientras estudiaba los resultados del examen de la región del espacio que se extendía directamente por delante de ellos que acababan de proporcionarles sus sensores de alta resolución. La imagen en tres dimensiones mostraba más de doce mil objetos, desde centenares que no eran más grandes que la bota del uniforme de un soldado de las tropas de asalto hasta uno que prometía ser la popa y una buena parte de la estructura central de un Destructor Estelar imperial—. Debió de ser una fiesta realmente salvaje, ¿eh?
El capitán Oolas asintió.
—Tendremos que estar aquí durante un mes como mínimo. ¿Por dónde le gustaría empezar, teniente?
—Por el trozo más grande del pastel, naturalmente —dijo Proi, señalando con un dedo—. Pero podemos lanzar androides mientras nos aproximamos, y luego podemos dejar que empiecen a ocuparse de las migajas.
El transporte pesado
Tenacidad
llevaba casi un año siguiendo un curso solitario a través de algunas de las regiones más famosas de lo que en el pasado había sido el espacio imperial. Conocido en la jerga de la flota como un chatarrero, el
Tenacidad
había tomado parte en la batalla de Endor, en la defensa de Coruscant contra el almirante Thrawn y en la persecución del
Caballero del Martillo
.
Pero con el cese de las hostilidades, los cuatro transportes pesados más viejos de la flota habían sido apartados —a petición de la Sección de Inteligencia— de los grupos de combate en los que servían normalmente.