Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Era casi imposible mantener una conversación mínimamente prolongada sin que alguien te preguntara cuál era tu teoría. Apostar por un desenlace u otro se había convertido en una auténtica manía, y Lando tuvo que hacer considerables esfuerzos de voluntad para mantenerse alejado de toda aquella frenética actividad apostadora.
Pero cuando Lobot le interrogó en privado, Lando optó por dar una de las respuestas menos populares.
—Como destino espacial esta zona no me parece gran cosa, pero es un buen sitio para esconderse —dijo—. En los otros avistamientos ocurrió exactamente lo mismo: todos tuvieron lugar en el espacio interestelar. Aquí fuera no hay nada que pueda atraer ni siquiera a las clases más bajas de la sociedad espacial, y te aclaro que al decir eso me estoy refiriendo a los buscadores de minerales, los contrabandistas y los pequeños transportistas.
—Prácticamente todo el tráfico interestelar se lleva a cabo a través del hiperespacio.
—Y la ruta del hiperespacio no pasa por este barrio —dijo Lando—. Nadie viaja por las profundidades del espacio interestelar salvo los piratas, y no muchos de ellos lo hacen. Éste es el sitio más solitario que he visto en toda mi vida. Y hay otra cosa: esta nave no parece tener ninguna prisa por llegar a algún otro sitio. No creo que haya nadie a bordo.
—¿Y entonces cuál sería su propósito?
—Esconder algo —dijo Lando—. Mantener escondido algo en un sitio lo más seguro posible. Algo increíblemente valioso, dado el esfuerzo llevado a cabo... Estoy pensando que lo que tenemos ahí es alguna especie de nave del tesoro.
—Hay veintidós mil cuatrocientas culturas conocidas que entierran toda clase de riquezas junto con sus muertos —dijo Lobot, abriendo una conexión.
—¿Tantas? Verás, esta nave podría ser la tumba de algún gran potentado planetario y estar llena a rebosar de todos los bienes que poseyó en vida... Eso explicaría muchas de las cosas que no entendemos, como son por qué está aquí y por qué está haciendo lo que está haciendo. —Lando frunció los labios mientras reflexionaba—. Esa idea me gusta mucho.
—La información contenida en los bancos de datos indica que los ladrones de tumbas son un problema muy común —dijo Lobot, que todavía estaba procesando la conexión que acababa de abrir—. El diseño de la tumba suele incluir trampas, barreras, pasadizos que no llevan a ninguna parte, entradas falsas y otros tipos de defensas contra las intrusiones.
—Robar tumbas parece una ocupación muy entretenida —dijo Lando, sonriendo jovialmente—. Aunque quizá deberías catalogar todos esos trucos defensivos.
—Lo estoy haciendo —dijo Lobot—. Lando, mi información sugiere que los robos de tumbas son muy comunes inmediatamente después de que la construcción haya sido completada, a menos que los trabajadores que conocen las defensas sean ejecutados. Quizá esta nave ya haya sido abordada.
—Si alguien hubiera entrado en esa nave, se la habrían llevado a casa con ellos —dijo Lando, meneando la cabeza—. Sigue estando herméticamente cerrada y lista para luchar. Mantén los ojos bien abiertos cuando violemos el perímetro mañana. Si la nave no empieza a chillar, te juro que volveré a Coruscant andando.
El hurón automatizado
D-89
tenía una cita con un punto imaginario del espacio situado a doce kilómetros exactos de la popa del
Vagabundo
de Teljkon.
Moviéndose en una veloz trayectoria que cortaría la que estaba siguiendo el
Vagabundo
en un ángulo recto, el hurón atravesaría la esfera defensiva imaginaria que rodeaba al
Vagabundo
mediante la maniobra que los marinos llaman cruzar la T. La misión del
D-89
consistía en violar el perímetro de una forma muy parecida a como lo había hecho la nave de Hrasskis, pero no de una manera tan agresiva como lo había hecho la
Corazón Valiente
.
—Quiero una provocación mínima que suponga un riesgo mínimo para nuestros recursos —había ordenado Pakkpekatt.
Según el plan, el hurón permanecería dentro del perímetro defensivo del
Vagabundo
durante menos de un segundo. Si la nave alienígena intentaba saltar al hiperespacio, las patrulleras que generaban el campo de interdicción estarían directamente delante de ella, listas para detenerla.
—Igual que ponerse a dar palmadas detrás de una rana de las arenas para hacer que salte a tu red —dijo Lando—. Espero que la red aguante, coronel.
—¿Tiene alguna razón para pensar que no lo hará?
Lando se encogió de hombros.
—No sabemos con qué clase de impulsor hiperespacial cuenta esa nave. Un campo de interdicción que ha sido diseñado para nuestros motores podría no dar resultado con ella.
—No se trata de una cuestión de diseño, sino de principios. Ningún sistema de hiperimpulsión puede operar dentro de la sombra de un pozo de gravedad planetario, o eso es lo que me han asegurado mis técnicos. Y confío en su capacidad.
—Apostaría a que el capitán de la
Corazón Valiente
también confiaba en sus escudos —dijo Lando—. Es una pena que el Servicio de Inteligencia no haya podido echar mano a un Interdictor de máxima potencia para esta misión...
—Ahí viene —dijo Pakkpekatt en voz baja y suave.
—Todos los sistemas de registro han sido activados —canturreó el teniente Harona—. Todos los escudos están a máxima potencia. Todos los puestos de mando han enviado la confirmación positiva. El campo de interdicción está preparado. El capitán del Rayo informa de que está preparado para iniciar la persecución en el caso de que sea necesario.
—Que nadie parpadee —murmuró Lando.
Como preparativo para la intercepción, Pakkpekatt había ordenado que el
Glorioso
abandonara su posición de seguimiento habitual a quince kilómetros por detrás de la popa del
Vagabundo
para colocarse a la menos peligrosa distancia de veinticinco kilómetros. A esa distancia, el hurón habría sido visible como un punto que avanzaba rápidamente por la derecha, y el
Vagabundo
como un óvalo que se interponía en su trayectoria..., si alguna de las dos naves hubiera estado iluminada por los rayos de un sol cercano, tuviera encendidas las luces de navegación o se recortara sobre la distante luminosidad de una nebulosa. Al no darse ninguna de aquellas circunstancias, no había nada que ver.
—Marquen las posiciones —dijo Pakkpekatt.
Un círculo rojo apareció alrededor de la posición de la nave alienígena.
Un círculo móvil de color verde indicó el avance del hurón.
—Ampliación centro, derecha —dijo el coronel.
La ya familiar imagen borrosa de la cola del
Vagabundo
llenó el tercio derecho de la pantalla visora.
—Veamos la transmisión del Rayo, a la izquierda —dijo Pakkpekatt.
La sección izquierda de la pantalla visora del puente adquirió una frontera de un color azul pálido, y un estallido de puntitos luminosos llenó esa parte y acabó convirtiéndose en una imagen de perfil del extraño navío.
—Quiero ver la distancia —solicitó Pakkpekatt.
Una hilera de números apareció en la parte superior de la pantalla visora.
Al principio los números fueron disminuyendo rápidamente, y luego lo hicieron más despacio. Los dos círculos de la imagen se fundieron cuando la estimación de la distancia se detuvo en los números 12.001 durante un momento, para volver a incrementarse casi enseguida.
De repente los altavoces del puente empezaron a emitir un ensordecedor sonido tremendamente modulado. No se lo podía llamar musical, pero no había ninguna otra palabra que pudiera describir mejor la experiencia que suponía el oírlo. Tres hombres que llevaban auriculares se los arrancaron de un manotazo y los tiraron al suelo, pero eso sólo sirvió para que descubrieran que el sonido seguía atacando sus oídos, casi con la misma potencia, desde el sistema de comunicaciones de la nave.
Lando no pudo reprimir una mueca de sorpresa cuando descubrió que el sonido le resultaba familiar y nuevo al mismo tiempo: era el mismo de la grabación obtenida por la nave de Hrasskis, pero mucho más nítido. Por primera vez, Lando pudo notar que había dos líneas «melódicas», algo que sólo los analizadores de señales habían sido capaces de detectar anteriormente.
Una oleada de alivio general recorrió el puente cuando la señal del
Vagabundo
cesó de repente. Una vez hecho su trabajo, el
D-89
prosiguió su trayectoria hasta salir de la zona de intercepción y desaparecer de la imagen del puente.
Y, prácticamente en ese mismo instante, el círculo que indicaba la posición del
D-89
se esfumó y un cegador destello blanco llenó las tres secciones de la pantalla visora, ardiendo en ella con tal intensidad que quienes tenían la vista vuelta en esa dirección quedaron cegados durante unos momentos. Cuando el fogonazo se esfumó, el
Vagabundo
había desaparecido de la transmisión del Rayo y se había vuelto repentinamente bastante más pequeño en la imagen ampliada.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Pakkpekatt.
—El objetivo ha saltado..., pero el campo ha conseguido mantenerlo dentro del espacio real —dijo Harona—. El objetivo ha avanzado unos tres kilómetros. Ahora se ha quedado inmóvil, y no hay ninguna señal de que los motores sublumínicos estén funcionando.
—Mi corazón también ha estado a punto de saltar al hiperespacio —dijo Lando—. Por un momento pensé que el
Vagabundo
había estallado, o que nos había disparado.
Esperaron durante casi una hora antes de decidir que no iba a ocurrir nada más. Después Pakkpekatt transmitió la orden de avanzar a las naves localizadores, y el
Glorioso
volvió a su posición acostumbrada, quedando nuevamente a quince kilómetros de la popa del
Vagabundo
.
—Reunión en mi sala de conferencias dentro de quince minutos —anunció el coronel por el comunicador general del puente—. Quiero tener los datos de encuentro preliminares de todos los equipos disponibles encima de la mesa, y quiero que los comandantes de los equipos de abordaje estén presentes.
—¿Habéis recibido esa señal? —preguntó Lando, volviéndose hacia Lobot.
—No teníamos más remedio que recibirla —respondió Lobot—. La misma pauta fue emitida en múltiples frecuencias a lo largo del espectro de energía, y no sólo fue captada por los receptores que se hallaban activados, sino que también fue inducida dentro de los circuitos pasivos.
—¿Y es la misma señal del avistamiento de la nave de Hrasskis? A mí me pareció que era la misma.
Erredós emitió un corto y enfático trino de respuesta.
Cetrespeó se irguió envaradamente y adoptó su mejor postura de oratoria oficial antes de traducirlo.
—Erredós informa de que, excluyendo de sus cálculos las secciones no recibidas y las que quedaron distorsionadas en la grabación original, la probabilidad de que la nueva señal sea idéntica es superior al noventa y nueve por ciento.
—¿Me estáis diciendo que hemos llenado todos los huecos? Bueno, eso ya es algo. ¿Reconoces el lenguaje, Cetrespeó?
—No, amo Lando —dijo Cetrespeó con una muy convincente imitación del abatimiento—. Aunque domino con fluidez más de mil lenguajes y códigos que emplean vibraciones de una sola frecuencia como unidades de significado, la sintaxis de este lenguaje es distinta a la de todos esos métodos de comunicación.
—Maldición —dijo Lando—. Creo que Pakky está a punto de enviar a los equipos de abordaje, y seguimos sin saber qué está intentando decirnos esa nave. Quiero que todos continuéis trabajando en este asunto. Ya seguiremos hablando cuando haya regresado de la reunión.
La sala de conferencias de que disponía el capitán del
Glorioso
no había sido construida para acoger a todos los cuerpos que habían logrado introducirse en ella. Cuando Lando llegó, no quedaba ningún sitio libre en la mesa, y todos los asientos auxiliares colocados a lo largo de las paredes estaban ocupados salvo uno.
El asiento vacío quedaba directamente detrás de Pakkpekatt, que estaba sentado en el centro de uno de los lados de la gran mesa oblonga. Lando optó por permitir que siguiera vacío, y se conformó con estar de pie delante de uno de los paneles donde se narraba la historia del navío.
—Ya podemos empezar —dijo Pakkpekatt, reconociendo indirectamente la presencia de Lando con aquellas palabras—. En primer lugar, me gustaría oír el informe del equipo de seguimiento. Procure que no sea demasiado largo.
—Sí, señor —dijo un oficial bastante delgado sentado a la derecha de Lando—. La respuesta inicial del objetivo tuvo lugar cero coma ocho segundos después de que se completara la aproximación, y duró seis segundos. La respuesta secundaria del objetivo tuvo lugar seis segundos después...
—Parece que no tienen muchas reservas de paciencia —dijo Lando.
Dos oficiales rieron, y después enseguida lamentaron haberlo hecho y se pusieron serios al instante.
—... y tuvo como resultado un salto abortado de dos coma ocho kilómetros a lo largo del vector de vuelo.
—Yo tampoco tengo demasiada paciencia, general Calrissian. Si pudiera limitar sus comentarios a cuestiones relacionadas con el objeto de esta reunión...
—Me parece que la considerable rapidez a la hora de apretar el botón de que han dado muestra esos tipos está relacionada al ciento por ciento con el objeto de esta reunión —replicó Lando—. Sea cual sea el significado de esa señal que todos oímos, no esperaron mucho rato a recibir la respuesta correcta por nuestra parte. Cuando volvamos a cruzar esa línea, más valdrá que estemos muy seguros de nosotros mismos.
—Le agradecemos sus opiniones, general —dijo Pakkpekatt, empleando un tono decididamente desprovisto de gratitud—. ¿Alguna cosa más, agente Jiod?
El oficial delgado meneó la cabeza.
—Sólo que, aparentemente, la entrada y salida del objetivo en el hiperespacio fueron indistinguibles de las de una nave que estuviera equipada con nuestros motores de fusión y motivadores estándar de la Clase Dos.
—Excelente —dijo Pakkpekatt, lanzando una mirada muy significativa a Lando—. El informe del equipo de observación, por favor.
—El total de variaciones y acontecimientos claramente independientes detectado por nuestros sistemas sensores a lo largo de la duración del encuentro ascendió a veintiocho. Los seis que hemos podido identificar...
Lando apoyó sus anchas espaldas en la placa, y soportó en silencio seis informes más antes de que Pakkpekatt solicitara el que más le interesaba.