Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (30 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Eso exigirá una aceleración muy elevada.

Lando asintió. Sus labios estaban fruncidos en una tensa línea.

—Sí. Puede que le dejemos un poco chamuscada la pintura al viejo
Glorioso
. Bueno, qué se le va a hacer...

El
Dama Afortunada
llevaba más de un mes surcando el espacio con los motores apagados, viajando como un parásito sobre un flanco del crucero.

Tomando en consideración ese hecho con el respeto que se merecía, Lando llevó a cabo una comprobación de sistemas desusadamente concienzuda durante los minutos que les quedaban, y fue activando lenta y cautelosamente los motores hasta dejarlos a una sola fase de la conexión final.

A las trece horas en punto, Lando dejó caer su pulgar sobre el botón del comunicador interno de la nave.

—¿Estás ahí, Cetrespeó?

—Sí, amo Lando.

—¿Y Erredós?

—Se reactivó en el momento previsto —dijo Cetrespeó—. ¿Qué dijo el coronel cuando le comunicó nuestras novedades, señor?

—Bueno, la verdad es que no parecía estar muy preparado para oírlas —dijo Lando—. ¿Todavía te acuerdas de la canción de anoche?

—Sí, señor, por supuesto.

—Pues entonces buscad algo a lo que agarraros, y en cuanto a ti, Cetrespeó..., prepárate para cantar.

Las alarmas empezaron a sonar en el puente del
Glorioso
apenas el
Dama Afortunada
se hubo separado del anillo de atraque. Unos instantes después, la nave ya se estaba alejando velozmente de su punto de amarre para dirigirse hacia el
Vagabundo
; los trazos resplandecientes de las emisiones de sus motores eran claramente visibles desde los ventanales delanteros del puente.

—¡Por todas las llamas del espacio! —exclamó el teniente Harona—. Sargento, ¿dónde está el coronel?

—En el Hangar Tres, con Bijo y el equipo de incursión.

—Dígale que suba aquí enseguida —ordenó Harona, y respiró hondo—.
Dama Afortunada
, aquí el
Glorioso
. Le ordeno que vire inmediatamente y coloque su nave junto al punto de amarre del que ha salido. Si no obedece inmediatamente, ordenaré al jefe de armamento que incapacite su nave.

—Será mejor que se lo piense dos veces antes de dar esa orden, teniente —replicó Lando sin inmutarse—. ¿Fuego de cañones desintegradores tan cerca del
Vagabundo
? Acuérdese de lo que le ocurrió a la
Corazón Valiente
.

Harona suspiró.

—General, ¿qué demonios cree que está haciendo ahí afuera?

—Trabajos de investigación —dijo Lando—. Si estuviera en su lugar, yo me aseguraría de que los sensores del
Glorioso
lo están registrando todo.

—Haga virar su nave, general. Es la última advertencia que recibirá.

Y en ese preciso instante, el coro gimoteante del
Vagabundo
inundó el puente con sus extraños sonidos.

—¡Localización! ¡Distancia! —ordenó Harona.

—Once kilómetros y aproximándose muy deprisa.

—Envuelvan a esa nave en un rayo de tracción, ¡y enseguida!

—Ve preparándote, Cetrespeó —dijo Lando, con el rostro fruncido en una mueca de tensa preocupación—. No me esperes, ¿de acuerdo? Utiliza todas las bandas de que dispongas. Yo emitiré a través de los canales estándar desde aquí.

—Muy bien, amo Lando. Me alegro muchísimo de que el coronel accediera a dejarnos comprobar si nuestra teoría se corresponde con los hechos.

—No me planteó ni la más mínima oposición, te lo aseguro —dijo Lando—. Preparados... Allá vamos.

Apenas hubo un instante de vacilación entre el fin de la transmisión del
Vagabundo
y la entrada en acción de Cetrespeó, que retomó la canción casi al momento. Lando redujo la velocidad, contuvo el aliento y esperó, viendo cómo los segundos iban transcurriendo rápidamente en el cronómetro del puente.

—Esto es muy emocionante —dijo Lobot—. Te agradezco que me invitaras a acompañarte.

—También he oído decir que morir es muy emocionante —dijo Lando, meneando la cabeza—. Siempre escoges los momentos más extraños para... ¿Cuál es la situación del campo de interdicción?

—Está activado.

Lando echó un vistazo a sus instrumentos.

—¿Dónde está ese rayo tractor? No pueden ser tan lentos. ¿Qué está ocurriendo?

—Hay un escudo secundario levantado —dijo Lobot, lanzando una mirada de soslayo a una de las pantallas—. El rayo tractor ha sido desviado.

—¿Qué? —exclamó Lando—. ¿El
Vagabundo
nos está protegiendo?

—Al parecer, sí —dijo Lobot—. Hemos sido reconocidos. Hemos dejado la flota del coronel y nos hemos unido a los qellas.

10

A altas horas de la madrugada del día en que la Quinta Flota debía zarpar de Coruscant, un aerodeslizador azul oscuro de la Flota descendió sobre la puerta de entrada de la residencia del almirante Ackbar en el lago Victoria. El aerodeslizador apenas redujo la velocidad, y enseguida se le permitió entrar y enfilar el camino que llevaba a la casa.

Ya había un vehículo estacionado allí, un saltador orbital poranjiano de esbeltas alas: los saltadores orbitales eran los aparatos del tipo superficie-a-órbita más pequeños de uso legal en Coruscant, y los favoritos de los chicos que soñaban con las estrellas. Pero el adulto que salió del aerodeslizador no era inmune al atractivo de su reluciente fuselaje. A pesar de la hora y del peso invisible que le encorvaba los hombros, el general Etahn Ábaht se detuvo unos momentos para contemplar el saltador poranjiano antes de volverse hacia la puerta.

La luz inundó el césped durante unos momentos mientras el almirante Ackbar acogía al comandante de la Quinta Flota en su residencia. La luz también reveló el cansancio que había en los ojos de Ábaht y su expresión de disgusto.

—Ah, Etahn... Entre, entre —dijo Ackbar, haciéndose a un lado—. Le agradezco que haya venido. Sé que le necesitan en otros sitios, y no le entretendré mucho rato.

—No sé de qué se trata, pero sea lo que sea no entiendo por qué no podíamos haberlo resuelto mediante la red de holocomunicaciones —gruñó Ábaht—. De hecho, ya hace dos horas que tendría que estar en Puerto del Este.

—Estoy seguro de que la Quinta Flota no zarpará sin usted, general —dijo Ackbar, guiando a Ábaht por la casa—. Y me parece que cuando hayamos terminado, no lamentará haberme concedido un poco de su tiempo.

—No lo lamentaría si dispusiera de tiempo. Ya podría estar de camino al
Intrépido
. En realidad, debería estar de camino.

—Hay alguien a quien quiero que conozca antes de que se vaya —dijo Ackbar, precediendo al general hacia una sala interior de forma circular.

—Es una hora bastante extraña para una visita de cortesía —dijo Ábaht, siguiéndole.

—Cierto —admitió Ackbar mientras un tercer hombre se levantaba de un gran sillón e iba hacia ellos—. Etahn, quiero que conozca a Hiram Drayson.

—¿El almirante Hiram Drayson, de Chandrila? —preguntó Ábaht, pillado por sorpresa y no sabiendo muy bien si debía responder con un envarado saludo militar o aceptando la mano que Drayson le estaba ofreciendo.

—Ya hace mucho tiempo de eso —dijo Drayson, sonriendo.

—Prescindamos de los «señor» y de los saludos —dijo Ackbar—. Esta reunión es de naturaleza totalmente extraoficial, por lo que también podemos pasar por alto las formalidades.

—Muy bien —dijo Ábaht—. ¿A qué viene todo esto?

—Etahn, Hiram es el director de Alfa Azul. ¿Había oído ese nombre antes?

—No.

—Excelente. No debía haberlo oído, por supuesto —dijo Ackbar—. Hiram y Alfa Azul trabajan dentro de la Inteligencia de la Flota, y más allá de su alcance. Se rigen por una serie de normas que reconocen las ambigüedades de la guerra y la política, y efectúan los trabajos que requieren trabajar fuera de las reglas de la cortesía y la buena educación.

—Lo ha explicado de una manera muy diplomática —dijo Drayson, sonriendo con afabilidad.

—Hiram tiene que comunicarle cierta información —siguió diciendo Ackbar—. Si estuviera en su lugar, yo le escucharía con mucha atención. Puedo asegurarle que he tenido muchas ocasiones de comprobar lo valioso que podía llegar a ser para mí el hacerlo..., así como lo valiosos que son sus consejos. —Dirigió una inclinación de cabeza a Drayson—. Y ahora, buenas noches.

—Espere un momento... ¿Adónde va? —preguntó Ábaht.

—Es preferible que lo que se diga en esta conversación no llegue a mis oídos —dijo Ackbar—. Me voy a la columna de agua, a dormir. Ya es muy tarde, ¿sabe?

Ábaht siguió al calamariano con la mirada mientras salía de la sala, y después se volvió hacia Drayson.

—Tengo la curiosa sensación de que el privilegio de serle presentado tiene menos de honor que de mal presagio.

Drayson sonrió.

—Eso significa que Ackbar confía plenamente en usted, y le aseguro que se trata de un gran elogio. Pero no voy a negar lo que acaba de decir: el conocerme siempre parece producir el curioso efecto de robar a la gente la bendición que supone poder disfrutar de un sueño tranquilo.

—Me lo imaginaba. Bien... ¿De qué quería hablar conmigo?

—De sus planes de viaje —dijo Drayson—. Y ahora, vayamos a sentarnos.

—Llevo meses intentando establecer alguna clase de red de recogida de información en el Cúmulo de Koornacht —siguió diciendo Drayson en cuanto estuvieron sentados—. No ha sido nada fácil, ni siquiera para mí. Los mercaderes llegan hasta la periferia del Cúmulo, pero los mundos de las profundidades de esa zona que forman parte de la Liga... Bueno, eso ya es otra historia. Al parecer, los yevethanos emplean un método muy directo para tratar a los intrusos: los ejecutan sumariamente apenas se tropiezan con ellos. Y, francamente, por sí sola ésa ya es una buena razón para preocuparse.

—Defienden celosamente su intimidad, ¿eh?

—Sí, y con un celo quizá incluso un poco excesivo —dijo Drayson—. Lo cual encaja con la conducta del virrey durante su visita, claro... Los yevethanos se han quedado a bordo de su nave, y el virrey mantiene estrictamente limitados sus contactos con el exterior a unas cuantas horas diarias con Leia. No sé si dentro de esa nave hay diez yevethanos, o un millar...

—Usted tampoco confía en ellos.

—No, no confío en ellos —dijo Drayson—. Estoy seguro de que Nil Spaar le ha estado mintiendo a Leia. El virrey es un jugador. Todavía no he conseguido averiguar a qué está jugando, y no sé hasta qué punto ha dejado atrás los meros fingimientos diplomáticos para pasar a emplear las mentiras puras y simples. Pero hay una cosa de la que sí estoy totalmente seguro, y es que los yevethanos han estado averiguando cosas sobre nosotros mucho más deprisa de lo que nosotros hemos estado averiguándolas sobre ellos. Ésa es otra razón para estar preocupado.

—Piensa que nos han estado estudiando.

—De no haberlo hecho serían unos idiotas, y no creo que lo sean —dijo Drayson—. Esa nave espacial yevethana ha tenido acceso a la red de hipercomunicaciones de la Nueva República y a todos los canales de noticias e información planetarios desde el segundo día de su estancia aquí, y el virrey ha podido disfrutar de un acceso completo y absolutamente libre de toda restricción a la jefe de Estado de la Nueva República. Mientras tanto, yo ni siquiera he podido confirmar cuántos mundos forman la Liga, o cuáles son sus nombres y situaciones. He visto cómo se me excluía de todo este asunto, y no estoy acostumbrado a que eso ocurra.

—¿Es ésa la razón por la que está manteniendo esta conversación conmigo en vez de con la princesa?

—Es una de las razones —dijo Drayson—. La otra es que usted va a ir allí con treinta navíos de guerra, y ella no.

—¿Puede decirme algo acerca de con qué es probable que me encuentre una vez esté allí?

—Puedo decirle algunas cosas. En la periferia del Cúmulo hay varios mundos que están habitados por otras especies y donde no encontrará a ningún yevethano —dijo Drayson—. Junto a la frontera hay una colonia bastante grande de kubazianos, dos pequeñas instalaciones mineras controladas por los morathianos, y una comuna religiosa h'king que al parecer se marchó de Rishii después de que se produjera un conflicto doctrinal. Un poco más lejos hay un nido de corasghianos que fue establecido por el Imperio y abandonado poco tiempo después, y una granja-factoría imperial dirigida por androides, también abandonada, que representaría un excelente almuerzo gratuito para cualquier transportista que esté dispuesto a correr el riesgo de ir hasta allí.

—¿Y los androides continúan atendiendo las cosechas y recogiéndolas?

—Sí. Coloque una nave en los muelles de carga, y los androides llenarán sus bodegas sin necesidad de que llegue a pedírselo —le explicó Drayson—. Todo eso son novedades producidas desde la última exploración general de ese sector, y podría haber más. Basándonos en esa exploración, podemos afirmar que existe un mínimo de cinco especies inteligentes en el Cúmulo, ninguna de las cuales ha conseguido alcanzar el nivel tecnológico necesario para poder llegar a viajar por el hiperespacio. Algunas ni siquiera han despegado del suelo.

—No parece el sitio más probable para que el Imperio instalara un astillero de tanta importancia.

—No, y menos teniendo en cuenta que los mundos yevethanos se encuentran tan cerca de allí.

—¿Piensa que las naves están en poder de los yevethanos?

—Permitir que eso llegara a ocurrir habría supuesto un grado de descuido desusadamente elevado por parte del Imperio —dijo Drayson—, pero no descarto esa posibilidad.

—Sería agradable saberlo con seguridad.

—¿Verdad que sí? Pero no puedo estar seguro. Es más probable que sea usted quien acabe descubriendo la respuesta a esa pregunta y me saque de dudas, que el que sea yo quien la descubra y se la comunique. —Drayson se frotó los ojos, y después deslizó los dedos de una mano por entre su corta cabellera negra—. Pero hay algo en lo que no paro de pensar. Cuando tuvo lugar la exploración de esa zona del espacio, los yevethanos acababan de descubrir los secretos del vuelo espacial interplanetario. Eran una especie realmente brillante, dotada de una gran capacidad técnica y con una considerable tendencia a sentirse bastante orgullosos de sí mismos, pero no suponían una amenaza para nadie.

—Y entonces aparece el Imperio.

—Y obliga a los yevethanos a pasar varios años trabajando en los astilleros imperiales, construyendo y reparando naves que representan un considerable progreso sobre todo lo que los yevethanos hubieran estado haciendo por su cuenta. Tanto si los yevethanos consiguieron obtener alguna nave o astillero del Imperio como si no, podemos estar casi seguros de que adquirieron los conocimientos necesarios para construir esas naves y esos astilleros.

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