Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Sí, pero en realidad eso no tiene importancia —dijo Lando—. Puede que la pregunta nos parezca larga y complicada únicamente porque no la entendemos. Los seres humanos pueden recordar secuencias increíblemente largas si éstas tienen algún significado. Conocí a un contrabandista que se había aprendido de memoria las Cien Prescripciones de Alsidas cuando era pequeño y le estaban enseñando los preceptos de su religión, y todavía podía soltártelas una detrás de otra treinta años después. Mi madre se sabía de memoria centenares de canciones y poemas, y existen algunas especies inteligentes cuya memoria es muy superior a la de los seres humanos.
—No lo discuto —dijo Lobot—. Hay muchas hazañas memorísticas registradas en los bancos de datos de las bibliotecas. Aun así, las contraseñas y los códigos de acceso, tanto si son matemáticos como si son lingüísticos, carecen de tolerancia al error. Sea cual sea la longitud de la respuesta esperada, ésta no debe contener ningún error.
—Bueno, en realidad el problema siempre es el mismo, ¿verdad? —dijo Lando—. ¿Cómo se las arregla la gente para recordar todas las cosas que tiene que recordar? ¿Qué hacen cuando hay algo que no pueden permitirse el lujo de olvidar? Algunas personas tienen una memoria realmente increíble, y otras tienen problemas para recordar el cumpleaños de sus hijos, así que ya no hablemos de sus números de identificación y de los códigos de acceso para las cerraduras digitales que llevan años sin abrir. En consecuencia, la gente hace trampa.
—Trucos mnemónicos.
—Sí, pero también utilizan otras maneras de hacer trampa —dijo Lando—. Llevan los códigos de acceso encima, anotados en un papel o...
—Pero eso supone correr un serio riesgo de seguridad. Cualquier cosa que lleves encima puede ser robada.
—Cierto. Por eso algunos intentan disfrazar el código de acceso para que parezca otra cosa...
—Eso ya está un poco mejor, pero no mucho. Cualquier cosa que haya sido escondida puede ser encontrada.
—Cierto otra vez —asintió Lando—. En una ocasión un carterista de Pyjridj me dijo que cuatro de cada cinco carteras que acababan en sus manos contenían códigos de acceso, y que rara vez necesitaba ni siquiera un minuto para encontrarlos. A veces el código de acceso era la única muestra de escritura que había en la cartera.
—Siempre podría pedir a un androide que se encargara de recordar el código de acceso por usted —dijo Cetrespeó—. Un androide puede recibir instrucciones de no comunicar ese código a ninguna otra persona salvo usted, y además no comete errores y nunca olvidará el código.
—Pero los androides pueden ser robados, al igual que las carteras —replicó Lando—. Las memorias de los androides pueden ser leídas, o borradas. Un androide que sea sometido a tortura mediante sensores acabará revelando todos los datos contenidos en su memoria. Los androides también son conscientes de lo que saben, lo cual puede acabar produciendo una conducta errática. Los androides han revelado actos criminales cometidos por sus dueños, se han negado a obedecer órdenes de sus dueños, han borrado sus propias memorias, se han autodestruido...
Para el aparente alivio de Cetrespeó, Erredós interrumpió aquella letanía de defectos y fracasos mecánicos con un estridente trino electrónico.
—Erredós desea recordarnos que todos los androides astromecánicos de combate poseen segmentos de memoria protegidos que pueden ser utilizados para almacenar información de naturaleza delicada —dijo Cetrespeó—. Dice que en más de treinta años de utilización, ninguna unidad R2 capturada ha revelado jamás los contenidos de un segmento de memoria protegida.
—Eso es magnífico, Erredós —dijo Lando—. Puedes guardar algo en tu memoria, allí donde ni siquiera tú sabes que se encuentra en ese sitio, de tal manera que no se te puede obligar a revelarlo. Pero sigue siendo posible hacerte pedazos, o también pueden capturarte y llevarte a un sitio en el que yo no pueda acceder a tu memoria..., ¿y qué se supone que he de hacer entonces? Si el Imperio hubiera tenido un poco más de puntería, las especificaciones técnicas de la Estrella de la Muerte nunca habrían llegado a manos del general Dodonna en Yavin.
—La llave debe ser reproducible —dijo Lobot.
—Exactamente —asintió Lando—. De lo contrario, la misma llave será el punto débil. Sería como tener todas tus riquezas guardadas dentro de una bóveda acorazada de alta seguridad, y que sólo hubiera un tipo que sabe dónde está la única llave... Demasiado arriesgado. —Lando se levantó y empezó a ir y venir por el reducido espacio de la cocina del
Dama Afortunada
—. Vamos, vamos... Nos estamos acercando a algo, lo presiento. ¿Qué es lo que se nos ha pasado por alto hasta este momento? ¿Dónde está el fragmento que falta?
—¿Qué hay del hecho de que la transmisión contenga parejas de tonos? —sugirió Lobot.
—Excelente, excelente —dijo Lando, restregándose las palmas de las manos—. Pero ¿son auténticas parejas de tonos, o se trata de dos canales de información independientes? ¿Tienen realmente importancia las modulaciones individuales, o sólo la tienen sus emparejamientos? Transmitida mediante parejas de tonos, en secuencias largas, reproducible, que pueda esconderse sin que eso vaya a crear problemas de seguridad... ¿Qué clase de información encaja con esa descripción?
A Lobot le habría resultado tan imposible explicar cómo examinó el torrente de datos que atravesó su consciencia durante los segundos siguientes como a un ciego el describir unos fuegos artificiales, o a un androide el dar a luz. Durante las primeras fases de su adiestramiento, se había imaginado a sí mismo creando un cedazo que sólo recogería la información que buscaba y metiéndolo dentro del torrente de datos.
Pero esa tosca metáfora ya no bastaba. Lobot se sumergió en el flujo y, de una manera inexplicable e indefinible, permitió que su consciencia pudiera verlo todo, y no meramente los fragmentos de un cierto tamaño o una forma determinada que encajaban con sus ideas preconcebidas. El mismo flujo se hallaba bajo su control, y Lobot podía controlar la profundidad, la velocidad, la temperatura y los colores. Pero, en última instancia, todas las metáforas acababan fallando. Al final, lo único que podía decir era que enviaba sus pensamientos hacia el torrente de datos, y que sus pensamientos acababan volviendo a él con una respuesta.
—Casi todos los códigos genéticos contienen secuencias largas de naturaleza no aleatoria que son totalmente únicas y distintas a las demás —dijo Lobot—. El código de una sola molécula determinada bastaría para satisfacer todas esas condiciones.
—¿Un código genético? Pero ese código sólo tendría cuatro parejas distintas.
—Únicamente en el caso de que fuera un código genético humano. El número de parejas del código genético de las formas de vida de un planeta es considerablemente distinto a las de otro.
—¿Cuántas parejas de tonos hay en el fragmento?
—Dieciocho.
—¿Cuántas especies tienen dieciocho pares moleculares distintos en su código genético?
Lobot bajó la mirada hacia el suelo durante unos momentos mientras buscaba la respuesta.
—Existen seis especies conocidas con estructuras genéticas de dieciocho emparejamientos. Pero no disponemos de información genética sobre todas las especies conocidas, o sobre las especies desconocidas.
—¿Y alguna de esas seis especies tiene un lenguaje basado en ese tipo de sonidos?
—Sí, una: los qellas —dijo Lobot—. Estoy transmitiendo el indicador correspondiente de la biblioteca de muestras genéticas a Erredós para que proceda a su análisis.
La cúpula de Erredós giró hacia la derecha y hacia la izquierda mientras el androide alineaba sus procesadores para llevar a cabo esa tarea. Las luces de su panel de funciones se encendieron y apagaron. Unos segundos después el androide respondió con un solo y estridente pitido.
—Bueno, ¿qué has averiguado? —preguntó Lando—. ¿Qué ha dicho?
—Creo que la traducción más aproximada sería «¡Hurra!», amo Lando —dijo Cetrespeó.
Una gran sonrisa iluminó el rostro de Lando.
—¿Encaja? —Dio una entusiástica palmada en el hombro a Lobot—. Oh, condenado hijo de... ¡Lo has conseguido, viejo amigo!
Erredós emitió un burbujeo electrónico.
—¿Qué está diciendo? —preguntó Lando.
—Erredós dice que el grado de certeza de que la señal procedente de la nave sea una representación de un segmento del código genético de los qellas asciende a un noventa y nueve con noventa y nueve por ciento —dijo Lobot—. Pero la secuencia termina de repente, aproximadamente hacia la mitad. No está completa.
—Por supuesto que no —dijo Lando—. Ésa es la respuesta que están esperando recibir..., el resto de la secuencia. ¿Es una vocalización, o ha sido sintetizada? ¿Puedes cantar el fragmento siguiente, Erredós?
Erredós respondió con un suave trino en el que casi parecía haber una sombra de melancolía.
—El vocalizador de una unidad R2 es muy sencillo, amo Lando —dijo Cetrespeó—. Pero si se me permite ofrecerles mi ayuda...
—Adelante, ofrécela.
—Señor, con vistas a permitirme cumplir mis funciones primarias como androide de protocolo, durante mi construcción se me equipó con la capacidad de la poliarmonía. Creo que yo sí puedo cantar la secuencia, con la ayuda de Erredós.
—Inténtalo.
Cetrespeó y Erredós se acercaron el uno al otro y conversaron en silencio durante varios segundos por el canal de transmisión entre androides, intercambiando información en binario mucho más deprisa de lo que habrían permitido el básico o el peculiar dialecto electrónico de Erredós. Después Cetrespeó se irguió, volvió la mirada hacia Lando y ladeó la cabeza.
Un instante después, un extraño y fantasmagórico eco de la señal enviada por el
Vagabundo
llenó el compartimiento: el sonido era claramente distinto, pero no cabía duda de que había sido creado por el mismo compositor.
—Muy bien —dijo Lando, lanzando un puñetazo al aire—. Ésa es la llave. Vamos a entrar por la puerta principal. Cetrespeó, Lobot: decidme todo lo que sepáis sobre los qellas. Quizá eso pueda proporcionarnos alguna ventaja suplementaria.
—Por alguna razón que no comprendo, amo Lando, no dispongo de ninguna información sobre el lenguaje o las costumbres de los qellas —dijo Cetrespeó—. Pero ahora que conocemos la identidad de los propietarios de esa nave, debemos ser corteses con ellos. Entrar en el
Vagabundo
sin haber recibido una invitación previa supondría una grave violación de la etiqueta.
—¿Me estás diciendo que te negarías a enviar la respuesta...?
—Un momento, Lando —dijo Lobot—. He estado accediendo a todos los registros y bancos de datos que puedo consultar y creo que conozco la razón, Cetrespeó. Al parecer, el hecho más claramente establecido sobre los qellas es que se extinguieron hace más de ciento cincuenta años.
—¿Se extinguieron? —exclamó Lando, muy sorprendido—. Bueno, supongo que por mucho que queramos culparle de todo, el Emperador no tuvo nada que ver con eso... ¿Qué les ocurrió?
—Según un informe del Servicio de Exploración Galáctico —dijo Lobot—, al parecer varios asteroides de gran tamaño chocaron con su planeta, y su ecosistema quedó destruido.
—Eso no tiene ningún sentido —murmuró Lando, frunciendo el ceño—. Cualquier mundo que fuera capaz de construir algo como el
Vagabundo
también debería haber sido capaz de apartar de su trayectoria a unos cuantos asteroides. —Meneó la cabeza—. Un misterio nos ha llevado a otro.
—Puede que las respuestas a todos esos misterios nos estén esperando dentro de la nave de los qellas —dijo Lobot.
El rostro de Lando se ensombreció de repente.
—Has usado un plural verbal equivocado, Lobot —dijo—. El coronel sólo me va a dar una entrada para la barcaza, y tengo el presentimiento de que no corresponderá a un asiento de primera fila.
—Estoy seguro de que si comunica al coronel lo que hemos descubierto él encontrará espacio para acomodarnos a todos —dijo Cetrespeó—. Sería el curso de acción más razonable.
—Los horteks sólo se muestran razonables cuando están en desventaja —replicó Lando—, y ese hortek cree tener totalmente controlada la situación.
Después reanudó sus paseos por la cocina, y los demás esperaron en silencio.
—Bueno, sólo hay una forma de averiguar si ese código genético realmente es la llave que hemos estado buscando —dijo por fin—. De lo contrario, podríamos estar limitándonos a creer lo que queremos creer.
—Estoy de acuerdo —convino Lobot.
—Y Pakkpekatt va a querer pruebas. El coronel tiene muy claro que sólo somos un montón de equipaje con el que está obligado a cargar. No sé qué pensaréis vosotros, pero en mi opinión no se ha mostrado muy dispuesto a cooperar.
—No, es cierto —dijo Lobot.
Lando asintió con una lenta inclinación de la cabeza.
—Cetrespeó, Erredós... Hemos tenido un día muy largo —aunque supongo que a estas alturas ya es de noche—, y el de mañana puede ser todavía más largo. Quiero que los dos os desconectéis, y quiero que os recarguéis y utilicéis vuestros optimizadores de sistemas. Ajustad vuestros cronómetros de reactivación para las trece horas. Eso nos dará tiempo de sobra.
—¿No cree que antes deberíamos notificar lo que hemos averiguado al coronel Pakkpekatt, amo Lando?
—Yo me ocuparé de eso —dijo Lando, lanzando una rápida mirada de soslayo al rostro impasible de Lobot.
—Muy bien, señor. Iniciando la desconexión.
Los ojos del androide se oscurecieron al instante.
Un momento después Erredós rodó hacia la toma de energía, se conectó a ella y acusó recibo de las instrucciones con un breve pitido antes de que su panel de funciones también quedara totalmente a oscuras.
Lando se dejó caer en uno de los asientos que había junto a la mesa y estudió a Lobot con una ceja levantada en un enarcamiento de interrogación.
—¿Estás seguro de que es una buena idea?
—Es nuestra teoría —dijo Lobot—. Eso significa que somos nosotros los que debemos correr el riesgo.
—Entonces estamos de acuerdo —dijo Lando, recostándose en su asiento—. En ese caso, será mejor que tú y yo también descansemos un rato. Mañana va a ser un día muy interesante.
Lando y Lobot se sentaron en los sillones de pilotaje del
Dama Afortunada
cuando faltaban unos minutos para las trece horas.
—Creo que dispondremos de un mínimo de doce segundos antes de que intenten detenernos —dijo Lando—. Cuando eso ocurra, tengo intención de estar en plena tierra de nadie. Pakkpekatt se muere de miedo cada vez que se imagina lo que podría ocurrir si envía aunque sólo sea una partícula de energía contra el
Vagabundo
, así que todo el personal de ese puente se lo pensará dos veces antes de dirigir un haz de tracción en esa dirección.