Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (18 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
13.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Luke no podía negarlo.

—¿Cómo has podido llegar a saber todo eso? —preguntó con voz enronquecida.

—Te he estudiado... Antes de venir, y desde hace tiempo. Héroe de la Rebelión, Maestro Jedi, defensor de la Nueva República —dijo Akanah—. Carratos está muy lejos, pero las historias llegan incluso hasta allí. Y vi en ellas todas las cosas que te he dicho.

Luke empezó a girar sobre sus talones, como si quisiera darle la espalda, y meneó la cabeza.

—No. Eso es imposible. No le he hablado de esos miedos a nadie. A nadie.

Akanah se le acercó un poco más.

—Están escritos en tus ojos, y oprimen tu espíritu con un peso terrible —dijo—. Tú también podrías verlos de no ser por la ceguera que todos padecemos cuando nos miramos al espejo. Pero recuerda esto, Luke: tu capacidad para usar la Fuerza no procede únicamente de tu padre. El don de la Luz llegó a ti a través de tu madre..., y tu madre era una fallanassi. Ésa es la razón por la que tu corazón te está diciendo que debes venir conmigo.

Sus ojos se encontraron. Luke tuvo la sensación de que la mirada de Akanah era como un poderoso reflector que iluminaba los rincones más oscuros de su mente. Su voz era un arma maravillosa contra la que no tenía ninguna defensa. Sus palabras desgarraban los velos con los que intentaba envolverse. Aquella joven había derribado todos sus escudos, y Luke se hallaba indefenso ante ella y su mente se encontraba totalmente abierta al escrutinio de Akanah. Pero la sensación resultaba extrañamente reconfortante y tranquilizadora, y no había amenaza alguna oculta en ella.

Akanah ya conocía sus pensamientos más inconcebibles, y continuaba ofreciéndole la mano a pesar de ello.

—Ponme a prueba, si debes hacerlo —dijo Akanah.

—No —replicó Luke—. No es necesario.

—Si quieres volver a Yavin para recoger tus detectores y tus sondas, yo te esperaré aquí —dijo Akanah—. Pero ya puedo decirte lo que verías: nada. La Corriente Blanca es algo más que meramente otro nombre para la Fuerza que tú conoces. Es algo distinto, pero también es una manifestación del Todo. Te enseñaré cuanto me sea posible sobre ella.

—Das por supuestas muchas cosas.

—Hablo así impulsada por la esperanza, y únicamente por ella. ¿Vendrás conmigo, Luke Skywalker?

—No lo sé —dijo Luke—. Hay algo que debo hacer antes... He de contarle todo esto a una persona.

—Leia.

—Sí. ¿Existe alguna razón por la que no debería hacerlo?

—No, ninguna —dijo Akanah, y sonrió—. Dijiste que no era necesario ponerme a prueba. Pero esa pregunta...

—Tienes razón —dijo Luke—. Si me hubieras respondido con un sí y me hubieras dicho que esto tenía que ser nuestro secreto, habría dudado de ti. Pero hay otra razón por la que he de hacerlo. No tengo ningún recuerdo de mi madre. Leia sólo tiene unos cuantos, apenas meros atisbos impregnados de emoción.

—Hay más recuerdos allí. Nashira estaba protegida, de la misma manera en que lo estabas tú.

—Sí, puedo creerlo. Pero lo que ya me has contado tal vez baste para abrir cualquier puerta oculta que no haya sabido ver hasta ahora, y tal vez me permita sondear la mente de Leia con más éxito del que he tenido en el pasado. Y encontrar unos cuantos atisbos más de ella aquí dentro... —Luke se rozó la sien con las yemas de los dedos— significaría mucho. Si pudieras decirme más cosas...

—Lo siento. —La sonrisa que apareció de repente en los labios de Akanah contenía un destello de humor—. Hace quince años no eras importante, ¿sabes? No eras más que un tema de conversación entre algunos fallanassis. Si hubiera sabido lo que ocurriría en el futuro, les habría prestado más atención.

Luke se rió.

—¿Esperarás aquí mientras voy a ver a Leia?

—Por supuesto —dijo ella—. He esperado durante mucho tiempo la llegada de esta noche. Puedo esperar un poquito más antes de que nuestro viaje empiece por fin.

Volver a llevar puesto el traje de vuelo hizo que Luke se sintiera bastante raro, como si la prenda fuese demasiado holgada y demasiado estrecha a la vez. El ala-E parecía una escultura inerte en su hangar, y estaba cubierto por una fina capa de polvillo que se había ido acumulando poco a poco sobre él debido a la absoluta inmovilidad de la atmósfera.

—Sal de la modalidad de espera, Erreté —dijo Luke.

Varias luces de distintos colores se encendieron casi al instante en la cúpula y las planchas delanteras del androide astromecánico. Un instante después, Erreté emitió un trino de respuesta.

—Prepara la nave para el despegue —dijo Luke mientras iniciaba su propia inspección, rápida pero concienzuda.

El androide respondió con un silbido, y Luke bajó la mirada hacia la barra sensora de su traje de vuelo.

—Sí, puedes cortar tu conexión con los sistemas de la casa —dijo.

La respuesta de R7-T1 estuvo impregnada por la estridencia de una alarma.

—Sí, ya sé que hay alguien en la casa —dijo Luke, agachándose para pasar por debajo del ala izquierda—. Deja unas cuantas luces encendidas y mantén abiertos los pasadizos superiores. No te preocupes por ella.

El ala-E superó las comprobaciones de Erreté y Luke sin ninguna dificultad y con la máxima nota posible. Tanto el diseño como el ejemplo de él que Luke tenía delante de los ojos eran relativamente nuevos, y también eran mucho más eficientes y robustos que el ala-X T65 que Luke había pilotado contra la primera Estrella de la Muerte en Yavin. Aparte de todo eso, y después de que hubiera entrado en combate por primera vez, el ala-E al que se disponía a subir había sido minuciosamente repasado hasta dejarlo tan impecablemente a punto como si acabara de salir de la fábrica.

Aun así, Luke titubeó durante unos momentos.

Técnicamente hablando, el ala-E había sido prestado a la Academia Jedi para propósitos de adiestramiento, pero únicamente debido a que los reglamentos de los contramaestres no contemplaban la posibilidad de prestar un caza espacial de primera categoría a un civil. Ackbar le había persuadido de que, dada la impredecibilidad de la vida, era mucho más sensato que Luke tuviera a su disposición un ala-E con todos sus sistemas de armamento en condiciones de operar que un deslizador, chalupa o bote espacial desprovisto de armas.

—Piensa que eres un miembro de la milicia de la Nueva República —le había dicho Ackbar—. Y un miliciano siempre debería tener su arma en casa y al alcance de la mano, por si se da la eventualidad de que sus superiores vuelvan a llamarle.

Luke, no muy convencido, había acabado aceptando aquel argumento de bastante mala gana. Pero durante los meses anteriores a su regreso a Coruscant, se había ido sintiendo cada vez más y más incómodo en la carlinga del ala-E. Aquel caza era un asesino poderosamente armado, un intimidador, una amenaza muda allí donde apareciese. Como tal, representaba aquella parte de su vida que Luke estaba intentando dejar atrás.

Su ala-X se había adaptado a él tan perfectamente como si fuera una segunda piel, y casi había llegado a ser una extensión de su personalidad.

Luke había disfrutado enormemente pilotándolo, incluso en combate. Pero ése había sido otro Luke, un Luke mucho más joven. El ala-E era distinto.

Era como una incómoda imposición, un feo traje que se veía obligado a llevar cada vez que aparecía en público. Y echaba de menos la familiar presencia de Erredós, que sencillamente no encajaba —ni física ni electrónicamente— en la conexión astromecánica del R7 con que estaba equipado el ala-E.

«Una última vez —pensó—. Después tal vez permitirán que se lo devuelva.»

—Abre la carlinga, Erreté —dijo.

Después Luke dirigió su concentración hacia el muro delantero del hangar.

Unas delgadas hendiduras aparecieron en lo que hasta aquel instante había sido una lámina ininterrumpida de silicio y cristal de cuarzo y el muro se abrió, girando sobre unos goznes que no habían existido hacía unos momentos. Ráfagas de aire helado invadieron el hangar cuando el viento entró aullando por la abertura.

A falta de una escalerilla de acceso, Luke dio un ágil salto hasta el borde de la carlinga abierta y se metió en el hueco. Mientras la carlinga se cerraba sobre él, su cerebro formó una imagen mental del ala-E flotando en el aire a un par de metros por encima de la puerta del hangar y saliendo de él en un silencioso deslizamiento para perderse en la noche.

Tal como se lo había imaginado, así ocurrió..., con la única diferencia de que el silencio fue roto por los insistentes graznidos de Erreté. No había ninguna forma de explicar a la rígida mentalidad del androide astromecánico que flotar por el aire sin que los motores estuvieran funcionando no tenía por qué ser necesariamente una situación de emergencia.

—Conecta los motores —dijo Luke.

Erreté dejó escapar un gemido de alivio y obedeció.

Luke salió de su refugio en una espiral que se fue haciendo cada vez más grande, y examinó el suelo en busca de más pistas sobre su misteriosa visitante. Mientras pasaba sobre el acantilado por segunda vez, vio su nave —una Aventurera Verpine de un modelo bastante antiguo— posada a cien metros del precipicio.

«No puedo creer que no haya oído llegar a ese cacharro —pensó—. Pre-imperial, diseño de elevación general del fuselaje, toberas para el vuelo en modalidad atmosférica...»

Los recuerdos se agitaron, se unieron y se entrelazaron. «¿Has venido hasta aquí en ese trasto? —preguntó la voz de Leia, resonando con traviesa diversión dentro de su mente—. Eres más valiente de lo que pensaba.» Luke había oído esas palabras a bordo de la Estrella de la Muerte, cuando él y Leia se encontraron por primera vez..., cuando Luke imaginaba estar rescatando a una princesa, no a una hermana largamente perdida. Ya hacía mucho tiempo de eso.

Luke tiró de la palanca de control, y el ala-E salió disparado hacia la Ciudad Imperial. Un pensamiento enviado por delante de él bastó para que Luke advirtiera a Leia de que iba a verla. En cuanto a la razón de su visita, Luke decidió que por el momento sería mejor que se la callara.

No vio cómo Akanah le contemplaba desde la torre, y cómo su mirada llena de esperanza iba siguiendo la estela iónica de los motores mientras el ala-E desaparecía en la noche.

Leia se irguió de repente en la cama, rompiendo el abrazo de Han.

—Oh, ¿qué demonios pasa ahora? —preguntó Han con voz quejumbrosa.

—Va a venir aquí esta noche.

—¿Quién?

—Luke. —Leia apartó la suave sábana color cobre y salió de la cama—. Viene a vernos.

—¿Cómo lo sabes?

—He oído su voz. Ya sabes, gracias a ese misterioso don al que tú describes tan afectuosamente como... esa tontería semi-mística de gemelos que tenemos.

—Bueno... Todavía no ha llamado al timbre —dijo Han, con una tenue sombra de esperanza en la voz—. Tardará un buen rato en llegar.

Leia no pareció oírle.

—Ya iba siendo hora. Lo único que he de hacer es explicarle cómo se han portado hoy los chicos... Eso le permitirá hacerse una idea de todo el catálogo de problemas.

—¿Estás segura de que ésa es la razón por la que Luke viene a vernos?

—Dijo que necesitaba hablar conmigo sobre algunos asuntos familiares.

Han recibió aquella noticia con una expresión bastante dubitativa.

—No sé, Leia... Los chicos no son vuestra única familia —dijo, intentando minar la firme certeza de Leia sin revelarle el sitio en el que había estado viviendo Luke—. ¿No te parece más probable que se trate de algo relacionado con vuestro padre?

—¿Por qué dices eso?

—Pues porque me parece que Luke sigue teniendo problemas para digerir ese asunto.

—¿Qué? No, eso es una tontería —replicó Leia, empleando un tono bastante seco que descartaba toda posibilidad de que se tratara de eso—. ¿Por qué debería sentirse culpable por lo que hizo nuestro padre cuando se encontraba bajo el control del Emperador y del lado oscuro? Luke perdonó a nuestro padre en Endor. Tú estabas allí... Lo viste.

Han frunció el ceño.

—Bueno... Puede que para Luke no resultara tan simple. Después de todo, en la galaxia hay unos cuantos miles de millones de personas que siguen teniendo un concepto pésimo de vuestro viejo y querido padre.

—No hace falta que me lo recuerdes —dijo Leia, poniéndose una bata blanca y atando el cinturón con un rápido lazo—. Pero soy yo quien tiene que enfrentarse a eso, no Luke. Soy yo quien soporta las acusaciones y los gritos y las amenazas, y no Luke. Y lo estoy llevando bastante bien.

Mientras hablaba, Leia fue hacia la puerta del dormitorio. Cuando llegó a ella, se detuvo y se volvió hacia Han, que seguía sentado en la cama con el pecho desnudo entre un amasijo de sábanas arrugadas.

—No, estoy segura de que te equivocas —dijo—. Ésa no es la razón por la que Luke ha decidido venir aquí. Parecía... bastante excitado, casi feliz.

Han se rindió.

—Muy bien. Lo que tú digas, Leia. ¿Adonde vas?

—He estado tomando algunas notas sobre el comportamiento de los chicos. Quiero ponerlas al día antes de que llegue Luke.

Le dirigió una rápida sonrisa y desapareció por el umbral.

—Bueno, supongo que entonces se acabó el dormir por ahora —murmuró Han, suspirando y levantándose de la cama—. Esto me huele mal. Oh, sí, esto me huele muy mal...

Luke Skywalker no podía hacer una discreta visita particular a la jefe de Estado de la Nueva República ni siquiera a unas horas tan avanzadas de la noche. Todos los alrededores de la residencia presidencial estaban considerados como espacio aéreo de alta seguridad, y se hallaban protegidos por sus propios generadores de escudo locales. Eso descartaba la solución más cómoda de descender directamente en la residencia, o incluso cerca de ella.

En vez de eso, Luke recibió instrucciones de dirigir su ala-E hacia una pista militar de Puerto del Este. Antes de que hubiera podido salir de la cabina, ya había una multitud de técnicos de superficie y demás trabajadores del puerto congregada alrededor de la pista. Pero era distinta de la clase de multitudes que atraía Han. Todo el mundo permanecía alejado de la pista, y siguieron inmóviles incluso después de que Luke hubiera bajado de un salto desde la carlinga hasta la superficie de duracreto.

Era como si no pudiesen pasar por alto una oportunidad de ver a Luke Skywalker pero, al mismo tiempo, se sintieran demasiado intimidados por su elevada posición dentro de la Nueva República para atreverse a correr el riesgo de tratar de estrechar su mano, darle una palmada en la espalda o, meramente, dirigirle la palabra. Luke no se sentía tanto una celebridad como una curiosidad, y a veces tenía la sensación de que en lugar de ser un héroe vivo era una leyenda muerta.

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
13.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Red Collar by Jean Christophe Rufin, Adriana Hunter
Murder Most Fab by Julian Clary
On wings of song by Burchell, Mary
Bones of my Father by J.A. Pitts
Bull Mountain by Brian Panowich
Becoming Abigail by Chris Abani