Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano (47 page)

BOOK: Trilogía de la Flota Negra 3 La Prueba del Tirano
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Su corto combate terminó cuando Chewbacca alzó a su inmenso atacante por encima de su cabeza y lo lanzó contra una columna estructural. El yevethano resbaló a lo largo de ella hasta caer pesadamente sobre la cubierta con la espalda rota, y ya no volvió a moverse. Chewbacca fue hasta el cadáver, lo contempló en silencio durante un momento y después echó la cabeza hacia atrás para hacer que los ecos del grito de triunfo wookie llegaran hasta los rincones más alejados de la cubierta de vuelo.

Luego giró sobre sus talones y llamó a Lumpawarump con un gesto de la mano.

Sólo entonces pudo ver que su hijo estaba herido y que mantenía la pierna derecha rígida mientras corría. Chewbacca no sabía cuándo había sido herido Lumpawarump y hasta qué punto era grave la herida; sólo sabía que su hijo no había dejado escapar ni la más leve queja, y que cuando llegó el momento Lumpawarump había sido capaz de enfrentarse al katarn sin vacilar y sin errar el blanco.

La mujer llamada Enara se puso en cuclillas junto a Han Solo, que estaba durmiendo, y le rozó suavemente un punto de su antebrazo en el que no había ningún morado.

—Hay lucha a bordo —murmuró—. Tus amigos han venido a por ti.

Moverse despertó mil dolores e hizo que el rostro de Han se frunciese en una mueca, pero aun así siguió intentando erguirse hasta quedar sentado en el suelo.

—¿Han venido a buscarme? ¿Cómo lo sabes?

—Lo sé —dijo Enara, que parecía estar muy tensa y preocupada—. Los he llamado y por fin me han oído. Ven: debemos alejarte de aquí. Estar cerca de las paredes es peligroso.

—No entiendo nada —dijo Han. Pero permitió que Enara le ayudase a cojear hasta el centro del compartimento. El esfuerzo le dejó muy debilitado, y no tuvo más remedio que volver a acostarse sobre aquella superficie tan incómodamente dura—. No he oído ningún ruido.

—Están muy lejos de aquí. No puedo esconderlos... Tendría que hacer un esfuerzo demasiado grande, y fracasaría. Pero intentaré ayudarles para que te encuentren.

Enara se sentó junto a él, esparciendo a su alrededor los pliegues de su chamuscado caftán marrón y alisándolos con tanto cuidado como si fuera un magnífico traje de gala y estuviera esperando recibir invitados de un momento a otro. Después sus manos se curvaron alrededor de una de las manos de Han en un contacto tan delicado que resultaba casi imperceptible, y su cabeza giró hacia las puertas cerradas del compartimento que los mantenían encerrados.

Han no dudó ni por un momento de que estuviera diciéndole la verdad. Enara era una mujer sorprendente e incomprensible, propensa a emitir afirmaciones extrañas y a padecer largos períodos de ensimismamiento anunciados por una mirada distante y una aversión a cualquier clase de compañía. Pero de todos los prisioneros del compartimento, Enara era la única que había sabido superar sus necesidades y sus temores para ofrecerle su amistad. Había sido la primera en hablarle cuando Han llegó al compartimento, y el suyo había sido el único rostro en el que pudo ver compasión cuando despertó sumido en una agonía de dolor después de la terrible paliza que le había infligido Nil Spaar.

Pero la tenue promesa de un rescate no bastó para impedir que Han se adormilara. El dolor le agotaba rápidamente, y sus órganos maltratados y sus músculos desgarrados y maltrechos no le daban ni un solo momento de respiro cuando se encontraba consciente. El sueño era su único alivio.

—El combate se acerca —dijo Enara durante uno de los instantes en que Han estaba despierto—. Si tienes que caminar...

—Si esas puertas se abren podré llegar hasta ellas. Pero sigo sin oír nada.

—Pronto lo oirás —dijo Enara.

Han vio que estaba muy pálida, y notó el temblor de sus manos y que aquella piel que normalmente estaba reconfortantemente fresca parecía arder junto a la suya.

—Enara... ¿Qué ocurre?

—No puedo mantenerlos separados. Tantos muertos... Tu camino es tan duro, hay tanto caos... —murmuró Enara.

—¿Tienes alguna clase de poderes empáticos?

—Sentir la muerte no es nada difícil —dijo Enara—. Se acercan. Ya casi están aquí.

Fue en ese momento cuando Han realmente empezó a creer que estaba ocurriendo algo a bordo de la nave estelar. Intentó sentarse en el mismo instante en que Enara caía bruscamente hacia adelante, dejando escapar un estridente gimoteo mientras se presionaba la frente con las palmas y su despeinada cabellera le ocultaba la cara.

Unos momentos después se oyeron ruidos al otro lado de las puertas: gritos, disparos de armas desintegradoras, golpes asestados sobre el mamparo y un insoportable rechinar metálico que Han estaba seguro de conocer, pero que su mente drogada por el dolor fue incapaz de identificar. Después la pequeña compuerta incrustada en los portalones del compartimento se abrió de golpe, y la imponente silueta de un wookie llenó la abertura.

—¡Chewie!

Chewbacca cruzó corriendo el compartimento con un gemido lastimero y alzó en vilo a Han. Después echó la cabeza hacia atrás y, con un rugido de puro deleite, hizo girar a Han en una vertiginosa serie de círculos que trazaron una danza de alegría.

—Ay... Ten más cuidado, Chewie —respondió Han sin tratar de ocultar su propia alegría—. ¿Por qué has tardado tanto? ¿Dónde está mi nave?

Y después soltó un chillido cuando Chewbacca hizo algunos malabarismos con él en un esfuerzo para coger su comunicador. Después de haber soltado una seca serie de ladridos por el aparato, Chewbacca se echó a Han al hombro y fue hacia la entrada, que había pasado a estar vigilada por otro gigante.

—Espera... Espera... Los demás... Espera, Chewbacca, los demás. Tenemos que sacarlos de aquí... Enara, Taratan, Noloth... ¡Para, condenada bola de pelos! —gritó Han—. Ponme en el suelo, ¿de acuerdo? Todavía no estoy muerto. ¡Enara!

Mientras Chewbacca obedecía de mala gana, Han vio que Enara seguía sentada en el suelo, aunque ya no estaba doblada sobre sí misma.

—Vamos, Enara —la llamó—. Hay sitio para ti. ¿Verdad que sí, Chewie? ¿A cuantos podemos sacar de aquí...?

Y entonces la sorpresa le dejó sin habla mientras su mirada recorría la sala. Ninguno de los prisioneros mostraba la más mínima reacción a lo que estaba ocurriendo: todos seguían dispersos en sus lugares y grupos habituales, durmiendo, hablando y bebiendo agua de los conductos de goteo.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó, dando dos pasos tambaleantes hacia Enara—. Vamos, vamos... Nuestra reserva acaba de expirar y el hotel quiere que dejemos libres estas habitaciones.

—No puedo —dijo Enara—. Vete, por favor... He llegado a mi límite.

—No entiendo de qué me estás hablando.

Enara movió la cabeza en una seca negativa. Cuando lo hizo, el resto de los prisioneros se desvaneció y en el compartimento sólo quedaron Enara, Han y Chewbacca. El wookie dejó escapar un quejumbroso gruñido lleno de inquietud y aferró con más fuerza la culata de su desintegrador.

—Ahora estás dentro —dijo Enara—, y ves las cosas tal como yo las veo.

—¿Dónde están los demás?

—Nunca estuvieron aquí —dijo Enara—. Escaparon en el campamento de transferencia y después fueron recogidos por el
Estrella de la Mañana
. Ahora están en un lugar donde ya no corren ningún peligro. Puedes irte.

Chewbacca volvió a gemir y tiró del hombro de Han.

—Eso era... ¿Los rehenes eran una ilusión? —preguntó Han, ignorando los apremiantes tirones de Chewbacca—. ¿Estabas protegiendo su huida? Olvídalo, da igual... Ahora tú también puedes irte. Ya no queda nadie a quien proteger.

—Debo quedarme —dijo Enara con un hilo de voz—. Si se le despojara de sus trofeos, Nil Spaar intentaría sustituirlos por otros. Si se le arrebatara la seguridad que le proporciona su protección, buscaría la seguridad a través de la muerte de sus enemigos. Vete, Han... No estoy prisionera. He elegido esto libremente. Vete.

Enara les dio la espalda y bajó el mentón hasta pegarlo al pecho. Un instante después los rehenes reaparecieron..., y entre ellos había un Han Solo herido e incapaz de moverse que dormitaba sobre la cubierta junto a Enara.

El wookie de la puerta lanzó un estridente alarido que casi fue ahogado por el rugido dolorosamente familiar de los motores del
Halcón Milenario
.

—Enara... —dijo Han, y su voz se había convertido en un gemido suplicante.

Y entonces sus piernas se doblaron debajo de él. Chewbacca le rodeó con sus brazos antes de que chocara con la cubierta, y se negó a escuchar sus protestas mientras se lo llevaba en volandas.

Enara siguió con los ojos clavados en el suelo. Han la miró por última vez y se llevó consigo la imagen de una mujercita de cabellos despeinados, sentada con las piernas cruzadas junto al hombre cuya vida acababa de ayudar a salvar.

Aproximadamente en el mismo instante en que el
Halcón Milenario
se alejaba del
Orgullo de Yevetha
con un rugido de toberas dejando tras de sí una cortina de minas que empezaban a hacer explosión, el
Babosa del Fango
salía del hiperespacio delante del grupo insignia de la Quinta Flota.

Los navíos de exploración del perímetro apenas habían empezado a transmitir el contacto al
Intrépido
cuando la cañonera
Guerrero
ya estaba avanzando a toda velocidad, abandonando la formación para colocarse en una trayectoria de intercepción.

—Tenemos un contacto delante de nosotros —le anunció el oficial táctico al puente—. Tipo no identificado. Clase de tamaño, F..., posiblemente sea alguna variedad de sonda. Ha salido directamente del corazón del cúmulo.

Una pantalla del canal de comunicaciones número tres quedó repentinamente iluminada por una hilera de números al otro lado del puente.

—Estamos recibiendo una transmisión del contacto, señor. Están intentando autorizar una conexión.

Eso hizo que el capitán del
Guerrero
se acercara a la pantalla para echar un vistazo.

—El código de envío es válido, pero ha sido emitido de manera abierta y sin ningún tipo de protección. Eso no ha salido de ningún transmisor militar —dijo el especialista de comunicaciones—. Y con el código de autorización pasa exactamente lo mismo: los sistemas indican que es válido, pero no está actualizado. Alguien está intentando entrar por la puerta principal sin tener una llave.

—Me gustaría saber quién puede ser —dijo el capitán—. Identifique el código del transmisor.

—Ya lo he intentado, señor, pero los sistemas sólo obtienen la señal primaria indicadora de que está considerado como alto secreto.

—¿De veras? —murmuró el capitán—. Pónganos en alerta roja dos y autorice la conexión.

Los números se esfumaron de la pantalla para ser sustituidos por el rostro de Luke Skywalker.

—¿Me reconoce, capitán? —preguntó la imagen holográfica de Luke.

—Reconozco a la persona que aparenta ser —respondió el capitán—. No dispongo de ninguna información que me induzca a creer que esa persona se encuentra en este sector o que se esperaba que hiciera acto de presencia en él.

—Excelente, capitán. A estas alturas ya debería contar con una identificación de esta nave y una evaluación de la amenaza potencial que representa.

El capitán volvió la mirada hacia el oficial táctico.

—El transductor dice que es una nave civil.., un yate de la clase esquife, desarmado... Lo estoy confirmando mediante los sondeos directos, señor. Es una Aventurera Verpine, señor.

Hubo varios resoplidos y risitas ahogadas en la sala.

—Pero en realidad usted no ha obtenido ninguna confirmación de que esté «desarmada», teniente —dijo el capitán, volviéndose nuevamente hacia la pantalla—. Una nave de ese tamaño podría transportar sin ninguna dificultad municiones tácticas dentro de su compartimento de pasaje.

Luke asintió para indicar que estaba totalmente de acuerdo con él.

—Le agradecería que concertara una cita en el espacio y que hiciera que su gente inspeccionara la nave —dijo después—. En cuanto se haya convencido a su entera satisfacción de que soy quien parezco ser y de que no hemos desmantelado el cubículo sanitario para sustituirlo por una bomba de fusión —añadió jovialmente—, confío en que podrá proporcionarme un medio de transporte o una escolta hasta el navío insignia. He obtenido una información extremadamente importante que debo comunicar al comandante de la flota.

El capitán era un soldado lo suficientemente disciplinado o tozudo como para no dar su brazo a torcer con tanta facilidad.

—Siga su curso actual —dijo—. Mantenga abierto este canal. Nos reuniremos con usted dentro de poco. —Pero cuando la conexión se hubo cortado, se apresuró a volverse hacia la consola del primer canal de comunicaciones—. Póngase en contacto con el
Intrépido
a través de una conexión protegida e informe al general de que Luke Skywalker va hacia allí.

Cuando el mensaje hubo sido enviado, el técnico que se ocupaba del segundo canal de la consola de comunicaciones volvió la cabeza hacia el capitán.

—Es una buena noticia, ¿verdad, señor?

—Eso espero, teniente —dijo el capitán, que estaba muy serio—. Sí, espero que sea una buena noticia...

Cuando el
Babosa del Fango
acabó deteniéndose al final de los topes de las plazas de aparcamiento números treinta y nueve y cuarenta de la cubierta de vuelo delantera del
Intrépido
, todos los que se hallaban en aquella sección de la nave —y muchos que se encontraban en otros lugares de las secciones restantes— ya sabían que Luke Skywalker acababa de subir a bordo.

No se había hecho ningún anuncio oficial. El rumor se fue difundiendo entre los oficiales y la tripulación a través de dos cadenas independientes de amistad y contactos..., y lo hizo con la misma rapidez en ambas, aunque con un significado ligeramente distinto en cada caso.

Entre los oficiales el titular era «¿Te has enterado de la gran noticia?», mientras que entre la tripulación nadie dudaba de que fuera una buena noticia.

Luke pudo verlo en las sonrisas de la dotación de cubierta mientras aseguraban el esquife y en los animados levantamientos de pulgar hacia el techo que le ofrecieron mientras bajaba de la nave. Cuando se volvió y ayudó a bajar primero a Wialu y luego a Akanah, la atmósfera anímica que le rodeaba cambió durante unos momentos. Pero Luke no tardó en sentir cómo la atención de todos los presentes volvía a concentrarse en él, como si el hecho de que Luke Skywalker estuviera allí les ofreciese un foco para la esperanza y la tranquilidad, el orgullo beligerante e incluso el patriotismo y la xenofobia.

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