Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta (31 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta
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—Podrían haber creado su propia Flota Negra.

—Así es —murmuró Drayson—. ¿Qué tal anda de memoria, general?

—¿Por qué me lo pregunta?

—Porque voy a enseñarle un código —replicó Drayson—. Si inicia un mensaje con él, ese mensaje llegará a mis manos sin ser visto en los Cuarteles Generales de la Flota. Y si yo le envío un mensaje, ese mismo código servirá para descifrarlo.

—Todo esto no me gusta nada —dijo Ábaht, frunciendo el ceño—. Y creo que usted tampoco me gusta demasiado, almirante. Si no fuese porque el almirante Ackbar me ha hablado tan bien de usted, creo que ahora estaría dudando de su lealtad. Y aun así, el caso es que estoy empezando a dudar de que haya sabido enjuiciar correctamente esta situación... ¿Realmente es necesario todo esto? ¿Qué razón puedo tener para querer colaborar con usted en una conspiración que tiene como objeto ocultar información a nuestra presidenta o al Alto Mando de la Flota?

—Permítame responder a su pregunta con otra pregunta: ¿cree que la princesa Leia es capaz de tomar decisiones realmente acertadas sobre asuntos concernientes al virrey y los yevethanos?

Ábaht desvió la mirada y guardó silencio.

—Ésa es la razón —dijo Drayson—. Este código no tiene como propósito ocultar nada, sino precisamente todo lo contrario: ha sido concebido para asegurar que usted obtendrá la información que necesita, y que a su vez usted podrá proporcionarnos la información que nosotros necesitamos..., una información que, de otra manera, podría perderse por el camino debido a los prejuicios de aquellos que controlan los canales de comunicación. Ábaht respiró hondo y suspiró.

—Y ésa es la verdadera razón de esta reunión, ¿verdad?

—Sólo es una de entre varias razones —replicó Drayson—. Quiero que disponga de cuanto pueda llegar a necesitar para hacer su trabajo mientras esté ahí fuera, general. Quiero que usted y su gente mantengan un nivel de alerta lo más elevado posible durante todo el despliegue de la Quinta Flota. Quiero que vea llegar el puñetazo, si es que se produce. Quiero que regrese aquí sin haber tenido que abrir ni una sola vez las escotillas de sus cañones. Pero si tiene que abrirlas, entonces quiero que sepa a quién está intentando matar, y por qué.

—¿Es eso todo? Tengo a varias personas esperándome.

—No —dijo Drayson—. Hay una cosa más. Tengo entendido que conoce a Kiles L'toth, el subdirector del Instituto de Exploración Astrográfica.

—Servimos juntos en la armada dorneana.

—Y además de servir juntos, se hicieron amigos. Hasta es posible que L'toth le deba un favor.

—Ahora sí que ya tengo muy claro que no me cae usted bien. Sabe demasiado.

—No es el primero que lo piensa, o que lo dice en voz alta —replicó Drayson.

—No me conformo con esa respuesta, almirante. ¿Qué tiene que ver Kiles con todo esto?

—Todavía nada —dijo Drayson—. Es sólo que me parece que ha transcurrido demasiado tiempo desde la última vez en que usted y Kiles hablaron. Es una pena que haya tan poco contacto entre la Flota y la administración civil... A veces pienso que son dos mundos totalmente desconectados.

La sequedad del tono de Ábaht, que casi convirtió su voz en un ladrido, reveló la creciente ira que sentía.

—¡Hable con claridad! ¿Adónde quiere ir a parar?

—El Instituto se encuentra bastante lejos del Departamento de la Flota o de Palacio —dijo Drayson—. De hecho, difícilmente podría estar más alejado del Senado, la presidencia y el círculo interno del poder... No tener a todo el mundo echándote continuamente el aliento en el cogote debe de ser muy agradable, ¿verdad? Sí, poder limitarte a hacer tu trabajo sin que nadie cuestione todos tus movimientos tiene que ser realmente maravilloso. Y además les han proporcionado todo cuanto necesitan: disponen de una flota entera de naves astrográficas y de exploración.

Ábaht le miró fijamente sin decir nada. Estaba tan sorprendido que se había quedado sin habla.

—Tal vez podría llamarle antes de irse —sugirió Drayson en voz baja y suave.

Un nuevo fruncimiento de ceño endureció todavía más la mirada de Ábaht mientras sopesaba todas las implicaciones de lo que acababa de oír.

—No, almirante, no me cae usted nada bien —gruñó por fin.

—No tengo por qué caerle bien.

—No, supongo que no —dijo Ábaht, y titubeó durante unos momentos antes de seguir hablando—. Pero... Bien, me imagino que será mejor que me enseñe ese maldito código después de todo.

—¿Kiles?

—¿Etahn? ¿Por qué me llamas a estas horas?

—Quiero cobrar una deuda pendiente —dijo Ábaht.

—Será un placer pagarla —dijo Kiles, frotándose el muñón de su pierna derecha sin darse cuenta de lo que hacía—. Ya iba siendo hora de que decidieras cobrarla, ¿no? ¿Qué necesitas?

—Esas naves tuyas... ¿Cuántas puedes reunir discretamente, sin atraer demasiada atención?

—¿Con qué rapidez?

—Con la máxima rapidez posible.

—Bueno... Seis, quizá. Posiblemente siete u ocho, dependiendo de adonde necesites que vayan.

—Tienen que ir al Sector de Farlax.

—Ah. Bueno, en estos momentos no tenemos gran cosa por ahí... Seis es el número máximo de naves que puedo reunir sin sacar a algunas personas de la cama, y eso no es algo que pueda hacerse con discreción.

—Pues entonces tendrá que bastar con seis —dijo Ábaht—. Kiles, necesito una puesta al día de los datos cartográficos del Cúmulo de Koornacht y sus alrededores inmediatos. Los registros de la última exploración no me sirven. No puedo decirte por qué...

—No te lo he preguntado.

—Ni siquiera puedo pedírtelo de manera oficial.

—Ya me había imaginado que esto no era un asunto oficial —dijo L'toth—. Verás, Etahn, en realidad las cosas nunca cambian tan deprisa.

—Las cosas que realmente me preocupan siempre cambian demasiado deprisa —dijo Ábaht.

—Y lo que te preocupa no tiene nada que ver con la navegación espacial, ¿eh?

—No. Son todas esas banderitas: el quién, el qué y el cuándo.

—Si mando a mi gente allí, ¿correrán peligro?

—No lo sé, Kiles —dijo Ábaht—. Lo único que sé es que si acaban teniendo problemas, será el trabajo más importante que hayan hecho en toda su vida.

—De acuerdo —dijo Kiles—. Me basta con eso.

—Si pudiera enviaría a mi gente. Ya lo sabes, ¿verdad?

—Lo sé. Te conozco lo suficientemente bien como para saberlo. No te gusta pedir ayuda a nadie. Estaba empezando a pensar que tendría que cargar con esta deuda hasta el día de mi muerte.

—Ahora necesito tu ayuda, Kiles.

—La tendrás. Empezaré a organizar el desplazamiento de las naves ahora mismo.

—Gracias, viejo amigo.

—Buena suerte, Etahn —dijo L'toth—. Ten mucho cuidado mientras estés ahí..., y procura cubrirte las espaldas mejor de lo que lo hice yo en su momento.

La Quinta Flota se había reunido en un área de estacionamiento orbital conocida como Zona 90 Este. Se encontraba justo allí donde terminaba el escudo planetario de Coruscant, pero era visible desde la gigantesca estación militar espacial que supervisaba y aprovisionaba el estacionamiento, y a través de la que fluían los suministros y las tripulaciones de la Quinta Flota.

A medida que se iba aproximando el momento de la partida, había muy pocas señales de sentimentalismo o ceremonia tanto a bordo de la estación como en las naves de la Flota. Todas las despedidas lacrimosas y llenas de buenos deseos ya habían sido dichas en las entradas de Puerto Este, Puerto Oeste o Nuevo puerto, la mayoría de ellas hacía varios días. La inmensa mayoría de los tripulantes, pilotos y soldados y todo lo relacionado en los manifiestos de carga ya se hallaba a bordo.

Sólo los rezagados del último turno, por fin reclamado a bordo después de que hubiera terminado su período de licencia, ocupaban los asientos de las lanzaderas posadas sobre su cola que iban despegando regularmente de la superficie de Coruscant para poner rumbo hacia la estación. Sólo los suministros más urgentes se unían a los rezagados a bordo de los transportes, barcazas y remolcadores que iban y venían entre la estación y la Flota como enjambres de insectos sobrecargados de trabajo.

—Tendrías que haberte ido sin mí —dijo Skids, con los ojos impacientemente clavados en el visor de la lanzadera de transporte
Imperiosa
.

Los largos miembros de Tuketu estaban despreocupadamente estirados a lo largo de tres de los diminutos asientos de la lanzadera.

—Oh, ni lo sueñes —dijo alegremente—. Nunca voy a ningún sitio sin mi artillero.

—Estoy seguro de que nos darán una buena reprimenda, y además lo anotarán en nuestros historiales. Tendremos muchísima suerte si se limitan a dejarnos aparcados en el hangar durante una buena temporada.

—Bueno... Hasta el momento, el estar juntos siempre nos ha dado suerte, ¿no?

Skids, que apenas si le escuchaba, meneó la cabeza.

—Lo tenía todo calculado al minuto... Sabía en qué segundo exacto tenía que salir de Noria para ir a Nuevo puerto. ¿Cómo se suponía que iba a saber que unos atracadores durakanos habían elegido esa terminal para dar el gran golpe de su vida?

—No podías saberlo, Skids, así que deja de darle vueltas a lo que ha pasado.

—La policía mantuvo en el suelo durante once horas a todo lo que era mayor que un pájaro, y no dejaron que nadie saliera de allí hasta que los hubieron capturado. Y después me paran encima de Surtsey por ir demasiado deprisa cuando estaba intentando recuperar una parte del tiempo perdido..., encima de Surtsey, nada menos. Si tienen suficientes vehículos aéreos para patrullar un sitio como Surtsey, parecería lógico suponer que no iban a tardar tanto tiempo en atrapar a un par de ladrones de joyas que miden más de dos metros de altura, ¿no?

—Allí está —dijo Tuketu, señalando la esquina superior derecha del visor.

—¿Qué? ¿Dónde? Oh... Sí, muy bien. Ya no tardaremos mucho en llegar —dijo Skids, dejándose caer en un asiento vacío—. ¿Crees que ascenderán a Hodo a comandante de escuadrón? Si quieres saber mi opinión, prefiero que sea Hodo antes que Miranda. No sé qué pensarás tú, pero...

—Skids...

—¿Qué pasa?

—Hablas demasiado.

—¿De veras? Oh, sí. Tienes razón, estoy hablando demasiado. Me callaré —dijo Skids, repentinamente cariacontecido—. Lo que pasa es que... Bueno, todo esto es realmente horrible. No puedo creer que haya ocurrido. —Echó un vistazo a su cronómetro—. Casi doce horas de retraso... El capitán nos meterá en un blanco robotizado y nos usará para hacer prácticas de tiro. La próxima vez no me esperes, ¿de acuerdo? Déjame allí y olvídate de mí, y...

El general Han Solo estaba inmóvil delante de la escotilla de la lanzadera de cuatro plazas que había utilizado para llegar hasta el
Glorioso
y fruncía el ceño mientras tiraba de la rígida tela de su uniforme, intentando hacer que resultara un poco más cómodo sin conseguirlo. Había engordado un poco a lo largo de dos meses de comer y cenar regularmente con su familia, y eso sólo empeoraba las cosas. «Estás impresionantemente guapo, querido —le oyó decir una vez más a la voz de Leia dentro de su mente—. Es tu cabeza la que se siente incómoda con el uniforme, no tu cuerpo.» Han suspiró, se dio por vencido y presionó el botón de apertura de la compuerta.

La dotación de la cubierta de vuelo ya había colocado una escalerilla para que pudiera bajar de la lanzadera, y el oficial de cubierta estaba esperando al final de ella.

—Solicito permiso para subir a bordo, teniente —dijo Han.

—¡General Solo! Permiso concedido... Bienvenido a bordo, señor. No sabía que fuera a venir a despedirnos, señor.

—No he venido a ver cómo zarpaban —dijo Han, bajando rápidamente por la escalerilla—. Voy a ir con ustedes. Haga que saquen mi equipo de la lanzadera, y después asegúrese de que uno de sus pilotos de transporte devuelve este vehículo a la estación antes de que inicien el cierre de escotillas.

—Sí, señor, inmediatamente. —La sorpresa inicial del teniente enseguida fue sustituida por el entusiasmo ligeramente teñido de adoración que Han había aprendido a esperar, pero que nunca aprendería a aceptar—. Siento que no haya venido en el
Halcón
, señor. Me habría gustado verlo.

—La verdad es que a mí también me gustaría estar viéndolo en estos momentos —dijo Han—. ¿Dónde está el general Ábaht?

—El general no está a bordo, señor. Esperamos que llegue en cualquier momento. El capitán Morano está en el puente. Si lo desea, será un placer enseñarle el camino.

Han estiró el cuello para ver más allá del teniente, y después recorrió el hangar con la mirada e hizo un rápido inventario de su contenido.

—Parece que están un poco apretados, ¿eh? —dijo con una inclinación de cabeza.

—Sí, señor. Hemos tenido que usar todo nuestro espacio de almacenamiento, y esta mañana hemos recibido media docena más de alas-E. Pero todavía podemos cambiar de sitio algunas cosas cuando necesitamos hacerlo, así que supongo que no tendremos demasiados problemas.

—Asegúrese de que puede lanzarlos al espacio en el mínimo de tiempo posible —dijo Han—. Si nos metemos en algún lío, la rapidez a la hora de despegar siempre es lo más importante.

—Sí, señor. ¿Desea que le escolte hasta el puente?

—Si pudiera averiguar dónde he de alojarme, por el momento me conformaría con eso —dijo Han, tirando del cuello de su camisa en un vano intento de conseguir que dejara de apretarle—. Oh, y avíseme cuando el general Ábaht suba a bordo.

Han, con el torso desnudo, yacía acostado sobre la espalda en la litera de lo que hasta hacía un rato había sido el camarote del cirujano de la nave.

Su camisa colgaba de una percha en la pared junto a él, y había dejado caer los zapatos al pie de la litera.

Había sido un día muy largo, y el cuerpo de Han quería dormir.

Pero el navío, al igual que la estación, se regía por el Tiempo Estándar, y eso significaba que a bordo había ocho horas de diferencia con la Ciudad Imperial. Han sabía por experiencias anteriores que la mejor manera de adaptarse al nuevo horario era alargar todavía un poco más su día y acostarse con el primer turno de la noche. Había dejado encendidas las luces del techo como una especie de póliza de seguros contra el quedarse dormido.

Pero su cuerpo enseguida agradeció aquel silencio, y sus ojos necesitaban un poco de penumbra después de tantas horas de luz, y su mente quería librarse de los pensamientos que no paraban de agitarse dentro de ella.

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