Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (29 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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—Por supuesto. Por esa razón todos vienen aquí. —Formayj aceptó el dinero de Chewbacca con una sonrisa, y después desactivó el robot borrador y el resto de los demonios que de lo contrario habrían sido activados por un gatillo oculto en la puerta de la agencia—. Y ahora, el otro asunto.

Chewbacca, que ya se disponía a levantarse para marcharse, dejó escapar un gruñido de interrogación.

—Haces preguntas sobre Han Solo por todo el Risco —dijo Formayj—. No me preguntas a mí, como si yo no supiera que está prisionero en Koornacht. Sé de dónde ha venido todo el mundo y adonde va todo el mundo cuando se marcha de aquí. Sé por qué el cliente quiere la información antes de que se la venda. A veces incluso debo darles a ellos una grave desilusión por lo que yo sé. Planeas un rescate, ¿verdad?

Chewbacca emitió un gruñido de asentimiento.

—Vas preguntando dónde debe de estar prisionero. Aunque no vienes a mí, yo hago mis propias averiguaciones. —Formayj meneó la cabeza—. Decepcionante. Nadie lo sabe. No hay ninguna prisión. Su nombre no es pronunciado por nadie que pueda saberlo, ni en Coruscant ni en N'zoth. —Formayj alargó el brazo y le entregó otra tarjeta holográfica—. Quizá esto te ayuda. Gratis... No costar nada a mí. —Señaló el visor—. Adelante. Mira.

Era una grabación de Nil Spaar dirigiéndose a los miembros de la Nueva República a través del Canal 81 cuyo sello temporal indicaba que había sido obtenida hacía cuarenta y dos horas, y que empezaba con las palabras «Me dirijo a los fuertes y orgullosos líderes de los mundos vasallos de la Nueva República».

Formayj depositó otro objeto —esta vez se trataba de una tarjeta de datos— entre los dedos de Chewbacca.

—Códigos de escudos de viejo Destructor Estelar imperial, frecuencias de interferencia para sensores, pautas de fuego defensivo... Son datos fáciles de obtener. No hay demanda para ellos. Sólo valor histórico —dijo—. Mi tarifa de servicio cubrirá gastos. —Formayj se levantó y le ofreció la mano—. Sigue cayéndome bien Han, viejo pillastre. Contrabandista reformado. Transmite saludos míos a él, si ves a Han.

Chewbacca volvió corriendo a la nave e introdujo la grabación en el lector para que pudiera ser vista por los demás.

[Mi hermano de honor se ha convertido en el trofeo de guerra de Nil Spaar], dijo, y señaló el casco negro azulado de la gigantesca nave estelar visible detrás del virrey. [Allí donde esté su enemigo, estará Han.] Después Chewbacca señaló el planeta visible detrás de la nave.

[Ahora están allí.]

Veinte minutos más tarde el
Halcón Milenario
despegó del Risco de Esau.

Inmediatamente después de haber entrado en órbita, dirigió su proa hacia el Cúmulo de Koornacht y saltó al hiperespacio para proseguir su solitario viaje hacia N'zoth.

TERCER INTERLUDIO
A la deriva

Con Erredós guiándole, Lobot se había adentrado en un reino cuya estructura y propósito seguía luchando por comprender.

Los pasadizos del núcleo del Vagabundo recordaban más al gran conducto acumulador en el que habían pasado sus primeras horas a bordo de la nave que a la red de cámaras en las que habían pasado los últimos y ya muy numerosos días de su estancia a bordo. Pero los pasadizos del núcleo eran mucho más estrechos que el conducto acumulador. Su anchura nunca superaba la distancia que Lobot podía abarcar con los dos brazos extendidos, y solía ser inferior..., especialmente allí donde un pasadizo se cruzaba con otro.

Y había muchos cruces. Los pasadizos se interconectaban continuamente para formar una complicada telaraña que aún no había revelado su pauta general.

Aquella telaraña prometía unir todas las partes del Vagabundo tal como hubiese podido hacerlo un sistema de transporte o de comunicaciones, pero salvo Lobot y los androides no había absolutamente nada moviéndose a través de los pasadizos o a lo largo de ellos. Ninguna de las metáforas biológicas habituales —túbulos vasculares, canales alimentarios, conductos respiratorios, senderos neurológicos— parecía realmente adecuada.

Lobot se preguntó si la falta de actividad era un síntoma de los daños que había sufrido el Vagabundo o una señal de que seguía sin entender la naturaleza de aquella nave. Tenía que seguir recordándose a cada momento que aunque la nave era un producto de la bioingeniería eso no quería decir que fuera un organismo. El Vagabundo era una máquina biológica, y Lobot todavía no estaba familiarizado con aquel nuevo paradigma.

A trescientos metros del acceso de la cámara 228 el pasadizo se había estrechado hasta tal punto que Lobot descubrió que tenía que quitarse el traje de contacto para poder seguir avanzando.

—¿Está seguro de que realmente desea hacer esto, amo Lobot? —preguntó Cetrespeó en un tono de preocupación que Lobot encontró muy familiar—. ¿Cree que el riesgo lo justifica? Dadas nuestras circunstancias actuales, y la alarmante frecuencia con que este navío parece ser atacado por naves de guerra...

—Estoy seguro de que quiero hacerlo —le interrumpió Lobot—. Cuanto más nos adentramos en el núcleo, más fuerte se vuelve la sensación de que esta zona es como un obstáculo que se interpone entre yo y la nave. Cuando mis hombros rozaron los dos lados al mismo tiempo, tuve la sensación de que el Vagabundo me estaba invitando a quitarme el traje. No puedo explicarlo en términos aceptables, pero me parece que debo hacer esto para encontrar lo que ando buscando.

—Comprendo, señor —dijo Cetrespeó—. Erredós, ¿sigues monitorizando el aire de este pasadizo?

—El aire no puede estar mejor, Cetrespeó —dijo Lobot, dándole unas palmaditas en la parte superior de la cabeza—. Yo me encuentro estupendamente. Me estoy limitando a seguir una corazonada, ¿entiendes?

—¡Oh, cielos! —exclamó Cetrespeó, visiblemente inquieto.

—¿Qué pasa?

—Muy bien, amo Lobot... Ya que me lo ha preguntado, se lo diré —respondió Cetrespeó—. Le ruego que no se ofenda, señor, pero la influencia que el amo Lando ejerce sobre su forma de pensar se está poniendo de manifiesto en el peor momento posible.

—¿De qué influencia estás hablando?

—Pues de su altamente nociva dependencia psicológica de los autoengaños Ideológicos propios de un jugador, naturalmente: corazonadas, rachas de buena suerte, confusión entre los deseos y la realidad, delirios de grandeza y demás parafernalia del pensamiento mágico —dijo Cetrespeó—. Había llegado a tenerle por un individuo desusadamente práctico y racional..., para ser un humano.

—Gracias —dijo Lobot—. Pero ¿qué te hace pensar que Lando realmente corre alguna clase de riesgos cuando juega?

—He oído hablar de ello al amo Han en muchas ocasiones, señor. Creo que hubo un período de su vida en el que el amo Lando llegó a tenerse por un jugador profesional.

—Es verdad —dijo Lobot—. Y no hay nadie que odie más el tener que confiar en la suerte y el destino que un jugador profesional. Te has formado una impresión equivocada de Lando desde el principio, Cetrespeó.

—No le entiendo, señor.

—Pues entonces piensa en lo que te voy a decir, y quizá eso te ayude un poco —dijo Lobot mientras se quitaba la última sección de su traje de contacto—. Cuando un ser humano... Mejor dicho, cuando un ser inteligente se enfrenta a una pregunta para la cual no se conoce ninguna respuesta correcta o a una decisión para la que no hay ninguna decisión correcta que resulte obvia, casi siempre acabará haciendo lo que le parece correcto. El lógico construirá una clase de justificación y el mago construirá otra clase de justificación distinta, pero el parecido que hay entre ambos en el momento de elegir siempre será mayor que la diferencia.

—Comprendo, señor. Gracias. Pero no creo que un androide sea capaz de llegar a entender un proceso tan fundamentalmente subjetivo.

—¿No? —preguntó Lobot, enarcando una ceja—. Pues entonces me gustaría saber qué estaba pasando en tus circuitos cuando le quitaste ese transmisor baliza a Lando y enviaste la señal que haría acudir al
Dama Afortunada
. ¿Estabas haciendo lo más lógico, o hacías lo que te parecía era lo correcto?

—No estoy totalmente seguro, señor.

—Excelente —dijo Lobot en un tono de aprobación—. Te sugiero que dediques algún tiempo a pensar en ello. Tal vez descubras que tiene algo que ver con las preguntas que me formulaste en la cámara 21. Y ahora, sigamos.

Unos cuantos centenares de serpenteantes metros más adelante los pasadizos siguieron estrechándose más y más hasta llegar a volverse tan angostos que Lobot tuvo que retorcerse y contorsionarse para poder avanzar por ellos..., y Cetrespeó se vio totalmente incapaz de seguir adelante.

—Volved al sitio en el que dejamos la parrilla y mi traje y esperadme allí —dijo Lobot—. Erredós, he estado pensando en la conexión que he estado utilizando para acceder a tu archivo de acontecimientos y tus registradores de memoria... ¿Podrías hacer que funcionara de manera bidireccional para que Lando pueda saber qué me ha ocurrido si no vuelvo? Quizá podrías aislar uno de mis canales de transmisión.

Erredós emitió un trino tranquilizador y transmitió su asentimiento a través de la conexión.

—¿Puedo decir algo antes de que se vaya, amo Lobot?

—Sí, pero deprisa.

—Es posible que no exista ningún centro de mando tal como usted se lo imagina.

—No he «imaginado» nada.

—Lo que quiero decir es que la lógica basada en reglas puede ser codificada de una manera muy compacta. Mis procesadores de lenguaje contienen el equivalente a más de ochenta árboles de decisión elevados a la duodécima potencia, y todos ellos están contenidos dentro de un espacio de aproximadamente unos cinco centímetros cúbicos.

—Y los lagartos gigantes de Tatooine tienen un centro neural más pequeño que el cerebro de un humano recién nacido. Sí, entiendo lo que quieres decir —dijo Lobot, volviendo la mirada hacia los androides—. Pero no estoy buscando el puente del Vagabundo ni su cerebro. Podría no encontrarlos nunca, o no saber reconocerlos en el caso de que llegara a encontrarlos. Lo que estoy buscando es su umbral de consciencia, y cuando lo haya encontrado lo sabré enseguida.

Lando permaneció en el auditorio durante todo el tiempo en el que la pregunta de si el Vagabundo era capaz de curar sus grandes heridas pareció no tener una respuesta clara.

Al principio una delgada banda de material nuevo fue apareciendo alrededor de los bordes de cada brecha del casco. La abertura delantera, que era bastante más pequeña, siguió cerrándose mediante el mismo proceso que Lando había desencadenado en la compuerta. Pero durante largo tiempo pareció como si en la herida más grande no estuviera ocurriendo nada, igual que si el proceso se hubiera detenido al chocar con algún obstáculo invisible.

Antes de darse por vencido Lando decidió ir a un acceso situado al otro lado de la cámara. Una vez allí, el haz del reflector de su pecho le reveló que toda la abertura había quedado recubierta por una especie de «piel» que parecía estar formada por el mismo material transparente a través del que estaba mirando.

Ese descubrimiento le mantuvo en aquel lugar a pesar de que, una vez más y durante un período de tiempo muy prolongado, no parecía estar ocurriendo nada. Lando se acordó de que cuando habían subido a bordo del Vagabundo había podido ver las luces del
Dama Afortunada
a través de la pared de la compuerta.

«Eso debería haberme dicho algo —pensó—. Es como hacer brillar la luz de una linterna a través de tu mano... Tendría que haber empezado a pensar en términos orgánicos desde el principio. Pero pensamos que la secuencia genética sólo era la típica idea enloquecida de lo que constituye un código secreto que se le puede ocurrir a la mente de un ingeniero.»

Sus ojos seguían esperando que aquella transparencia de gasa se convirtiera de un momento a otro en un mamparo sólido, de la misma manera en que la transparencia del auditorio pasaba de un estado a otro en cuestión de segundos. Pero en vez de ello, lo que ocurrió fue que Lando vio aparecer una celosía de material opaco que reflejaba el dibujo entrecruzado formado por las conexiones del interespacio. Después, finalmente, cada sección de la celosía empezó a cerrarse por separado.

Ése fue el momento en el que Lando intentó marcharse, teniendo la sensación de que había presenciado una exhibición del ingenio de los qellas todavía más impresionante que la que suponía el planetario desaparecido.

—¿Dónde estás ahora, Lobot? —preguntó por el comunicador del traje, sin obtener ninguna respuesta—. Las brechas del casco ya casi están reparadas, así que voy a volver. ¿Lobot?

Lando pasó al canal de comunicaciones secundario y repitió la llamada, obteniendo el mismo resultado que antes.

Pero en cuanto volvió a sintonizar el canal primario oyó una voz que no esperaba escuchar.

—... desea, será un placer transmitirle un mensaje.

—¿Qué estás haciendo en la conexión de Lobot, Cetrespeó? ¿Qué está ocurriendo ahí?

—Discúlpeme, amo Lando, pero el amo Lobot ha dejado su traje de contacto a nuestro cuidado.

—¿Quieres decir que se ha ido solo? ¿Dónde está? ¿Adonde ha ido?

—Dijo que iba en busca del umbral de la consciencia —replicó Cetrespeó—. Puedo asegurarle que no tengo ni idea de qué pretendía decir con eso.

—¿Y dónde estás? ¿Y Erredós? ¿Está contigo?

—Estamos en algún lugar del núcleo interior del Vagabundo —dijo Cetrespeó—. Erredós dice que si vuelve a la cámara 229 podrá guiarle a partir de ahí para que consiga llegar hasta nosotros.

—Estaré allí dentro de tres minutos.

Pero Lando sólo había atravesado dos cámaras cuando el acceso que tenía delante se cerró justo cuando iba hacia él. Lando giró sobre sí mismo y vio que el acceso de atrás se había cerrado al mismo tiempo. Ninguno de los dos quiso responder al contacto de su mano. Los accesos del interespacio y el núcleo se mostraron igualmente recalcitrantes. Estaba atrapado.

—¿Está ocurriendo algo ahí, Cetrespeó? Las carreteras de esta zona han quedado bloqueadas de repente.

La única réplica fue un estallido de estática. Después la nave emitió un largo y prolongado gemido. La cámara tembló alrededor de Lando.

—Oh, no —murmuró Lando mientras sus ojos examinaban los límites de su prisión—. Han vuelto.

El gemido ahogado proseguía, y los temblores estaban empeorando. Los anillos luminosos que rodeaban los accesos se fueron oscureciendo lentamente hasta desaparecer. Lando, que había quedado sumido en la oscuridad, se vio bruscamente impulsado hacia el muro de la cámara.

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