Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (8 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Tiene que haber alguna manera de transferir a otras personas una parte del peso que lleva sobre los hombros.

—Aceptaré sugerencias —dijo Leia—. Pero Nil Spaar solicitó el retraso. Nunca ha estado en Coruscant. Dijo que quería explorar un poco el planeta antes de que las negociaciones ocuparan todo su tiempo.

—Comprendo —dijo Ackbar—. Quizá el mensaje venga de él.

—No estoy segura —dijo Leia. Alargó la mano y cogió un cuaderno de datos, deslizándolo hacia ella por encima del tablero de la mesa—. Bien, almirante... Y ahora que ya está en condiciones de operar, ¿qué vamos a hacer con la Quinta Flota?

—Responder a esa pregunta va a resultar un poco más complicado de lo que me había imaginado en un principio —admitió Ackbar—. Tig Peramis nos ha demostrado lo que podemos esperar que ocurra si existe aunque sea la más mínima apariencia de que vamos a emplear la diplomacia de las cañoneras.

Leia frunció el ceño.

—No quiero que tengamos miedo de enseñar la bandera, siempre que eso pueda ayudar a que acaben prevaleciendo los puntos de vista más racionales.

—Pues entonces me gustaría enviar la Quinta Flota a la Séptima Zona de Seguridad —dijo Ackbar—. Sé de varios mundos que acogerían con entusiasmo aunque sólo fuese una corta visita de una nave de la Nueva República. Y se me ocurren por lo menos cinco alfileres en el mapa de los problemas donde un gobierno legalmente establecido ha solicitado nuestra ayuda, y en todos los casos se trata de asuntos de tal naturaleza que ni siquiera el senador Peramis podrá protestar si intervenimos.

—Deme un ejemplo.

—Esta mañana acaba de producirse uno nuevo —dijo Ackbar, juntando las manos sobre la mesa—. El Conde Justo y Legítimo de Qalita Uno pide ayuda para enfrentarse a las incursiones de unos piratas. Han atacado seis naves en sólo un mes, y a cuatro de ellas con éxito. Los sindicatos de carga están amenazando con interrumpir sus envíos de suministros al planeta.

—Bien. ¡Muy bien! Empiece a trabajar y organice un itinerario de patrulla para la Quinta Flota —dijo Leia—. Asegúrese de que incluye una buena dosis de invitaciones a tomar el té y rescates de niños perdidos. Si hay alguien más en la Séptima Zona de Seguridad que piense como el senador Peramis, quiero que sus temores sean disipados de una vez por todas.

—Puedo tener preparado un itinerario antes de que anochezca.

Siguieron hablando durante varios minutos más, y discutieron el despliegue del resto de las fuerzas espaciales de la Nueva República. La Segunda Flota era la que llevaba más tiempo patrullando sin permisos y sin haber podido contar con los servicios de un astillero, mientras que la Primera Flota había pasado casi todo ese tiempo disfrutando de las ventajas que suponía actuar como fuerza defensiva de Coruscant. Después de haber escuchado las recomendaciones de Ackbar, Leia accedió a ordenar el regreso de la Segunda Flota y el envío de la Primera para que la sustituyera a lo largo de las vitales rutas de patrulla por la frontera que las tripulaciones conocían con el nombre de Callejón del Trueno.

—Tendría que haberse hecho antes —dijo Ackbar—, pero disponíamos de muy pocas piezas que mover por el tablero. Hasta ahora me he limitado a establecer un turno de rotación entre los navíos para que pudieran volver a los astilleros, por miedo a que algún enemigo pudiera aprovechar su ausencia. Pero si mantenemos a la Quinta Flota en Coruscant durante unos días más, entonces podremos llevar a cabo el intercambio sin que ni la capital ni la frontera queden desprotegidas.

—¿Cree que sigue habiendo un enemigo al acecho ahí fuera? —preguntó Leia—. Me refiero a alguien que disponga tanto de los medios como del atrevimiento necesarios para enfrentarse a la totalidad de la Nueva República, naturalmente... La verdad es que últimamente me siento mucho más preocupada por nuestra estabilidad que por nuestra seguridad.

—Usted puede permitirse ese lujo, pero yo no —replicó Ackbar—. Y recuerde que la almirante Daala no ha muerto, y que puede disponer de todos los recursos de centenares, quizá millares, de mundos del Núcleo para emplearlos como desee. Daala se irá volviendo más y más fuerte a medida que transcurra el tiempo, y tal vez tenga espías en la Ciudad Imperial.

El comunicador de Leia emitió un suave pitido en ese momento.

—¿Leia? —Era Tolik Yar—. Te necesitan en el Senado. Hay un problema con la solicitud de ingreso de Y'taa.

Leia se puso en pie.

—Voy para allá —dijo, y se volvió hacia Ackbar—. Podemos ocuparnos del resto de asuntos pendientes esta tarde, cuando tenga un itinerario listo para someterlo a mi aprobación. —Después sonrió—. Tal vez descubra que una parte de la información que necesita puede obtenerse en Puerto del Este.

—Estoy casi seguro de ello —respondió Ackbar con solemne seriedad.

La guardia personal de Leia se colocó detrás de ella apenas salió de la sala y la siguió. La guardia era cambiada cuatro veces al día, pero eso no parecía afectar a su aspecto general: sus dos protectores siempre eran altos y robustos, y siempre se mantenían en un continuo estado de alerta silenciosa. Leia se había inventado un par de apodos para sus guardias, y siempre pensaba en ellos como el Sabueso y el Tirador.

El primero cargaba con una mochila repleta de sensores químicos y electrónicos conectados a su cabeza. Su misión consistía en asegurarse de que ninguna bomba, veneno, agente patógeno, radiación o microandroide pudiera dañar a Leia.

La precedía al doblar las esquinas y al cruzar las puertas, y al entrar en un espacio cerrado.

El segundo llevaba armadura de combate y un escudo personal, y empuñaba un rifle desintegrador SoroSuub alimentado por un generador de mochila. Dado que Leia se negaba a usar un escudo personal, el trabajo del segundo guardia consistía en interponerse entre ella y cualquier intento de asesinato para servirle de escudo y eliminar a sus atacantes.

Han había conseguido que el jefe de seguridad ordenara la protección, y después había hablado con Leia y le había arrancado la promesa de que la aceptaría.

Pero Leia nunca había conseguido acostumbrarse a la presencia de los guardias, que iba pareciendo cada vez más innecesaria. Y, paradójicamente, había descubierto que la presencia de sus guardias personales no hacía que se sintiera más segura sino justamente todo lo contrario, ya que eran un recordatorio constante de que alguien podía querer asesinarla.

Como consecuencia de todo eso, Leia había aprendido a fingir que no estaban allí incluso cuando compartían un ascensor, la cabina de un deslizador o una acera móvil con ella. No quería llegar a saber sus verdaderos nombres o mantener el más mínimo trato amistoso con ellos: su promesa no llegaba tan lejos, y Leia quería que sus guardias no pasaran de ser un par de muebles.

El único momento en el que se daba por enterada de su presencia era cuando el Sabueso daba la alarma con un gesto y sin abrir la boca. Entonces Leia permitía que el Tirador la guiara hasta cualquier refugio que hubiera elegido en ese momento, y esperaba allí hasta que el Sabueso se había convencido de que no había ninguna amenaza. Eso ocurría con la frecuencia suficiente para que ya no la sobresaltara, pero no era un acontecimiento lo bastante raro para que Leia pudiera considerarlo como una simple molestia.

Aun así, Leia nunca se había imaginado que ocurriría cuando estaba caminando por el Pasillo Conmemorativo, justo delante de los muros de la cámara del Senado.

En un momento dado estaba pasando rápidamente junto al holograma del conjunto estatuario de los héroes de la Rebelión, con los pliegues de su túnica ondulando a su alrededor y la mente funcionando a toda velocidad en un vertiginoso repaso de todo lo que sabía sobre Y'taa. Entonces, en una fracción de segundo, el Sabueso levantó bruscamente las manos y el Tirador empujó a Leia hacia un lado para meterla en uno de los nichos del pasillo, allí donde la columna que se alzaba entre aquel hueco y el siguiente ofrecía una pequeña protección.

El pulso de Leia se desbocó de repente, y sus pensamientos se desbocaron con él. Un miedo irracional trajo a su mente el recuerdo de Tig Peramis, con el rostro lívido de ira y viéndola como la hija de Vader en vez de como una descendiente de la familia real de Alderaan. ¿Estaría Peramis lo bastante enfurecido como para matar? ¿Habrían engañado a Tolik Yar para que la traicionase? Qué horrible era que la obligasen a tener miedo precisamente allí, en el umbral del símbolo de libertad más famoso de toda la Nueva República, la primera estructura que había sido reconstruida después de que las distintas facciones imperiales hubieran convertido la Ciudad Imperial en un campo de batalla.

Y un instante después, todo terminó, tan repentinamente como había empezado.

—Todo despejado —dijo el Tirador con su voz impasible y totalmente vacía de emociones, haciéndose a un lado para permitir que Leia pudiera salir del nicho. Leia se apresuró a seguir al Sabueso y, con el ceño amenazadoramente fruncido, preguntó qué había causado la alarma.

—He detectado un nuevo campo de energía en la entrada de la Sala del Senado —dijo el Sabueso, señalando con un dedo—. Se ha activado al acercarnos a él.

Leia, todavía con el ceño fruncido, dio unos cuantos pasos más por el pasillo y después se quedó inmóvil..., y no pudo contener la risa. Alguien había colgado un enorme cartel holográfico encima de los paneles recubiertos de tallas y molduras de la doble puerta de la cámara del Senado. Por sí solo su aspecto ya bastaba para dejar muy claro que el cartel estaba bastante fuera de lugar allí —Leia pensó que hubiese debido estar en una fábrica, encima de la entrada a las naves de montaje—, y lo que se leía en él reforzaba esa impresión inicial. Leia leyó el texto:

882 DÍAS SIN UN SOLO DISPARO

Recuerda que la paz

es cosa de todos

Leia, con los labios curvados en una sonrisa lo suficientemente grande para que iluminara sus ojos, volvió la cabeza a un lado y a otro en busca de los autores de la broma.

—¡De acuerdo, confesad! —gritó—. ¿Quién es el responsable de esto?

Tolik Yar, muy satisfecho de sí mismo, emergió de la sombra de una columna a la izquierda de Leia y la obsequió con una radiante sonrisa llena de dientes.

—Si funciona con los dedos rotos, los chichones en la cabeza y las pequeñas quemaduras, ¿por qué no va a funcionar para temas mucho más serios?

—Me gusta —confesó Leia—. Pero... Bueno, quizá es un poquito demasiado aparatoso, ¿no? Behn-kihl-nahm te obligará a quitarlo. Dirá que va en contra de la solemne dignidad del Senado.

—Behn-kihl-nahm ha colaborado activamente en su instalación —dijo Tolik Yar—. Y en cuanto a la solemne dignidad del Senado... Bueno, cualquier senador al que le preocupe más eso que los resultados, necesita que alguien le recuerde urgentemente por qué estamos aquí. ¿No estás de acuerdo conmigo?

—Eres una joya, Tolik Yar —dijo Leia, sorprendiéndole con un abrazo. Después giró sobre sus talones y volvió a contemplar el holocartel—. Estoy de acuerdo. Y creo que cuando esos números lleguen al millar deberíamos celebrarlo con una pequeña fiesta.

—Haré correr la voz. Mientras tanto, buenas noticias: el problema con la delegación de Y'taa se ha resuelto inesperadamente. Te pido disculpas por haber interrumpido tu jornada laboral.

Tolik Yar se inclinó ante Leia y retrocedió.

—¡Fuera de mi vista! —dijo Leia.

Pero no dejó de sonreír hasta que hubo vuelto a sentarse detrás de su escritorio.

El director del astillero estaba sonriendo de oreja a oreja mientras acompañaba a Han Solo y Chewbacca al interior del hangar en el que un reluciente
Halcón Milenario
reposaba sobre sus soportes de descenso.

—Estoy seguro de que quedarán muy satisfechos —dijo, restregándose las palmas—. Sólo he permitido que fuera tocada por mis mejores mecánicos.

—Nada de androides —dijo Han en un tono de advertencia mientras examinaba el exterior de la nave—. Espero que no haya utilizado ningún androide. Los androides son incapaces de entender las sutilezas de la ingeniería creativa.

—Nada de androides —dijo el director del astillero, apresurándose a tranquilizarle—. Todo se ha hecho a mano..., y ésa es la razón por la que hemos tardado tanto en reconstruir la nave, por supuesto. El jefe de mecánicos solía ocuparse de los cargueros corellianos cuando estaba en Toprawa. Estoy hablando de cargueros que no habían sido alterados desde que salieron de la fábrica, claro está, nada parecido a lo que tiene usted... Pero por lo menos conoce el modelo lo suficientemente bien como para poder detectar las modificaciones que han introducido en él.

Chewbacca se detuvo debajo de una de las dos púas delanteras de la nave y alzó la mirada hacia las planchas erizadas de equipo. El wookie señaló uno de los emisores del campo deflector de proa, y después volvió la cabeza hacia Han y dejó escapar un aullido quejumbroso.

—¿Qué ocurre? —preguntó el director del astillero, y su mirada se posó rápidamente en el punto que había provocado la preocupación del wookie—. Oh, sí, hemos realineado todos los emisores. Estaban produciendo nódulos de interferencia a babor y estribor, y eso hacía que la nave fuese vulnerable a un ataque lateral.

—Me prometió que no cambiaría nada —dijo Han en un tono repentinamente amenazador.

—Le prometí que dejaríamos su nave en las mejores condiciones posibles, y eso es lo que hemos hecho —replicó el director del astillero, precediéndoles hacia la rampa de abordaje—. Lo primero que hicimos fue desmontar toda la nave hasta poner al descubierto la estructura básica, y luego desmontamos la estructura... Tenemos grabaciones holográficas del proceso, y tendría que ver lo torcidas que estaban algunas cuadernas y viguetas. Estructuralmente hablando, ahora el
Halcón Milenario
tiene un quince por ciento de piezas nuevas.

Han pasó de largo por delante de la rampa de abordaje y siguió moviéndose en un lento círculo alrededor de la nave, como si estuviera haciendo una última comprobación antes de despegar.

—Sí, bueno, la verdad es que ha recibido unos cuantos golpes... Pero aun así, el
Halcón
nunca me ha dejado tirado en los momentos decisivos.

Chewbacca soltó un desafiante gruñido gutural para indicar que estaba totalmente de acuerdo con Han.

El director del astillero bajó por la rampa con el ceño fruncido y se detuvo detrás de ellos.

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