Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (42 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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El Equipo Beta estaba llevando a cabo una exploración en aguas profundas desde un campamento situado sobre la enorme losa de hielo de un témpano; y el Equipo Gamma estaba trabajando en los riscos que se extendían sobre el glaciar Stopa-Krenn, donde buscaba habitáculos qellas posteriores a la catástrofe y artefactos nómadas.

—Disponen de un día más para terminar lo que estén haciendo —informó al jefe del Equipo Beta—, y después les trasladaré a S-Once. Alfa ya no tiene nada más que hacer en N-Tres, así que todavía no hemos encontrado ninguna ciudad..., y ésa es la razón por la que voy a conceder prioridad máxima a esa búsqueda durante el tiempo que nos queda.

—Entendido, doctor Eckels. Ya no queda gran cosa que encontrar, así que no tenemos nada que objetar.

Las noticias que Eckels comunicó a Gamma, transmitidas media órbita después, eran más o menos similares.

—Disponen de cien horas para encontrar un habitáculo confirmado e indudable antes de que los saque de allí y divida a sus efectivos en dos grupos para que podamos hacer turnos dobles en S-Nueve y S-Once. Ya tenemos todas las escamas de piel, frotis de callosidades, restos abandonados a toda prisa y miembros quemados por el hielo que puede llegar a digerir el Instituto. No nos iremos de aquí sin haber echado un vistazo a su forma de vida..., antes si es que no después, y a ser posible tanto antes como después.

—Entendido —dijo el jefe del equipo Gamma—. Déjeme hablar con Tia sobre los sondeos laterales de ayer. Hay un punto que me gustaría que inspeccionara con más detenimiento.

—Le transfiero la comunicación.

Eckels estudió el programa de trabajo en la pantalla de su cuaderno de datos durante unos momentos más y después lo archivó en la memoria. Sabía que estaba siendo implacable tanto con los equipos de la superficie como con los analistas y catalogadores del laboratorio, pero no veía ninguna otra alternativa real. Dispondrían del
Abismos de Penga
durante veintinueve días más..., después de los cuales la expedición a Kogan 6 del doctor Bromial, que ya había sido retrasada dos meses, pasaría a disponer de la nave. Eso les dejaba trece días productivos en Maltha Obex y dieciséis días desperdiciados en el viaje de vuelta a Coruscant.

«Todo ese tiempo sólo para trasladar nuestras manos y nuestros cerebros desde un lado de la galaxia al otro... El universo es una ofensa viviente a cualquier concepto razonable del orden.»

Eckels se encontró envidiando a su cliente por tener a su disposición una nave como el
Meridiano
. El veloz navío de casco negro que se encargó de la recogida había hecho un viaje de ida y vuelta a Coruscant en menos tiempo del que la ya bastante vieja nave de investigación necesitaría para terminar el trayecto de vuelta. Pero el Instituto Obroano jamás invertiría sus preciosos recursos en algo tan efímero como la velocidad.

—La arqueología no es una carrera —hubiese dicho el director bel-dar-Nolek si hubiera estado allí—. Es una profesión para quienes tienen paciencia. Los arqueólogos, que pensamos en términos de siglos y milenios, difícilmente podemos prestar atención al transcurrir de un puñado de días.

Pero bel-dar-Nolek ya no hacía trabajos de campo. El viaje más largo que efectuaba con regularidad se reducía a un paseo de veinte minutos desde su trabajo hasta su despacho en el Instituto.

Eckels salió de la cabina de comunicaciones y echó a andar hacia popa y los laboratorios. Pero antes de que hubiera llegado a ellos, escuchó cómo le llamaban por el sistema de comunicación interior de la nave.

—Capitán Barjas al puente, por favor. Doctor Eckels al puente, por favor.

Eckels reconoció la voz del primer oficial, que ya llevaba nueve años con la nave y había tomado parte en un número incontable de expediciones.

También reconoció la nota de urgencia que convertía las palabras de Manazar en algo más que una educada petición. Eckels giró sobre sus talones, invirtió la dirección de sus pasos y les añadió un poco de apresuramiento hasta que entró en la sección de la tripulación y subió por la escalerilla triangular que llevaba al puente.

Barjas había llegado antes que él.

—Doctor —dijo, saludándole con una inclinación de cabeza.

—¿Qué ocurre?

Barjas señaló la pantalla de navegación, y Manazar estiró el brazo para señalar el ventanal delantero.

—Una nave viene hacia nosotros —dijo Barjas.

—Y parece que no les ha gustado demasiado encontrarnos aquí —añadió Manazar.

Temiendo ser seguido, Pakkpekatt había hecho que el
Dama Afortunada
ejecutase una serie de tres saltos hiperespaciales durante el trayecto hasta Maltha Obex. Los saltos extra añadieron menos de una hora a la duración del viaje, pero incrementaron considerablemente las dificultades a las que tendría que enfrentarse cualquier perseguidor que estuviera intentando adivinar hacia dónde se dirigían.

Después de haber adoptado esas precauciones extra para asegurar que nadie les molestaría, Pakkpekatt se sintió todavía más preocupado cuando descubrió que aunque el planeta estaba muerto, no se hallaba desierto.

—La señal de su transductor indica que es el
Abismos de Penga
, registrado en Coruscant, propiedad del Instituto de Arqueología Obroano y al mando del capitán Dolk Barjas. Datos suplementarios: longitud ciento veintiséis, eslora treinta y dos, sin armamento registrado, índice de velocidad...

—¿Puede suprimir la capacidad comunicacional de esa nave, agente Taisden?

—La local sí, pero no puedo hacer nada que afecte al sistema de hipercomunicaciones —respondió Taisden.

—Pues entonces no haga nada —dijo Pakkpekatt.

—No estará pensando en adoptar ninguna medida demasiado drástica, ¿verdad, coronel? —preguntó Hammax, visiblemente preocupado—. No sólo se trata de una nave civil, sino que además es una nave amiga..., y a juzgar por sus dimensiones probablemente lleva a bordo más de treinta personas.

—Lo único que me preocupa es que dispongamos de la intimidad suficiente para hacer lo que hemos venido a hacer aquí —dijo Pakkpekatt, reduciendo un poco la velocidad del
Dama Afortunada
para proporcionarles más tiempo antes de que fueran detectados—. Estoy dispuesto a tomar en consideración todas las opciones posibles.

—Esto ha sido una operación estrictamente secreta desde el primer momento —dijo Pleck—. ¿Por qué no nos limitamos a dejar caer el telón sobre todo el sistema, requisamos la nave invocando la autoridad de la INR y la sometemos a un bloqueo de comunicaciones total?

—No creo que dispongamos de tanta autoridad como a usted le gustaría suponer..., y me refiero tanto a la realidad como a las apariencias —dijo Pakkpekatt—. Si usted fuera el capitán de esa nave, ¿cedería el control del
Abismos de Penga
a la tripulación de un yate particular que surge de la nada sin que su propietario legal vaya a bordo? En esas circunstancias, sólo el capitán más novato podría ser lo suficientemente incauto para no sospechar que se estaba enfrentando a un acto de piratería.

—De acuerdo, de acuerdo... Eso quiere decir que cuando aparezcamos en sus sensores no se sentirán muy intimidados —dijo Hammax—. Pero aun así podríamos hacer que el general Rieekan o el brigada Colomus les ordenasen que se fueran del sistema, ¿no? Incluso podríamos esperar aquí, fuera del radio de detección de sus sensores, hasta que les hayan dado una buena bronca y los manden a casa.

Taisden estaba meneando la cabeza.

—Oigan, hace algún tiempo estuve destacado en el Senado como oficial de enlace y me temo que el coronel tiene razón. Sin una población nativa aquí, Maltha Obex es un sistema abierto y eso quiere decir que hay que aplicar el Artículo Diecinueve de la Carta. El Instituto Obroano tiene tanto derecho a estar aquí como nosotros. La INR no posee la autoridad necesaria para reclamar un territorio..., y de hecho ni siquiera la Flota tiene ese poder. Tendrían que acudir al Consejo de Defensa del Senado alegando que en Maltha Obex puede haber algo que afecte a la seguridad de la Nueva República para apoyar su reclamación, enviar una notificación pública a las naciones miembros y...

—¿Y cómo vamos a conseguir que se vayan sin decirles quiénes somos y por qué estamos aquí? —preguntó Hammax.

—Eso es otra pregunta, ¿verdad? —preguntó Pleck a su vez—. ¿Qué está haciendo aquí esa nave?

—Están aquí porque nosotros los enviamos aquí —dijo Pakkpekatt.

Sus palabras hicieron que todos le mirasen con caras de perplejidad.

—¿Nosotros? —preguntó Hammax.

—Efectivamente. Antes de que el Vagabundo escapara a nuestro control en Gmar Askilon, pedí al general Rieekan que me consiguiera material genético qella, y por razones particulares de la agencia decidió recurrir al Instituto Obroano para que lo localizara y lo recuperase. Pero ahora ya tenemos lo que vinieron a obtener para nosotros..., y eso quiere decir que ya no deberían estar aquí.

—Bueno, entonces no veo que haya ningún problema —dijo Hammax—. Si los enviamos aquí, podemos ordenarles que se vayan. Basta con que les digamos que hemos venido a hacernos cargo de la operación y que sus servicios ya no son necesarios.

—No lo creo —dijo Taisden—. A juzgar por el tráfico de comunicaciones, parece como si tuvieran en marcha tres operaciones distintas e independientes en la superficie. No se van a creer que esta nave y nosotros cuatro hayamos venido aquí para hacernos cargo de todo.

—Lo que crean o dejen de creer no tiene ninguna importancia —dijo Hammax—. Si los hemos contratado, podemos despedirlos. Y puede que este yate no dé mucho miedo, pero todos los presentes sabemos que el coronel puede intimidar a cualquiera si se lo propone. Es posible que ésa sea toda la autoridad que nos haga falta.

—¿Y si no se dejan engañar? —preguntó Taisden—. Son civiles, coronel..., peor aún, científicos. No se les da demasiado bien el obedecer órdenes.

—Entonces hay otra opción —dijo Hammax—. Coronel, básicamente esa nave es una Dobrutz de pasaje. Estuve sirviendo algún tiempo a bordo de una de esas naves, así que su diseño no me resulta del todo desconocido. La Alianza tenía un puñado de esas naves, y las usaron como transportes ligeros de tropas durante la Rebelión.

—Siga —dijo Pakkpekatt.

—Verá, esa nave de ahí abajo sólo cuenta con un complejo de comunicaciones que está instalado fuera de los escudos debido a las continuas interferencias que provocan esos condenados generadores de escudo DZ-nueve —dijo Hammax—. Era una vulnerabilidad ampliamente conocida. Estoy seguro de que podría destruirlo sin causar daños colaterales. No debería necesitar más de dos disparos, y tal vez pudiera destruirlo con uno.

—Gracias, coronel —dijo Pakkpekatt, empujando las palancas de aceleración hacia adelante—. Sin embargo, creo que por el momento mantendré esa opción en estado de reserva. Aquí hay algo que se me sigue escapando. Quizá pueda conseguir que estos intrusos me revelen de qué se trata.

La nave que venía hacia ellos había permanecido en silencio hasta que se encontró prácticamente encima del
Abismos de Penga
. Entonces la primera señal llegó por el canal de comunicaciones de emergencia, encendiendo varias barras de advertencia en los paneles situados junto al codo de Manazar.


Abismos de Penga
, esto es una alerta de prioridad. Están operando en una zona de acceso restringido y su nave corre un serio peligro. Tengan la bondad de confirmar el perfil de identificación de su transductor.

La transmisión pilló tan por sorpresa a Manazar que faltó muy poco para que enviara los datos de confirmación sin oponer resistencia a las exigencias de la nave desconocida, pero su adiestramiento se impuso en el último momento.

—Nave desconocida, aquí el
Abismos de Penga
—respondió—. Nuestra nave no dispone de módulo identificador, así que les ruego que se identifiquen.

—Esto es una alerta de prioridad,
Abismos de Penga
. Están operando en una zona de acceso restringido y su nave corre un serio peligro. Tengan la bondad de confirmar el perfil de identificación de su transductor.

Y como para subrayar la seriedad de la petición, un compartimento de armamento oculto se abrió en la parte inferior del casco del recién llegado. El cañón láser retráctil que emergió de él pasó por toda su gama de movimientos y acabó quedando dirigido hacia el
Abismos de Penga
.

Ése fue el momento en el que Manazar decidió llamar al capitán y al jefe de la expedición. Después llevó a cabo una rápida comprobación para averiguar si el transductor del
Abismos de Penga
ya había sido interrogado, y envió la información solicitada cuando vio que así había sido.

—Dado que ya disponían de la información y que no tenemos nada que ocultar, pensé que sería mejor que hiciese lo que me pedían —explicó Manazar—. Pero después me dijeron que querían hablar con el capitán de la nave, y que además querían hacerlo a través de un canal de holocomunicación completa. He estado intentando ganar tiempo con excusas hasta que ustedes llegaran, pero creo que no les gusta nada que alguien intente entretenerles con excusas.

Sarjas asintió.

—Lo ha hecho estupendamente, Mazz. Yo me ocuparé del resto.

—No —dijo Eckels—. Cuando viajamos por las rutas estelares esta nave es suya, capitán, pero ahora estamos en órbita y el jefe de la expedición tiene el mando. Yo me encargaré de este asunto.

Atravesó el puente hasta llegar a la pequeña cabina de holocomunicaciones del
Abismos de Penga
y se sentó en el asiento.

—Monitor a estación uno —dijo—. Grabación a archivo personal Eckels. Inicio de transmisión. Aquí el doctor Joto Eckels del Instituto Obroano, jefe de la expedición —añadió después de una breve pausa—. ¿A quién me estoy dirigiendo?

Cuando el holograma de respuesta se formó delante de él, Eckels sintió que su cuerpo intentaba hundirse en el asiento. El rostro no sólo era intensamente alienígena, sino que además era inhumanamente grande y se encontraba lo suficientemente cerca para violar las fronteras psicológicas de Eckels. En realidad lo que ocurría quizá sólo fuese que su desconocido interlocutor estaba inclinado hacia adelante y mantenía el rostro casi pegado a su lente holográfica, pero como resultado Eckels se sintió repentinamente acorralado dentro de la cabina.

—Soy el coronel Ejagga Pakkpekatt, de la Inteligencia de la Nueva República —dijo el holograma, mostrando unos dientes que estaba muy claro que pertenecían a un carnívoro—. Mi misión en este sector está amparada por la autoridad directa del director de operaciones, y se lleva a cabo con el conocimiento y el consentimiento del Consejo de Inteligencia del Senado. ¿Qué están haciendo aquí?

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