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Authors: John Varley

Trueno Rojo (10 page)

BOOK: Trueno Rojo
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En aquel momento estaba sacando misteriosos objetos femeninos de su bolso. Yo distaba mucho de estar saciado, pero antes que nada tenía que responder una llamada de la naturaleza y no iba a vestirme y bajar al piso inferior, así que utilicé el lavabo. Kelly me miró.

—Tíos —dijo con tono desdeñoso.

—Eh, todo va a las mismas tuberías.

—Enjuágatela bien.

—¿Estás diciéndome que no voy a utilizarla tan pronto como me gustaría? — Extendí la mano hacia su brazo, pero se me sacudió de encima.

—Tranquilo, chico. Luego. Primero necesito que bajes a mi coche y traigas la maletita que hay en el maletero. No pienso volver a salir disfrazada de Sally Putón. —Me tiró las llaves de su coche.

—¿Has tenido algún contratiempo?

—El portero del Manatí me ha mirado de una forma... He dejado el coche en su aparcamiento, en dirección a la playa.

—¿Qué tienes en la maleta? ¿Puedes quedarte?

—Sí, si me traes la ropa decente que tengo allí. No pienso salir de aquí mañana y dejar que tu madre vea el trajecito.

—No te preocupes por eso. Mi madre te tiene mucho aprecio.

—Aun así.

—Será mejor que traiga tu coche a nuestro aparcamiento. Esos cabrones podrían llamar a la grúa.

—Buena idea.

—¿Estás segura de que quieres que salga a esta hora? Podría coger un resfriado.

—Eh, has sido tú el que me ha llamado, ¿te acuerdas?

Estaba preparándose para darse una ducha, así que me puse los pantalones y salí.

Kelly conduce un Porsche 921 verde, último modelo, que cuesta más de lo que ganamos con el Despegue en dos o tres años. Cuando tu papá es el vendedor de coches de lujo más importante del norte de Florida, tener un buga de primera es algo que se da por hecho.

Y no digo que le falte de nada, ojo.

Kelly.

De vez en cuanto aparece algo en tu vida que te hace pensar que, a despecho de todas las pruebas que has reunido hasta el momento, hay alguien ahí arriba a quien le caes realmente bien. La primera vez que me pasó a mí fue cuando conocí a Kelly.

Fuimos a institutos diferentes. Ella no tiene más culpa de ser rica de la que tengo yo de ser pobre, al menos hasta que haya tenido la ocasión de labrarme un destino propio para reemplazar el que me ha tocado de nacimiento.

Pero creo que los dos nos sentíamos un poco inseguros con ese tema. No dejaban de plantearse toda clase de preguntas incómodas. ¿Estará conmigo por mi dinero? ¿O solo está tratando de joder al capullo racista de su padre saliendo con un medio cubano? ¿Pensará en su fuero interno que soy una zorra rica y estúpida? ¿Disfruta degradándose cuando viene a este barrio, vestida como una puta?

No, eso no podía achacárselo. A los dos nos gustaban los juegos sexuales, las sorpresas y un poco de teatro de vez en cuando, y ella se había tomado muchas molestias para poner en práctica la pequeña fantasía de aquella noche. ¿Degradarse? Si trabajar como voluntaria dos tardes a la semana en un albergue para mujeres maltratadas era degradarse, ojalá hubiera más gente con ganas de degradarse.

Allí fue donde Kelly y Alicia se conocieron, y como Dak y Alicia llevaban casi un año saliendo juntos, fue inevitable que Kelly y yo nos conociéramos. También fue inevitable que me impresionase muchísimo. Hay montones de cosas impresionantes en Kelly y su cuerpo es solo una de ellas.

No se me ocurría una sola cosa buena que pudiese sacar de ser mi novia, salvo el placer de mi compañía y un poco de sexo cojonudo, así que debía de ser amor, ¿no? Ella decía que sí, y Kelly siempre sabe lo que se dice.

Pero, ¿la amaba yo? Imbécil de mí, todavía estaba tratando de decidirlo.

Hasta el momento, nunca me había hablado de matrimonio... lo que me ponía aún más nervioso, porque ella era un partidazo y a mí me gustaba muchísimo. De hecho, estaba seguro de que la habría amado si hubiera podido librarme de la ansiedad matrimonial. Pero... ¿y si para cuando yo terminaba de decidirme, resultaba que había encontrado a otro? ¿Y si no me esperaba? Puede que estuviera echando por la borda mi única esperanza de alcanzar la felicidad por no aferrarme a ella ahora, cuando ella parecía tan enamorada.

Seguro que no le costaría nada encontrar otro novio más acorde con su posición social. Kelly trabajaba como jefa de contabilidad en el negocio de su padre. Constantemente conocía chicos de su edad que venían a comprar el último modelo de deportivo y muchos de ellos no necesitaban financiación, sino que se limitaban a extender un cheque.

No sé por qué nunca se me ocurrió que una familia y unos hijos se interpondrían en el camino hacia sus metas tanto como en el de mis aspiraciones universitarias.

Su coche estaba aparcado donde ella había dicho. Siempre que lo veía sentía un atisbo de preocupación. Representaba todas las cosas que no podría ofrecerle hasta dentro de una década, como mínimo.

Bajé la capota y subí al asiento de cuero. El motor se encendió con un gruñido, di una vuelta para salir del aparcamiento y enfilé la carretera. Podía alcanzar los cien en cuatro segundos. Lo sabía porque lo había probado. Pero era imposible soltar a la bestia en mitad del tráfico de una madrugada de primavera, en plenas vacaciones. Salí con penosa lentitud a la autopista, destinatario de las miradas muy interesadas de algunas de las chicas, aparqué en nuestro aparcamiento, subí la capota, conecté la alarma antirrobo y subí la maleta de Kelly a mi cuarto.

Más tarde, aquella misma noche, cuando finalmente nos disponíamos a dormir, saqué la pompa plateada y se la enseñé. Le hice una demostración completa de sus trucos. Me preocupaba un poco que su reacción fuera algo así como, "¿y qué?".

Pero la impresionó aún más de lo que me había fascinado a mí.

—Es tan liviana como una pompa de jabón y más dura que un rodamiento de acero —concluyó—. Nunca he oído hablar de nada parecido. Tú eres estudiante de ciencias, ¿no?

—Ni de lejos —le dije.

La sostuvo en la palma de la mano y la examinó con el ceño fruncido.

—Manny —dijo al fin—, ya sabes que no soy una de esas personas que se preocupan por nada o tienen premoniciones. Pero hay algo aterrador en esto. ¿No te da una sensación de enorme poder?

Había sentido exactamente lo mismo, pero no había logrado definirlo.

—Creo que tiene mucho poder, y podría significar muchísimo dinero.

—¿De verdad? ¿Por qué?

—Bueno, es algo nuevo, algo realmente nuevo, que puede cambiar el mundo por completo. Piensa cómo era al mundo antes de la electricidad, o de la televisión, o de los coches.

—¿Tan importante es?

—Puede que más.

Capítulo 9

Tenía planeado ir al rancho Broussard la tarde siguiente, pero estábamos demasiado ocupados. Las vacaciones de primavera es la única época de todo el año en la que el negocio funciona. Por primera vez en todo el año, aquella semana habíamos alquilado todas las habitaciones disponibles, y dos veces.

Mamá y la tía María pasaban el día entero trabajando, todos los días. Yo las ayudaba con las faenas a pesar de que me decían, deja que nos encarguemos nosotras, tú ve a estudiar, cada vez que me veían coger una fregona. Aquella noche la pasé en el vestíbulo, y también la siguiente. A la otra noche, Kelly tenía algo, creo que un turno en el albergue, y la noche siguiente tampoco pudo ser.

En conjunto, pasó una semana entera hasta que volví a salir.

Esta vez fue en el coche de Kelly. Me preguntó si quería conducirlo pero decliné la oferta. Había llevado el Porsche una vez hasta los 230 kilómetros por hora, y después de eso decidí colgar los guantes. A decir verdad, me aterrorizaba la posibilidad de hacerle una abolladura que costaría más que todo el presupuesto municipal.

Esta vez vi la superpista desde el carril supersónico, a la cabeza de una procesión de veinte vehículos separados entre sí por no más de cinco centímetros. Dak dice que no es ninguna causalidad, que el software está preparado para situar el coche más rápido a la cabeza de la fila. Noblesse oblige, dice, y Kelly está de acuerdo. En cuanto a mí, carezco de datos suficientes para formarme una opinión, pero seguro que tienen razón.

No muy lejos de la puerta de la casa de Travis topamos con un camión remolcador que llevaba un gran tractor en la parte trasera. El vehículo era demasiado ancho y la carretera demasiado irregular para que pudiéramos pasar sin peligro, así que frenamos hasta una apacible y segura velocidad de cuarenta kilómetros por hora. El motor del Porsche gruñía de preocupación. Marchamos tras él durante cinco kilómetros, esperando un desvío. Y finalmente enfiló... el camino del rancho.

Lo seguimos en medio de una nube de polvo hasta llegar al claro y entonces giró a la derecha, en dirección al cobertizo y la fila de coches viejos, y nosotros lo hicimos hacia la izquierda, en dirección a la casa.

A un lado, un camión de basura acababa de descargar un cargamento de conchas pulverizadas junto a una docena de montones del mismo material. Había un tío utilizando una segadora de hierbas para eliminar la que brotaba de las grietas de la pista de tenis de hormigón. Llevaba un mono azul con un cartel a la espalda que rezaba, HIASEEN—JARDINERÍA Y DECORACIÓN DE EXTERIORES. Otro tío trabajaba no muy lejos, entre las plantas que rodeaban la casa. Ya había conseguido rescatar unos pocos rododendros e hibiscos de aspecto enfermizo de una asfixia segura a manos de las ipomeas y otras trepadoras.

—¿Están derribando el lugar o reconstruyéndolo? —preguntó Kelly.

—A mí no me preguntes. Todo esto es nuevo para mí.

Salimos del coche y nos dirigimos al patio, donde pude ver a Travis y Dak, charlando despreocupadamente y tomando cócteles en copas altas. Las alargadas mangueras de una limpiadora industrial de alfombras salían del interior de una furgoneta, atravesaban las puertas del patio y se adentraban en la casa.

—Limpieza primaveral —anunció Travis cuando llegamos al patio. Levantó su copa en un brindis—. ¿Queréis un Virgen María?

¿Está usted sobrio, coron... o sea, Travis? —pregunté.

—Puedes jurarlo —dijo Alicia, que acababa de salir con otro cóctel sin alcohol en la mano. ¿Que cómo sé que era un cóctel sin alcohol? Porque, de lo contrario, Alicia se habría alejado de él todo que hubiera podido. Alicia odia el alcohol.

Presenté a Kelly y Travis y este esbozó su mejor sonrisa y, con todo su encanto natural, se inclinó para besarle la mano. Kelly sonrió y se lo permitió.

Travis se llevó a las chicas dentro a buscar unas copas y enseñarles la casa, dejándome a solas con Dak y dos latas de Coca-Cola vacías.

—¿Y cuándo ha ocurrido todo esto?

—¿Todo el qué?

—Lo de la limpieza primaveral. ¿Estás tratando de cambiarle la vida?

—Permite que te diga, Manny, que a la vida de este tío no le vendría nada mal un poco de limpieza.

Guardó silencio un momento y entonces hizo un gesto dramático.

—Todo, la limpieza primaveral y los Virgen María, es cosa de Alicia. Aunque no te lo creas, salió aquí y le echó la charla, y parece ser que el tío se derrumbó, o algo así. Encontró a Jesús y admitió que estaba arruinando su vida.

—Alcohólicos Anónimos —dije.

—Sí, algo así. No quiero decir que encontrase a Jesús literalmente...

—Menos mal.

—Alicia lo convenció de que lo que tenía que hacer es limpiar su vida. Limpiarse a sí mismo en cuerpo, alma, mente y alrededores. Así que aquí tenemos a la mitad de los limpiadores de toda Florida haciendo su trabajo. Comer mejor, dejar de beber, dejar de ver a sus viejos amigos... cosa que no resulta difícil en el caso de Travis, puesto que no le quedan amigos, a excepción de un par de tíos del programa Apolo a los que pasa a saludar de camino a su siguiente juerga. El siguiente punto de la lista es "hacer nuevos amigos", y aquí estamos los cuatro, ya preparados, un paquete completo de tamaño familiar.

—¿Es ese uno de los doce pasos?

—Es uno de los pasos de Alicia. No sé si tiene algo que ver.

Permanecimos en silencio un rato, oyendo a Alicia, y luego a Travis y Kelly, que se reían estruendosamente desde la cocina. Miré a Dak y vi que había una leve expresión ceñuda en su rostro.

—¿Y a ti no te molesta? —le pregunté.

—¿El qué?

—Ya lo sabes.

Suspiró.

—Al principio me mosqueaba un poco. Joder, al principio pensé que quería meternos mano, a ti y a mí, pero no actúa como un maric... Ya lo sé, ya lo sé, son estereotipos sobre minorías oprimidas, como decían en el Taller de Tolerancia 101. ¿Teníais esa asignatura en tu instituto?

—Allí lo llamaban, "Luchando con los Prejuicios". A mí me suena igual.

—Bueno. Alicia dice que Travis no es gay y las tías siempre se dan cuenta. Pero lo más importante sobre Travis es que es un borracho. Alicia nunca se interesaría por un borracho hasta que no tuviera cinco o diez años de sobriedad a la espalda.

—Y además, te quiere a ti —señalé. Sonrió.

—Sí, eso también. ¿Por qué iba a salir con un astronauta teniéndome a mí?

Cuando Travis y las chicas salieron de la cocina, había pruebas aún más sorprendentes de la transformación de Travis. Traían cuencos llenos de trozos de fruta fresca pelada, yogur y verduras crudas en trocitos (crudites, las llamó Kelly), junto con una tabla de quesos. Alicia llevaba una licuadora de tamaño industrial.

Nos sentamos alrededor de la mesa y nos dispusimos a comer. En mi opinión, Travis parecía un poco desesperado. Mientras todos la observábamos, Alicia empezó a introducir cosas en la licuadora, entre ellas un huevo crudo, con su cáscara y todo, plátanos, trozos de otras frutas, verduras... pero me resulta difícil seguir. Con cada nuevo ingrediente que incorporaba a la mezcla, nos echábamos a reír, y Alicia nos imitaba.

—¿Y esto forma parte del proceso de recuperación? —preguntó Travis—. ¿Comer como un conejo?

—Los conejos no comen queso.

—Entonces como un ratón. ¿Es este el decimotercer paso?

—¿Has leído el folleto que te di?

—Sí. Supongo que siete pasos de doce no es una mala marca.

—¿Has hecho siete? —preguntó Kelly—. No está nada mal.

—Quiere decir que está dispuesto a intentar siete de ellos —dijo Alicia—. ¿Verdad, Travis?

—Aunque tengo mis dudas sobre el quinto. Quizá solo debería cumplir seis y medio. Sigue siendo una mayoría.

—¿Cuál es el paso cinco? —pregunté.

—Admito ante Dios, ante mí mismo y ante otros seres humanos... —Alicia, Kelly y Travis se interrumpieron al comprender que estaban recitando al unísono. Travis terminó.

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