Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Equipados con docenas de androides especializados y con oficiales de Inteligencia añadidos a la tripulación habitual, los chatarreros habían renacido como carroñeros. Sus órdenes de misión llevaron a los transportes pesados hasta las coordenadas de las grandes batallas libradas entre el Imperio y sus enemigos, donde deberían examinar los restos que flotaban a la deriva en busca de información u objetos que pudieran tener algún valor.
—¿Cree que esta vez hemos sido los primeros en llegar? —preguntó el capitán Oolas.
Norda Proi estudió el examen espectroscópico de los objetos cuyas trayectorias habían estado siguiendo.
—Es posible que sí, capitán. Pero no quiero forjarme demasiadas esperanzas, desde luego... Cuando hayamos abordado esos restos no tardaremos en saber si los ratones han estado aquí antes que nosotros.
La Operación Recogida había sido puesta en marcha cuando un gran número de artefactos militares, tanto rebeldes como imperiales, empezó a aparecer en el mercado del coleccionismo privado. Después de que las investigaciones preliminares demostraran que los artefactos no habían sido robados, sino que habían sido recuperados de las zonas de batalla por contrabandistas, comerciantes y demás particulares, el Senado actuó con una rapidez y unanimidad totalmente desusadas.
El Acta de Protección de los Campos de Batalla Históricos estableció más de dos docenas de áreas de acceso restringido y reclamó la propiedad de todos los restos de combates, estuvieran donde estuviesen, en nombre del Museo de Guerra de la Alianza. Pero la preocupación principal era la seguridad, no la historia. Muchos observadores atribuyeron el repentino temor del Senado a la explosión de un detonador térmico en una elegante zona residencial de Givin y al hecho de que una organización criminal de Rudrig hubiera utilizado un androide interrogador imperial sobre la víctima de un secuestro.
Pero la declaración de propiedad por parte de Coruscant sólo tuvo como efecto declarar ilegal el tráfico de artefactos, y no puso fin a él.
Acabar con el tráfico exigiría enviar patrullas a las zonas de acceso restringido, el arresto del notorio contrabandista Hutt Uta, y la confiscación de armas y otros muchos objetos exóticos esparcidos por las colecciones de los clientes de clase alta de un marchante de obras de arte muy conocido en la Ciudad Imperial. A pesar de todo eso, la aparición del
Tenacidad
ya había hecho huir en dos ocasiones a grupos de cazadores furtivos, y todos los campos de restos a la deriva que habían inspeccionado hasta el momento parecían haber sido concienzudamente saqueados.
—Tengo una identificación positiva de los restos, teniente —anunció un oficial de Inteligencia—. Es el Destructor Estelar de clase-I
Gnisnal
, registrado en nuestros bancos de datos con el número DE-489. Se informó que había sido destruido por una serie de explosiones internas durante la evacuación imperial de Ihopek y Narth. La información procede de fuentes de la Alianza.
—Muy bien —dijo Norda Proi, asintiendo con la cabeza—. Vamos allá.
Los primeros en abordar los restos fueron media docena de androides de observación y registro, que se desplazaron hasta ellos impulsados por sus propios motores mientras el
Tenacidad
se mantenía a una prudente distancia de seguridad.
Trabajando en parejas, para que de esta manera cualquier cosa que le ocurriese a uno quedara documentada por el otro, los androides se desplegaron siguiendo un plan de búsqueda especialmente concebido para esa clase de navío. Las prioridades eran las armas en condiciones de operar, las trampas y otros posibles riesgos para los equipos de búsqueda formados por seres humanos que ya estaban preparados para seguir los pasos de los androides.
Las amenazas no eran meramente teóricas. El chatarrero
Selonia
había sufrido graves daños cuando la bomba camuflada de cuaderno de datos de un furtivo estalló en su compartimiento de carga. Un año antes, un navío de exploración irónicamente llamado
Previsión
había sido destruido por un cañón láser automatizado cuando los equipos de búsqueda activaron una alarma dentro de un crucero imperial abandonado.
Pero los carroñeros también contaban con una regla que nunca les había fallado hasta el momento: si había cadáveres a bordo, entonces no habría bombas. La astucia imperial no llegaba al extremo de usar los cadáveres de sus propios hombres como cebo para sus enemigos, y los furtivos —ya fuese debido a la superstición o por respeto— siempre limpiaban de cadáveres los compartimentos y los pasillos.
Aun así, Norda Proi descubrió que el alegrarse ante la visión de los cadáveres esparcidos a bordo del
Gnisnal
hacía que se sintiera un poco incómodo.
—¿Se ha enterado del arresto de ese oficial de la Sección de Seguridad en Derra Cuatro el mes pasado? —preguntó Proi, estudiando las imágenes que el OR-6 estaba transmitiendo al
Tenacidad
—. Tenía once cadáveres de imperiales metidos en tanques criogénicos dentro de un hangar, todos ellos con armadura completa o uniforme de cubierta. Una locura.
—Sí, ya he oído hablar de eso —dijo el capitán Oolas—. Una locura, y algo lamentable... Al parecer había decidido guardarlos dentro de los tanques hasta que su hijo fuera lo bastante mayor para que pudiera contarle lo que le ocurrió a su madre durante la ocupación. Parece ser que entonces había planeado poner en la mano de su hijo el arma que le pidiera y permitir que se vengara.
—Me alegro de haber tenido un padre normal —dijo Proi, moviendo el interruptor para cambiar la señal a la transmisión del OR-1.
El capitán Oolas se recostó en su asiento y juntó las manos sobre su regazo.
—Y yo me alegro de que mi mundo natal nunca fuese ocupado por el Imperio.
En ese momento el OR-1 tropezó con un cuerpo que flotaba en el vacío y el impulso hizo que éste se alejara, girando lentamente sobre sí mismo mientras se movía. Durante una fracción de segundo, el rostro de un suboficial imperial —quemado por las llamas o una explosión y recubierto por las enormes cicatrices y ampollas de la descompresión— pareció quedar suspendido delante del sensor óptico del androide.
—¿Sabe una cosa, teniente? —murmuró Oolas—. Si has tenido la mala suerte de que te ordenen recoger la basura después de la victoria, ni siquiera una guerra justa te parece tan gloriosamente heroica.
—Estoy totalmente de acuerdo con usted —dijo Proi—. Me alegro de que todo haya terminado.
La pareja de androides OR-3 y OR-4 encontró lo que quedaba de las cubiertas de propulsión y energía del
Gnisnal
: una jungla de duracreto quemado y retorcido que se asomaba al espacio por un gran agujero abierto en el casco.
—La explosión fue de origen interno, eso está claro —dijo Proi después de haber estudiado las dos imágenes enviadas por los androides—. Me parece que fue provocada por un fallo en el acoplamiento de transferencia principal del reactor de ionización solar. Curioso, teniendo en cuenta que ese reactor es uno de los componentes más fiables y mejor protegidos que hay a bordo de un Destructor Estelar...
—¿Sabotaje?
—O pura y simple mala suerte —dijo Proi—. Fuera lo que fuese lo que ocurrió, hizo que el motivador hiperespacial se precipitara por el conducto y cayera justo en el centro del núcleo del reactor. La explosión secundaria destrozó los soportes estructurales y acabó con prácticamente todo lo que había por debajo de la cubierta número veintiséis. Esos pobres tipos no debieron tener ninguna advertencia de lo que se les venía encima... Por sí sola, la onda expansiva probablemente ya bastó para matar a casi todos los tripulantes de las cubiertas superiores.
Proi sintonizó las señales del OR-5 y el OR-6, que estaban avanzando lentamente hacia el puente.
—¿Cuál sería la tripulación normal para la parte intacta del
Gnisnal
, alférez?
—Un momento, señor —dijo el alférez, y se inclinó sobre su consola—. En los puestos de combate, aproximadamente doce mil hombres. En el resto de sistemas y puestos de vigilancia normales, aproximadamente unos siete mil cuatrocientos.
—Demasiados para llevarlos a casa —dijo Oolas.
Norda Proi meneó la cabeza.
—Probablemente la mitad de la tripulación o más estaba formada por pobres desgraciados reclutados a la fuerza, y supongo que la mayoría de ellos fueron reclutados en mundos que ahora forman parte de la Nueva República —dijo—. Enviaré una solicitud para que manden un transporte de la flota que pueda llevárselos.
El operador primario del OR-1 estaba sentado junto al androide de análisis de datos AD-1 en una consola del compartimiento delantero del
Tenacidad
.
Los dos iban examinando en tiempo real el torrente ininterrumpido de imágenes y datos proporcionados por los sensores introducidos en el
Gnisnal
. El operador del OR-2 y su androide de análisis de datos se encontraban sentados a unos pasos de distancia, y ejecutaban las mismas funciones de manera paralela.
La tarea más importante de todas las asignadas a los androides y sus operadores era la de llevar a cabo un inventario de los hangares, que habían sido localizados delante del reactor, y de sus baterías artilleras, que normalmente sobresalían de cada lado de la estructura principal, la cual tenía forma de cuña. Pero la nave había perdido una parte de su casco lo suficientemente grande para que los trabajos estuvieran bastante más avanzados de lo que habían esperado. Los dos androides ya habían hecho considerables progresos por la popa, y estaban moviéndose por las secciones que se encontraban debajo de la superestructura del Destructor Estelar.
El casco del
Gnisnal
estaba intacto por aquella zona, y los androides avanzaron por los pasillos exteriores de babor sin tropezarse con ninguna dificultad u obstrucción. Pero cuando se metieron por un pasillo interior que llevaba a los emplazamientos de popa, las alarmas empezaron a sonar en ambas consolas.
—Luz ambiental detectada —anunció el OR-1.
Pero eso ya había resultado obvio para los dos operadores sin necesidad de ninguna interpretación por parte del androide: el tramo de pasillo que se extendía ante él estaba brillantemente iluminado por sus luces superiores.
El operador se puso en contacto con el puente del
Tenacidad
sin perder ni un instante.
—Aquí Makki en el Número Uno, teniente Proi. Las luces del Corredor R, Nivel Noventa, están encendidas, señor. Sigue habiendo suministro de energía a bordo.
La voz del operador estaba impregnada por una sombra de preocupación.
—Eso es muy interesante —dijo Oolas, echando un vistazo a las indicaciones de distancia de la pantalla de navegación.
—Sistemas redundantes —dijo Proi, frunciendo el ceño y haciendo aparecer un mapa de la nave en su pantalla—. Esa subsección obtiene su energía de la célula Número Cuatro, con la Número Ocho como reserva. Supongo que una de ellas sigue funcionando. Bueno, hay que reconocer que los imperiales construyeron a estos pequeños para que durasen hasta el fin de los tiempos.
—Quizá debería decirle al timonel que nos alejara un poco más de los restos.
Los tentáculos superiores de Oola se enroscaron alrededor de su delgado cuello mientras hablaba, curvándose en un gesto protector que indicaba el nerviosismo que sentía.
—No —dijo Proi y frunció el ceño, aparentemente absorto en sus pensamientos—. Eso es iluminación de combate, no iluminación de emergencia. Esta nave quedó destruida con tal rapidez, que hay una probabilidad de que no tuvieran tiempo de seguir el procedimiento de desconexión de sistemas habitual. Makki, ¿sigue ahí?
—Sí, señor.
—¿Hay alguna señal de movimiento? ¿Detecta alguna vibración o punto caliente en los mamparos?
—No, señor.
—Entonces quiero que me haga un favor y que compruebe una cosa—dijo Proi—. Envíe el androide al Nivel Noventa y seis, Pasillo Q.
—¿Qué hay ahí? —preguntó Oolas.
Norda Proi meneó la cabeza.
—Tenga paciencia durante unos momentos. Es una superstición estúpida, pero prefiero no decirlo en voz alta.
Con su gemelo siguiéndole, el OR-1 entró en el pozo de un turboascensor y empezó a subir hacia el Nivel Noventa y seis. Oolas contempló su progresión con nerviosa impaciencia, mientras Proi lo iba siguiendo con silenciosa expectación. Cuando el primer androide hubo salido del pozo, vieron un puesto de guardia abandonado junto a una puerta blindada cuyas dos hojas estaban abiertas. Miles de resplandecientes fragmentos de bordes afilados flotaban en el aire como una pequeña tempestad de nieve.
—Los visores de este nivel debieron de quedar reventados después de la explosión —dijo Oolas.
—No... Los trozos son demasiado delgados. Eso son fragmentos de pantallas de monitores —dijo Proi—. Lo cual me indica que estamos en el sitio correcto. Gire hacia estribor, Makki. Y ahora, adelante. Cruce las puertas blindadas. Busque un pasillo de acceso a la derecha, y avance unos veinte metros.
Las toberas de maniobra del androide hicieron que la nube de fragmentos se agitara en un frenético estallido de movimiento mientras la atravesaba, encontraba el pasillo de acceso y se metía por él. El pasillo no era muy largo, y desembocaba en una gran sala de techo bastante alto.
Más de cuarenta consolas, con todos sus monitores hechos añicos, estaban dispuestas en dos semicírculos. Todas se hallaban encaradas hacia el cilindro metálico de dos metros de altura que se alzaba, como una escultura inacabada, sobre una plataforma pegada a la pared del fondo.
Suspendidos de la pared a cada lado del cilindro había paneles digitales tan grandes como compuertas blindadas. Un despliegue de mensajes multicolores en básico y binario que cambiaban incesantemente llenaba la mayor parte de la superficie del panel izquierdo.
—Por las joyas de mi madre... —murmuró Proi, visiblemente impresionado.
—¿Qué es eso?
—Es nuestro billete de vuelta a Coruscant, y además haremos el viaje sin escalas y en primera clase —dijo el teniente Norda Proi—. Es un núcleo de memoria imperial intacto.
El núcleo de memoria Número Cuatro del Destructor Estelar
Gnisnal
fue instalado en un laboratorio de la Sección Técnica y conectado a tres androides suministradores de energía de la capacidad máxima dispuestos en una cadena de cascada. Un androide bastaba para evitar que los niveles y canales internos del núcleo se colapsaran, y los otros dos eran una mera póliza de seguros. El contenido del núcleo de memoria era demasiado valioso para que pudieran permitirse correr el riesgo de perderlo.