Read Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
Tal Fraan abrió la boca y dejó escapar un siseo que Han pensó tal vez fuera una carcajada.
—¿Has disfrutado pensando que quizá podrías escapar?
Han no dijo nada y dirigió su mirada hacia la ventanilla mientras la lanzadera empezaba a subir por el cielo.
—¿Sabes que no tenemos prisiones? —siguió diciendo Tal Fraan—. En una ciudad de más de un millón de habitantes y en un planeta de casi setecientos millones de habitantes, no hay ni una sola cárcel, penitenciaría o recinto de detención yevethano. No necesitamos esas cosas. En nuestro lenguaje no existe ningún equivalente a palabras humanas como «convicto» o «encarcelar».
—Supongo que ésa es una de las ventajas de la ejecución sumaria, y no entiendo por qué se la suele pasar por alto —dijo Han—. Permite mantener un nivel de impuestos muy bajo, ¿eh?
—Qué gran verdad —dijo Tal Fraan, no pareciendo darse cuenta del tono irónico que había empleado Han—. El que hayáis decidido asegurar el sustento de quienes os han hecho daño me tuvo muy perplejo durante algún tiempo.
—Pero la sorpresa no puede haber sido total —replicó Han—. El sitio al que nos llevasteis me recordó mucho a una prisión.
—Aquellos a los que llamáis imperiales remediaron esa falta de experiencia por nuestra parte —dijo Tal Fraan—. La celda en la que se os mantuvo encerrados mientras estabais en el gran palacio fue construida por los supervisores imperiales durante la ocupación. Y las naves imperiales también están muy bien equipadas en ese aspecto, como no tardarás en ver.
—Si esto sólo es un recorrido turístico de buena voluntad, podrías ahorrarte las molestias —dijo Han—. Ya he visitado un centro de detención imperial.
—Sí, lo sé —dijo Tal Fraan—. He estudiado vuestro pasado. He aprendido muchas cosas de él. Así es como hemos llegado a saber cuan importante eres para tu pueblo. Hay muchas historias sobre ti, Han Solo..., más de las que se cuentan sobre cualquier yevethano, el virrey incluido. Me pregunto por qué lo permites. —Después guardó silencio durante unos momentos antes de seguir hablando—. Estudiar vuestro pasado también nos permitió llegar a saber que el teniente Barth no era importante. No había ni una sola historia sobre su vida y sus heroicidades. No me sorprendió en lo más mínimo ver cómo permitías que muriese.
La ira abrasadora que se adueñó de Han al oír aquellas palabras fue tan intensa que se impuso a cualquier decisión de no tomar parte en el juego de Tal Fraan que pudiera haber adoptado anteriormente.
—Hijo de perra... Crees entendernos, pero en realidad no tienes ni idea de cómo somos —dijo secamente—. Lo que le hicisteis a Barth le ha convertido en alguien muy importante para nosotros..., de la misma manera en que lo que le hicisteis a todos esos colonos esparcidos por el Cúmulo de Koornacht hizo que se volvieran muy importantes para nosotros. No somos como vosotros, porque nosotros no nos olvidamos de nuestros muertos. Ésa es la razón por la que nuestra flota no se ha marchado.
Dejando aparte un leve temblor de sus protuberancias frontales, Tal Fraan no mostró la más mínima reacción exterior ante el estallido de furia de Han.
—Tengo una pregunta muy interesante que hacerte, Han Solo —dijo después—. ¿Crees que tu compañera estaría dispuesta a disparar a través de tu cuerpo para matar a mi señor?
—Ah... ¿Se trata de eso, entonces? ¿Es ésa la razón por la que estoy siendo trasladado a otro sitio? —Han volvió los ojos hacia el cielo, que se iba oscureciendo rápidamente alrededor de la lanzadera, y contempló el magnífico despliegue de estrellas que perforaban el telón de negrura con su resplandor—. Cuando puedas responder a esa pregunta sin necesidad de mi ayuda, guardián, entonces realmente por fin nos comprenderás tan bien como crees entendernos ahora.
—Veo que prefieres mostrarte evasivo —dijo Tal Fraan—. ¿Tan desagradable te resulta la respuesta?
—No tengo gran cosa que decirte, así que procuraré ser rápido —murmuró Han, apoyando la espalda en el banco y volviéndose hacia el yevethano para fulminar a Tal Fraan con una mirada llena de silenciosa furia asesina—. Cuando llegue tu última mañana, y llegará más pronto de lo que piensas, espero que el destino te conceda un momento para comprender que tú eres el único culpable de todo lo que te ha ocurrido.
—Eres muy amable al mostrar tanta preocupación por mí —dijo Tal Fraan, asintiendo y sonriendo generosamente—. Tendremos que volver a hablar. Me has sido de gran ayuda.
Y mientras Han apretaba los dientes hasta hacerlos rechinar, la mirada de Tal Fraan fue más allá de él y acabó posándose en el ventanal para contemplar la gigantesca silueta del Destructor Estelar
Orgullo de Yevetha
, que acababa de hacerse visible en aquel mismo instante.
—Qué navío tan espléndido... Su visión todavía es capaz de acelerarme el pulso —dijo sin tratar de ocultar el orgullo que sentía—. El virrey ha sido muy bondadoso contigo al permitir que se convirtiera en tu nuevo hogar, y deberías sentirte honrado por ello.
Desde el momento en que supo adonde le llevaban, Han se había imaginado que acabaría teniendo que enfrentarse a la soledad más absoluta en una de las diminutas celdas de aislamiento de un bloque de detención imperial. Un Destructor Estelar de la clase Súper contaba con seis de esos bloques de detención únicamente para mantener la disciplina interna entre la tripulación, y además disponía de diez bloques de alta seguridad adicionales para los enemigos que hubieran sido hechos prisioneros.
Pero Han se llevó una considerable sorpresa al ver que los cuatro guardias de su escolta dirigían sus pasos hacia una parte distinta de la nave y hacia una clase de prisión igualmente distinta. Tres de las zonas de carga de la nave habían sido diseñadas para poder transportar a un gran número de esclavos, refugiados o prisioneros de guerra sin que su presencia supusiera un peligro para la seguridad del Destructor Estelar. Situadas junto a los gigantescos hangares de atraque utilizados por las lanzaderas del SDE, cada una de aquellas áreas estaba equipada con el mínimo de instalaciones de mantenimiento vital —sistemas de ventilación y dispensadores de agua y comida— que se consideraba suficiente para un millar de personas.
La zona de carga a la que llevaron a Han, la número dos, no acogía ni con mucho ese número de ocupantes. Han la recorrió con la mirada, y enseguida vio que no habría más de cien prisioneros sentados a lo largo de las paredes o acostados sobre las duras planchas metálicas de la cubierta.
La mayoría prestaron muy poca atención a su llegada o ni siquiera se enteraron de ella, pero un pequeño grupo compuesto por unos veinte prisioneros formó un gran círculo irregular alrededor de Han mientras iba hacia uno de los dispensadores de agua. Había más de media docena de especies representadas en el círculo, y todas le contemplaron con una mezcla de suspicacia y vaga curiosidad.
—¿De qué mundo eres? —preguntó una mujer bastante joven que vestía un caftán medio chamuscado al que las llamas habían vuelto de un color marrón oscuro.
Han pensó que la mujer era o humana o de Ándale; su cabellera estaba tan revuelta y enmarañada que podía cubrir por completo los pequeños cuernos que distinguían a aquella raza, y el caftán era lo bastante holgado para ocultar los injertos de simbiosis.
—De Coruscant —dijo Han—. ¿Y tú?
—Trabajaba en la mina de folikita número cuatro de la explotación morathiana de Elcorth.
Los demás empezaron a formar corro a su alrededor a medida que iban recitando sus respuestas.
—Taratan, de los kubaz, del nido de Campana de la Mañana...
—Soy Brakka Barakas, dothmir de Nueva Brigia...
—
Bek nar walae Ithak e Gotoma
...
—Fogg Alait, asignado a Polneye...
—Mis hermanos del L'at H'kig me llaman Noloth...
—Yo vivía en Kohjash. Soy conocida como Jara ba Yira...
—¡Oh, por todas las estrellas! —exclamó Han, girando lentamente sobre sus talones mientras levantaba las manos como si quisiera apartarlos—. ¿Es que aquí hay supervivientes de todos los mundos colonizados?
—Todos nuestros hogares fueron atacados por las esferas plateadas —dijo la mujer que había hablado primero—. ¿Somos los únicos supervivientes?
—¿Durante cuánto tiempo tendremos que permanecer aquí? —preguntó Noloth.
—¿Cree que podremos volver pronto a casa? —preguntó un esbelto alienígena que no había hablado hasta aquel momento.
Han recorrió sus rostros con la mirada.
—No lo sé —tuvo que confesar—. Me encuentro en la misma situación que vosotros, y no tengo ni la más mínima idea de qué está ocurriendo ahí fuera.
Los días inmediatamente siguientes a la presentación ante el Senado de una petición de falta de confianza dirigida contra la presidenta Leia Organa Solo, estuvieron llenos de la clase de momentos que hacían que Hiram Drayson se tirase de los pelos ante la mera idea de dejar el gobierno en manos de los civiles.
Después de la votación del Consejo de Gobierno, tanto la Inteligencia de la Flota como la Inteligencia de la Nueva República intervinieron rápidamente para evitar que la noticia de que Han había sido capturado por los yevethanos fuera difundida junto con la petición. Despojada del argumento en que se apoyaba por los sellos de alta seguridad en letras azul y plata, la petición tendría que haberse hundido en el olvido unos instantes después de haber sido presentada.
Pero un Consejo de Gobierno nunca había emitido un juicio semejante contra la presidencia del Senado con anterioridad, y el mero hecho de la novedad bastó para otorgar a la petición una seriedad que no se merecía. La amenaza de enfrentarse a un procesamiento por violación de las normas de seguridad demostró ser totalmente ineficaz a la hora de detener la oleada de rumores y filtraciones que florecieron para llenar el vacío informativo.
En sólo doce horas, los filtros de información de Drayson habían recogido una copia sin censurar de la queja original de Beruss, una entrevista anónima con uno de los pilotos de la escolta de la
Tampion
e incluso una grabación holográfica que afirmaba mostrar «comandos» Jedi mientras se estaban entrenando para una inminente misión de rescate. Cuando la Global de Coruscant abrió su paquete de información de la mañana con un reportaje titulado «¿Dónde está Han Solo?» y la Red de Noticias de la Nueva República respondió con «La guerra personal de la princesa Leia», Drayson supo que la batalla estaba perdida.
—Tal como están las cosas, quizá sería mejor que difundieran toda la información sobre Han de que disponen actualmente —le dijo a Ackbar—. El silencio oficial y las negativas están empezando a parecer meras admisiones de que hay algo que ocultar. Leia debería estar ahogándose bajo un diluvio de manifestaciones de simpatía provocadas por la situación de Han..., pero con Borsk Fey'lya filtrando todo aquello a lo que puede echar mano y Doman Beruss autonombrándose campeón del derecho del público a «saberlo todo», sus acciones están cayendo en picado.
—La he apremiado a adoptar ese curso de acción —dijo Ackbar—. Pero está protegiendo a los niños, ¿comprende? Sus hijos siguen sin saber qué le ha ocurrido a su padre.
—Eso no puede durar mucho más tiempo.
—Leia está decidida a evitar que tengan que cargar con el peso de la verdad —dijo Ackbar, meneando la cabeza—. Les ha dicho que Han está llevando a cabo una misión secreta en su nombre, y que no deben creer ninguna otra cosa que puedan llegar a oír. Y además Winter los mantiene alejados de cualquier persona o cosa que pueda contradecir la versión de Leia.
—Los niños no son estúpidos —dijo Drayson—. Y particularmente esos niños, por supuesto... Supongo que ya saben bastante más de lo que se imagina su madre.
—No me sorprendería —dijo Ackbar—. Pero hasta que los acontecimientos la obliguen a actuar de otra manera, Leia está decidida a proteger a los niños de las consecuencias que tendría el que supieran que su padre se ha convertido en un prisionero de guerra..., y le he prometido que apoyaré esa ficción.
Drayson, frustrado y disgustado, se retiró a su despacho privado para enfrentarse al cada vez más voluminoso catálogo de mensajes, despachos de las redes, grabaciones de comunicadores y pintadas electrónicas compilado para su examen por los filtros Maxwell que galopaban por entre la frenética actividad de los canales de comunicaciones del planeta. Más avanzada la tarde, empezaron a llegarle los informes enviados por sus contactos en el complejo del palacio y los cuarteles generales de la Flota.
A esas alturas Drayson ya había tomado una decisión sobre lo que se necesitaba para cambiar el talante y el contenido general de la consciencia pública y privada. Las notas que había escrito a toda prisa para sí mismo contenían frases del estilo de
Hay que borrar la percepción de que estamos ante un acto de egoísmo y sustituirla por la realidad de un acto altruista. Esta crisis debe llegar a adquirir otra cara
.
Drayson dedicó la hora siguiente a examinar los expedientes personales de las bajas producidas durante la batalla de Doornik-319, y escogió cuatro de ellos —los de un matrimonio de pilotos del crucero
Libertad
, el de una encargada de hangar que había muerto mientras intentaba sofocar el incendio producido a bordo del
Audaz
y el del hassariano que capitaneaba la nave
Trinchera
— para repasarlos con más calma posteriormente.
Cada historia tenía un poderoso gancho emocional. Pero su efectividad a la hora de desviar la atención de Leia y Han quedaría un tanto mermada por el hecho de que, al salir a la luz pública cuando la crisis se hallaba tan avanzada, la responsabilidad de las cuatro muertes podía ser atribuida tanto a las acciones de Leia como a las de Nil Spaar. La tragedia resultaba obvia, pero el que los yevethanos fueran culpables de ella no lo resultaba tanto.
En consecuencia Drayson acabó dejando a un lado los expedientes de las bajas y cogió sus carpetas de datos concernientes a las ocho colonias destruidas en el Cúmulo de Koornacht, que incluían la documentación sobre toda aquella devastación obtenida por las sondas. Drayson evaluó las frías realidades del parentesco emocional y enseguida comprendió que la identificación más fácil que se podía esperar se produciría en el caso de los brigianos humanoides, los diligentes y esforzados mineros morathianos de Elcorth y los habitantes de Polneye, cuya apariencia era prácticamente humana.